...tristes los tigres están
de andar en la trastienda
de pensar que los trasladan
tres tristes tigres son...
Saturday, March 31, 2007
Friday, March 30, 2007
jugando...
...tres tristes tigres
son la línea en un tragamonedas
los tres no se atragantan nunca
ni nunca tuvieron un trastorno
serán truculentas
sus trastadas.....
son la línea en un tragamonedas
los tres no se atragantan nunca
ni nunca tuvieron un trastorno
serán truculentas
sus trastadas.....
jugando...
...tres tristes tigres
los tigres de siempre
como los clavos
que clavó claudito
sirven para que no se lengüe la traba
para que no se trabe la legua...
los tigres de siempre
como los clavos
que clavó claudito
sirven para que no se lengüe la traba
para que no se trabe la legua...
desaliento de cronopio
...la mitad del mundo es una bosta,
la otra mitad es lo que hace del mundo un lugar habitable del que uno no se quiere ir....
la otra mitad es lo que hace del mundo un lugar habitable del que uno no se quiere ir....
Thursday, March 29, 2007
jugando
sueño...
siento...
me miento con el sueño
tengo certeza en lo que siento...
sueño...
siento...
me tiro las verdades mientras sueño
me miento como quiero en lo que siento...
sueño...
que te alcanzo
que te abrazo
que te paso...
siento...
que me dejas
que me garcas
que te quejas...
sueño...
que puede ser que me equivoque con el sueño....
que nunca me equivoco con lo que veo y siento...
siento...
que sueño y me equivoco en lo que siento...
siento...
me miento con el sueño
tengo certeza en lo que siento...
sueño...
siento...
me tiro las verdades mientras sueño
me miento como quiero en lo que siento...
sueño...
que te alcanzo
que te abrazo
que te paso...
siento...
que me dejas
que me garcas
que te quejas...
sueño...
que puede ser que me equivoque con el sueño....
que nunca me equivoco con lo que veo y siento...
siento...
que sueño y me equivoco en lo que siento...
cronopios y famas famosos...
y a la especie la embroman entre otros esos machos de pelo en pecho, mirada penetrante naríz aguileña que intimidan a las minas de entrada y las tienen sojuzgadas como a ellas les gusta para poder hablar con sus amigas...
parecen machos invencibles mancebos perturbados adonis del subdesarrollo, no son más que niños que lloran y llorarán toda la vida por la teta materna que perdieron....
parecen machos invencibles mancebos perturbados adonis del subdesarrollo, no son más que niños que lloran y llorarán toda la vida por la teta materna que perdieron....
cronopios adinerados...
...como un alumno "ex simio" de midas te pelaste toda la vida juntando dinero para que otros, esos amigos yparientes que te tienen y te quieren mucho estén esperando ver pasara tu carroza que seguro, de una u otra manera será tracción a sangre....
Tuesday, March 27, 2007
jugando
marco tensa su arco
muy parco
mientras tensa
acomoda la flecha
y piensa
para qué tensar el arco
y jugar con la flecha
si se puede disparar
de otra manera a la conciencia....
muy parco
mientras tensa
acomoda la flecha
y piensa
para qué tensar el arco
y jugar con la flecha
si se puede disparar
de otra manera a la conciencia....
cronopios famas y cronopitos industria nacional....
miguens le decía la vez pasada a grondona que debemos reformularnos nuestro ser nacional y ser más querendones con nosotros mismos y nuestros prójimos,
que ya somos buenos y lo debemos ser más...
adónde estuvo miguens en los útimos veinte años?
que ya somos buenos y lo debemos ser más...
adónde estuvo miguens en los útimos veinte años?
Monday, March 26, 2007
cronopios y famas de aniversario...............
muy seguido lamentablemente
tengo la desagradable sensación
de haber estado durmiendo la mona y el pedo
cuando como siempre si fuera una estación
paso por los cambios de gobierno y por los años
en este país de malevos y multibípedo...
cuando escucho tantas opiniones
como chantas y analistas hay..............
pero resulta que unos se ponen de moda
cuando los otros se retiran por un tiempo
luego también de haber estado de moda....
tengo la desagradable sensación
de haber estado durmiendo la mona y el pedo
cuando como siempre si fuera una estación
paso por los cambios de gobierno y por los años
en este país de malevos y multibípedo...
cuando escucho tantas opiniones
como chantas y analistas hay..............
pero resulta que unos se ponen de moda
cuando los otros se retiran por un tiempo
luego también de haber estado de moda....
Saturday, March 24, 2007
cronopios en masa y aprendiendo II....
cuando se le terminan el coraje
la sinceridad
la transparencia de niños
los hombres en el mundo
cada vez que pueden se dividen:
en mentirosos y cínicos,
en varones y mujeres,
en niños gente de edad media y de la tercera edad,
en hipócritas y calculadores,
en negros blancos y amarillos (o pelirrojos o payos),
en egoístas y ególatras,
en mezquinos en malos en dañinos,
en buenos y solidarios,
.................................
la sinceridad
la transparencia de niños
los hombres en el mundo
cada vez que pueden se dividen:
en mentirosos y cínicos,
en varones y mujeres,
en niños gente de edad media y de la tercera edad,
en hipócritas y calculadores,
en negros blancos y amarillos (o pelirrojos o payos),
en egoístas y ególatras,
en mezquinos en malos en dañinos,
en buenos y solidarios,
.................................
justicia injusticia astucia de famas argentinos marca registrada....
...y ahora a propósito de lo que se habló esta semana además de hablarse de los tan importantes temas que nos competen como país de primera (....zoncera) como lo son el gran hermano y el regreso de la "tía" susana jimenez que seguirá afanando no se sabe hasta cuándo para mantener novios cada vez más mancebos y oportunistas;....
y no se crea interrumpiendo que hablamos de temas como la inflación que nos está ahogando pero en el estado del "sarna con gusto no pica" nos la bancamos porque damos el aval a una administración que si nos pilla en alguna recaída nos reta como papá enojado, a lo macho como nos encanta que nos traten, no, ni tampoco de los afanes y de los déficit de salud o vivienda que nos aquejan....
el tercer tema en importancia de esta semana que se terminó para que como siempre empiece otra, fue el del encarcelamiento de ese langa de di zeo que creo que se llama rafael lo que no importa para lo que importa en este comentario,
y no nos extrañemos si de la noche a la mañana este di zeo se convierte en el llanero solitario, el adalid de lo cheto y lo concheto, porque ahora lo "busca" la justicia, ahora que se han acabado las vacaciones (tanto de la justicia le llaman "feria" como las vacaciones de los prófugos por acá vacacionan casi todos menos los pobres casi todos...) porque hasta la semana pasada era público y notorio que andaba por la playa con una potra de esas, una guacha una guachita una gaucha una gata o lo que fuera, la cuestión que el tipo andaba dandole a una vida de dandi del subdesarrollo y de la bombonera con una cuatro por cuatro además de la mina y otros chiches de esos que envidian casi diez de más o menos los veinte millones de machos que hay en este paicito diezmado, de estas formas costumbres y mañas, parece que este di zeo va camino a convertirse en uno de esos mitos que nos levantan la ética y otras cosas como el de la mano de dios, y será porque es garca y langa, porque si es ser llanero por lo de justiciero para qué lo queremos en una tierra donde la justicia es una entelequia un bardo de ilusiones de estudiante de la uba o el sueño de un adolescente cuando canta el himno, no podrá ser el llanero justiciero porque no hay justicia donde anda...en todo caso y a cuenta de todo esto, si alguna vez comenzamos a ser lo que debemos no lo que queremos (nos, egocéntricos consentidos caprichosos bochornosos), en todo caso podría ser el llamero solitario si se lo manda los tres años de cana que debe pagar a la sociedad por las patoteadas de hace unos años, si se lo manda a nuestra extensa puna donde podrá "cuidar" las llamas y las vicuñas.....entre todos nuestros defectos vivimos ofendiendo a dios, así que qué le hara a nuestro bendito señor una vez más si lo hacemos prendiendo unas velas por san di zeo....
y no se crea interrumpiendo que hablamos de temas como la inflación que nos está ahogando pero en el estado del "sarna con gusto no pica" nos la bancamos porque damos el aval a una administración que si nos pilla en alguna recaída nos reta como papá enojado, a lo macho como nos encanta que nos traten, no, ni tampoco de los afanes y de los déficit de salud o vivienda que nos aquejan....
el tercer tema en importancia de esta semana que se terminó para que como siempre empiece otra, fue el del encarcelamiento de ese langa de di zeo que creo que se llama rafael lo que no importa para lo que importa en este comentario,
y no nos extrañemos si de la noche a la mañana este di zeo se convierte en el llanero solitario, el adalid de lo cheto y lo concheto, porque ahora lo "busca" la justicia, ahora que se han acabado las vacaciones (tanto de la justicia le llaman "feria" como las vacaciones de los prófugos por acá vacacionan casi todos menos los pobres casi todos...) porque hasta la semana pasada era público y notorio que andaba por la playa con una potra de esas, una guacha una guachita una gaucha una gata o lo que fuera, la cuestión que el tipo andaba dandole a una vida de dandi del subdesarrollo y de la bombonera con una cuatro por cuatro además de la mina y otros chiches de esos que envidian casi diez de más o menos los veinte millones de machos que hay en este paicito diezmado, de estas formas costumbres y mañas, parece que este di zeo va camino a convertirse en uno de esos mitos que nos levantan la ética y otras cosas como el de la mano de dios, y será porque es garca y langa, porque si es ser llanero por lo de justiciero para qué lo queremos en una tierra donde la justicia es una entelequia un bardo de ilusiones de estudiante de la uba o el sueño de un adolescente cuando canta el himno, no podrá ser el llanero justiciero porque no hay justicia donde anda...en todo caso y a cuenta de todo esto, si alguna vez comenzamos a ser lo que debemos no lo que queremos (nos, egocéntricos consentidos caprichosos bochornosos), en todo caso podría ser el llamero solitario si se lo manda los tres años de cana que debe pagar a la sociedad por las patoteadas de hace unos años, si se lo manda a nuestra extensa puna donde podrá "cuidar" las llamas y las vicuñas.....entre todos nuestros defectos vivimos ofendiendo a dios, así que qué le hara a nuestro bendito señor una vez más si lo hacemos prendiendo unas velas por san di zeo....
Friday, March 23, 2007
cronopios en masa y aprendiendo (jimena, belén, juan y marito)
......hasta ahora parece que los hombres
tuvieran resuelto todo
cuando no tienen las respuestas para muchas
de las cuestiones que lo sobrepasan...
así y todo se olvidan de dios..................................allá ellos...
tuvieran resuelto todo
cuando no tienen las respuestas para muchas
de las cuestiones que lo sobrepasan...
así y todo se olvidan de dios..................................allá ellos...
Thursday, March 22, 2007
cronopios bien argentinos casi industria nacional que no se compra en ningún lado...
....niños genios o pibes chorros a cada rato nos cruzamos de vereda en argentains cuando proyectamos la vida de nuestros hijos sin hacerles la pregunta elemental de si están de acuerdo que nosotros se las proyectemos, niños genios o pibes chorros no hay más opciones en nuestras obnubiladas cabezas tan llenas de estereotipos y estupideces como la fuga de cerebros o la mano de dios,
nunca podemos valorar lo intermedio, jerarquizándolo,
para muchos de nosotros lo medio es una bosta cuando muchos de nosotros no somos más que eso tipo medio mediocres tipos como nos llamó ingenieros tipos media tinta, chantas y langas....
nunca podemos valorar lo intermedio, jerarquizándolo,
para muchos de nosotros lo medio es una bosta cuando muchos de nosotros no somos más que eso tipo medio mediocres tipos como nos llamó ingenieros tipos media tinta, chantas y langas....
en tren de plagio y recordando a borges
...dónde estarán aquellos que ya no están aquellos para los que el ayer es el hoy el aún el todavía....
quién me dirá de quién en esta casa nos estamos despidiendo sin saberlo....
quién me dirá de quién en esta casa nos estamos despidiendo sin saberlo....
cronopio plagiando para salvar genialidades para salvarlas del olvido...
...necesito alguien que me parche un poco y que limpie mi cabeza que cocine guisos de madre y postres de abuelita, que ponga tachuelas en mi zapatos para que me acuerde que estoy caminando y que cuelgue mi mente de una soga para que se seque de problemas, y que esté en mi casa jueves y domingos para estar en su alma todos los demás, y que no le importe mi ropa si total me voy a desvestir para amarla....días de mi vida...
y que esté cuando yo estoy cuando me voy cuando me fui, que sepa servir el té y echarse a reir....
y que esté cuando yo estoy cuando me voy cuando me fui, que sepa servir el té y echarse a reir....
Wednesday, March 21, 2007
para los cronopios juan y marito....
me equivoco si les digo cómo son las cosas de este mundo
no hay una sola forma de aprehenderlo
son mil las formas pero hay una sola
de ser un buen tipo con los demás buena leche.......
no hay una sola forma de aprehenderlo
son mil las formas pero hay una sola
de ser un buen tipo con los demás buena leche.......
Monday, March 19, 2007
genialidades del cronopio sarmiento que para algunos es un fama...
argentino es un anagrama de ignorante............
carencia de cronopio miserable casi un fama si no fuera por la guita...
....y no te ilusiones mi amor soñando que así son los machos que valen como ese magnate ruso que por estos días por un juicio de divorcio le tiene que entregar a la jermu algo así como de 300 millones de dólares, un tipazo pero no te ilusiones mi amor que yo sigo siendo el mismo para vos que tampoco en todo este tiempo cambiaste...
sí te dejaré una herencia, que me recordarás por siempre y que si del escaso patrimonio que alguna vez fué mío que en realidad sólo había amasado en un 40% porque en un 60% era sudor de mis padres, y que dilapidamos juntos, si de ese activo queda algo te lo dejo, y te pido que cuando decidas que me aleje definitivamente me prestes lo que correponde a un pasaje urbano, esto es entre 70 cvos y 80 cvos, con eso me alejaré lo suficiente como para no recordarte con mi presencia que estaba lejos de mi intención parecerme a un magnate ruso de lo que me arrepiento por lo menos en lo que se refiere a la disponibilidad exagerada de dinero....
...y no te ilusiones mi amor, yo seguiré siendo el mismo boludo y en mi corezón vos seguirás siendo mi primera dama....
sí te dejaré una herencia, que me recordarás por siempre y que si del escaso patrimonio que alguna vez fué mío que en realidad sólo había amasado en un 40% porque en un 60% era sudor de mis padres, y que dilapidamos juntos, si de ese activo queda algo te lo dejo, y te pido que cuando decidas que me aleje definitivamente me prestes lo que correponde a un pasaje urbano, esto es entre 70 cvos y 80 cvos, con eso me alejaré lo suficiente como para no recordarte con mi presencia que estaba lejos de mi intención parecerme a un magnate ruso de lo que me arrepiento por lo menos en lo que se refiere a la disponibilidad exagerada de dinero....
...y no te ilusiones mi amor, yo seguiré siendo el mismo boludo y en mi corezón vos seguirás siendo mi primera dama....
Saturday, March 17, 2007
cronopio que sigue jugando y no de joda....
...fuiste bella
cuando yo lo era....
...fuiste buena
cuando yo lo era,
no será que en realidad
ninguno de los dos lo fuimos
ni buenos
ni bellos??????????
cuando yo lo era....
...fuiste buena
cuando yo lo era,
no será que en realidad
ninguno de los dos lo fuimos
ni buenos
ni bellos??????????
Friday, March 16, 2007
jugando...
...si corres cuando corren y yo corro
no es gracia ni gracioso ni agraciado....
la posta lo piola la apostada
sería correr cuando no corran y me corras....
no es gracia ni gracioso ni agraciado....
la posta lo piola la apostada
sería correr cuando no corran y me corras....
cuento corto de cronopio vegetariano a la fuerza
...hay muchas cosas que no recuerdo de mi niñéz, no sé si eso es normal o es anormal porque en realidad he encontrado a lo largo de mi vida psicólogos que han abonado alternativamente alguna de las hipótesis,
no te acordás de nada de tu pasado es normal, dicen los a
te acordás de tu pasado al detalle es anormal, dicen los b
te acordás de tu pasado al detalle es anormal, dicen los abc
no te acordás de tu pasado es normal, dicen los deyf....
pero si hay algo de lo que tengo nítidos recuerdos es de mi tío nene le decián cuando tenía el hermoso nombre de franklin, un grandote bonachón que a mí y a toda la camada de nuevos en la familia nos daba una bola bárbara, bárbara en el sentido que por lo general nos daba con los pocos grandes gustos que entonces teníamos.....
bueno mi tío franklin tenía una casa más parecida a una finca justo a mitad de camino entre santiago y la banda, pasando ese famoso puente de cuento de zambas y chacareras que sirve para cruzar el río dulce en el que debe haber "naufragado" más de un curda alegre y divertido,
bueno mi tío en esa su casa tenía criadero de varios animales que eran nuestra debilidad cuando lo visitábamos,
desesperados íbamos a ver conejos, las gallinas, el par de palomas, las cabras y todo los animales que entre él y su señora llevaban....
pero entre todos esos animales, recuerdo el año en que fui de visita más de tres veces, había un lindo gordo y rosado cerdo que nos miraba y hacía algunas gracias cando nos acercábamos,
pero como era muy grande o nosotros muy chicos, el tío franklin nos sacaba de su lado, y como confirmando lo que tal vez alguno de los mayores que andaban cerca querían escuchar empezaba con una cantinela de disco rayado, de cassette destrozado o de CD también rayado, diciendo
para navidad lo veremos
para navidad lo veremos....
yo no entendía por entonces el sentido de sus palabras,
hasta que un día de diciembre llamaron a la mesa que presidía el tío nene con todos nosotros como visitas distinguidas,
y ahí estaba el chancho desplegado sobre una fuente,
yo le había agarrado tanto cariño de las visitas que hiciéramos que no comí, pero desde esa vez no me olvidé de cuándo se festeja la navidad por lo menos de cuándo la festejamos nosotros, comiendo y tomando como desaforados...
no te acordás de nada de tu pasado es normal, dicen los a
te acordás de tu pasado al detalle es anormal, dicen los b
te acordás de tu pasado al detalle es anormal, dicen los abc
no te acordás de tu pasado es normal, dicen los deyf....
pero si hay algo de lo que tengo nítidos recuerdos es de mi tío nene le decián cuando tenía el hermoso nombre de franklin, un grandote bonachón que a mí y a toda la camada de nuevos en la familia nos daba una bola bárbara, bárbara en el sentido que por lo general nos daba con los pocos grandes gustos que entonces teníamos.....
bueno mi tío franklin tenía una casa más parecida a una finca justo a mitad de camino entre santiago y la banda, pasando ese famoso puente de cuento de zambas y chacareras que sirve para cruzar el río dulce en el que debe haber "naufragado" más de un curda alegre y divertido,
bueno mi tío en esa su casa tenía criadero de varios animales que eran nuestra debilidad cuando lo visitábamos,
desesperados íbamos a ver conejos, las gallinas, el par de palomas, las cabras y todo los animales que entre él y su señora llevaban....
pero entre todos esos animales, recuerdo el año en que fui de visita más de tres veces, había un lindo gordo y rosado cerdo que nos miraba y hacía algunas gracias cando nos acercábamos,
pero como era muy grande o nosotros muy chicos, el tío franklin nos sacaba de su lado, y como confirmando lo que tal vez alguno de los mayores que andaban cerca querían escuchar empezaba con una cantinela de disco rayado, de cassette destrozado o de CD también rayado, diciendo
para navidad lo veremos
para navidad lo veremos....
yo no entendía por entonces el sentido de sus palabras,
hasta que un día de diciembre llamaron a la mesa que presidía el tío nene con todos nosotros como visitas distinguidas,
y ahí estaba el chancho desplegado sobre una fuente,
yo le había agarrado tanto cariño de las visitas que hiciéramos que no comí, pero desde esa vez no me olvidé de cuándo se festeja la navidad por lo menos de cuándo la festejamos nosotros, comiendo y tomando como desaforados...
Thursday, March 15, 2007
cronopio jugando y no tanto
....con caras de galanes y bacanes
vuelven y aparecen ahora con el alba
después de la toruosa noche militar de puta madre
durante la cual ellos y aquellos nos hartaron con apagones....
luna nueva
farolas apagadas
lucha de minorías
indiferencia y clamor de mayorías...
vuelven y aparecen ahora con el alba
después de la toruosa noche militar de puta madre
durante la cual ellos y aquellos nos hartaron con apagones....
luna nueva
farolas apagadas
lucha de minorías
indiferencia y clamor de mayorías...
jugando...
si juegas como juegan y yo no juego...
te pasarán como pasan y yo no paso
y perderás como pierden y yo no pierdo....
en tu juego que ellos juegan y yo no juego...
te pasarán como pasan y yo no paso
y perderás como pierden y yo no pierdo....
en tu juego que ellos juegan y yo no juego...
Wednesday, March 14, 2007
jugando...
...si me dices que te dicen que yo digo
que me miras como miran y no miro
te diré que aunque digan lo que dices
seguiré sin mirar lo que miran y tú miras....
.....porque quiero que no quieran lo que quieres
porque pienso que no piensan lo que piensas
pero hablas como hablan y no hablo
y me quieres como quieren y no quiero....
que me miras como miran y no miro
te diré que aunque digan lo que dices
seguiré sin mirar lo que miran y tú miras....
.....porque quiero que no quieran lo que quieres
porque pienso que no piensan lo que piensas
pero hablas como hablan y no hablo
y me quieres como quieren y no quiero....
pensando....
....la vida es en cierta forma una sucesión de cuestiones no finalizadas, irresueltas, por eso una buena idea para una vida bastante aceptable es terminar lo que se empieza......
Tuesday, March 13, 2007
el año en que fuí felipe azul de metileno y no el inca paz...
por el primero preguntenle a dalmiro saenz que bien lo conoce, por el año a mí que fue el últimos productivo ya que esta novela fue distinguida en segundo lugar en el concurso provincial de novela salta 2001, las pruebas no están al canto, están en la secretaría de cultura de la provincia, acta????...
La perinola
felipe azul de metileno
Todosponen.
Que revoltijo este velorio hermano, que río revuelto sin ganancias de pescadores. Que trastorno para todos, que desorden que despiole que desconche para los que vinieron, andan como desorientados, desbordados en los cálculos que hacían y opiniones que daban cuando te comenzaron a llamar el delirante y algunos el iluminado el enfermo y algunos el sano de los que opinan que la vida es un calvario mientras no se ponga en riesgo la suya, hermano y loco de mierda, porque desde que ocurrió lo único que me pregunto es porqué lo tuviste que hacer con los otros, porque vos ya estabas jugado con las opinión de cualquiera y con los diagnósticos de esos médicos franeleros que tanto te gustaba consultar.
Sabiendo, desgraciado díscolo traicionero, como lo dijiste varias veces en las picadas de fútbol que compartimos, que jugar es lograr un tanto a menos como el tuyo ahora.
O un tanto a más como el que logró tu tío José Cabrera con la decisión interpuesta impuesta y absurda de juntar los féretros en el salón del club recreativo, a pocas horas del final de tu determinación, cuando la sangre de todos estaba todavía caliente la de los muertos y la de los vivos.
Me pregunto todavía qué se le habrá dado para insistir tanto terciando en las opiniones y resoluciones familiares, y me digo tal vez alguna remembranza atada al episodio con poca mucha o ninguna explicación para los demás, repaso de sus años de niño de púber de joven cargoso, cuando en el patio cubierto de ese club él y sus amigos se divertían con el pasodoble que bailaban los Lobo al ritmo de la música contagiosa que tocaban Jorge Ardú y su orquesta, fichas importantes por entonces en el tablero del juego que también disfrutábamos vos y yo en cada octubre. Inventando travesuras a granel mientras los mayores se entretenían con sus puteríos cuentos cantos y bailes. Es de pensar que especuló, como si esta oportunidad sirviera a otra de sus tunantadas, esas que hacía con sus amigos locuras de mocosos impertinentes, como si a su juicio y a su cargo ya con tu ausencia intentara disimular tu imprudencia o la de él de todas las que tuvo quien puede saberlo.
Aunque al parecer de las matronas que concurrieron, ya comenzó a correr la historia confirmando que fue de la familia propia el que más te defendió, y que por algo es, el que opuso la mayor cantidad de argumentos a los primeros ataques que te hicieron ya de muerto el que facilitó las razones irracionales de los razonables, y que por algo debe ser algo habrá y que por algo será.
Se supo que comenzó a gritarle a los otros, ahora la adversidad, que en definitiva se trataba de tu posesión terrenal y que, de acuerdo a lo que dicen los testigos de Jehová, tenías por ello todas las potestades, las obligaciones, pero también los derechos para dirimir sobre los sufrimientos y las alegrías de los tuyos, de los que acercaste por propia voluntad, de los que gracias a vos existieron. Ante la profusión de verborragia, y la bronca de la contra y la defensa absurda y descarnada de los propios, las madrazas callan, pero alguna refunfuña a su manera y entre dientes, que si bien un juego es destruir el solaz del adversario, no se debe hacer lo mismo con los del propio equipo, facturando hermano, siempre facturando.
Otras mujeres, las más serpientes y melindres, y ya no tan de la familia, andan tejiendo por ahí alguna gesta de tu infancia, combinando el comentario con los rezos, las oraciones lamentos y lloriqueos el color negro y el recato que son propios de ocasiones como ésta. Hablan en voz baja murmuran de tus primeros años de restricciones y hacinamiento, especialmente de esto último, que aprovechó José para no sé qué manoseos degenerados que te marcaron para siempre las escuché decir, no solamente a vos, sino también a tu tío y a tu madre que descubriéndolo lo corrió definitivamente de su casa con todo el dolor de hermana.
Alegan las exageradas, hacen sus apuestas, siempre con apuestas, mascullando, que el tío debe andar detrás de alguna purga de reconsideración divina para sus culpas de juventud, y que en consecuencia defendió demasiado su postura, la que hubiera sido la tuya, de velar a todos juntos.
Lo que se presta para decir sí o no o para decir creo en las razones, pero parece que no para aguantar que la prepotencia del otro de los otros con una treinta y ocho en la mano, la soberbia de uno de los hermanos de ella porque se puso bravucón y pendenciero por la actitud de ellos de todos, de esos bolivianos medio chiflados, indecisos, que ni entendieron ni entenderán tu decisión de hace unas horas.
A propósito, de todos los que estuvieron dando vueltas la que parecía un huracán y se sintió peor fue la Nicéfora, que fogoneada por sus hijas mayores que le calentaban la oreja intentó dos veces rociarte con lejía y luego con ácido sulfúrico, de acuerdo a lo que pudieron extrañarse y decir después del asombro los que la sujetaron.
Quiso hacer con tu cuerpo primero una suerte de momificación que tu cuerpo se arrugara y te comprimieras todo lo posible, quizás almidonarte, para después incinerarte desde adentro tanto y tanto de forma que no quedara ni una huella de tus despojos. Entrada la madrugada alguien dijo también, que no sabían lo que le había pasado, y que su reacción podía ser parte de algún rito de los que andaba aprendiendo últimamente, o de la demencia que podía esperarse de una mujer que perdió de golpe una sobrina y a su mejor amiga y a su proyecto de amante como si con lo demás no bastara, porque al ser con la otra la que ya sabes de la misma edad eran compinches en muchas de las situaciones que pasaban juntas, contándose cosas de sus vidas, consintiéndose mutuamente guardando los secretos siendo cómplices.
Las dos veces que lo intentó, Nicéfora burló la barrera familiar de protección que se dispuso alrededor del cajón en que te pusieron, y en coincidencia con las primeras escaramuzas que se fueron dando. En ambas oportunidades la detuvieron cuando había logrado a fuerza de tirones, sacar la mitad de tu cuerpo de la naveta de madera oscura, aprestándose a cumplir con sus instintos, a subsanar sus emociones desgarradas sus sentimientos suspendidos.
Más tarde, alguien por defenderla tiró la versión, aceptable, que lo único que quería la mujer, era dejar constancia de su intención de denigrarte en tu tiempo ulterior, que ella era en realidad una mujer tranquila, fuera de quicio por tus decisiones de las últimas horas de los últimos días de los últimos meses de los últimos años, y que llegó al punto máximo de su irritación cuando en el hospital un médico dijo que al Pichi lo podían sacar con una transfusión, y algunos de los tuyos se negaron recordándote recordando tus problemas tu poco tino para enfrentarlos, insistiendo con lo de la iglesia del séptimo día o mambo parecido, y lo dejaron al pendejo irse en sangre y en su vida más tierna.
La verdad que tanto el temblor, como la impotencia que ella evidenciaba eran enternecedores, y si fueras de cuerpo presente y estarías vivito y coleando como dicen, te hubieran tocado sentimientos esos que a veces te salían sin que nadie te lo pidiera, a pesar de la escasa simpatía que comenzaste a tenerle a ella lo decías, y la distancia que guardabas en consecuencia, desde su intervención en el lío que nos tuvo de protagonistas a vos, a mí y a la Susana. Nunca la comprendiste y no le perdonaste que se metiera para convencerte de algo que a esa altura era irreversible. Sinceramente, creo que lo deberías haber advertido, porque estoy convencido que eso hubiera cambiado algunos de los acontecimientos menos deseables de esta historia.
Ella tenía alguna especie de enamoramiento con vos ni se ocupaba de negarlo cuando se lo insinuaban, conociendo los accidentes de tu momento los terremotos los ciclones y las tormentas que aparecían en tu horizonte, y en medio de las confusiones de entonces que todos abonábamos casi sin hablarnos, un avance en la relación de pareja un blanqueo de tu parte podría haber sido tomado como legítimo primero por ella misma y después en el entorno familiar.
Por entonces, con Susana ya habíamos descubierto armado y desarmado mil veces lo nuestro, estábamos en camino de la llegada del primer hijo, y habíamos decidido pelear por un segundo. Esto nunca lo aceptaste hermano, loco hijo de mil putas.
Que desbarranco que barco a la deriva, que circo montado inútilmente, como a las cuatro de la mañana llegó el intendente rodeado de chupa medias y burócratas, y con ellos se generaron nuevas escaramuzas, afectos encontrados, emociones diferentes. Una de Capuletos y Montescos a cada rato con la corte y la cohorte de testigo y participando.
El curador, un gallego radical hinchado y colorado encaró derecho para la zona donde se encontraban tus parientes políticos, creído engreído y ufano como andaba desde que logró la máxima aspiración de su carrera conquistar a la joven que le oficiaba de secretaria, para engancharla y casarse y que esto le permitiera zafar definitivamente de su primera mujer, una bruja de esas decía él mismo una loca con síntomas parecidos a los que vos tuviste en los últimos tiempos pero de buena cuna y educación impecable, dos perlas que nunca tuviste, encaró como haciendo campaña compungido de algo que ni lo tocaba prometiendo.
Al episodio de la entrada lo rescataron lo hicieron suyo inmediatamente los furibundos que estaban de chismes, y que no perdieron ni un instante para regar todo lo que pudieron que la minita en realidad era una prima segunda de la víctima adulta, mujer enjuta, caucásica en la crónica de la justicia la de los expedientes, todo en forma simultánea mientras mangueaban el café que se tomaban y los caramelos que masticaban y las porciones de bizcochuelo y los alfajores que los comedidos hacían circular en bandejas improvisadas gracias justamente, a una donación de la comuna.
Impostaciones de ordinarios, y de llenos, porque después de todo el hombre, apenas enterado de la noticia del acontecimiento que dividió al pueblo por un tiempo, se tomó unas horas para hablar con el presidente del Honorable Concejo Deliberante, un peruca recalcitrante con el que por única vez se pusieron de acuerdo en algo, y juntos decretaron por ordenanza aprobada por todos los bloques el duelo ciudadano de alcance general para el día siguiente.
Cuánto lo habrá impresionado lo que pasó, que el flemático administrador se animó por cuenta propia, a tomar otras decisiones de importancia y que también afectaban directamente al erario municipal, como la donación de los siete cajones, los gastos del sepelio con flores capillas ardientes y tarjetas de salutaciones, y la agilización de los trámites correspondientes con el juez de paz que para actuar de oficio siempre pedía extras y asistencia de la policía.
Que también tuvo una participación cargada de nervios y sobresaltos durante la noche en vela, porque cada vez que incursionaba por algún motivo, le pasó también al médico forense, varios puteaban a viva voz, de ambos lados los de la gran familia ahora desunida. Una de las entradas de los canas, una vez más de cada una de las que hicieron con el motivo de colaborar al mantenimiento de la compostura y la calma, coincidió con la permanencia del intendente en el club.
Cuando se la vieron fiera con el acoso desordenado de algunos de los afectados, desesperados por restablecer el orden por establecer lo más pronto posible límites a los desbordes de actitudes y responsabilidades, mandaron de frente al jefe de la municipalidad, que no supo defenderse muy bien y terminó como eje de los insultos e imprecaciones que hasta ese momento se dirigían a los uniformados, que insistieron confirmando que la exageración para disponer guardia permanente y rotativa era culpa del capo del pueblo.
A mitad del velatorio nada era fácil de resolver ningún inconveniente ningún imprevisto con lo tuyo estaba todo desbordado, nada era solución a nada ni para el intendente, ni para la policía, ni para el médico, ni para el veterano juez que por lo que dicen ya piensa en retirarse y darle paso a los abogaduchos nativos del pueblo que andan recién estrenados más ocupados en entrenarse y en frivolidades que en cuestiones de derecho. La presunta familia agraviada, hasta donde pude saber por lo acontecido sucedido aborrecido, por supuesto pidió certificados del homicidio en masa para hacerle despelote a los otros, quienes en principio en boca del leguleyo que nunca falta advirtieron que el argumento no es válido porque el supuesto homicida está muerto.
Y que, además, para qué quieren iniciar proceso judicial alguno, si los que podían ser beneficiados directos de algún dictamen indemnizatorio, también están muertos, así que es muy inútil que los que se quejan terminen alimentando mezquindades orientadas a la guita, olvidándose lo penoso que es velar a alguien en circunstancias como esta.
Si no fue posible por lo que veo ponerle por ahora una carátula jurídica a lo que desencadenaste, menos se puede pretender amortiguar las pasiones, los ímpetus, los ardores, los paroxismos sin control alguno, que encima están potenciados por la cantidad de gente y las relaciones que tuvo este hormiguero y hervidero con ustedes.
En el afán de dar una idea de aproximar la cronología, las autoridades comunales y de la ley establecieron que lo sucedido coincidió con la primera luz de la mañana, según testimonio directo y simple que provino de uno de los vecinos, que aseguró haber escuchado a la madrugada ruidos raros, intensos y persistentes durante casi una hora, que luego contrastaron con un silencio turbador en la casa y su alrededor inmediato dice como si estuviera dictando una cátedra. Un silencio una reserva sólo invalidada por los débiles aullidos de llanto del Corcho, el tuso chiquito que peregrinaba por toda la cuadra durante el día y con resultados diferentes en busca de su comida, que era de todos y era de nadie pero que la pasaba más con ustedes que con cualquiera.
En algún cuaderno debe haber quedado registrado ese detalle de hechos de la crónica espaciada y con errores de ortografía, como también que la cana llegó cerca del mediodía, y los análisis médicos y forenses se extendieron como hasta las seis de la tarde, hora en que comenzaron los primeros cruces de opiniones y criterios entre familiares, amigos y conocidos, curiosos, que empezaron con sus pareceres sobre el acontecimiento y el velatorio.
En un cuaderno, en una hoja de parte diario gastada de anotaciones y enmiendas, también debe haber quedado registrado ese tris en que abrieron la casa y permitieron que entraran los familiares más cercanos, con las recomendaciones al vicio de no tocar, de no modificar el escenario de los crímenes.
Ese soplo, tiempo y punto en el espacio, en que se produjo el primer encontronazo entre tu mamá y la otra, cuyos alaridos iniciales retumbaron en cada una de las diez casas cercanas. Estertores de congoja, desesperación y un darse cuenta tarde de no haber vencido una impotencia que cuando todo comenzó resistió con uñas y dientes. Haber insistido, si al final se trataba de una hija obediente, que casi siempre aceptaba los consejos que le arrimaban sus amigos allegados comedidos peregrinos y ella misma, menos cuando vos apareciste, cuando se le trastocó la rutina y lo extraordinario de la vida. Niña bonita, cosita, hijita del alma, andando por el mundo, y en suspenso ahora para entrar al reino del Señor, sin haber entendido la seña la contraseña que uno será pobre pero por suerte tiene hábitos de gente bien, costumbres de clase media que se aprendieron por ahí con los oficios de cocinera y mucama, y que jamás se abandonarán, y que jamás se deben mezclar con las conductas, las mañas y sañas de la chusma.
De una turba que hay que ver lo que dejó como resultado de las privaciones y los resentimientos, un manojo de anónimos ahora salpicado de sangre hasta el último retoño. Niña bonita, hijita de mamá, mamá del alma que se murió aferrada, abrazada como estaba a su último bebé, bebote con restos de cotillón en sus manitas grasosas y lentejuelas pequeñitas, concentrada seguro en arrumacos que seguro sirvieron para el último arrorró, para mitigar la congestión de ese resfrío que trae tanta congestión y tanto moco.
Llorar, y gritar por despecho por impotencia por esa sensación de andar todo el tiempo a destiempo, sollozar por su cuenta y sola ahogada en el mar de confirmaciones cachetadas de la vida de que a veces los padres no se equivocan por mucho que rezonguen, que pueden arrimar un consejo sano por antipático que parezca o mal que se diga, una opinión que cuestione tanto la calentura devenida y contenida de los veinte, revolcándose ahora y por culpa de en la sangre mezclada, esparcida como pegamento por toda la cama todavía tibia de la niña, mujer, hijita, madre, y del bebé que seguro no se dio ni cuenta durmiendo en el remanso tibio de una teta.
Gritando que lo parió, para no decir otra cosa de esos negros agrandados que arruinaron la vida de la niña, y encima se la interrumpieron, un ordinarios y un mersas gritado a la otra madre que se abraza a otro cuerpo, en otro espacio de la casa, a otros sueños, a otras ilusiones truncas, dijeron los primeros y pocos milicos que lo vieron.
Final de un camino de sangre y mugre para todos, se piensa, se gimotea, se suspira, agradeciendo a Dios por haber dispuesto el descanso eterno del Ariel, que luchó contra adversidades que no son deseables para nadie, las limitaciones económicas, los desbarajustes de la salud causados por tantos imponderables, preguntándole a Jesús y a la Inmaculada, porqué, porqué y porqué lo pusieron en una instancia tan embromada tan difícil tan indeseable, de sacrificar a los otros, si con él era suficiente, o en último caso con la vida de esa mina que últimamente lo guampeaba seguido, esa que los atendía poco a él y a los niños, y le faltaba el respeto en cuanta oportunidad se le presentaba.
Pero los niños, los retoños porqué, si él sabía perfectamente que para ellos eran nietos de lujo, y por lo que se podía se les compraba de todo y se les daba con todos los gustos, sin diferencias para ninguno, no como hacen los de la familia de ella que miman a los más pequeños solamente. No en la intensidad o en el nivel de la contra, piensa, se acongoja, se le escapan un jadeo y unas lágrimas pensando en ese amor que los movía y llevaba a los de la casa, a ella misma aquello que la hacía recortar con entusiasmo la cartulina, el papel crepé o el corrugado que centavo a centavo se compraba en cada cumpleaños, para los días del niño, las fiestas de los jardines de infantes y cuántos otros eventos que inventaban comerciantes y maestros.
El mismo arrebato pero de buena onda que se tenía para cocinar el mismo postre la misma tortilla todo el tiempo, y las empanadas para los grandes que acompañaban impertérritos a los chicos en cada uno de los acontecimientos domésticos o no domésticos cuando se empilchaban para darle sin parar al festejo. Porqué Dios, porqué flaco, o porqué Inmaculada, querida Madre, porqué tuvo que llevarse con él a los chicos, angelitos inocentes que sabía muy bien quedaban al cuidado de una familia pobre pero digna, al resguardo de una prole que siempre la tuvo clara que donde comen dos comen tres, aunque en este caso fueran cinco el viejo renegón e inaguantable no hubiera dicho nada, a su modo los quería y soñaba con un futuro diferente para ellos así todos debieran ajustarse y sacrificarse para ello. Porqué hijo, se queja más fuerte con voz entrecortada, que cruz para los muertos, que lábaro que queda para los vivos, cuáles habrán sido los móviles de una resolución tan terminante, de un apocalipsis que definió una entrada tan fácil al infierno, un infierno que de eso sí se está segura se llevará mejor de muerto que en vida.
Qué faltó en medio de las inclemencias que tuvo que afrontar con la savia primera y última de la inocencia y la tranquilidad perdidas antes mucho entes de hacer el quinto grado, qué señal se habrá dado por el analfabetismo que se tiene, según retaba el cura párroco a su grey en la misa del último domingo, la ignorancia que conduce a que se tengan muchos hijos cuando no hay plata para darles de comer o criarlos como Dios manda, con la misma incoherencia y tosquedad que plasmó tu pensamiento en el momento, casi seguro, de que si no partían todos juntos quién iba a ocuparse de los que quedaban. Que exceso de responsabilidad, si así sucedió, de todos modos mal interpretada, porque los niños no tienen la culpa de las porquerías de los grandes, en ninguna circunstancia, angelitos, niños bonitos, desparramados por la casa como pétalos de flor, ensangrentados, pasados a la historia sin ninguna resistencia.
Comentarios que plasmaron los vecinos obsesivos obscenos, una epopeya de cuaderno de la cana que termina en un armario amontonado con otros o en cajas, y de parte diario encuadernado en una carpeta amorfa que se pone a disposición de ratas y roedores de todos los tamaños.
Manuscritos simples o escritos con una Rémington descuajeringada, mal redactados, con saltos de teclas que perforan las hojas modifican y distorsionan lo sucedido. Esto sugería tu suegro, ahogado, profiriendo a cada rato frases sin sentido, en la puerta y a unos curiosos que se arrimaron, dice el gentío, escandalizados por los gritos, y alertas a que aparecieran unas lágrimas contenidas que se notaba, el veterano se esforzaba en que no se le escaparan, prisionero en su propia encrucijada, la del llanto, la de la inmovilidad de minutos antes cuando optó por no entrar, cobarde, y también por no moverse de la vereda cercana, valiente.
Típico de su personalidad, con la que nos rozó a vos y a mí en otros años, de no enfrentar lo irremediable, o de arrostrarlo tibiamente sin firmeza, de no tomar las medidas del caso, de tomarlas a medias, de pensar y decirlo de no seguir con la reguera de muertes y resentimientos continuarlas con estos que no se merecen otra cosa, con temor, por si fuera. De no cambiar el perfil de empleado administrativo forjado con el tiempo, que trae muchos sinsabores, pero también acontecimientos inolvidables, el viejo casi ablanda, como con el cumpleaños de quince de esa niña que no se quiere ver ahora, de esa jovencita que soñó un año entero con el vestido los zapatos y la fiesta, haberle dado bola entonces, el provecto ablandando.
A todo vapor y como no mitiga el otro, chusmearon, que debe andar trenzado con su vino del mediodía repudiando a los que le interrumpieron su rutina eterna, guardada resguardada y repetida, ajena al rodar del mundo y a los cambios de la moda en todo, abjurando contra vos por el escándalo, contra tu madre, estúpida y sola como siempre, culpando a todos de todo, abstraído de dramas y alegrías por si fuera poco. Qué se va a relajar, si debe estar concentrado en el próximo toque de sirena que define otras ocho horas de esclavitud y subordinación a los patrones dueños de la única fábrica de importancia que hay en el pueblo. Enajenado en el control ese control a la mujer sin más preguntas que debe saber si tiene la ropa de trabajo limpia, las alpargatas en condiciones, si la vianda se preparará de acuerdo a sus indicaciones, y si todo continúa según él lo dispone. Protestando por lo bajo, de la obligación en que lo ponen de joder una vez más con un presentismo que se paga bien, y por los lances en los que no se tuvo nada que ver porque si por él hubiera sido esto no hubiera pasado y no estaría pidiendo un permiso, antes trabajar enfermo o en pedo.
Cosas de viejo renegón, inaguantable esclavo, elucidaron algunos. Los mismos que dijeron que el padre de la niña se contuvo, estoico, en la llegada y la partida de las dos ambulancias destartaladas que trasladaron los cuerpos hasta la morgue, difusa denominación dada al rincón de un cuarto oscuro y poco aséptico del hospital del ingenio. Aferrado a un poste de luz, contra el que de a ratos golpeaba su cabeza, en un llanto reducido, medido maldiciendo la mediocridad, la suya, la de los suyos, por el esmero desaprovechado de todos por todos cuando se entregó la niña al negro y por lo tanto a su grupo de inadaptados.
Matones, varones y mujeres, que con indemnidad casi nada de idoneidad y mucha vanidad en número de tres se apostaron en la casa según informe policial, cuidando de evitar las posibles represalias inmediatas, de qué, de quién, si en el grupo no hay quien las tome y encima los pocos hombres de la familia son inseguros y prudentes. Desfalleciendo y descomponiéndose, como no lo hace el otro, que conociendo el paño, debe estar en estos momentos en la portería de la fábrica dando explicaciones que avergüenzan, en la oficina de seguridad e higiene, exponiendo ante tipos que son desde bomberos a soplones, trazos de sucesos que se conocen de boca a boca, por goteo, nunca por tracción personal, desde la indiferencia para reconocerlos como propios, desde la pavura que se tuvo de por vida para soportar los sufrimientos que significan la pobreza y el horizonte personal con fronteras fijas.
En los confines de la latitud y longitud del vino ordinario que se toma desde siempre, de la coca para después de la comida o mientras se trabaja, de los partidos del fútbol nacional seguidos gracias a la radio, o de aquellos en los que el gol se grita al tiempo de estar preocupado por no pisar la bosta de los caballos que se comen todo lo que encuentran en el potrero que además es la cancha del caserío y lugar de reunión de la junta vecinal que le da dolores de cabeza al intendente. Contornos del paso por el mundo que se aceptan espontáneamente, sin vueltas ni cuestionamientos, que hasta dan seguridad porque están generalmente aceptados como atributos de un machismo necesario para supervivir tanto en la calle como en el trabajo. Circunstancias especiales como la que se pasa, seguro de que las reacciones de los demás no serán más que los insultos, las maldiciones, los maleficios, los embrujos, los ensalmos, porque en la contra son de practicarlos, y los pocos hombres que hay son todos inciertos y cagones.
Cálculo deficitario habrá dicho, comentan, esa tía que estando fuera del escenario de los hechos como él, armó un escándalo, bajándole de un tirón la mitad de la camisa, pidiendo a los gritos a los ocasionales componedores que le realizaran dosaje de sangre como si eso tuviera algo que ver con los hechos, o con los chivatos entrometidos que en vez de andar metiéndose con la gente, deberían cuidar más el patrimonio de los patrones que anda choreando y garroneando medio mundo. Un embrollo complementario, y también ligado gratuitamente, comprometedor de una labor ofrendada por años enteros para terminar como ayudante de maestro azucarero, tanto cuidado cuanta meticulosidad desplegada en el tiempo en cada circunstancia en cada acontecimiento, para soportar sin chistar a los demás que confunden la soberbia, caparazón conseguido para evitar intromisiones, con la falta de afectos, con el arrepentimiento tardío de no haber besado o acariciado a ninguno de los hijos, lo que le tocó también a él al negro que fue bueno indulgente y diligente, el que ahora no está.
Que tuvo un accidente, eso sí, en el que por propia decisión involucró a la mujer y a los hijos, determinación de adulto que se puede cuestionar pero no condenar, mucho menos esos bolivianos maricones de porquería que amenazan y amenazan al vicio, prepotencias insurgencias indulgencias que siempre terminan en forma diferente a la que ellos esperan. Pobre diablo, pobre nena de papá, pobres niños, cuesta creer y convencerse, y es asunto hasta para quejarse con Jesús, Buda o Alá, que no importa mucho quienes fueron y quienes son, pero que permitieron este carnaval de desborde y de sangre, que se llevaron personas y acontecimientos que llenaban la vida, una vida de perros signada por la imposibilidad de pasar alguna vez, a una situación económica más holgada esa que nunca llega ni con la quiniela la timba ni con nada. Decisiones acciones que en algunos casos por propia disposición se toman, boludo el hijo, boludo el padre. El hijo porque por primera y única vez en tantos años zanjó sus emociones sin preguntarle a nadie sin pedir permiso a nadie, sin que influyera sobre él un juicio ajeno, al revés de cuando fue el momento y no pudo cosechar los beneficios de la independencia de intereses, cuando se le disipó toda posibilidad de disfrutar la autonomía de pensamientos y de hacer lo que le diera las ganas. El padre porque insiste en el reclamo virtual, infantil inútil y póstumo, de que los hechos consumados por el hijo le embromaron el trabajo desviando la vista de lo que importa, postergando una vez más las muestras del afecto tácito ahora más que nunca que es la última vez que se lo tiene a mano, el que nunca dio y jamás recibió por haberlo resistido hasta el cansancio, con todos los argumentos que sus cercanos repetían entre dientes cada vez que empezaba conque el trabajo es lo primero, y que si no es la faena la segunda prioridad la constituyen las excursiones de pesca con el grupo de amigotes que duran varios días y de las que vuelven también en conjunto y en pedo. Y continuaba con el listado de prioridades de obligaciones y distensiones y diversiones con motivo de las primeras, en el que nunca figuraba un momento para su familia, para los hijos ni hablar.
Boludo el otro hijo, el mayor, que en vez de protegerlo salvaguardarlo hubiera dicho el inteligente de la familia, en su ocupación de justificar la ausencia de un par de días, velar por la seguridad de la mujer que llora con el hijo en brazos y además tramita el sepelio y las despedidas, o por la de sus hermanas que valerosas y por cuenta propia tomaron la determinación de montar la guardia respectiva, se pasó recorriendo la casa preguntando y conversando con algunos de los que andaban de sus ocasionales ocupantes, preguntando por ahí y a ellos si se encontró dinero escondido en alguna parte, si se descubrieron objetos de valor ocultos en cajas de zapatos o bolsillos, aclarando alelado que no lo hace de malo ni molesto, sino porque su hermano tenía deudas pendientes con él que estaba a punto de saldar.
Temblando como hoja con la brisa, buscando la forma de disimular su descaro y antes, mucho antes, de escuchar las opiniones directas de mamá, que no la toquen a la vieja. Porque se sabe cómo ella lo resuelve todo en cada ocasión que se presenta, cuando hay que preservar la estructura de la casa, cuando para eso no alcanzan la altanería, la altivez, el engreimiento viejo y sí los golpes y las puteadas.
Cuando así, con todo el drama que se lleva puesto de mamá de la mujer, niña bonita, tesoro, encima se puede adelantar la descripción del itinerario, la travesía repetida en situaciones incluso menos angustiantes del papá que debe estar por ahí solo y golpeándose la cabeza contra algo. Desde el lugar en la vereda adonde estuvo a la puerta de la morgue, desde el hospital, a la vereda de la oficina del encargado de la empresa fúnebre que como si fuera un chiste se apellidaba alegre, escuchando las explicaciones, los discursos, las discusiones todo el tiempo, desde afuera, fumando un cigarrillo, sufriendo, haciendo comentarios que nada que ver mientras la procesión va por dentro, pobre hombre, cobarde y valiente.
Como soberbio y zonzo el otro, que tragándose el garrón por el que pasa le pidió a un conocido que avisara a sus hijas presentes en el lugar de los hechos, que recibieron el mensaje sin inmutarse, sin alterar la misión de guardias de nada, de nadie, porque hasta que la policía levantó los cuerpos, lo único que prevalecía en los alrededores eran los gritos y suspiros de dolor y de desgarro afectivo, cruces de palabras articuladas con vehemencia sobre las ideas y el sentir que se tomaban progresivamente, con el correr despacio de las horas. Nada más, sin embargo las hermanas permanecieron como defensoras interesadas en algo, la búsqueda del hermano, como cuidadoras desinteresadas que se cocinan por dentro en una histeria que no se evidencia pero que en cualquier momento se desborda y se manifiesta en una piña a alguien, en el arrojo de lavar los trapitos que se conocen en público, en un sentir lo mismo, si al final ellas fueron las elegidas al momento de dirimir las primeras madrinas de los niños.
Y en una ocasión como esta no valdrán los asentimientos ni las autorizaciones, porque hay preocupación para que todo este drama no se transforme en un estigma familiar que se repita, padre. Viejo borrachín y renegón inaguantable. Confirmaron los vecinos urdiendo con esmero sus anatemas, excusas, testimonios, subterfugios y blasfemias, en amparo de unos, en oposición a los otros, a favor de los unos en contra de los otros, guardando para sí y en un rinconcito el mínimo de inmunidad para no pasar de chismoso a ser parte activa de una crónica policial cierta.
En un cuaderno, en una hoja recuperada al dorso y amarilla utilizada como parte diario, debe haber quedado plasmada la contabilidad sorprendente de la cana, la suma de partidas dobles que se abrieron se cerraron se saldaron y se dictaron durante el procedimiento de concluir con una de las tareas menos deseadas esas que hacen querer que a uno la tierra se lo trague. Los vecinos insisten en manifestarlo en cada segundo, en cada minuto, en cada hora de esta noche larga hermano, hijo de recontramilputas.
Número uno, etiqueta percudida sujeta a la muñeca con hilo de cáñamo grueso y trenzado, cuerpo de mujer enteca con camisón blanco y sin prendas íntimas, herida de arma de fuego con orificio de entrada a la altura izquierda del abdomen y orificio de salida a la proceridad de los pulmones, edad aproximada treinta años, no presenta signos de violencia ni golpes visibles, se deriva envuelto en una cubrecama de fantasía amarilla con pintas de color negro, único elemento rescatado una pulsera labrada en cuero, alambre y ónice, con una aplicación pequeña en la que se distingue un corazón y las palabras i love además de una simulación de firma que dice yo.
Número dos y el mismo protocolo la misma parsimonia la misma manera de describirlo para qué hacerla fácil si difícil se entiende lo mismo y a los doctores de la ley les encanta, cuerpo de niño de un año aproximadamente, vestido con pantalón tipo buzo color turquesa y chomba de igual molde y color blanco, medias de algodón con motivos de colores, muerte por asfixia, se envía protegido con una campera azul de hombre y corderito adentro, sin secuestro de elementos complementarios. Continuación de la fórmula una y otra vez, seguidilla de identificaciones en el cuarto de los chicos mitad rojo y blanco mita azul y oro como los cuadros que amaban.
Número tres, varón edad cercana siete años, vestido de vaquero azul y remera amarilla con rayas negras y de otros colores, zapatillas tipo tóper índigo y medias blancas, herida de arma de fuego con orificio de entrada en sien izquierda y de salida en sien derecha, se retira en sábana de una plaza color rosado y sin retención de elementos extra.
Número cuatro, varón edad aproximada once años, vestido de vaquero también azul, chomba del mismo color y campera liviana celeste, sin medias ni calzado, presenta signos de violencia, moretón en hombro izquierdo y herida de arma blanca no profunda en el brazo de su siniestra, herida de arma de fuego a la altura de las cejas sin orificio de salida, se lleva también en sábana de una plaza de color rosado, y conservando los siguientes elementos, un billete ajado de diez mil australes, dos bolillas, una hoja de papel con composición del Martín Fierro, y un pañuelo.
Número cinco, cuerpo de varón, edad cercana tres años, ataviado con pantalón corto color marrón claro y chomba blanca de algodón, calzado con una zapatilla pampero de color rojo y sin medias, causa de muerte asfixia sin exposición de signos de violencia u otras heridas, no hay secuestro de elementos y se transporta en cubrecama verde claro con motivos circulares y negros.
Número seis, varón, edad aproximada cinco años, indumentaria, pantalón corto de color marrón oscuro y camiseta blanca, sin calzado, presenta herida de arma de fuego con orificio de entrada a la altura de la tetilla derecha y de salida en la zona del omóplato del mismo lado, sin signos visibles de violencia en cuerpo, se secuestra un hilo de trompo, dos latinchas y goma para honda, y se entrega en cubrecama de color bermellón y motivos circulares.
Número siete, el protocolo del hilo de cáñamo nuevamente alrededor de una muñeca, varón, adulto, edad cercana treinta y cinco, estatura que se estima uno coma setenta y peso ochenta kilos, vestido con ropa de trabajo, lona azul desteñida, y botines industriales color negro, presenta herida de arma de fuego con orificio en paladar medio y sin orificio de salida, sin otros signos de violencia en cuerpo, se secuestran una lapicera bic negra, un tester de bolsillo, un anotador, un llavero, dos billetes de cien mil australes, un destornillador philips y un pañuelo además de un juguete chiquito blanco como un trompo raro y cuadrado que no se sabe el nombre, se retira envuelto en una sábana doble plaza de color blanco.
Antepenúltimo expediente, intervención, para tan escaso personal que no se refuerza por razones de presupuesto, trabajo ingrato de informar que no se retira nada más, que ya se colocaron las marcas con tiza, y que se cuidó meticulosamente de dejar todo como estaba, precintando con papel y engrudo ventanas y puertas y punto. Trabajo desnaturalizado en ocasiones como esta, en las que se sabe que para muchos será única experiencia de toda la carrera, en las que con justificación o no se queda pegado de alguna manera a la fábula de la gente, al cuento popular, a una quimera.
Que confusión este velatorio hermano, que ilusión que desilusión. Que fastidio para los que van y vienen, que desconcierto, se los ve consternados, superados en los cómputos que hacían y sentencias que daban algunos de ellos cuando te comenzaron a llamar el loco, hermano y orate pelotudo. Los que te conocieron, y los que no te conocieron sin saber muy bien porqué también andan turbados, ceremoniosos y circunspectos, y se ve que resolvieron su desfile por acá en forma permanente.
El conjunto entero a la ofensiva y a la defensiva, cóctel curioso hermano, algunos como esperando una señal que reavive el fuego que se nota no se apagó todavía, como queriendo incursionar en un campo de batalla en el que la primera regla consiste en guardar silencio hasta que se prenda una mecha, con una actitud, un grito o lo que fuera, con silencios insospechados a propósito y de sospechas cruzadas, con los cruces de miradas en forma intermitente, que ya se produjeron unos cuantos y es de esperar que se produzcan otros. No hay, tampoco hubo, y a esta altura es de pensar que no lo habrá, como en otras ocasiones, alguien que realice comentarios que entretengan, bromas ocasionales, conversaciones amenas que por momentos permitan cambiar el foco de atención que en el transcurso de un drama deviene, aunque sea por momentos, no hay un inventor de treguas conocidas y esperadas para mitigar dolores.
En este sentido se trata de un velatorio no típico, porque en cualquier apiñamiento normal de éstos hay por lo menos un socarrón que propone el entretenimiento, la chanza, el lance, aunque trascartón el ocurrente se detenga, poniéndose cejijunto, severo y serio, y comente algo sobre su propia muerte o tire una alusión a la poca lógica de lo inexorable, hermano, chiflado, trastornado, hijo de recontra, malhadado, recontraremil, recontraputas.
Después de las que se produjeron entre cuatro y cinco de la mañana, las nuevas zalagardas y pendencias se reiniciaron a las siete y media. Es que a continuación del episodio del hospital, donde se decidió luego de marchas y contramarchas velar a todos juntos, y en el que prevalecieron sobre otras las sugerencias de tu tío que le costaran el disgusto con el hermano de la mujer, la treinta y ocho de por medio, pretensión de los otros de impresionar como pretenden hacerlo siempre con la zonzera y la soberbia, de dar testimonio de lo que no se porta con los genes de la ética o las conductas que se desmoronan con los apremios económicos, el allegado titular del episodio el imputado sin juicio ni condena partió en viaje de tres horas, inconvenientes de estar lejos de las urbes y sus comodidades, hasta el aeropuerto más cercano y disponible. Y retornó de allí casi en el mismo momento en que amanecía un poco tarde como sucede en invierno, acompañado del otro, estudiante avanzado de aviación en la escuela de oficiales, y el más quisquilloso por lo que vos y yo sabemos. Apenas entrado al club, el aprendiz de jefe militar se despachó con una denotación entre dientes contra tu madre, que en ese momento era consolada por enésima vez por unas lloronas vestidas de negro, incidente que generó una respuesta inmediata de tu hermano, que demostró en las últimas veinticuatro horas haber comenzado a poner en su morral responsabilidades adicionales a las que carga.
Resultado previsto figurado calculado de antemano, alta tensión de nuevo temperatura presiones, reales situaciones de riesgo que para algunos significa terminar con lesiones serias, repetición de tironeos, originales forcejeos y empujones, intervenciones ocasionales de comedidos, de obligados a la calma por la investidura, amontonamientos impolutos, lozanas oportunidades para algunos de aprovechar los descuidos con fines inconmensurables. Secuencia de torpezas e intemperancia, iniciada con la intención original y trunca de trompear a la vieja, primera ficha de un dominó maldito que ahí nomás se correspondió con el descuaje de un cuchillo por parte de tu hermano con el que acertó un puntazo en las manos del coya.
Aventones del padre de la nena en medio, sujeciones de la cana, y dos amigos que ocasionalmente defendían en un rincón y en contra de otros tu posición y a punto de zampar cachetadas fuertes a los entrometidos que intervinieron en la escaramuza, punto y coma. Porque éste, quizás de todos el más importante lío de los que hubieron por violencia y pujas y fuerzas encontradas, es el que sin duda marcó el punto de inflexión entre cómo se tomó lo tuyo durante las primeras horas, y cómo se dirimió posteriormente, y según supongo continuará ventilándose por un tiempo.
Antes de que los cuerpos fueran dejados en esos nichos conseguidos y flamantes, desprolijos, salpicados de mezcla fresca y derramada en cofres rectangulares construidos de ladrillones ordinarios mal pegados con argamasa, también donados por el municipio aunque en esta vuelta con la aclaración de sólo por cinco años, según anticiparon los que vieron y escucharon. Diferencias de anotar y tiempos de descuento, según la jerga que te gustaba utilizar.
Primero fue la sorpresa, el asombro íntimo y de golpe de los allegados, el estupor temprano y el sobrecogimiento, la desesperación y la bronca localizada en unos cuantos. Luego fueron la generalización, las ganas de venganza en grupos, los momentos de las vindicaciones, la oportunidad del talión para algunos y los obstáculos a la torna compartidos, el alboroto y la chamusquina de quienes fueron involucrados, directa o indirectamente, de los que fueron atraídos por el centro de gravedad de los acontecimientos, de aquellos que eligieron entrar en los líos por propia iniciativa. Una cosa fueron los resultados de tu acción para los cercanos y otra, los mismos desenlaces para los demás. Los primeros no tuvieron otro chance que tomar partido, en frío, en tibio o en caliente, los demás lo tomaron en caliente, a tu favor o en contra.
Por caso lo que le pasó al par de médicos que consumieron mucho de su tiempo con lo tuyo en los últimos años. Al que siguió de punta a punta tu accidente, que en una línea de justificación apenas llegado a la zona del desastre y en su carácter paralelo de forense, ensayó explicaciones científicas y no científicas delante de los que se pusieron a escucharlo. Al psicólogo, que reconoció ante el mismo público, de la omisión cometida al no haber alcanzado a ponerte en manos de un psiquiatra. Ambos, en ruedas de excusas, recordando el proceso que duró cinco años según sus estimaciones, coincidieron en la conclusión simplista que hay asuntos de clínica y específicos que no pueden ser resueltos por la gente y con los elementos de los que se dispone en el pueblo, menos si los patrones de la fábrica no están de acuerdo, entrometidos como son en la vida personal de sus empleados, como si fuera poco lo que se meten con la vida laboral.
Que la derivación es inevitable en el noventa y nueve por ciento de las patologías complicadas que se censan, y que a veces ésta es imposible por una cuestión de limitaciones de cobertura de la obra social de la gente y, en definitiva, por la imposibilidad de conseguir el dinero necesario. Confirmaron, con lo tuyo y también concordando, de las restricciones técnicas que tuvieron al calcular los efectos demenciales de tu enfermedad, la falta de máquinas no de personal especializado, para lo último con ellos era suficiente.
Al más joven se le deslizó una lágrima y creo que no de cocodrilo, reconociendo que con una conjetura, un mínimo de duda, detectadas a tiempo como para corregir errores de diagnóstico, se hubiera evitado el sacrificio de seis personas, considerando el final cercano, con cierre natural en tu muerte. Parecía que los hipocráticos estuvieran sondeando la suerte futura de sus prestigios, parecía que estuvieran pretendiendo neutralizar cualquier probable cuestionamiento a su capacidad profesional, la palabra la opinión que pudiera menguar la clientela conseguida durante años de trabajo y de muy buenos réditos económicos, más ahora, en estos días, cuando otros prueban para ingresar al ágora, un emporio confinado en el que sí o sí siempre aparecen requerimientos cuya atención no se quiere perder, un mercado cautivo, como se lo llama en cada charla íntima que se tiene en ese colegio médico que se fundó y que se está consolidando, en las reuniones que se mantienen, asado de por medio, y que se cuida con celo no sean escuchadas por nadie que sea extra círculo.
Uno bucólico, el otro famélico, por más que lo intentaron denodadamente, parecían no acertar con la expectativa de sus interlocutores, con encontrar los argumentos que permiten asentimientos inmediatos comprensiones inoportunas de un drama ahora irremediable. El más sereno, clínico retirado del ejercicio activo, perdió unos cuantos minutos para describir la progresión irreversible de la lesión que recibiste, de la manifestación de un tumor cuya evolución, agotó el diagnóstico teórico alcanzado con los conocimientos de una medicina palmariamente pasada de moda. Y de una actualización, lo piensa lo da a entender y no lo expresa, que no se realizó por culpa de los jefes, no de uno, ya que no reconocen ni los viáticos. Abundando sobre la descripción antes que sobre la naturaleza del mal, sin detectar que a uno de los que participaban de la consulta ocasional, la intuición es más fuerte a veces que la racionalidad, le sirvió el discurso para una facturación, siempre facturando, de porqué no se decidió a tiempo la derivación de la que se habla tanto, con ella se hubieran modificado números y ámbitos del final no deseado. Un tanto a más de los que lloraron tu muerte para alguno de los tuyos que no paran con eso de estar a la defensiva. El ansioso, por su lado, se concentró en repasar las continuas sorpresas que depara el laberinto psicológico en cada mente. El plasma, la sustancia que se integra con los años, con las culpas propias y ajenas, con el ego, el alter ego, la relación con los demás, tierra fértil que se siembra y da sus frutos, algunos no esperados. Habló de las emociones, de los sentimientos, de los afectos, de las convicciones, de las equivocaciones, de cientos de miles de equilibrios que sucumben algún día, en un instante, a raíz de algún factor interno o externo, por señales no sincronizadas entre lo que se tiene, lo que se quiere o lo que se adquiere. Extenso verbo para terminar diciendo que lo tuyo era previsible para una vida a plazo fijo, pero que no era predecible, ni fue legítimo que al plazo se lo pusieras a los otros, menos a los chicos, que contaban con un capital infinitamente más valioso que el que vos disponías, el de la vida, y por tanto merecían la oportunidad de sobrevivirte.
Avances inútiles para participantes descreídos, escépticos, que logran anotar otro tanto a más que es más y mucho más que los tantos a menos de los médicos, con la profusión de discurso académico y sin contenido que convenza.
Disquisiciones de galenos preocupados por evitar la disminución de clientes que se puede avecinar ante una publicidad adversa y perversa evidente, antes que consideraciones de profesionales jugados con antelación, antes que neutralizadores de efectos personales y sociales de las decisiones que tomaste. Los mismos que alguna vez te acompañaron en tu angustia y ahora pretenden estar del otro lado, alegremente, con opiniones sin sustento, solidarizándose a destiempo con nadie, por ello estuvieron mezclados en algunos de los últimos enfrentamientos que se dieron antes de las nueve, en buena hora hermano, porque ahí comenzó una procesión de niños y maestros que aflojó por un rato tensiones y malas intenciones.
Decir aflojar es poco, decir consternar es justo, decir tierno y aterrador es igual a decir mucho del momento mas sentido para todos. Disminuyeron las tensiones, sí, y la tribulación y la atribulación se convirtieron en congoja, sí, y lo mórbido primó sobre lo morboso de los presentes.
Primero estuvieron los niños del jardín, que en silencio y tomados de las manitos caminaron derecho hasta donde estaba el cajón con el Pichi. Enanos que estoy seguro no comprendieron bien las razones ni el motivo de la convocatoria si se los explicaron, pero que sí entendieron las explicaciones de la maestra de guardar silencio y de portarse bien, de la forma sencilla y correcta de despedir al amiguito, el angelito que hoy se lleva Dios a su reino, que allá lejos en el cielo debe estar muy contento de poder hacer lo que muchos queremos y no podemos, la maestra desvaneciéndose, menos mal que acompañada por la directora de la escuela que según lo que dijeron no recuerda jornada tan intensa en lo desagradable y lo larga, Pichi, chiquitito, que ayer nomás lloriqueaba con la cara sucia y los pelos parados, en el momento del aseo que todos los días nos tomamos para aprender buenos modales y ser mañana personas importantes, como papá y mamá, para qué enseñamos, para qué aprendemos, que hay algo más que jugar con la honda, entretenerse con la latincha, que hay todo un mundo más allá de aquello de insistir con el trompo, rememora la maestra, y se le van las ganas por ir hasta el lugar en que están los cajones de los padres, tirar de las solapas de su ropa y gritarles a ella puta y a él loco boludo, por haberse llevado a un angelito tan hermoso, si no fuera por la promesa dada a la señora directora que sufre triple, por el Pichi y dos de sus colácteos mayores. Por el que estaba en tercer grado, el más inteligente de los hermanos y de sus compañeros, el que venía bien con las tablas de sumar y multiplicar, con la ortografía y la geografía, que ante cualquier inclemencia del clima cubría sus cuadernos y otros elementos, y su manual del alumno de tercera mano. El mismo del Sopena resumido y desvencijado que guardaba para que no se le desparramaran las hojas en cuanta bolsa de polietileno y bonita que encontraba, el que ayudaba a los otros niños cuando se lo pedían en una prueba, el que era incapaz de culpar a otro de travesuras que por alguna causa se le endilgaban, el que nunca necesitaba de ayuda complementaria y de nadie en la casa.
Todos como sucede siempre una suma de atributos que recibieron un reconocimiento con las dos docenas de manos pequeñas de niñas y de niños, que se posaron suaves sobre el borde del ataúd angosto. Párvulos que para hacerlo prometieron no mirar, despedir a su amiguito así, sin más gesto que una mano en el cajón y la otra en el corazón, con entereza para entender las cuestiones de los grandes, porque el Luisi partió por iniciativa de su padre, con todos los suyos al cielo, al purgatorio, o al infierno, ese loco de mierda en particular, ya se lo veía, farfulla la maestra veterana que no necesita ni del control ni de la asistencia de la directora atiborrada de tareas y de urgencias y de coordinaciones. A él ya se lo veía tomar resoluciones drásticas en cada acontecimiento límite por simple que este fuera cuando pasó por su aula en los años sesenta, musita la docente, maldiciendo en simultáneo y por lo bajo, ya se lo notaba, intimidar con una mirada profunda, congelar los gestos en uno sólo, en el que más sirviera para lograr sus fines, insano de pura cepa.
Maldito, suspender la vida de un niño tan hacendoso, y de otros cuatro aunque no lo fueran. Yo lo afirmo y lo sostengo, lo dijo para que escuchen otros, sin suspiros que interfirieran, yo le tomaba las lecciones, yo lo examinaba y lo puse varias veces a prueba con la supervisora, dijo a su turno la maestra en el mefítico desfile, mientras acomodaba el pliegue de la tabla del delantal, blanco y almidonado, como ella.
Rígido, el que estaba en quinto grado, firme con el carácter, con las posiciones que fijaba, tal cual era el Guille recuerda la maestra, una flaca cincuentona y menudita que no puede evitar el temblor y el espasmo, o al menos controlarlo para que los chicos no se den cuenta cómo se acuerda de él ahora que no está, pichón pícaro y molesto. De una sola palabra aunque después diera otras, no para embromar sí para sacar provechos, niño que salió al abuelo paterno por lo engreído y cara dura, pero buen alumno también, no para guasearse ante los otros pero sí para salvar las calificaciones mínimas, las que permiten pasar de grado, estar en la promoción de todos los años. Que aprendía las lecciones por voluntarioso y no por inteligente como el hermano, que vencía su propia resistencia con lo tozudo y necio que era. Que seguía con obstinación las instrucciones, las consignas, y que tomaba con desatino su relación con los demás, custodiando en forma permanente para que en las mismas no quedaran mezcladas las cuestiones de la escuela con las de su casa, conservando la amistad con dos o tres compinches y equilibrando sus contactos con los otros, utilizando la coraza impenetrable de su personalidad para que no le descubrieran ninguna de las debilidades que tenía, entre las cuales proteger a la madre y a sus hermanos era la más importante. Héroe doméstico y recio, en especial cuando comenzaron los problemas y él promediaba los seis años, convertido en estólido hipócrita cuando con sus compañeros debía resolver una cuestión, y el tema tenía que ver con los que protegía más que con lo de él. Por lo demás, generoso, flexible cuando nadie bombardeaba su escala de valores con sus convicciones. Vicios, y virtudes suficientes para que también tuviera visita póstuma, para que sus compañeros desfilaran en silencio y rezaran un Padrenuestro y un Credo, con disciplina como indicó la maestra y controla la directora para ayudar con la descompostura momentánea de su colega.
Alguno de los niños había propuesto un momento antes, que alguien dijera unas palabras alusivas, y el designado aprovechó la oportunidad para contar que el día antes habían trabajado con una composición de Hernández, y que se habían divertido bastante ensayando estrofas de memoria, con mucho esfuerzo para el Guille que era un tipo, práctico, tuvo que apuntar la maestra, siempre apuntando, para que sus alumnos fueran bien evaluados por quien sea. También contó con las palabras que pudo, hilvanándolas con esfuerzo, que el día anterior este compañero que ahora se fue se había privado de comprar golosinas en el carrito de la escuela, porque su mamá le había hablado de algunos de los útiles que necesitaban sus hermanos y él la iba a ayudar. Así era, una mezcla de arranques malos y buenos, que durante las horas en la escuela se disimulaban con la candidez de los demás, y la de él, porque al fin y al cabo fue un chico que partió sano en afectos y sentimientos, hasta el último momento, al que quizás le faltó el tiempo para disfrutar de juguetes o de juegos pero al que jamás se le escuchó una queja, transmitir un problema, menos si se trataba de alguno propio. Una niña del mismo grado, sin que la observaran, dejó de recuerdo y en su pecho, una margarita estrujada entre sus manos, y murmuró unas palabras que no se escucharon porque quedaron tapadas por las de un discurso que en simultáneo comenzó un borracho que parecía haberse tomado todo el licor que pusieron para hacer liviana la noche. Motivo para que la maestra se acongojara una vez más e hiciera señas para irse, a esa altura eran como las once de la mañana, y la directora avaló la orden de retirarse, imposición que sonó a preocupación personal para librarse de algo desagradable antes que a iniciativa solidaria para seguir acompañando a los familiares que, parece por precaución recato o vergüenza, ninguno se acercó mientras estuvieron los niños de la escuela.
Decir putear es poco, que te recontra es bastante justo, querer encontrarle una justificación a lo que hiciste es mucho esfuerzo, para mí y para cualquiera, loco hijo del mil. Durante toda la jornada de este velorio absurdo y desatinado, estuve tratando de fundar en algo tu actitud de ponerle alguna base de darle un pinto de partida, tu talante, tu continente o lo que putas fuera te empujó a tamaña determinación, que entre paréntesis te confieso que acertaste con lo de tu partida, porque de otro modo muchos te hubiéramos obligado a hacerlo con más dolor del que tuviste compartiendo de esta forma el tuyo.
Estoy tratando de indagar en lo que conozco de tu historia, para descubrir la falla, el quiebre de tu inteligencia que no era poca, de tus equilibrios que fueron muchos de tus desequilibrios que no fueron pocos. Pero es evidente que me faltan elementos, de que éstos no son ni el contexto ni el tiempo adecuados, de que hoy yo no puedo más que maldecirte por lo que me toca de estos anales comunes, vulgares, porque no fuimos nada, por muchas de las cosas que pasamos, y el mundo no se modifica si cuenta o no cuenta con nosotros.
Por lo pronto, aterrado y alterado como estoy, y para concluir con este monólogo que inicié para vos hace unas pocas horas, te digo que me disculparás, lo que ya no puedes hacer y no me importa, pero en esta oportunidad hablaré con mis palabras, sin respetar lo que me pedías, de que las mismas fueran más de cristiano, más entendibles para un tipo llano como te encantaba calificarte sin serlo, palabras simples y no académicas según me cargabas siempre la tinta, olvidándote de mi condición de amigo y de profesor, único trabajo para el que quedé habilitado luego de tantos años en la universidad.
Académico, me llamabas la atención cuando me olvidaba y vos disimulabas no entender nada, académico, con la sorna vedada, sutil que utilizabas, aunque luego te disculparas, y uno comprendiera que en realidad se trataba de alguno de los resentimientos adquiridos con los años. Espíritu de burla continuada con la que te sobreponías de cualquier embate a tu capacidad o tu inteligencia que casi nadie te cuestionaba, de despecho por todo lo que fuera aprender o crecer por encima de lo que considerabas tu formación terminada.
Me pregunto quién te habrá convencido si te convencieron, quién te intervino sin intervenir directamente o quién te influyó sin quererlo influyéndote en forma directa, quién habrá sido la persona que te terminó sugestionando con todo esto, porque según mi criterio lo tuyo se podía vaticinar dentro de cierto rango de la demencia que al último te aquejaba y era evidente. Qué situaciones, circunstancias, acontecimientos, pueden anotarse de tu vida, determinantes de un final tan sangriento, tan injusto.
Yo supe de algunos de los inconvenientes que arrastrabas y creo que te acompañé en las malas y en la buenas, supe de la pobreza, de la impotencia para tener lo que se quiere cuando no se dispone del dinero o de los medios para comprarlos como se compra todo en la vida, del hacinamiento, de algunos traumas que te venían de tu época de niño o de joven. Por lo menos de los que más te embromaban, de esos temas que conversábamos como podíamos cuando tuvimos catorce, cuando estábamos cerca de separarnos por primera vez después de compartir travesuras, aventuras, presumidas, en ese año que pasamos muy unidos y en que apenas distinguíamos si bailábamos con los Beatles o con los que eran del Club del Clan, pero con un entusiasmo que nos alcanzaba para todo, hasta para enamorarnos de la misma mina que no nos daba bolilla a ninguno. Tiempo que me sirvió a mí, nunca supe si a vos, para verificar que dentro tuyo también había fibra noble, emociones, afectos y sentimientos sanos. Si me tuviera que jugar con una opinión diría que a vos también te sirvió todo aquello para bien, porque durante todos estos años guardaste el juguete que tanto te llamó la atención, el que mi padre me pudo regalar por ser más pudiente que el tuyo y después nos dimos cuenta que con poco desembolso, lo sabías y renegabas seguido con eso, ese juguete que yo te dejé como legado casi sin usarlo.
Como símbolo de una amistad que dio muchas vueltas con suertes diferentes y se extendió mucho, hasta ahora hasta este momento y no más, porque con todo esto debes saberlo en donde estés, perdiste esa categoría para siempre hermano, hijo de mil.
Cuándo te convenciste que debías hacerlo, porqué no me lo dijiste o lo resolviste conmigo, si después de todo conservábamos lo de niños cuando regresé de mi periplo universitario que no sirvió de nada de acuerdo a las expectativas de mi viejo, que de la Normal me envió a una casa de bajos estudios ridiculizábamos pero de las que hay unas cuantas en esta argentina de discusiones interminables sobre una educación que después no te sirve ni en la calle, esos enfrentamientos que por entonces se dirimían entre marxistas y los que no lo eran.
Debíamos haber hablado de lo que sucedió luego de mi retorno y no comenté de mi parte por el aprecio que hacia vos sentía, equivocado, así hubieras sabido que aún conservo las dos únicas cartas que me escribiste en ese tiempo y en las que me contabas que en la técnica donde te mandó tu papá no había tantos problemas como los de la escuela y la academia en las que estuve. Y hubieras confirmado que yo, como en la única misiva que se convirtió en la respuesta a las tuyas, seguía pensando lo mismo de cuando te decía que no eran problemas al contrario, que las luchas las manifestaciones la guerrilla incluso de esa época eran reivindicaciones del pueblo obrero, oprimido por años, y que vos, hijo de uno de ellos debías tomar las banderas de la revolución, como yo, que siendo de clase media las tomaba por solidaridad, divulgando las ideas, los principios, lo que fuera.
Así me fue, lo supiste, pero sinceramente volvería a pasar por lo mismo si hubiera tenido la oportunidad de cambiarlo porque una parte de lo que hiciste fuera diferente, alguien me dijo en estos días, consecuencias de lo que conocías, así a vos no se te haya escapado una palabra conmigo.
Adónde tomaste la decisión, en qué instante de una existencia que jamás comprendimos muy bien. Ni vos, que cuando nos encontramos tenías varios tantos a tu favor, habiéndote casado con tu primera y única novia, con los bebés que llegaron al comienzo, con éxitos en tu oficio, y otros logros sencillos pero importantes. Ni yo, que a esa altura había acumulado tantos en contra, deambulando por ciudades desconocidas, rescatando parte del tiempo perdido en el estudio que no era estudio sino timbas en ruedas de amigos y farras seguidas, trabajando en ocupaciones que no me interesaron nunca, hasta que tuve la oportunidad de volver seguro de no ser objeto de persecuciones arbitrarias o peligrosas, esas propias de los milicos los mismos que inventaron malvinas hermano.
Logros los tuyos valiosos en mi manera de ver las cosas de hoy y no de ayer y no se si de mañana, porque antes no figuraban en el abanico de pelotudeces y embrollos en los que me metía, por culpa de los que nos embaucaron de un lado o del otro de esa guerra estúpida por los argumentos severa por las muertes, una guerra que sólo puede hacerse realidad en un país bananero, porque nos creemos bananas y no por producirlas. Aprendí a valorar , y especialmente la vida hermano, que es tan sencilla como suena, los que la cruzamos la encarajinamos la doblamos como goma somos nosotros, loco hijo de mil. Algo me deberías haber contado, yo te podría haber ayudado aunque no lo creyeras y al punto que no te hubiera dado la razón. Si fue en la fábrica anteayer, si fue cuando te cantaron la justa con tu problema en un consultorio, quién, de qué, alguien en tu demencia te la habrá dado, pero no tenías derecho loco maldito.
Si vieras el despelote que armaste, la mayoría de los que andan caminando y dando vueltas ni se mueve, continúan con sus posturas de vanguardia y retaguardia simultáneas, y son casi las once y rondan y preguntan y apuran ya los que vienen por las soldaduras y a ocuparse de atornillar los cajones. El único que sigue teniendo fuerzas para seguir con las coordinaciones y la imposición de instrucciones parece ser tu tío, que estuvo hace unos minutos ante un grupo de asistentes, evocando las noches de doce de octubre que compartíamos en el Recreativo, él mozo nosotros niños como él unos años antes, cuando la travesura más ocurrente que teníamos era salir de atrás de una puerta o de cualquier otra cosa que nos ocultara un poco y decir Jorge Ardú cuando mueras que harás tú, asustando al que pasaba a los baños o a buscar comida o una naranjada.
Explicando todavía y además el muy chivo, que defendió con resistencia la idea del funeral conjunto, su opinión desde el comienzo de las discusiones, porque vos tuviste un concepto claro, propio y diáfano, de que la familia es una unidad que bajo ningún motivo debe separarse, una conclusión aberrante por lo desequilibrada, porque lo contrario, en vez de abrir hubiera permitido comenzar a cerrar heridas.
Convertirte en estrella con esto, cuando rechazabas todo lo que significara ponerse en evidencia, poner tus cosas en la comidilla de los otros, en el comadreo que negabas para vos, para los tuyos, para tus hijos. Ahora que lo hiciste, y me retiro antes de que se me parta el corazón y explote la bronca que contuve, sinceramente, le pido a ese Dios en el que nunca creí y que por formación en mis años de niño tiene que ver con Jesús y con la Virgen, que no te tengan ninguna consideración, que dejen a Satanás que actúe libremente, que bastante contento lo habrás puesto con tus decisiones y acciones.
Que tu alma no encuentre jamás la paz con la que nos hacemos todos el bocho en este mundo, son mis deseos para la tuya, exclusivamente. Y me voy muy apenado por los otros, ángeles que volaron de un instante a otro, por lo menos los tres que yo más quería, y supongo que los otros tres también.
Porqué no, si fueron niños que no tuvieron como vos y yo, la ocasión de disfrutar de sus mejores años, del trance de elegir por sí mismos lo que ellos vieran como bueno, de crecer y elegir atesorar los estímulos positivos de la vida, de esta vida la mía la tuya que ya no tienes. Incluso la de ella, a la que le quitaste el tiempo de sentir de nuevo como niña, con sueños, expectativas, ilusiones no empañadas hermano. Loco hijo de puta.
Toma 1.
Papá pidió la alcuza con el propósito de sazonar condimentando el puchero preparado por la vieja, y el Ariel se sintió obligado a buscarla. De los dos primeros era el menos contestatario de los hermanos, y ni que decir si se lo comparaba con los tres restantes todas mujeres, que desde muy pequeñas cuestionaban los mínimos reclamos, las broncas las protestas los aleccionamientos las indicaciones del progenitor, aunque luego se cumplieran y ellas cumplieran a rajatabla las órdenes las imprecaciones caprichosas, las salidas insospechadas a veces bochornosas. Para resumirlo, el niño ejecutaba sin objeciones las instrucciones impartidas con cierto toque de orden militar y cerrado cuando en la casa se celebraban las rutinas de comer o de dormir, a cualquier hora del día, durante cualquier día del año.
Así que, con la obediencia obligada y la sumisión que lo caracterizaban lo diferenciaban de sus hermanos, el muchacho caminó en silencio los escasos metros que separaban el comedor de la cocina, entorno éste entre fuego cacerolas y grasa vacuna donde reinaba su madre, y sin más dijo cusa. Cusa, cusa, insistió preocupado cuando comprobó que su mamá no lo escuchaba, ocupada como estaba con los menesteres de la comida diaria, tarea difícil por la limitación de presupuesto y que la obligaba a redoblar la imaginación, para dejar contentos a todos después de la progresión descendente y de metamorfosis a las que se sujetaba el alimento cotidiano, con las olas saturadas y la sartén chirriando como si fuera el quejido de alguien por lo escaso frente al número de comensales.
Para cumplir con esta ceremonia rico ritual de la pobreza, en su oportunidad, la mujer había recibido la consigna pertinente, el plato suculento con todas las propiedades de la manduca para el jefe de la familia, los dos cuencos siguientes para los varones que deben crecer sanos y fuertes para ayudar con la compra y el sustento cotidiano, los tres siguientes para las niñas que deben cuidar sus figuras para cuando sean mozas porque de otra manera no las casamos con nadie, jorobaba el hombre, siempre jorobaba, y el último para la vieja, total ella entre que dora, asa, tuesta o estofa, pellizca un poco de acá y un poco de allá, así que es la que tiene menos hambre de todos, y le debe funcionar muy bien la cabeza cuando le llega la hora de aprovechar todo lo que se trae del mercado y además lo que se elaboró para yantar. Cusa, repitió el niño más fuerte para cumplir su cometido, con algún escalofrío de por medio y la seguridad de la mirada intimatoria eterna inevitable del padre clavada a sus espaldas, y de que por tanto se le acababa el tiempo que sin decirlo le habrá dado ese viejo quejoso y renegón.
Cusa, cusa, se desesperó y su madre, como cualquier madre en el mundo, aún las excepciones, como cualquiera en la casa, por fin lo entendió y le dio la asistencia que pedía atemperando una emoción que ahora como otras veces ya se le estaba transformando en sarpullido.
Papá estaba a punto de reiterar la orden situación de situaciones escándalos trifulcas que todos trataban de evitar porque se aparecían de golpe sin esperarlas con retos y epítetos, descartados por lo inevitables improperios y lindezas de los que muy pocas veces se privaba, cuando el Ariel se plantó a su lado, extendiéndole el conjunto que sujetaba entre sus manos menudas, huesudas. Cusa, repitió nuevamente en un tono de canto cándido de victoria, como si en su inocencia se diera cuenta de haber pasado dos pruebas difíciles, la de satisfacer el pedido, la de su cumplimento en tiempo y forma, compostura que en el momento no le cayó muy bien al hombre. Suficiente, porque avivado de que un chiquilín impertinente pudiera filtrarse fácil por los atajos de la falta de respeto, la insolencia, la rebeldía, y que además pretendiera neutralizar así como así, las renegadas que a veces hacía sólo para que nadie las olvidara, utilizó la veta del sarcasmo, sustituto inmediato de la bravuconada cuando se trataba de denigrar a los cercanos porque a los de afuera nada decía la mujer cuando se insubordinaba.
Y, mientras ya utilizaba el aceite y la sal alcanzados por el niño, repitió al tiempo de insinuar una sonrisa, cusa. Palabra a la que sucedió una cantidad de minutos interminables de silencio, una cantidad apreciable de segundos como para pensar esta es sólo la punta del rollo. Un transcurrir de sigilo exagerado, de circunspección acostumbrada de respeto mal entendido, de broncas registradas de antemano y demasiado, de temores y de miedos que se acumulan con los años, por lo que se ve y por lo que cuentan y también por lo que no se quiere ver y se sospecha. Un no decir una palabra, de disimulo permanente, de discreción repetida aprendida a los golpes en el temblor inmaduro infantil de que el mundo son las cuatro paredes de la casa, la vereda o la esquina, y a lo sumo, cuando de pequeño hay que apechugar y resignarse a exigencias de trabajo y responsabilidades, en la certeza de creer que el universo se reduce a los ámbitos usuales y concurridos, escenarios insoslayables con personajes y todo.
Cusa, se escuchó de nuevo, sacudida de cabeza y risa más fuerte de por medio, cusa, Pelusa, comenzaba a bromear el papá con la mamá, que ni había pensado acercarse hasta la mesa, la mujer come después que alimenta a su familia, segunda regla de oro para una buena relación adentro y afuera, había sentenciado en otra ocasión el jefe del grupo. Intrusa, ilusa inconclusa cusa, comenzaba con la chacota grosera de toda la vida, en todo caso dirigida a la mujer, los niños eran pequeños y lo único que podían hacer con las edades que tenían era ir aprendiendo de subordinaciones y acatamientos, para lo que la madre debe estar encima de ellos, tercera regla de vaya a saber cuántas tiene el catálogo personal de sumisión al marido.
Cusa, ilusa, gentuza, empezaba con la chanza a sus parientes políticos, porque a los de él no, nunca ni se les ocurra, despacio chiruza pasame la alcuza, recitaba lento, levantando la voz que sonaba como el trueno en el inicio de una tormenta de verano, de esas que empiezan de prepo y transforman la calma en un instante. Cusa, merluza, intrusa, comenzaba a levantar el tono y la intensidad de la cargada, de las carcajadas, sin importarle nada de la mirada agrandada y preocupada de los niños, que clavados en las sillas y lugares que les correspondía en la mesa, no atinaban inmovilizados como estaban a esbozar palabra alguna.
Cusa, intrusa arremetía, al tiempo de saborear con torpeza cada bocado de la abundante ordinaria y nutritiva comida y se reía de su propia ocurrencia, esta vez de remarcar a la mujer para que entienda, cuando lo dude hijita al lar de los padres que es su original morada, cargaba a partir de las pocas lecturas que alguna vez hizo de Lorca, que acá sólo está agregada, cuarto principio a entender para lograr convivir en armonía. Repetido, como los otros, cientos de veces a lo largo de casi quince años de matrimonio, y por las muestras a repetirse otras tantas, le dijo la mujer al cura de la parroquia, cuando comenzó con la costumbre de buscar algún alivio espiritual que no cubría ni la obra social ni el dinero del que disponían. Ilusa, estrellaba su impunidad contra la zagala, obligada de por vida a postergar la irreverencia, a no tener la libertad y atreverse alguna vez a rebelarse contra la burla que se debe aguantar con entrega, con humillación, y despecho por quien se quiso y seguro no se quiere. Ilusa ni se querrá como vienen las cosas, de esclava que debe estar dispuesta cuando hay que satisfacer el instinto, porque de otra manera hay que bancar la elección de otros lechos, la búsqueda de otras mujeres, de la sífilis que pasó, y de otros hijos naturales que eso sí no se reconocen porque nacieron fuera del matrimonio. Quinto y sexto salvoconductos para ser una esposa perfecta.
Cusa, el cinismo y la burla, la soberbia y la zoncera, todos juntos, en un momento que se supone una familia común la debe pasar en calma. Mientras se come, mientras transcurre la sobremesa, en las distracciones que se tienen antes del descanso, oportunidades únicas en el día para departir de alegrías, de los avances o inconvenientes en la escuela, de comprensiones que se piden para enfrentar las dificultades de la calle. Cusa. Y no para andar insistiendo con eso de desaprovechar así las fracciones escasas de tiempo que se tienen, con tanta escoria oral que se escapa de la boca.
Era su costumbre. La de denunciar la omisión de los demás, obstinarse en rotular el defecto y el exceso, lo regular y lo irregular, la carencia y la tenencia según le conviniera. La de descubrir rápidamente lo que el otro se olvidó, minimizar lo que se acordó, criticar antes que alabar, acentuar la pifia y el desliz sin mencionar lo atinado, calificar con vehemencia y no elogiar, destacar la perversión y no la cualidad de las personas, de sus situaciones, de sus circunstancias. Olvidar que ellas son parte de un conjunto y no la parte mezquina de su condición de humanos. La de reírse cuidando que los demás no lo hicieran, intimidando con prisa y sin pausa a quien se le cruzara. Infamar, vilipendiar, ultrajar a destajo.
Asaz, rey en su universo, dueño de la última palabra y sórdido esclavo, maldecía su mujer en palabras más sencillas, de vez en cuando, descifrando largas reflexiones del sacerdote que la atendía, que la entendía, que mezclaba el latín con el castellano en sus oraciones y consejos.
Cusa, merluza, insulsa, insípida y vacía, el hombre como en un ciclo, como si nada, pasaba valles picos ascensos y descensos y mesetas sin importarle nada, mientras los suyos, testigos mudos y apremiados esperaban con impaciencia el retorno a la normalidad, a la tregua conocida con tensiones y periódica, que no muy seguido les permitía alguna autonomía para opinar, conversar entre ellos, y aunque más no sea para respirar tranquilos mientras la química permite digerir alimentos y mezquindades. Cusa, volvió a decir al tiempo de largar un ruidoso eructo de los que jamás disimulaba, regüeldo que era la evidencia de la cantidad de pan y vino con que se acompaña una comida pantagruélica.
Cusa me trae, Cusa me lleva, Cusa me alcanza la alcuza, terminó como ensayando, extendiendo a los demás sus últimas miradas desafiantes, esa era su práctica en el final de cada rutina de cada iniciativa perversa, de aquellas que él caratulaba de importantes en su manera singular de ver las cosas.
De ahí en más el Ariel quedó crucificado, nuevamente bautizado al estilo de su padre, inclinado como era a buscar apelativos para volcar su bronca y su insidia, identificado con el sobrenombre que lo distinguía, que repudiaba a veces, con el apodo que no le incomodaba si no venía con la carga de la burla original que recibió en la oportunidad, esforzándose en la prolijidad para cumplir con un pedido, el patronímico con el que la mayoría lo llamaba con cariño, el alias cuando tuvo problemas con la policía, con el mote en el potrero. Y cargó con esa seña hasta el final de sus días. Por entonces tenía poco más de ocho años, y la vida era hermosa a pesar de las complicaciones que se presentaban.
Hermosa con hache dijo alguna vez la señorita como hermosas eran las tardes en la escuela, jugando, inventando travesuras con otros niños y niñas, esperando las horas de trabajo manual, esas horas en las que se resistía con uñas y dientes las instrucciones de la maestra en la materia, materia para maricones ironizaban los changos cuando se distraía porque ella daba y temaba con diagramar en lana un dibujo sobre tela de arpillera, mientras en los descuidos de quien intentaba controlarlos él y los otros con plastilina armaban figuras variadas, uno de los juegos que más les gustaba. Divirtiéndose en las clases de matemáticas, con sumas y restas elementales, venciendo barreras para descifrar la utilidad de la multiplicación y de la división esa división que costaba, privilegios domésticos de período lectivo que separaba y unía a los grupos del grado. Esforzándose, sin mucha aplicación, para entender lenguaje y caligrafía, geografía, historia y las demás disciplinas que aburrían y que daban a lo sumo dos maestras, una de las cuales se iniciaba en la docencia e instaló con el Cusa una cuestión de piel y de miradas, ella había notado, y denunciado oportunamente y como corresponde, en el niño de entonces rasgos de conducta intimatoria, que ameritaban seguimientos especiales lo había dado a conocer a la vedel, pero como respuesta cortante de la directora le dijeron que en las escuelas estatales no se presupuestaban fondos para esos fines. Aunque él nunca lo sabría ni se diera cuenta, menos en los días en que la existencia era casi perfecta.
Perfecta como eran perfectos los sábados en la pantalla, lugar verde y de todos los colores imaginables al costado de la vía por donde pasaba diariamente un coche motor y de cuando en cuando trenes de carga que se esperaban con entusiasmo, sólo para admirar su blancura y su imponencia, y quien más y quien menos colarse porque a esa altura, la velocidad de las máquinas y los vagones disminuía ante la proximidad de la estación que estaba como a dos kilómetros. La pantalla en realidad era el meandro de un canal de riego para el cañaveral que, a ambos lados y sus latitudes parecía una gran alfombra mullida desplegada en miles de hectáreas. Era un remanso simple, pozo cavado en la tierra de unos tres metros de diámetro y uno de profundidad, con dos compuertas de hierro pesado a los costados, una para la entrada otra para la salida del agua. Una pileta de natación perfecta para niños cuyos padres no podían pagar la cuota o la entrada de los dos únicos natatorios del pueblo. Allí concurría, con asistencia perfecta, el Cusa y sus amigos todos los sábados a la una de la tarde, los casi ocho meses de calor que se soportaban en la zona, siempre que no lloviera porque sino era aburrirse en la casa, inmovilizarse en la galería que daba al patio tirando piedras de todos los tamaños a los charcos.
En la pantalla, que además era lugar de señales ferroviarias, se animaba con los concursos de zambullidas, y de nadar sin ropas ni técnicas, que se organizaban entre las docenas de concurrentes con edades parecidas. Pescando mojarras que se guardaban en latas distintas, otras se utilizaban para las lombrices, recipientes de descarte juntados por las madres o producto de excursiones de cirujeo que significaban historias distintas de aventuras compartidas, caminando por canaletas de desagües que parecían inmensas, asombrándose con el tipo de desechos acumulados en las veredas de las casas importantes Imaginando ser Tarzán, o Robin Hood o Bátman, colgándose y descolgándose de los sauces llorones que crecían a los costados del agua del canal a lo largo de un par de kilómetros. Allí se quedaba todo lo que podía, hasta las siete u ocho de la noche cuando había que regresar, y el ocaso comenzaba a prestarse para el relato de leyendas fantásticas increíbles, que por lo general los mayores utilizaban como argumento para convencer a los menores de los grupos.
Comenzando por la del farolito que hacía poner la piel de gallina, imaginando verlo a la distancia cuando en verdad las luces intermitentes y lejanas eran la lumbre utilizada por los chacareros en sus rondas nocturnas, siguiendo con la de la novia sin cabeza historia más densa por lo sangrienta y menos luminosa, porque confundida con las sombras de la noche había posibilidad de toparla a esa vieja fea de nariz como un carancho que a veces salía dibujada en las revistas, con eso asustaban los mayores siempre amenazaban, y terminaban con la historia del familiar, la del duende o cualquier otra que inventaban, de las que se repetían una y otra vez, agregando y sacando partes del cuento, de acuerdo al interés de quienes los contaban. Con la imaginación a mil por horas el Cusa con sus amigos, regresaba a su casa.
Con la expectativa puesta en otro de sus días preferidos, el domingo. Que significaba todo un programa que comenzaba con ir a misa de las nueve de la mañana, concurrencia que la mamá no perdonaba con la explicación de no sé qué ropa se necesitaba para suplir ese servicio con el mismo en horario de las once, así de arriesgado él se ofreciera insistiendo a oficiar de monaguillo, ayudante que no sabe el latín y por lo tanto no puede serlo, abjuraba la vieja acomodando trebejos, insolentándose. No importaban, ni se entendían, las cuentas de ofrendas para ricos y pobres, para notables y los que no lo eran, para empleados y obreros, largo listado que enumeraba la mujer cada vez que se levantaba de mal humor, que eran unas cuantas. No importaba eso de concurrir temprano porque ese era el inicio de una línea del programa largo y divertido que también concluía cerca de las ocho de la noche, coincidiendo con el inicio del peregrinaje de la semana, con los turnos de papá y las novedades en la escuela y el trabajo. No importaba nada, sólo había que pasar las plegarias, los responsos, el sermón y el evangelio del cura, y ya se disponía de todo el tiempo para comenzar con las chiquilinadas de cada instante de las jornadas parecidas.
En rutinas divertidas repetidas hasta el cansancio que consistían en esconderse a mitad del campanario, acurrucado con los amigos, en escaleras de madera endeble durante todo el tiempo entre la segunda y última ceremonia de la mañana, momento que concluido significaba el próximo esparcimiento, juntar hormigas en el mismo lugar, y arriesgarse subiendo hasta la punta, y desde allí abriendo las manos de golpe lanzarlas a su suerte y al vacío sabiendo que al nivel del atrio las esperaban otros niños del grupo, que nunca llegaban a verificar si los pequeños y livianos insectos sobrevivían si eran los mismos que se lanzaban o simplemente los que acarreaba el viento. Esto duraba hasta el mediodía, hora del retorno a la casa y de encontrar aún con las limitaciones, los domingos no se reniega sentenciaba como séptimo cartapacio el viejo y no lo cumplía, humeando alguna pasta lograda después de mucho trabajo y de estirar la plata como chicle o la misma pasta que pasaba por varias manos, o el asado completo que prefería el Cusa.
Después de la comida, única por su tipo y cantidad en la semana, se continuaba con la matinée, mirando alguna película de cowboys o de Cantinflas, a las que nunca se prestaba la atención que se daba a las golosinas y pochoclos, por esto el argumento se perdía y luego, andanzas de niños en cualquier lugar del mundo, se lo describía a medias para aquellos que por falta de plata no podían burlar el control del boletero, costumbre de todos los traviesos y cortados del grupo. La última aventura del programa dependía de la época del año, y podía tratarse de un partido de fútbol, ensayar para integrar un misachico si la fiesta era navidad, año nuevo o reyes, ensayar para estar en una comparsa o en una murga si era carnaval, concurrir a las quermeses si se trataba del festejo del patrón religioso del pueblo, o seguir de cerca la retreta de la banda de música que llegaba de una ciudad vecina si la celebración se hacía con motivo de una fiesta cívica o folclórica, con un complemento si se contaba con más de cinco años, algunos integrantes del grupo que recreaba marchas militares eran niñas vestidas con polleras muy cortitas y de molde militar a tablas y a rajatablas, lo que en forma fácil hacía volar la imaginación de cualquiera de los truhanes.
Momentos, soplos fugaces, periquetes efímeros que permitían atemperar los otros, los difíciles, que eran también partes del correr de todos los días. Cuando había que volver a la normalidad y los mayores se acordaban de las limitaciones económicas de las quejas de las maldiciones y por consiguiente de las cosas materiales que faltaban, del hacinamiento que incidía sobre cualquier equilibrio familiar logrado durante los intervalos disminuidos y gratos. Cusa no contaba con edad para sufrir esos momentos, pero sí con cerebro como para recibir las instrucciones que le daban, y con voluntad para disminuir sus resistencias a tanto enojo y problemas en puerta. Así de golpe un día se dio con su primer cajón de lustrabotas y las disquisiciones respectivas pertinentes y simples de sus mayores. Adónde debía concurrir y cuánto debía cobrar de acuerdo al tipo y al tamaño de zapato que le tocara limpiar.
Así de inesperado el suceso un día, comenzó a recorrer las casas del pueblo en los mismos horarios de los entretenimientos, a armar su clientela, y a llevar el dinero a casa para ayudar con alimentos y los útiles de la escuela. Primero lo rechazó, luego lo aceptó a regañadientes y luego lo asumió, porque descubrió que en los periplos de trabajo gozaba de alguna libertad para otros juegos que lo distraían tanto como aquellos con los que soñaba y esperaba que llegaran con su ansiedad ingenuidad de niño. Le llevó tiempo aprender el oficio de lustra de lustrador que promocionaba el espejito dejado en el calzado aún por gastado que fuera, le costó inventariar los elementos y los momentos que para él eran trances de lo agradable a lo desagradable de lo malo a lo bueno, armarse de la paciencia para descifrar sus utilidades alcanzar la habilidad para el uso de los paños que debían casi estar encerados con el tiempo, aprender el manejo de los cepillos cuya cerda debía ablandarse, corregir sus confusiones, porque en esto los colores primarios no eran iguales a los que se enseñaban en la escuela, ese azul, el amarillo y el rojo que servían para armar bocetos vistosos a partir de los cuales, la maestra machacaba, siempre machacaba, se formaban los matices de todo el espectro del arco iris no eran iguales cuando se laburaba. Las tonalidades de la pomada, de la tinta que ayudaba a lograr el brillo eran el marrón y el negro, a lo sumo el incoloro que se utilizaba indistintamente y cuando había calzado de color sospechoso. En sus días de iniciado, Cusa se aplicó a cuidar el cajón, aprendiendo de los que andaban con enseres parecidos, cubriéndolo de tachas doradas y plateadas, flecos de distintos colores, y a pintarlo con los tintes que identificaban sus clubes preferidos que por aquellos años eran el atlético de la zona y Boca Juniors. Cusa que lustra, cusa-cusa, alardeaban algunos de los clientes que lo querían, y lo cargaban de trabajo, más trabajo, mejor trabajo, más dinero, a no quejarse hijita, octava sentencia del viejo a la vieja, y que además de pagarle le procuraban algún alimento, y le daban ropa que en más de una oportunidad su madre rescató para que sus hermanos concurrieran a la escuela.
Hay que romperse el culo trabajando, en la fábrica o en la casa, había escuchado en días cercanos y sin entender muy bien, cuando su padre recitaba la novena consigna a su madre, no hay que enfermarse, décima, así que el Cusa tomó en poco tiempo la tarea como una obligación propia dentro de su grupo y no le escapaba al cumplimiento de horarios o inclemencias del tiempo. Ya hacen más de cinco años que corrieron al general que nos protegía, así que hasta que vuelva nos tenemos que atender por nuestra cuenta, más ahora que ha reculado y lo metieron en cana al último presidente, un flaco que por lo que dicen no tiene físico ni para aguantarse la cárcel de Martín García. Ya regresará Juan pirulito, hay restricciones para nombrarlo, y los pobres volveremos a tener viviendas, pan dulce y zapatillas para nuestros niños, y campeonatos deportivos, y a ser tratados como seres humanos en los lugares a los que concurramos y etcétera y etcétera, discurseaba papá en cada borrachera larga, que así identificaba a los cambios de turno que le permitían descansos de poco más de veinte horas.
Equivocándose como sus compañeros, retractándose como él mismo, porque por esa época todo iba de mal en peor para los trabajadores, para los del campo, para los de la fábrica. Dos años atrás habían perdido, con alcance nacional, una pulseada con los patrones por reivindicaciones reclamadas durante casi sesenta días de huelga, en medio de amontonamientos y forcejeos callejeros que se produjeron con funcionarios y representantes de la empresa, en gobiernos de milicos y de golpes de estado no se embroma, estrenaba sus consignas laborales el viejo ante un público menos subordinado que el que tenía en su casa.
En la misma línea progresiva de las pérdidas populares, pocos meses atrás, y por orden directa de directores y dueños, una dotación de obreros había arrancado el busto de Evita que estaba en la plaza que por los mismos motivos se cambió de nombre, volveré y seré millones, para un compañero no hay nada mejor que otro compañero, no es lo mismo replegarse en una batalla que escapar, acometía el hombre, siempre acometía, debatiéndose entre su poca formación y las enseñanzas de quien fuera su líder indiscutido, con todo el cuidado que requieren la clandestinidad y las aspiraciones personales de ganar más dinero con el trabajo que se aporta. Así las cosas, no quedaba otra salida que acostumbrarse a las imposiciones que bajaban como cascadas en nuevas reglas de juego. Algunos perdieron hasta la vida en el camino, otros lo entendieron, como papá que logró que lo ascendieran cambiándolo de estibador a ayudante de capataz en la zona de cocimiento de crudo. De todos modos, el trapicheo no le cambió los hábitos y poco, muy poco, la disposición de monedas en el bolsillo.
Los principales gastos los hace quien gana el dinero, onceava consigna para que no lo jodieran, así que mejor trabajo, más dinero, más de éste para comer y chupar con los compañeros, doceava y neutralizando, siempre neutralizando, solicitudes extras de la mujer, razonamientos que con el adicional se podría mejorar en tranquilidad con lo que necesitan los chicos. Yo tampoco tuve algunas cosas a su edad, treceava sentencia, y por lo tanto no se van a morir porque les falten algunas, catorceava.
Discurseadas de trancas inolvidables, de cambiar por lo bajo o lo alto ideas con compinches del trabajo, compadres cruzados algunos una de padrinos y ahijados por todos lados, con la mujer y los hijos por lo menos los mayores que, cuando las reuniones se realizan en la casa, deben estar al servicio de los invitados, quinceavo laudo. Reflexiones de curdas cruentas, para las que después de frecuentarse mucho, se establecen también códigos de silencio para el tratamiento de ciertos temas, como forma de evitar cargas y cargos pesados y resoluciones que pueden terminar con alguno en el hospital o en la cana.
Razones que se dan en cogorzas pestilentes que se arman para comerse un picante de pollo, una cabeza guateada o un asado, y hablar en extenso sobre las injusticias de la vida, las desventajas de la privación, la deslealtad de algunos jefes, la traición de amigos que se venden al mejor postor. Peroratas y arengas que se dan en temulencias que terminan en sobremesas que no se interrumpen hasta el amanecer, con coca por el pasto y fernet con coca por la bebida, porque en horas hay que volver a los turnos esclavizantes, sin feriados ni interrupciones extraordinarias, durante los cuales no se puede bajar la cabeza, porque si se la baja hay serenos entregadores. La mona inmanejable de los descansos largos y de los primeros de mayo, la merluza total Cusa.
Reuniones que molestan, porque interfieren en los programas del otro día, sean de juego o se refieran al trabajo involuntario. Porque la casa es chica, de barrio VEA, de vecindario pobre, queja de mujer que nunca se escucha, conminaciones de mujer que pide hasta el hartazgo, no para ella que a la altura de estos tiempos no tiene escapatoria de la celda en que la pusieron, sí para sus hijos sujetos a tantas restricciones. Aunque el patio sea grande no es cuestión que estos borrachines no dejen dormir a las gallinas y aguantar, al día siguiente las quejas del otro, porque encima no pusieron la cantidad de huevos que él espera que quién los andará afanando reclama. Exigencia legítima de hembra que no se resigna que seguido se persigna y reza el padrenuestro y el credo, que creyó alguna vez, de joven, poder ascender a un nivel donde las privaciones no sean tantas, ni tan elementales, que al menos sus hijos pudieran hacerlo, estudiando con comodidad, de grandes consiguiendo trabajos bien remunerados.
Tribulaciones de mujer que ve volar sus sueños, como palomas mensajeras sin viajes de retorno, que en sus figuraciones oníricas de musa prendada y preñada temprano, ilusionada, construyó castillos en el aire que hoy se desmoronan. Setenta metros cuadrados, están en la carpeta que dieron cuando entregaron las llaves, dos habitaciones de tres por cuatro, un living comedor con poco espacio para los muebles, una cocina que más que eso es un pasillo, y un baño que aunque completo parece un pañuelo. Pesadumbres no compensadas de mujer que se resigna y no cambia, el viejo al final afloja, rememora una promesa de muchos años, y uno se debe dar vuelta con lo que tiene de acuerdo a sus necesidades, papá y mamá duermen en la misma cama y solos, dieciseisavo fallo del viejo renegón y pendenciero, y buscar, imaginando, hembra solícita, todas las alternativas que se tengan para descansar lo mejor posible, ambiciones sibilinas que nunca se cumplieron y por lo que parece no se cumplirán como van las cosas, enésimo reclamo de mujer sumisa, de mujer que así nomás no se vence. Los niños y las niñas en el mismo cuarto, en el mismo firmamento de una pobreza que amontona, y que encima, con el corazón grande se dice, se ofrece a todo peregrino allegado, pariente o amigo que lo pide. Si se dispusiera de una pieza más, de un salón grande que alguna vez se pensó para instalar una despensa, aflicciones de mujer diligente de los primeros tiempos, pesadumbres que se cargan sin remedio, algo más, que permitiera poner a los varones aparte de las nenas, ellos crecen y no tienen posibilidades de intimidad o expansiones. Algo más, para colocar al Cusa y al Juancho que ya andan por los ocho y los once, que trabajan todo el día y encima estudian como para volver a la casa adivinando todavía cuál de las camas les toca en suerte. Algo más para que estén las chinitas, que vienen como escalera por detrás de los otros, y pintan para grandes y voluptuosas.
Es de pensar qué hubiera pasado con seis, cae una lágrima mujer afligida, de ese primer embarazo no concluido, de esa frustración de cuatro meses que terminó en una chata y con una de las repetitivas, repentinas consignas, ya vendrán los otros como escupidas seguiditas, diecisieteava. Desventuras de mujer insatisfecha, quéjese de lo que quiera menos del sexo hijita, que para eso me avisa, dieciocho, el Juancho ha protestado, reclamo de mayor y es el que más trabaja y tiene compromisos más angustiantes, como prestarle a los otros o cubrir los baches del viejo que no son pocos, como anunciar que no continúa los estudios con el primario terminado, y que con esos motivos lo menos que puede pedir es que lo dejen dormir tranquilo. También la Chili apareció con argumentos, diciendo que el otro día los había pescado a los varones mirando sus bombachas cuando se cambiaba, tormentos de hembra hacinada sin armisticios, con recuerdos de jornadas más comprometidas y calladas, desventura de madre desesperada, acorralada entre aquello que se sabe por instinto o por un guiñe misericordioso de otros, y lo que le dicta la pobreza o la impotencia.
Problemas que se aumentan cuando llegan parientes de visita y no se los puede mandar a un hotel porque ellos atienden igual de bien sin preguntas o devolviendo problemas, mujer apremiada por abalorios imaginativos para salir del paso, convencida que las instrucciones recibidas pueden en ocasiones convertirse en trueques maritales, ella también tiene imaginación y prole, que rescata ajuares escondidos por falta de lugar en el cachivachero, colchones y almohadas percudidos, sábanas y fundas ajadas, que se consiguen para armar algo parecido a lo digno que utilizan tíos, tías, sobrinos, abuelos, y cuantos pasan por la casa con algún motivo. Como ahora su hermano de quince que los tatas se lo endosan diciendo que está inaguantable, y que es probable que se corrija en la distancia, ancianos de mierda que saben cómo uno vive y encima lo mandan. Hembra agotada de rumiar frustraciones, que todavía reacciona rápido a la oportunidad, mujer que negocia con el viejo las últimas visitas, que intenta convencerlo de la doble carga que lleva, él los invita y ella los atiende y recepciona todas las puteadas transformadas en sentencias.
Mujer avezada en procesar las contestaciones negativas convertidas rápido en imposiciones, a las ordenes las da el jefe de la familia, el cumplimiento de los encargos es por cuenta de los demás, diecinueve, y a callarse la boca y no escupir para arriba, que si atiende bien a los parientes políticos así ha de atender a los propios, veinte.
Musa de interminables desventuras, ninfa de sueños que siempre se cumplen en contra, hembra con exigencias ingentes, mujer creyente que reza, dichosos los que sufren, y sufre, porque de ellos es el reino de los cielos, dichosos los que lloran, y llora, dichosos los sometidos, y se somete, porque ellos entrarán en el reino del Señor, y dice oraciones seguiditas que ayudan a tener oxígeno, a continuar con la limitación y lo paupérrimo, a no pensar en los resultados de las providencias que se toman o que se dan porque sí, después de todo el niño grande puede ser el hijo mayor que no tuvieron, y es un hermano que por ahora no tiene adonde caerse muerto, que después de todo en donde comen dos comen tres, aunque sean ocho, viejo carcamán y dubitativo, acostumbrado a llevar la contra, en especial cuando está apremiado por sus prioridades, por sus presentimientos y resentimientos, por los enfrentamientos con ella, así que éramos muchos y parió la abuela, sentenciaba con sarcasmo el avezado en doble piña oral, seguro de su tanto número veintiuno, y que ninguno cuestionaría su urgencia de dormir temprano con la excusa del ingreso al turno de las cinco de la mañana.
Mujer solitaria enfrentando los problemas que no genera, avezada ama de casa que se las arregla, preciada mamá de los mimos y de las caricias aisladas, de las comprensiones atinadas, del mal humor permanente y el reto desatinado, crisálida de ocasionales explosiones de histeria, chiruza apurada, acorralada en forma invariable, Cusa.
Chiruza que me amuraste, comienzo cantado mujer, de segundo capítulo para lidiar con las estupideces y las contenciones de todos en la casa, de renegar y al mismo tiempo recordar el bagaje de instrucciones impartidas oportunamente bajo la forma de mensajes, consignas, preceptos, laudos, sentencias, mandatos que significaban una delegación muy peculiar del poder, relativo por donde se viera, porque el incumplimiento por parte de cualquiera de los insurrectos domésticos se disparaba con blanco seguro a partir de sus efectos, una bronca exagerada, alguna sanción menor en la fábrica, una puteada de antología.
Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias, preludio conocido mujer, de tango para comenzar con los nervios y temblar pidiendo a Dios que con los años los niños y las visitas que se quedan entiendan sobre la relación entre un buen descanso y el rendimiento en el trabajo, el de él porque el de ella en el hogar no lo es, que así se pierda el mundo no se puede embromar con ninguno de los dos, menos con la acotación puntillosa de sus tiempos de cumplimiento, ocho horas para dormir igual a ocho horas de trabajo efectivo de acuerdo a lo que piden los jefes, veintidós, y a comerse el garrón mujer, de ver si alguno o algunos de los niños están enfermos, si otro u otros requieren la ayuda de una analfabeta para terminar con los deberes, supervisar el conjunto de problemas que tienen todo el tiempo, escucharlos a veces, hablarles otras, mientras se controla que esté limpia y disponible la ropa de trabajo, las alpargatas y las provisiones para preparar la vianda. Verás que todo es mentira, verás que nada es amor, vaya a saber porqué una estrofa de esa música del arrabal como si fuera un llanto un reclamo permanente, quizás su origen mediterráneo, de allá donde el país es o grandes ciudades al sur o interior al norte, la letra de un cuatro por cuatro cualquiera, el principio, el medio o el final de una canción ciudadana cuando se vive en un pueblo, anuncio ponderado del inicio de otra de las ceremonias importantes para el viejo, mensaje incuestionable para horas inverosímiles y muy dormidas por culpa de los turnos, otro prurito característico del ducho en todo, fijar la cabecera del error en otros o en las cosas, él no está ni para equivocarse ni para retractarse, los horarios de inicio de la tanda de descansos son las seis de la mañana, las dos de la tarde y las diez de la noche y a pelarse, el que lo quiera saber ya lo sabe, y el que lo quiera comprender lo comprende, le guste o no le guste.
Cumplir con las advertencias y aguantar con la boca cerrada lo que ocurre, desde lo más sencillo a lo complejo, mientras el viejo duerme, ensayar soluciones sin despertarlo, total para lo que aporta, probar chistidos para reprender cada travesura de los niños, el dedo en un enchufe, romper un vaso, atestar el inodoro con papel higiénico, decir en voz baja cientos de carajo, y atenuar el barullo que se arma con lo que descubren ellos en cada una de las edades que pasan que vienen pasando a los tumbos esos tumbos que no le importan a nadie, el primer ajó o los primeros pasos, llamar la atención de quien pudo no haberse dado cuenta de llegar justo cuando no son horas de visitas, ni de reuniones sociales, ni de celebraciones importantes, alguien que trae un encargo de alguien, quien se llegó con un presente, quien vino por un cumpleaños.
Una tanda de descanso igual a una tanda de silencios, ironizar con él o con ella misma es igual si total para lo que ella sirve, alcanza para ambos, una tanda de reservas fingidas, de comunicaciones encubiertas, porque así el viejo no lo sepa o no quiera darse cuenta, el mundo sigue girando con los que lo habitan, entre los que están ellos, los demás, los que no son él, que deben continuar con sus historias aunque éstas se escriban a señas, en rondas matinales, vespertinas y nocturnas, viviendo al estilo de los demás pero comunicándose con alfabetos o compilaciones de cautela doméstica acuñados en años de padecer lo mismo sin remedios a corto plazo.
Desesperarse con una discusión que se arma por intrascendente que parezca o que sea, un cruce de palabras, de opiniones de razones de sinrazones que signifiquen elevar el tono de las voces a decibeles que no son normales para el descanso, desalentarse con un llanto de queja y con un puño cerrado de impotencia porque los reyes magos no dejaron, o trajeron cambiado, lo que se pidió en una carta escrita con errores, con lápiz, en un papel manchado con grasa de las empanadas del domingo, irritarse por preguntas que se sabe no llegan ni llegarán nunca a tener respuestas, por ser íntimas, motivos de vergüenza, presunciones sobre la capacidad de responderlas, caso las que calla el Juancho al que se le ha comenzado a parar frecuentemente mientras le sale un líquido viscoso que no sabe, abatirse por el espasmo, temblor o escalofrío, que se percibe en cada niño de los cinco, cualquier mañana de invierno, por no disponer de una camiseta o de un pulóver, de unas medias que no se pudieron comprar por falta de plata, consternarse por la más simple imposibilidad de darles gustos tan sencillos como cocinarles lo que les gusta, hacerles seguido una tortilla a la parrilla, o buñuelos en cada desayuno o en cada merienda.
Alarmarse porque el visitante comenzó con caminatas y paseos no comunes en el movimiento de la casa, orinando dos o tres veces en la noche y a la madrugada, pasando largos minutos en el baño durante el día, con actitudes, comportamientos que no se corresponden mucho con la edad que tiene, regresiones de las que no se sabe mucho pero que se le vienen manifestando, repimporoteadas confianzudas que tuvo hasta con el viejo, fuera de lugar completamente con los pocos meses que lleva incorporado a la familia, contestaciones, razonamientos de aprendiz de malandra que nunca se permitieron ni siquiera a los propios chicos de la casa.
Ponerse alerta con la evidencia de que algo pasa, y que se hace necesario observarlo porque es un hermano que se conoce poco, y un extraño al fin y al cabo que por un capricho de los padres se lo incorporó como un miembro más de la prole. Andar con disimulo hasta saber qué es lo que se busca, parte más difícil de una pesquisa obligada por la sagacidad de madre, de mujer al natural que ama a sus hijos, buscar hasta encontrar elementos para una batida que permita acomodar en el desorden, ordenar roles en el hacinamiento, poner las cosas en el lugar que corresponde, sondear detalles que no son evidentes, rastrear hasta el cansancio, alquimia de mujer intuitiva que cubre sin muchas luces las dudas y requerimientos de sus hijos, que vigila sin escoltas. Agitarse con el estupor de comprobarlo, de verificar que en una noche calurosa de verano, entre las sábanas, el monstruo, el animal abraza y se refriega contra el cuerpo de su hijo de su hijito, del Ariel que acurrucado sigue con su sueño, confirmar que la sospecha se convierte en realidad, suponer de antemano que éste lo hace, y lo estuvo violando las veces que pudo sin que el niño diga nada. Atragantarse con palabras, con puteadas, la voz baja y entrecortada, encontrar la parsimonia adecuada para no despertar a nadie, para arrancar de la cama y de las mechas al atorrante, llevarlo hasta el comedor, mantener la calma, contener las ganas de matarlo, chico y viejos de mierda, mientras se traza una estrategia.
Pensar en una treta de alternativa, con muchas ganas de hacer justicia por cuenta propia, de contarlo al viejo para que sepa alguna vez sobre las cosas que pasan y que no se entera mientras duerme, romper definitivamente con la intriga de ocultarle todo, de que no advierta las diferencias entre lo ordinario y lo extraordinario.
Tragarse un garrón más, como tantos en su vida, recurrir en sólo un día al ardid de hablar con el cura, un alemán grandote y duro con el idioma que emprende con ganas su tarea evangelizadora en el pueblo, aguantar que frente a él el atorrante jure y perjure por Dios que no hizo nada, que intente explicar sin resultados que fue solamente una masturbación entre sueños, un reflejo muscular inconsciente, analfabeto que llora y se retracta, que no tiene ni escuela ni calle, adonde ir y que le pide perdón a Jesús y a la virgencita, como el niño que hace poco aprendió en la catequesis y solloza a su lado, arrinconado por el asombro y la vergüenza.
Atender con entereza los argumentos contemporizadores repetidos, las palabras difíciles que luego cuesta trabajo descifrar, las enseñanzas del evangelio con ejemplos que, casualidad o no, tienen similitud con la vida, vencer con fortaleza la ira, el furor de buscar compañeros en la desgracia, dispuesta si fuera posible a cambiar su espíritu irredento por una compensación al dolor que le partió el alma. Aprovechar a pleno la jornada, ganarle al tiempo que discurre sin interrupciones, clamar al médico, clínico recién llegado, de los que curan todo y que todavía no entiende de nada, que revise y diagnostique urgente, que compruebe la conjetura, que confirmándola la prescriba.
Escuchar con más calma los resultados de la intervención, que comienza con una contundente determinación de que no se produjo penetración, que continúa con que el episodio no pasó a mayores, que finaliza con una opinión, que de todas maneras hay que controlarlo porque al chico le pueden quedar secuelas y por supuesto que es necesario separarlo del otro. Entrar como otras veces, condenada por no saber cuál de sus pecados originales y no tan originales veniales o los que fueran, en torbellinos de sosiegos y alborotos simultáneos, emociones combinadas que lastiman el cuerpo y el alma, transmutarse en espirales de treguas y trifulcas repentinas en todos los sentidos, querer al hijo, proteger al hijo, saber que en definitiva no le pasó nada pero que igual se quedará sin su nuevo amigo, volver sobre los chanchullos del hermano, sobre su afrenta de chiquilín y de inmundo, el niño del ultraje, de la injuria de la lujuria inconsciente en la que incurrió contra el pendejo, contra la familia misma, repasar las horas de ausencia acumulada de ese viejo que estará concentrado ahora en su vino del mediodía, seguro de que los subordinados hogareños no le interrumpirán su costumbre perdurable. Porfiar con las cargas a poner en los platillos múltiples de una balanza que la tiene cansada, decidir por ella misma, optimizar las horas de recorrido terminando en la comisaría para hacer una exposición que lo comprometa y lo convenza que con lo ocurrido no puede seguir estando con ellos, y decir que comparece para dejar constancia que su hermano tal y tal, documento de identidad tal, tantos años, con domicilio en tanto y tanto, incurrió en el delito de esto y esto, y que se presenta al solo efecto de dejar constancia que de por vida no lo quiere tener más ni a cargo ni en su casa, y que en el último acto jura que le comprará un pasaje para que vuelva al lugar de donde vino, y que si el sujeto insiste con sus tejemanejes le avisará al marido de todo, y que él bien sabe que la reacción puede ser peor que la de la policía, y etcétera, etcétera, como dice su media naranja.
Tipo desagradecido, tipo condenado hasta tanto no de las excusas que correspondan, reiteraba papá su consigna ciento y pico, elucubrada como tantas veces en su vida, para una oportunidad en que la fuerza mayor le cambió de cuajo una decisión indiscutible, sondeando Cusa, pasame la alcuza, a la vieja chiruza, para pescar una mentira de las que sabe le dicen, para sacar una verdad de las que nadie sabe a veces le interesan, una fisura que le confirme que la visita no se fue de golpe, que no partió que lo parió sin despedirse, sin agradecer lo mínimo, la comida y la cama, que algo hay, que por algo debe ser. Olfateaba Cusa, no aflojando el seguimiento a la mujer ilusa, siempre olfateaba, con el único fin de entretenerse mientras duraban sus ocupaciones fugaces de curda despabilado, después nada, a otra cosa de la historia grande, a otra página de su historia chiquitita. Escapando como le pasaba con frecuencia a meterse en el asunto, evitando de probar, si con su intervención podía atemperar el cúmulo de confusiones y cuitas que esto ha dejado en el niño que se es, Cusa.
O en el niño que se fue antes de la desgracia, porque eso pasó a ser una línea de frontera entre el antes y el ahora, aunque no se lo comprenda la antesala de una fatalidad que precipitaba un tormento desconocido, y a conocer a través de las señales internas e externas, algo que lo arrancaba, lo borraba, de las intermitencias seductoras de la infancia, de los instantes fugaces de inocencia y entusiasmo que se aprovechaban casi al cien por ciento. Solo, con los amigos, con los personajes y lugares que poblaban y congestionaban las más caras fantasías.
De ahí en más parecía que la vida pasaba a ser un universo negro, o gris al menos, desconocido, una galaxia donde se impusieron comportamientos diferentes, espontáneos, ignorados. El retraimiento, el aislamiento, las desvinculaciones no elegidas, la precaución, y hasta fijar la mirada con actitud amenazante, fueron desde entonces comunes, y que distinguieron rasgos de personalidad que en algunos casos fueron cuestionados, como lo reiteró una de las maestras de grado antes del cambio decidido. Un firmamento que en cuestión de minutos pasó de casi perfecto a casi perverso, primero en la casa y por culpa de los demás que se notaba, comenzaban a ensayar miradas de desconcierto, intimidación y complicidad, como si cada uno de los cercanos compartiera un secreto a voces que no se dejan escuchar.
Mamá atisbaba provocando, transmitiendo en silencio que su participación y sus desvelos la hacían merecedora de un intervalo momentáneo, y el viejo como si supiera todo y no quisiera discutirlo. El Juancho acomodaba la discreción a su forma, averiguando sutilmente la sobrecarga de trabajo y de costos personales que le significarían los acontecimientos, y la Chili a su modo también expresaba sin discernir su solidaridad de mujer improvisada en medio de la privación y el hacinamiento, con la seguidilla de frases incoherentes que la identificaban como su labio leporino, que si el comoé se ha ido será porque su como se llama así lo ha dispuesto repetía de rato en rato, agitada de transmitir sus referencias. Las más pequeñas, de siete y seis años, estuvieron varios días confundidas al principio, porque de ser el centro de atención de todos pasaron con el hecho a un segundo plano, del que intentaron salir a fuerza de caprichos y de llanto.
Luego, en medio de tantos cambios y nuevos cambios inmediatos, el Cusa se atrevió un día a pedir permiso para no salir a la calle con su cajón de lustrabotas. Así de simple, sin mayores explicaciones, porque no las tenía, se animó a la odisea que significó una de las más importantes dificultades para la vieja, el chico estará un poco enfermo, tendrá problemas con algunos amigos, ensayaba sola y con el viejo al frente, resignada a soportar la andanada de nuevas prescripciones, lecciones e instrucciones, aunque por lo bajo y en secreto intentara modificar en su niño la resolución anunciada.
En el otro flanco, Cusa se desenvolvió con naturalidad en uno de los principales desafíos de insubordinación e indolencia e insolencia que tuvo que resolver con papá, porque marcó el inicio de las sentencias directas que de ahí en más compartió por mucho tiempo con los mayores de su familia. En el trabajo hay que tener disciplina, y una de las formas de conseguirla es no aflojando al cumplimiento por capricho, fue la primer propuesta al efecto, y también una de las cuantas que a lo largo de su vida de curtido no cumpliera. Es que nadie lo sabía, ni lo experimentaba en carne propia Cusa, lechuza cara sucia, comenzaban a lanzarse sus conocidos, sus amigos, cargándolo tibiamente primero, acometiendo con la temeridad de niños, y con la desmesura de niños de la calle luego. Cusa lechuza, que duerme de día y deambula por las noches, sabían de los insomnios permanentes que comenzaban, seguro que por las resonancias que llegaban a partir de las versiones de algunos de los propios, o de aquellos que especulaban con perfidia tomando y tergiversando legítimas aflicciones de los que lo querían de alguna forma. Cusa, cara sucia, intensificaban sus chances quienes competían con él en un mercado de niños exigidos de niños convertidos en adultos sin elección y a los golpes, en el que además de los réditos se obtenían algunas gangas especiales, aprovechando el mensaje para marcar en doble, con exageración su condición de trabajador del oficio, y con vehemencia la infamia que agrandaba su problema, nunca nadie se acordaba en ese tiempo de su integridad, de su persona.
Nadie Cusa, pero nadie, preguntaba sobre lo que fue en realidad una sucesión de confusiones, sencillas algunas, otras incitadas por cualquiera, sobre la imposición a no poder elegir entre dormir solo o dormir con alguien, menos sobre la prerrogativa a diferenciar entre lo que se quiere y lo que no se quiere aunque no se tenga mucho de lo que los mayores llaman la conciencia, la merced de ejercitar la facultad de elección aún siendo niño.
Un acertijo difícil en el que nadie escarbaba, a una edad en la que ya es posible distinguir un estado de ánimo en los otros, percibir sus emociones, distinguir la normalidad o no de las personas, no darse cuenta pero sentir que se es huérfano de caricias, de una mano que se mezcle con el pelo desparejo, de un brazo sobre el hombro, de un abrazo, de contactos que no se distinguen por la intención, mala o buena, de quien los establece, sino por el acompañamiento del otro a momentos aciagos, de llanto, de impotencia, de comprensión, de alegrías, de entusiasmo, de curiosidad y de vértigo, de un largo listado que no se cierra de aquello que no se tiene, que no se tuvo y vaya a saber si se tendrá. Nadie, pero nadie, que ayudaba a discernir sobre la gravedad de los roces tramposos en sus espaldas, de aquellos que si fueron como dicen, quedaron entrampados en sus sueños de niño, profundos como nada, cargados de ilusiones y de ganas como todos.
Cusa no tiene excusa, sentenciaba su padre ante cada clausura decidida por el niño en adelante, ante cada encierro o irreverencia, por importantes o mínimas que fueran, sin abrir el juego a los descargos, a los sinceramientos, que hubieran disminuido tensiones y presiones. Al Cusa lo embromó la gentuza, cargaba el hombre cuando lo convencieron del cambio, después del monólogo acostumbrado sobre la escuela adonde van los hijos de los empleados jerárquicos y hay que ponerse con la cooperadora, el viejo afloja, en especial cuando anda detrás de sus conocidos requerimientos cotidianos.
Y esto aunque raro era bueno, para atemperar el huracán de lesiones que arreciaba en el horizonte inmediato, que empeoraba día a día. Cusa, lechuza cola sucia, se generalizaba la alusión directa, entre allegados y desconocidos, y se extendía como reguero de pólvora, jodiendo en los cambios naturales de entonces intensos seguidos jodidos en todos los sentidos, de niño a púber, de púber a joven.
Transmutaciones, como la que se da con el ahora de hoy que es el antes de mañana, y el ahora de mañana que de pronto es diferente al anteayer, como el negro que se vuelve blanco o multicolor, o gris al menos, como lo malo que se reemplaza con lo bueno, como el infierno terrenal que se transforma en cielo. Como este arnés, mi rosario dijo la mamá un día, después de mucho tiempo, con el cual se cuentan oraciones para pedir y otras para agradecer la gracia del Señor y de la Inmaculada, entusiasmada porque sus humildes intervenciones arrojaron los resultados esperados, tantas veces encomendando al Cusa al Sagrado Corazón. La primaria se terminaba, y a duras penas quedaban atrás las señas más dolorosas de aquel episodio que arrastró inocencia, esperanzas, confianzas y perspectivas del niño que se fue. La secundaria en la escuela normal mixta de maestros comenzaba, y en ese tiempo coincidiendo, otras ensoñaciones, certidumbres y seguridades se gestaron.
Con un trabajo nuevo Cusa, después de tanto tiempo de no salir a la calle, con el turco librero que entregaba una bicicleta para el reparto de revistas y periódicos que se recibían de capitales cercanas y lejanas, que se distribuían entre la gente importante del pueblo, y que significaban un buen curro, porque se vendían con el cincuenta por ciento de recargo y encima se compraban a mayoristas como descarte desactualizado, buen negocio de sirio bondadoso, porque a la bicicleta la entregó a cargo, motivo más que suficiente para cargarla de adornos parecidos a los que alguna vez se tuvo en el cajón de lustrabotas.
Con un amigo nuevo Cusa, lechuza cara sucia, que ayudaba a superar el ostracismo, el confinamiento, el desarraigo de las cosas y las personas que se dejaron de lado, obligado por las circunstancias, aventajado por las argucias de otros, queridos y no queridos. Con Juan Carlos, se compartieron juegos originales, travesuras, actividades inolvidables, de las cuales dos no se borrarían más de la memoria. La primera, asistiendo con la anuencia y el acompañamiento de los padres a los bailes del doce de octubre en el club Recreativo, donde el infaltable Jorge Ardú y su orquesta repetían de manera interminable los pasodobles que bailaban los Lobo mejor que nadie, intocables y lejanos, pletóricos y aislados como siempre, mientras ellos en el papel de bribones, sorprendían a la gente con sus impostaciones graves, gritando Jorge Ardú cuando mueras que harás tú. La segunda, recibiendo de su amigo y como prenda de despedida por ir a escuelas diferentes una perinola, pequeño trompo de seis caras, tres buenas y tres malas para quien apuesta, que el joven cargaba por donde anduviera. Su alejamiento era el final victorioso de una pequeña batalla familiar, de las de siempre, en que la vieja con sus argucias, algunas de las cuales no se le descubrieron nunca, lo terminó convenciendo al hombre de las docenas, los cientos, los miles de sugerencias y prescripciones. Está bien, se lo envía a la técnica con la carga de plata que eso significa, pero no puede pifiar ningún año, falla y a trabajar como lo hizo su padre y su hermano, fue la sentencia en la oportunidad, y Cusa cara sucia, cola sucia, volvió a sentir con el corazón la cabeza con el olfato con todo que la vida era hermosa y había que aprovecharla a pleno.
Toma 2.
Por cierto que se trataba de un pasatiempo curioso, inexistente antes en su itinerario de errabundo consuetudinario, abrumado todo el tiempo por encender las chispas y suplir la escasez de dinero con las cosas gratuitas, lindas y disponibles de este mundo. Solamente una de las seis caras de la peonza aseguraba una ganancia clara y suculenta, tomatodo. Con las cinco restantes quedaba como única contingencia, resignarse a una sucesión de conjeturas sobre resultados ínfimos o perdidosos, ganando de a puchos o directamente perdiendo, de a uno, de a dos envites, o dejando una apuesta compartida.
Al igual que cualquier entretenimiento, éste remitía a una combinación de reflejos de la vida misma con la ventura habitual de una suerte a favor o en contra de las expectativas puestas. Y todo esto al Cusa lo entusiasmaba, desde que Jotacé le puso la galdrufa entre sus manos. Igual disfrutaba la novedad de los otros esparcimientos que encaraban juntos en vacaciones o en los descansos, que descubrían juntos, en su mayoría y por esa época gracias a la cómoda posición económica del padre del amigo, dueño de la farmacia del pueblo.
Aunque ellos preferían en los tiempos libres disponibles, regocijos propios de adolescentes, disfrazarse con telas de descarte y cartones, imaginando situaciones que copiaban de las películas o de las SEA que por pedido distribuía el Ariel por cuenta del turco librero, referidas casi todas a la conquista del oeste norteamericano o a las guerras mundiales. Pero en los días de sosiego, pasaban horas enteras con la Oca o El Estanciero, con el Senkú o el de la mente, con el dominó, las damas o el ajedrez.
De tal manera y sin darse cuenta entrecruzaban ámbitos diferentes sus mundos sus rumbos sus tumbos, en la inquietante y mutua hazaña de adentrarse en sus cosmos diferentes, complementarios suplementarios distantes a veces, siendo Jotacé el que fácilmente se familiarizaba con el del Cusa y no al revés el Cusa miraba cedía se retraía y era más duro en su dureza. Por ello días enteros caminaban y se inventaban travesuras en la isla, una forestación de tres hectáreas adonde aprendían a capturar loros, o bajando a los lotes, pueblos temporales y desmontables donde se alojaban los zafreros, cientos y cientos de personas de distinta procedencia que alguien contrataba aunque ellos no lo supieran para el trabajo en el campo.
Con el regreso del General se parará la mecanización, y se comenzará a respetar de nuevo a los zafreros, se poblarán de gente los cañaverales y habrá mayor bienestar al estilo del que había cuando estaba Evita, discurseaba el veterano charlatán ante un auditorio de borrachos reunidos con el motivo de festejar el último ascenso, cuando pasó desde la sección de crudo a ayudante de maestro azucarero, y Cusa, como tantas, otras infinitas veces en su vida lo escuchaba, viejo protestón, y oportunista, porque se acercaban épocas en que nuevamente estarían los sindicatos y los compañeros dirigentes que defienden los derechos de los trabajadores del campo y de la fábrica.
El niño grande, ya de veinte años, iniciaba aburrido, callado, lentamente y con prudencia, el procedimiento de solicitar la anuencia del jefe de la familia para irse a dormir temprano, hay que cumplir con el trabajo de mañana en el primer turno, aprovechaba pletórico las primeras claras ventajas de una independencia lograda a duras penas y pocos días antes alquilando una pieza, paso importante para casarse con la niña de sus sueños.
Por entonces, la niña no jugaba con ellos pero parecía dispuesta a entrar en el juego de alardes recíprocos, en un juego de mudanzas simétricas al igual que otros, en el que se gana todo, en el que se pueden ganar y perder partecitas, o se pierde todo, el Cusa hacía girar su pequeño prisma con punta la esferita en el escalón de entrada a la casa en la que se desarrollaba la fiesta familiar cuando la conocieron, apenas perfilada en el amontonamiento por lo menuda, en medio de mucha gente que bailaba entusiasmada una cumbia de los Wawancó.
Delgada, de cabello lacio y claro, blanca y bonita, la flaca los miraba de a ratos con insistencia, por instantes con resistencia con indiferencia, insinuando con su fisgoneada estar de acuerdo con un permiso que los padres del Ariel no les habían dado, los niños no se mezclan en fiestas de grandes había sentenciado su viejo.
Con indecisión y sonrojados manchados de vergüenza por nada no atinaban a nada, y quedaron con una curiosidad que los mantuvo en vilo por varios días. Averiguaron que la niña era hija de un boliviano atildado que trabajaba en la administración del ingenio, un hombre tranquilo, bonachón y elegante, prestaban atención a comentarios, no como los otros, esos coyas sucios que llegan para la cosecha y andan cagando y meándose en la calle, más que nadie esas mujeres de polleras cortas y multicolores que lo ocultan todo, desde lo íntimo a la mugre y la mierda, se enteraban, segunda mano, de la matrona que cuidaba personalmente la puntillosidad de su marido, del acicalamiento de su hombre elegido, trabajador y hacendoso, con reglas que había comenzado a transmitir a la hija, cambio de camisa, calzoncillo, pañuelos y medias, cada dos días, pantalón cada tres días y lustre de zapatos para todas las jornadas.
Sus investigaciones eran la muestra acabada que empezaban a interesarse demasiado en la niña que a ambos les gustaba, niña bonita, hijita de mamá, que con doce años ya tenía síntomas de malcriada, sabía sugerir y esquivar, y se fijaba en los muchachos más grandes, compartían, estrenando, sus penas de enamorados en las primeras presumidas, simples juegos de jóvenes, que casi siempre se desarrollaban en la avenida importante.
La avenida que por esos tiempos dejaba de ser el centro de los eventos populares que convocaban a todos sin distinciones, de los desfiles, de las procesiones y de las quermeses, la ciudad se modificaba con los planes de viviendas iniciados por un acuerdo entre el gobierno y los dueños de la fábrica, con un desplazamiento que significaba la desaparición de los lotes y una urbanización que mejoraba las condiciones de vida de la gente. Mejores hospitales y escuelas, nuevos clubes y centros de esparcimiento, parece mentira que en un país tan rico como el que tenemos, sea el mismísimo jefe del justicialismo el que deba andar detrás de todo esto, continuaba la arenga de su padre cuando el Cusa se retiraba para su nuevo domicilio, un conventillo muy concurrido en la avenida de marras.
Una zahurda bastante sucia, adonde se juntaba un tropel de gente y animales domésticos, que deambulaba de noche y de día, esquivando los desagües de las construcciones precarias y de madera, evitando los contactos con los líquidos densos y olorosos por contenidos elevados de jabón y grasa sobre el agua, que las personas tiraban después de un uso intenso, el aseo personal en primer lugar, cocinar, lavar cubiertos y utensilios en el medio, y al final la ropa y lo que quedara, con la linfa optimizada en escudillas que se disponían con mucha pericia.
En todo eso veía y verificaba por primera vez la privación, las limitaciones y la pobreza que lo tocaban de cerca, evidenciadas en su mayor expresión, el auténtico territorio donde estas devienen en delincuencia y prostitución, con vecinos que eran ladrones, asesinos o fiolos, y putas como las puchero, tres hermanas blanconas y pechugonas que merecían ese mote porque se las comían por centavos todos los días. Había llegado al lugar por una decisión propia y atrevida, escapando de las presiones conocidas de su casa, y buscando estar cerca de la fábrica en la que había ingresado recientemente, así que las inclemencias que se sumaron con el cambio se compensaban bastante con la franquicia y las potestades que lograba. Los planes y las prescripciones establecidas oportunamente, no se dieron de acuerdo a las previsiones, de tal forma que sus estudios para recibirse de técnico mecánico habían evolucionado con una serie de dificultades, de marchas y contramarchas, que obligaron a trabajos que se debieron tomar de manera simultánea al esfuerzo académico.
Más fajina, más empeño de uno más independencia, a veces le salían arranques que se aprenden de ver en otros tantos arranques. Pese a las vicisitudes, él había enfrentado el ajetreo y los resultados estaban a la vista, gracias al esfuerzo de la familia, al sacrificio de padres y hermanos, a la perseverancia de levantarse todos los días para no perder el trabajo, se ufanaba y se arrogaba el logro, el mañoso de las mil resoluciones, el día que el hijo recibió el diploma.
Pero para el Ariel la verdad, pasó por el afán ingente de equilibrar tiempos de estudio y de trabajo, y por la adecuación permanente que para sí mismo se trazó como objetivo, para acomodarse a formalidades ignotas como el trabajo en los talleres, y las largas horas que debió pasar inclinado sobre tableros de dibujo que le prestaban conocidos comedidos en las horas que no se utilizaban.
No le fue del todo bien, pero terminó sin pedir auxilios adicionales, y al final fueron pugnas relativas, si se las recordaba a la luz de su nuevo entusiasmo, la niña pálida que volvió a encontrar después de tanto tiempo, mancillada ya según las malas lenguas y de acuerdo a una purga mediata espontánea y honesta de ella, pero que sin compromisos a la vista le había permitido obtener un primer consentimiento para verse más seguido.
El primer permiso lo obtuvieron del padre, según relataba la niña, durante un almuerzo al que llegó más temprano que de costumbre, lo que sirvió para pescar a la mujer que aleccionaba y negaba según su costumbre, diversiones de chusmas en las que no me explico porqué anda enganchado Jotacé siendo que viene de buena familia, invitar a mi hija, hijita del alma, a esas excursiones de los sábado a la pantalla, adonde concurren los pobres y los ignorantes que no le aportan nada, rezongaba, siempre rezongaba, y el hombre atemperaba, siempre atemperaba, con la templanza, la parquedad, que le insuflaban fuerzas y paciencia para porfiar en su grupo con el argumento de que nadie debe olvidar su origen humilde aunque éste se vaya modificando para bien con el tiempo, monólogo de pusilánime que impugnaban los hijos varones desde que tuvieron edad para hacerlo. Como consecuencia de las consideraciones familiares que concluyeron con la voluntad impuesta del jefe de la casa, hay que cuidar que papá no reniegue y eso lo embrome en el trabajo, decía la mujer en cada fin de discusión en la que no sacaba ventaja con sus opiniones, el Cusa y Jotacé lograron su primer paseo con la joven por la que estaban deslumbrados, cuestiones de púberes pajeros, una escapada de resultados no deseados, hay que cuidar a la nena de malandras y negros ordinarios, para lo que se dispuso, controles que se obligan por la fuerza o la perseverancia, que ella fuera acompañada de sus dos hermanos y una tía que tenía la misma edad, y con la que por esos días comenzaba a compartir comentarios, insinuaciones y soslayadas especialmente con los varones que le gustaban. Una providencia que fue un desastre porque el menor, de contextura más grande que la de ellos, no les quitaba los ojos de encima como inhibiéndolos, inmovilizándolos en su torpeza de mozos, que no reaccionaban ante la decisión de las incipientes musas, que aprovechando imprevisiones que se tienen, se dedicaron a departir y jugar con otros, motivo por el cual terminaban su salida, asuntos de púberos distraídos y urgidos de onanismo, colgados de los sauces llorones desde donde se daban unas cuantas zambullidas en el canal. Y distanciados por primera vez en tanta elucubración de alianzas y confabulaciones que pasaron juntos, por una contienda cuyo origen no pudieron nunca determinar, juego de manos juego de villanos les dijo el hermano mayor de la flaca cuando casi se trompeaban, pero que centraron en una puja por el juguete diminuto que Jotacé le regaló al Cusa, y el Cusa lo negaba con recelos.
Por esto regresaban de aquella primera excursión, enojados con ellos mismos y entre sí, y habiendo puesto en evidencia sus intereses, detectados por la mocosuela frágil y vivaracha que con la mirada espiaba, insinuaba sus mensajes, probaba, ribetes tempranos de hembra que se inicia, que le importaba todo, que no le importaba nada.
Poco tiempo después, protagonizaban un episodio parecido, en una matinée en que dirimieron por la única butaca disponible al lado de la flaca, lugar que ocupó al final otro del grupo y un poco mayor que ellos, mientras discutían en el baño del cine por la perinola, historias de niños que dejaron de serlo, que sienten y no saben explicarse, que tiemblan con las emociones y se asustan con la indiferencia.
La indiferencia es lo peor, y la mujer no debe ser displicente en ningún tiempo, tiene que acompañar en el cumplimiento de las obligaciones al marido y cuidar a los hijos que de esa manera se acompaña, se sorprendió un día el Cusa, con frases aprendidas y en su rol de novio, mientras conversaban sobre la vida futura en un banco de la avenida por entonces despoblada y descuidada. Y se amedrentaba porque unos meses atrás, en una de las repetidas trifulcas familiares, se había fijado la consigna de cortar con defectos heredados, con hábitos, costumbres, actitudes y comportamientos, que en cientos de oportunidades lo habían lastimado, calando lo más profundo de su corazón y de su alma.
Descubrirse repitiendo mañas era toda una novedad, al menos tomar conciencia de ello, un juego al que no quería entrar, estaba seguro, y menos a sus simetrías que auguran tantos a favor y más mucho más en contra, para un porvenir que se piensa distinto, que ya es diferente por haber estudiado y conseguido un trabajo de más categoría que el del viejo o el de mi hermano, atinaba a corregirse con ella, a concentrarse en otros temas, que conversaban en las pausas de los momentos que aprovechaban para calmar calenturas con manos y caricias. Avances en los cuales la náyade de sus sueños lo apuraba, y él ponía paños fríos diciendo que no debían hacerlo hasta que estuvieran casados.
Contingencias de seres contenidos que ella salvaba asintiendo a su llamado de prudencia, y él zafaba contándole historias de sus trajines y del país en el que comienza la vida democrática. Le aclaraba que entendía poco, pero que escuchaba que el presidente se había molestado con un grupo de sediciosos en la última concentración en Plaza de Mayo, a los que expulsó gritándoles imberbes, y que eso había caído muy mal a varios trabajadores y compañeros de la fábrica, algunos de los cuales comentaban que las del presidente fueron palabras exageradas e inoportunas, cuando están recién abiertas las heridas del pueblo por lo de Ezeiza.
Le costaba esfuerzo hilvanar estos comentarios, porque no se quería meter en política, pero esto era inevitable en el ámbito de la fábrica adonde se planteaba y se discutía de estos temas todo el tiempo. Mientras se realizaban las tareas, y durante los descansos, cuando se interrumpía la actividad para comer algo o fumarse un cigarrillo, sumaba palabras, él mismo aprendía, que ya había sido objeto del bateo que parece más común, y es que algunos le gritaran maricón en una oportunidad, en la que no tuvo mejor idea que la de reiniciar su tarea antes de los tiempos establecidos, que no entendía y quería aprender de los códigos y los secretos de la comunicación dedicándose todo lo posible al mantenimiento de máquinas y engranajes en el que le tocó desempeñarse desde el principio.
Un esfuerzo extra y complementario, porque lo que se hace no tiene nada que ver con lo que enseñaban en la escuela que porqué será si desde el ministerio se la pasan planificando, se quejaba, y hay un proceso de curtido, de ganar calle, de pagar derecho de piso que a todos les toca por lo que parece a cualquiera. Y continuaba, imparable en sus monólogos de iniciado, con el arrebato de quien descubre, con el frenesí del que se entusiasma, con la virulencia de alguien que pretende tratar sólo los temas que le interesan.
Hasta que ella, suavidad de hembra que se controla, habilidad de amazona que entra a una batalla con todos sus atributos, lo sacaba de su despreocupación por saber, de enterarse de las instancias de la vida de su elegida, del itinerario pérfido y doloroso que recorre en los últimos años, desde que un profesor de la secundaria le arrebató la virginidad y sus mejores ilusiones y sueños, que se burló de ella, que creyó todo el tiempo que la admiración es amor a primera vista y que el amor a primera vista es para siempre como sale en los corín tellado y que los príncipes no son como ahí se dice, y que estuvo confundida con las opiniones compungida y los consejos de su madre que le hablaba del hombre ideal que ella no tuvo y no tienen sus amigas pero que aparece alguna vez en la vida y de no sabe bien cuántas cosas sobre tener un mejor nivel, y casarse con quien corresponde y que quien corresponde es alguien mejor que uno, pero que por suerte el tipo ya no está, y que por suerte ni él la quería ni ella lo quiso, ni lo quería lo juraba perjuraba y abjuraba, porque el atorrante era casado y tenía hijos y casa y auto y otros bienes que le había dicho que eran gananciales y entonces si hacía algo se iba a quedar sin nada, y entonces no había ni lugar ni futuro para ella le decía.
Ella los aturdía y urdía sus chiquilladas sus travesuras, y eso al Cusa le molestaba. De la misma forma en que lo elegía como pareja para jugar a las escondidas, destacándolo diciendo este es mi preferido distinguiéndolo por ratos de los demás del grupo, había momentos y juegos en que su preferencia se volcaba por Jotacé o por cualquiera de los otros, con una naturalidad que provocaba en él cambios violentos que lo llevaban con facilidad del encanto a la iracundia, del delirio a la irascibilidad.
Pero esas eran las reglas de juego que imponía que se imponían luego de sus actitudes de niña malcriada, y Cusa decidió respetarlas, con la premisa clara como el agua de que cualesquiera fueran los resultados no volvería a pelearse con su amigo, aunque muy adentro suyo sentía, joven huérfano de explicaciones y consejos, que en el balance de preferencias, de intereses divididos por dos o a lo sumo por tres, más eran las veces que ella optaba por jugar con Jotecé que con él. Y durante los meses en que se consolidara el grupo, afianzamientos temporales que se debilitan con el tiempo, tuvo muchas ocasiones para probarlo y probarse, descubriendo que su amigote había tomado una resolución parecida, treguas de changos que crecen sin una brújula, que cuando dudan no tienen a quien consultar, que cuando toman una decisión son sorprendidos y son reprendidos sin treguas sin posibilidades de enmiendas inmediatas. Mucha mezcla, decía la mamá de la nena, tesoro, hay que tener amigos mejores que uno, como el Jotacé y otros que viven en el pueblo, esos negritos no inspiran confianza, criticaba, siempre criticaba, y no lograba evitar que ellos se cautivaran, con los descubrimientos que hacían como chicos en proyecto de grandes, con la autonomía que les generaba la demanda de empezar a ser adultos sin serlo todavía.
Reverberaciones de la vida que se forja en cada momento aún por insignificante que parezca, santiamén en el que se dan las ocurrencias, como el de la oportunidad en que para un veintiuno de septiembre, las maestras de las escuelas se pusieron de acuerdo para llevarlos a un día de campo en la isla, y les dieron a muchos por primera vez, espontaneidades de docentes que se ilustran e ilustran con lo que enseñan, la posibilidad de hacer experiencia para actuar en función de grupo, de aprender a salir de las contingencias. Una ocasión de la que Cusa retornó como otras veces, de la misma forma que su amigo, desilusionado con la flaca pero contento y cansado de tanta travesura compartida, niños egoístas que deben intercambiar alimentos, asimilar inconvenientes propios y ajenos, pelear menos y solidarizarse, y que tienen que aceptar al otro sin los condicionamientos cotidianos, fueron las instrucciones recibidas. Después de todo en el grupo reducido de amistades, que no pasaba de la docena, estaban los hermanos de ambos y su mejor amigo.
Sus hermanas habían hecho buenas migas con la flaca y su tía, le daba tranquilidad saber que a la Chili la respetaban y le tenían paciencia cuando comenzaba con sus explicaciones atoradas de gangosa, y las otras dos parecían compartir más de una curiosidad y de un gusto, más de un gesto incierto, de niñas adolescentes que saben mejor que los varones sobre los secretos inconmensurables de la vida. Y, entre los niños lograron entenderse, compartir una aventura o cambiar figuritas, aunque de los hermanos el menor hiciera de guardián permanente, párvulos que acatan obligaciones, responsables prematuros de vaya a saber con qué los cargan, víctimas de una delegación de facultades que no se tienen.
Para que todo fuera como lo hubiera querido entonces, faltaba el Juancho, que no los acompañaba porque andaba en otros menesteres, hacía rato que había abandonado la escuela y trabajaba todo el día, responsabilidades inmediatas que no se buscan y se tienen, obligaciones que impone la privación y la panza.
La panza ya se notaba y mamá puso el grito en el cielo, además de los acertijos verbales con los que comenzaba siempre en situaciones irritantes, y que ella misma se encargaba de regar a los cuatro vientos, por supuesto que cuidando la inmunidad de papá que por esos días hacía cuentas hasta en las paredes, buscando estirar el presupuesto e inventar los medios para comprar el vestido y los zapatos, pagar el servicio de comida y música en el festejo de los quince de la nena, que sueña con eso desde hace un año. Que después del trabajo y la insistencia que significaron correr al endrino del Ariel, lograr que las hermanas que se siguen frecuentando no digan una palabra, que adónde se habrá metido, que mirá al Jotacé, que es como yo dije, que ya está por terminar la secundaria y es un buen alumno y de familia pudiente y bien criado, un flor de candidato despechado, y ahora, salir con esto de que la regla se atrasó por más de treinta días, que deben ser cincuenta porque si se mira con cuidado ya se nota la hinchazón, y que te lo dije, lo digo y lo diré, que para esto estamos los viejos para el calvario.
Desvaríos de madre desesperada que se comparten con el viejo, no para aumentar problemas, y sí para saber cómo se ayudará a la niña, tesoro inmaculado, manchado por el groncho de ese profesor que en definitiva es un negro y un vulgar como los otros, que tuvo la suerte de estudiar en un país en el que esto no se le prohíbe a nadie y encima gratarola, con una beca de un tal conicet que seguro es uno de esos gigantes burocráticos que tiene el estado para financiar imbéciles que nunca le devuelven al pueblo en la medida que reciben y otras cosas que menos mal le había dicho uno de sus conocidos que andaba en campaña para diputado de la provincia.
Arrebatos de hembra desalentada y abatida que comprueba que los hechos sobrepasan a las palabras que estas no alcanzan como siempre cuando hay un declive que uno no controla, que no se da ni bola a las indicaciones iniciales y tempranas de que a la telita hay que dejarla para que la rompa el marido, o que si se emprendió la patriada al menos hay que evitar que te llenen, hijita, tesorito, que debía haber escuchado las advertencias de precaución, de cuidado, de chequear si el tipo tenía más compromisos que pelos en su cabeza, de evitar a los hombres que engañan aburren insisten y aparecen a cada rato con la frase remanida de solamente la puntita y la prueba de amor, y de otras estupideces que por lo general son comunes a todos, total ellos no se tienen que ocupar de los chicos ni de la casa.
Perturbaciones de compañera decepcionada y mandona, que se pregunta, que le pregunta en qué se falla, en qué se patina para tener tanto disgusto, como el de ahora, que obliga a suspender el festejo de cumpleaños de la hija, el que se preparaba con bombos y platillos. Relataba la musa, y le quería seguir informando, en el largo y hablado prolegómeno de la boda, en el consabido banco de la consabida avenida que les sirvió mucho tiempo de escenario.
Y el Cusa atarantado, la inducía a retroceder a su romance, a sus planes, a mirar para adelante y no para atrás. Ayer nomás pensaba yo que algún día, decía aprovechando el silencio de ella para tomar un respiro y ensayando una parte de la canción de Nebia que recordaba, mañas que se maman y no se borran sino con voluntad e inteligencia, para comenzar con lo de fijar la fecha, decidirse y apurar los trámites para tener la casa del fonavi, porque hay que aguantarse unas colas que no se puede creer, y bien al estilo del país que tenemos, en el que nunca se puede asegurar la cantidad de gente que la compone, porque se llega y le toca a uno el décimo lugar por ejemplo, y en realidad es el quince o el dieciséis porque hay ausentes y son, o uno que pidió a otro que le cuidara el lugar para ir a orinar, o uno que aprovechando una oficina cercana y con algún trámite pendiente hizo el mismo pedido al comedido que nunca falta, o el atento que cede un lugar sin consulta a la mujer que viene con el bebé de la amiga para ganar tiempo y andar rápido y etcétera, y etcétera, por lo que hay que completar urgente toda la documentación que piden le decía tratando de no olvidarse de nada.
Se aceleraba, en el empeño por no escuchar lo que no quería que antes de él hubo otro o tal vez otro esto era para no preguntarlo, por resumir equilibrando la calentura y el entusiasmo los eventos de aquello que iniciaba. Viene al caso, se apresuraba, porque varios compañeros de trabajo andan en trámites parecidos, porque parece que los dueños de la empresa están interesados que la mayoría de sus trabajadores tengan casa propia, más ahora porque los quilombos continúan, se precipitaba, desde la muerte del líder y desde que los milicos la corrieron a Isabelita y al brujo, se dejaron tantos cabos sueltos, que hay comunistas y no comunistas por todos lados, socialistas o vaya a saber qué tipo de personas que dicen defender los principios del trabajador por sobre los intereses del capital, nacionalistas en autos ford verde oliva militares que circulan por las noches y por todos lados, y atentados que hacen cagar de miedo, y soldados, policías y gendarmes que actúan con impunidad y a los tiros. Hasta la iglesia, por lo que dicen los que siempre dicen de los que andan diciendo, se ha metido en los despelotes terciando para un lado y para el otro, por lo que se ve apoyando la causa de la junta militar pero brindando asistencia a los condenados, en su mayoría decenas de boludos, obreros o estudiantes que saben poco de Marx o de ese libro que se llama el capital.
Así que en la fábrica, se despabilaba, hay que cuidarse como de mear, hablar lo menos posible, escuchar no más que las indicaciones para el receso o la zafra, y obedecer callados las órdenes que se reciben, porque algunos aseguran que hay espionaje interno, entregadas que terminan en persecuciones y en definitiva en la cana, adonde en forma displicente, cualquier pelotudo le pone a uno el rótulo de miembro de alguno de los grupos grupúsculos en pugna, y a cantarle a Gardel, no te salva ni tu padre ni tu madre y te hacen desaparecer para siempre.
Se situaba distante y hasta se volvía antipático abundando en explicaciones de episodios que no conocía y no quería conocer ni conocía la otra que andaba con sus mambos de hembra apurada por casarse, proponiendo para ello un juego de palabras y elucidaciones, en el que por ratos ganaba el uno o el otro con sus temas y sus propios intereses.
Por eso mamá dispuso el aborto, enfilaba ella hacia lo suyo, consiguió el dinero de un aguinaldo de papá, y preguntando, la dirección de una partera que realizó todo el trabajo en una hora, bajo la mirada atenta de la vieja que siguió todas las instancias hasta que el episodio estuvo superado, para los demás porque en realidad se continuó con fiebre y unos tironeos abajo que te hacen prometer que nunca más se mantendrán relaciones.
Enhebraba, manteniéndose en el afán de querer tener este tema tan conversado como para que el mismo después, no sea motivo de discusiones maritales lo suponía, porque los padres de uno se pelean tanto que no dan ni ganas de casarse y por cuestiones parecidas, lo que es imposible en la sociedad que tenemos, en la que se mira mal a los hijos de parejas que solamente se juntan, los discriminan en el hospital, en la iglesia y en la escuela, en realidad no a cualquiera y sí a los que tienen menos plata. Como comenzaron con la discriminación en la normal, el día que se enteraron de los líos y el malogro.
Los niños nada saben de distinciones, segregaciones, distancias si no le enseñamos los mayores, sostenía mamá un día que para afuera se envalentonaba. Y al Cusa esto lo reconfortaba, porque una cosa era con ellos para dentro de la casa, y otra muy diferente cuando tenía que defenderlos en la calle, como en esa oportunidad en que discutía con la maestra de una de las menores, preguntándole por qué los hijos de los obreros representaban a todos los personajes de indio y los de los empleados a los dignatarios más importantes de la historia para el acto que se preparaba un festejo de aniversario de doce de octubre uno más de esos que tanto se esperaban por la joda. Que alguien dé la razón por la que se juega así con los chicos que nada tienen que ver y no se dan cuenta de todas estas estupideces de los mayores, aunque en secreto y en la casa, angustia de mujer que conoce la utopía de negar encantos afables a sus hijos, reclamen continuamente porque no tienen los mismos útiles que sus compañeritos, o el mismo guardapolvo.
Que no hay que ser así, menos en la escuela que es de todos y en la que se paga puntualmente la cooperadora, y se contribuye con cualquiera como cualquiera cuando hay quermeses o fiestas patrias, y hay que juntar dinero para pintar una pared o recomponer algunos bancos, cuando hay que cocinar en la calle y se borran las notables, cuando hay que arremangarse una camisa y están ausentes los distinguidos con el pretexto del trabajo, que es un tema para poner en conocimiento de la directora que de esto no debe saber nada. Imparable resoplaba la mujer y se encrespaba, conminando a la maestra, sorpresas de docente que se preocupa en el almidón del delantal antes que en el control de fisuras imperdonables, calvario permanente de tutor que además de los niños se banca las pelotudeces de familiares y allegados, padecimientos de pedagogo que recibe instrucciones de directores e inspectores que ganaron el cargo sin concursos intermedios y solo por la bendición de algún funcionario desconocido y remoto, a la señorita que intentaba ensayar explicaciones que no tenía, o que al menos le sirvieran para salvar su posición por jerarquía.
Aun sin inferirlo cabalmente, cuánto lo aliviaba la pelea, y la vehemencia utilizada por la vieja, acostumbramientos de niño que juega, juegos de jóvenes que se transforman en adicciones, que como el giro interminable de su trompo blanco arrojando cualquiera de los seis resultados posibles, lograba que a su hija la cambiaran de un grupo a otro, para lo que debía disfrazarla de varón porque entre los que desembarcaron, en el descubrimiento, no había ninguna venus, desquites de maestra que se las cobra, y conquistas de la mujer y de argucias que no se le conocían. Cusa había acompañado a su mamá por descarte, los hombres trabajaban y las hermanas la esquivaban, y él se envanecía al ver las adhesiones que surgían de sus reclamos, de mujer sumisa para adentro de la casa y que no se vence, con puteríos que contaron padres que ocasionalmente acompañaban a sus hijos, variados y densos, caso el del abanderado para lo que había dos postulantes con promedios parecidos para serlo y se optó por el que llegaba más limpio y puntilloso a la escuela, fallas de instructoras que también dan clases de aseo, caso de números artísticos enteros preparados con el mismo criterio de hijos de empleados y obreros de la fábrica, malicia de educadoras que también son amas de casa y ciudadanas con la ética trastocada. Pinceladas superficiales que ocultan prejuicios que se suman, estelas espumosas que amortiguan ofuscaciones definidas de antemano, el Cusa se animaba, con la vista puesta en el diminuto juguete que giraba como dormido en su eje, y se alegraba con augurios imaginativos que le cambiaban de golpe los reflejos de su devenir cotidiano.
Y se reía, conjeturas de joven que entiende, y pensaba qué distintas hubieran sido las relaciones con los chicos y el grupo de la flaca, si en alguna oportunidad la vieja hubiera utilizado las broncas y las defensas descubiertas ahora para pelear por otras cosas. En especial con la bruja que tanto cuidaba de la niña, que tanto la preservaba de peligros que no se comprendían, de inseguridades que vaya a saber de dónde le aparecen, bruja de porquería.
La bruja no se mete, sigue soberbia y pelotuda como siempre, primera imposición de la serie que lanzaba junto con el matrimonio, sigue discriminando a los morochos y no es el caso que les transmita tanta mierda a los hijos que vienen, segunda. El Cusa se probaba como marido y como padre en cada intervalo de las noches transpiradas y concupiscentes que pasaban, era acostarse y comenzar con las manos, con el roce suave de los cuerpos, entrelazar las piernas, y casi desgarrarse la poca ropa con la que empezaban la noche o el momento en que lo hicieran, disfrutando de cuanto orgasmo alcanzaban, humedecidos por todos lados y hasta el cansancio con los líquidos que ambos desparramaban en el cuerpo del otro, en cada lugar en que la urgencia les ganaba. Interpretando cada escalofrío, calenturas del principio que se aplacan con contactos y penetraciones, cada movimiento del otro que redescubre lo que creía descubierto por las repeticiones de quejidos y jadeos, cada abrazo final para empezar con otros nuevamente, encaramados en la cima del universo en que se vive, encamados en el vértice en que empieza y termina el mundo. Habían pasado las preocupaciones por la vivienda propia, y los despelotes de convencer a la familia, hay que tener una alcuza pesada y no una liviana Cusa, y por liviana que parezca, la opinión es que con los negros se vive rodeado de privaciones y resentimientos, habían sentenciado de inmediato, apenas enterados de la novedad, los formadores principales de la opinión doméstica en la gran familia.
Que de esta forma vieron los demás, la decisión de los novios, porque en la oportunidad que tuvo, el papá de ella le dio un abrazo tan sentido que le hizo pensar que le agradecía haber dado una oportunidad a la nena transmitiéndole, imaginaba, que es de hombre de bien devolver el honor que le quitara otro a una dama, y que, ella también cargaba tintas, la madre del novio la había hecho pensar en algo parecido aunque ella no se explicara muy bien de dónde le nacía la actitud, y que por las dudas ella sabe, porqué se negaba a las relaciones antes, y es que anduvo mezclado con putitas a las que no les interesa nada, comentaban las chicas del grupo, proyecto de chismosas que andan a la pesca de historias y argumentos.
Las hermanas de él, reacciones anticipadas de hembras curtidas, indiferentes al suceso, continuaron en su papel de amigas y patas, palabra no convencional que utilizaban entre todas para hacerse saber que no había que tratar de ciertos temas por la proximidad de varones, y el Juancho, veleidades de mayor responsable que nunca se queja aunque le pese, se mantuvo al margen como siempre. De los míos, continuaba ella, siguiéndole la corriente, argucias de hembra liberada que busca la rigidez y la tibieza, el único que sigue igual, esclavo incorregible de amos que se tienen, es el menor de todos, que continúa con los cuidados como si fuera papá, sustituto habitual de ausentes a propósito, porque mi hermano más grande anda como el tuyo detrás de sus requerimientos y los pedidos del viejo y de la vieja, concluía, y la Nicéfora, la pobre, que no es que rechace el matrimonio, sino que anda con mala suerte, ya tiene dos nenas mayores y no engancha a nadie que se ocupe de ella y la cuide, probaba, estrategias de mujer que ahora no afloja.
Horas que pasaban, repasando punto a punto los detalles del presente y del pasado, historiadores de sus cuentos diferentes, percusores de su propia epopeya, héroes irrepetibles de sus aventuras, entidades simples y complejas como cualquier mortal del planeta. Fumando un cigarrillo o escuchando Puerto Mont, el Cusa preludiaba sus monólogos repetidos, sobre Argentina campeón del mundo aunque fuera un mérito de los milicos y ya pasara como un año, sobre los líos de la fábrica y del país que seguían graves y calientes, como nosotros, se lanceaba. Y contaba que se había enterado que en el jardín de la república habían metido en cana al Jotacé hace como un año, en un boliche adonde guitarreaban, y chupaban y coqueaban, y que con él habían encanado a unos cuantos más que se conocían de la época en la normal, y que en la fábrica ocurría lo mismo, y en los domicilios particulares, que los milicos y los encapuchados que contrataba la empresa se metían de prepo en ellos sin importarles si habían mujeres o niños, aprovechando unos apagones generales que disponían con órdenes que se bajaban a los de la empresa de electricidad, y acarreaban contingentes de noche, hasta las seccionales, las cárceles, o a unos descampados adonde directamente los mataban, que contaban que en el país ya había como treinta mil muertos, y que por ello hay que cuidarse de emitir opinión, porque dicen que hasta se desquitan con los chicos y las embarazadas, picanas y cosquillas que hacen doler hasta la nuca. Y agregaba, que de todos modos hay que estar tranquilos, porque si uno no se aparta demasiado de lo que se difunde en los comunicados de la junta militar, que es sobre todo eso de no leer esos libros medio raros que circulan, o juntarse con personas que por lo general vienen de otras provincias con teorías copiadas, como copiamos las modas del lee o de los oxford, los tipos no joden.
Los tipos no joden, discriminan las maestras, las directoras usurpadoras de cargos al que nunca llegan las maestras puntillosas, dijo su madre, pero en realidad a él ya le había pasado en otras oportunidades, y hacía bien ver a la vieja, musa de interminables desventuras, ninfa de sueños que siempre se cumplen en contra, defendiendo causas parecidas a otras de las que alguna vez se fue víctima. Y que encima ganaba, como el del festejo de ese doce de octubre que nunca olvidaría, episodios que se magnifican de la gente que se quiere, porque a lo de la escuela terminó conociéndolo todo el pueblo, y quedó inmortalizado en la lengua y el veneno de casi todas las matronas en vigencia, en la memoria efímera de unos cuantos obreros que cuando lo supieron tomaron a la vieja, poco más o poco menos, como si fuera la reencarnación de Evita y, por supuesto, que quedó plasmado en el comentario de cada uno de los que en la noche concurrieron al baile repetido anualmente, adonde tocaba dududú y su orquesta.
Una de las últimas veces en que algunos del grupo de amigos estuvieron juntos, antes de que Ariel se marchara al pueblo donde comenzaba con sus estudios de técnico. La misma circunstancia en que solamente un accidente, empañó el cristal impecable del recuerdo del festejo, cuando casi al promediar la fiesta, alguien llegó con el cuento de que José había vuelto, y que lo habían visto en uno de los salones con otra gente, recordando tiempos pasados y travesuras, las mismas de ellos, en ese pasatiempo agrumado con los años, de andar diciendo dududú cuando mueras que harás tú.
Discriminaciones, calificaciones y clasificaciones que se inventan para estrechar vínculos, para deshacerlos, segregaciones que se descubren entre gallos y medianoche, concepciones de pelagatos que ambicionan diferenciaciones, fraguas ocurrentes de trasnochados en el subdesarrollo, al Cusa, cola sucia, maricón, mariquita, se le aceleraban los latidos del corazón, como la aceleración inicial de su juguete en el primer envión, así que diligente consultaba a la madre, niño reciclado al que se le fijó indeleble qué cosa por culpa de quién y adónde, si vino y avisó el fulano es porque algo conoce de la vieja historia, y se percataba, palabras de mujer condescendiente, que ya lo sabían, que los viejos habían decidido radicarse en la ciudad, porque por lo menos aquí hay trabajo todo el año, que se vinieron hace como seis meses, y que se les dijo que en esta oportunidad en la casa nadie, así que alquilaron y ahí están y está el otro inservible, y que a pesar de la insistencia y las lloradas de carta conocidas, se les dijo tipo que no corresponde lo que se le da tipo penado hasta que no haga su descargo, de acuerdo a las instrucciones de papá y aunque ellos no entendieran nada, vía crucis de mujer que habla demasiado para adentro, así que a no hacerse problemas porque al malandra se lo tiene apretado para que no hable.
Deslumbramientos y desilusiones que se tienen con escasas diferencias de tiempo, encandilamientos y fiascos que en definitiva se contrastan, para hacer que unos perduren y los otros sean fugaces, el Cusa retornaba no muy convencido a la última ronda de ese juego que tanto los divertía, pensando que ya lo había pasado en otras ocasiones, que a la sensación ya la había sentido. Con Jotacé cuando comenzaban a frecuentarse, decisiones de jóvenes que los ascendientes cuestionan, pruebas desafiantes de hijos destacados, ocasiones en que defendiendo sus relaciones, él se enfrentaba con los padres, que a la sazón eran bastantes permisivos, interpretaciones de vecinos que se saben arreglar con el lugar en donde viven, disposiciones de padres que no quieren problemas, para convencerlos de ceder en los permisos pertinentes que los habilitaban a realizar todos los juegos disponibles y posibles, y las pajas y las malicias que juntos hacían y de las que nunca se enteraban, por lo encerrados que estaban en la farmacia Del Pueblo haciendo fortuna y contando dinero. Sensaciones de quien intuye que no pega con el medio, de que se es algo así como un sapo de otro pozo, el Cusa rememoraba, como con la flaca el día que se fue con amigos a una fiesta en el club social, el de los empleados de jerarquía, club social que tenía un par de salones, dos canchas de tenis con piso de ladrillo molido y una cancha de bochas, club social en el que no ingresaban los obreros ni sus parientes la chusma al decir de los insidiosos, como la madre puta madre de la mina que en esa oportunidad desparramara por todo el pueblo que al marido le habían autorizado el ingreso y también a los miembros de la familia, vieja bruja y discriminadora.
Que no se hable de política, que no se empiece con los murmullos y las medias lenguas, callados, indicaciones de quien poco se equivoca y que pone empeño en no retractarse, consignas de compañero temeroso al que no le interesan ideologías o partidos, que no está el horno para bollos y a nadie le interesa tener problemas con nadie, solicitudes de dueño de casa chica y corazón grande que manda para afuera, de marido que hace laburar a las visitas y controla que al final queden el piso y la vajilla limpios, que se prometa, y se comprometa el que se anote, que se trate el tema de la picada definitoria del próximo fin de semana, pedidos de deportista amateur que no falla en su rutina, que con eso hay para ratos de charlar porque ya se solicitaron las camisetas, los pantalones y los botines a la empresa en donación y han dado un primer sí, instrucciones de obsecuente disciplinado que le encontró el agujero al mate y lo transmite, y hay que organizarse para que se sepa quien retendrá la ropa las camisetas los pantalones y las medias y se dedicará a lavarlos después de cada partido con las vaquitas rejuntes de plata que se consigan, deslindadas de líder de barrio que hace valer sus gestiones, o de los próximos pechazos que se harán, ideas imaginativas de obrero calificado que conversa con supervisores y jefes, para que autoricen a utilizar el viejo potrero como cancha, y el pedido siguiente para el desmalezamiento y la nivelación, que para eso se necesitan máquinas grandes que solamente hay en la fábrica. Recomendaciones al puro botón, Cusa, porque los muchachos caen y como hasta las dos de la mañana todo funciona de acuerdo a pedido, y a esa hora aparecen los peores efectos de la cantidad de comida y vino que se consumió, y algún boludo empieza con las insinuaciones primero, y después con el argumento de que la vida es injusta porque hay que trabajar en turnos y todo el año, y que eso te caga la familia y los hijos y todo en definitiva, que los patrones deberían revisar esto para que se le disminuyan los problemas, porque de tal manera habrá menos explotación del hombre por el hombre, y un ambiente grato de trabajo, y menos choreo del que todos conocen, el hormiga, el que se lleva encima y se pasa si no toca en puta suerte la revisada denigrante en el portón de salida, que es al azar pero te ofende lo mismo porque los hijos de puta de los porteros aprovechan para jugar y meter las manos en decenas de culos, y hacer negocios turbios prendiéndose para no avisar y evitar las sanciones a un bajo costo y etcétera, etcétera, Cusa, arengas interminables de borrachines de cuarta que se terminaban con piñas, por la abundancia de prescripciones del dueño de casa y su defensa continuada, y en la cana como esa vez en que los retuvieron demasiado y les registraron el alias a todos, y les pintaron los dedos, después de la gresca importante en que dos quedan casi con los ojos en la mano.
Al pedo, porque en la próxima estaban los mismos, renegando de los defectos que se tienen y no se corrigen, haciendo votos para no repetirlos, criticando y programando pedidos y coleadas a la empresa, y puteando a los milicos que parece que entregan el gobierno y se van del todo.
Momentos que son y dejan de serlo, personas que se conocen, que permanecen en el ambiente que se frecuenta, que a veces desaparecen, y aparecen de golpe, como la flaca que se recuerda de niña y hoy es un minón.
Instantes que se registran en negativos y fotos, personas que van y vienen, como el Jotacé que apareció caminando con naturalidad por la ciudad hace unos días, cuando se lo daba muerto con los subversivos.
Sensaciones de tenerlo todo, lo pensado, lo deseado y lo planificado, la mujer que se quiere y los hijos que vienen sanos, soberbia de macho en lo mejor de sus esplendores, responsabilidades de jefe de familia que se toman a los tumbos y muchas veces sin pensarlo.
Vestigios de que se podría recuperar paulatinamente un cariño de años, sellado con un juguete minúsculo que se conserva contra vientos y mareas de desgastes, confianza de amigo que valora, curiosidades de aliado en las buenas y en las malas.
Mix de situaciones y seres que indican, que la existencia es un desafío de todos los días y que vale la pena tomarlo en todas sus dimensiones.
Pon 1.
Día de perros, se desparramaba como un eco su frase inteligible y de todos los lunes a las cuatro y cuarto de la mañana y, aunque nadie la escuchaba, quedaba sugerida en la somnolencia y el silencio de esa hora en la casa.
Día de perros, día de perros, repetía mientras avanzaba torpemente en la mecánica que, una vez más como tantas antes y seguramente después, le significaba estar puntual en la fábrica antes del último toque de la sirena, escrupulosidad según se aprendió desde niño en mañas ajenas que quedan pegadas circulando como los genes que se portan, cuidado impecable según se impuso desde un tiempo a esta parte, así la noche anterior se haya chupado hasta el cansancio. Una sucesión en realidad sencilla, una progresión peculiar, importante, una rutina que iba desde tomar un mate cocido a las apuradas, hasta advertir las previsiones que se deben tener para no olvidar las cajas de herramientas y de la vianda, desde lavarse los dientes a cagar, desde verificar como por cuarta vez si su ropa estaba en orden a peinarse.
Desde renegar por estupideces, al ver que le dejaron para que se ponga la camisa más gastada, o las medias finitas que se hacen pelotas con los botines, varón de coqueterías primitivas y obligadas por el bolsillo y la costumbre, a probar frases en voz alta o hacer ruido a propósito como para que ella no olvide del sacrificio que se hace, compañera en la austeridad o la abundancia, en la salud o la enfermedad, en la calma o en la bronca, en las discusiones o en la cama, y para que le quede clarito que las tandas de los turnos, o en la inversa de los descansos, niño de ayer y hombre de vaya a saber cuándo que no se olvida de tanto machaque con las lecciones con el repiqueteo de la costumbre, las sentencias, los laudos, tienen como referencia las cinco de la mañana, la una de la tarde y las nueve de la noche, aunque la última orden en el laburo haya bajado por las maderas del interminable gallinero para cumplir con tiradas fijas de dieciséis horas corridas con ocho de descanso el día no tenía más horas, y además para que la vaga no descuide la atención que debe poner en colaboración del marido, velando por la salud y la educación de los niños, limpiando y cocinando, lavando y planchando, niña crecida de golpe a los golpes, que no asimila los consejos sanos de la mamá, y sigue sin aprender eso de que los padres a veces no se equivocan, una calentura no es motivo para casarse menos si ya se tiene una experiencia con negros y ordinarios con eso de la famosa puntita, rayo de luz de otras épocas más tranquilas, que todavía anda desorientada con reglas que aprendió y son de difícil aplicación quizás porque no se comparten quizás porque no se entienden quizás porque no son aplicables en su caso, porque no es lo mismo ocuparse de la ropa de quien trabaja en una oficina y en un escritorio, que ver por el atuendo del que le mete en una fábrica y está en contactos permanentes con la mugre, mujer que se pone, se adapta, que hace y reacciona, que anda lidiando seguido con calzoncillos pañuelos y medias cada tanto, camisa y pantalón cada semana, y lustre de botines una mierda, ella no está ni entrenada ni acostumbrada a ocuparse de la mersada en la intimidad reniega y protesta, hembra engreída y abochornada que se subleva sin que la vean. Práctica personal que a pesar de los horarios ajustados el día no da para tanto, iba desde ver si el paso de gas estaba cerrado y poner llave a la puerta, ex inquilino meticuloso del conventillo más sucio y precario que hubo en otras épocas en el pueblo, devoto empedernido del vuelo independiente de la paloma, de un viaje a la autonomía que duró poco tiempo, a repasar, en el itinerario repetido que se cubre hasta el lugar en un auto al que se le carga con dificultad el combustible por la plata y no por desidia, víctima del cambio de peso moneda nacional a peso ley, ciudadano con pautas de consumo que cambian radicalmente y país con mucho golpe de estado, recordando dificultades y al mismo tiempo las indicaciones recibidas en el cierre del turno anterior, lo que se dejó pendiente, lo que se debe sugerir como personal calificado, en ese trecho de tres kilómetros que alcanza para tener una idea de lo que en el día se pondrá de ganas, de conocimiento, de habilidades y destrezas que se entregarán o negarán a los patrones a sus cipayos de ocasión, para que todo salga lo mejor posible o como fuera durante las horas exigidas que se cumplen en el receso y que se pagan tan bien.
Por ello, reaseguros cotidianos, potenciaba su resuello de oprimido al ingreso, de hombre resignado que arremete con las fuerzas y las energías que se tienen con la carga de eso que algunos llaman estrés, que se ponen desiguales casi siempre y necesarias según los supervisores que reportan a otros jefes y así para arriba hasta vaya a saber dónde, y ese tic de un crispamiento de costumbre que servía para terminar de acomodar las prendas de lona trabajada y delgada al cuerpo, criatura de elementales reclamos materiales y maestro que le dice cuando puede a la mujer que nada se pierde que todo se transforma filósofo industrial contemporáneo y plagiador. Y porfiaba, con una señal de la cruz imprecisa y apurada, de prójimo convertido a las patadas y puteadas de la madre, de semejante con tropezones propios, porque si era por explicar la fe de algunos días en especial los pesados nunca se encontraban razones con sustento firme para hacerlo a cada rato y por cualquier cosa, y estampaba un beso a la foto en la que aparecen los chicos amontonados y saludables, de pié y sonrientes con una pelota del cinco, el regalo común y cuestionado de los reyes en el último enero, el Guille de cinco y el Luisi de tres años, y el Pichi que pasó los seis meses, papá juguetón y cariñoso de la primera infancia, que termina un año y empieza otro con un presupuesto al rojo vivo, aunque la abuela ayuda mucho como con las guirnaldas en los cumpleaños, en los días del niño y las fiestas en el jardín, horneando los bizcochuelos para los niños y las empanadas para los grandes en cada fiesta, vieja reprochona y bondadosa que repite y renueva cuando puede eso de adonde comen dos comen tres.
Finalizando el fausto de instantes que armaba, con un parió, viejo artífice de imprecaciones conocidas y de arengas sin ton ni son pero que sirven de intervalos que renuevan el oxígeno de esa manera salió. Después de todo, todo estaba listo para empezar como otras veces, como ahora o las veces que vendrán.
Convenir que se empezaba no era asegurarse que los problemas, las penurias y preocupaciones, se colgaban en una percha en el ropero del cobijo a la espera del regreso, nada que ver, sanatero de pura cepa y remolón industrial que en ocasiones larga a media máquina, eso de decir que lo del trabajo en el trabajo y lo de la casa en la casa es puro verso las cuestiones se mezclan se juntan se separan como masa se estiran y se apelmazan, alegatos que disimulan las interrupciones esperadas para intercalar opiniones del fútbol, las historias poco creíbles de las pescas o las inventadas de los fatos.
En uno y otro lado de la fábrica, donde se encontrara los temas se le mezclaban, por iniciativa propia o la de algún compañero, con alegrías, angustias iguales y legítimas penurias y victorias, trabajadores que dejaron de ser dueños de sus tiempos, quedando al final y prevaleciendo sobre otros temas los comentarios de que hay que pagar la luz, el gas y los impuestos que no se pagaron, o de los cortes y multas que vienen como sanciones, de los costos de la escuela de los hijos aunque vayan a escuelas públicas las maestras piden lo mismo y esperan sus regalos para su día, sobresaliendo entre otras novedades el desliz de hablar sobre las últimas veces que se mantuvieron relaciones con la mujer o algún programita que se enganchó de tanto ir y venir por las calles del pueblo, en las estaciones no confesas que no son las de Jesús que se hacen los primeros días del mes para tomar alguna comida livianita y chupar tranquilo, sin que sepan en la casa gastarse unos manguitos extra, total el recibo de sueldo no se entrega a nadie, y es importante tomar descansos de estrujamientos y tensiones y si se puede de revolcones con las putas que ofrecen cosas interesantes.
Buscando amortiguaciones para las presiones de los jefes y del tiempo propio que programan por su cuenta y deciden los jefes en el trabajo, intimidaciones de superiores que en cascadas interminables interpretaban con defectos las directivas de los verdaderos patrones modeladas en impresiones de teletipos, o en voces demoradas en las comunicaciones por radio, pedidos de obsecuentes visibles y no visibles, que a puros gritos de histeria salían desesperados a cumplir y a buscar culpables por adelantado, por las dudas, por si fuera, de un tiempo desproporcionadamente corto para el cumplimiento de tareas que surgían de otras anteriores y a las cuales estaban supeditadas las posteriores, como eslabones de una cadena que parecía no cortarse nunca, no debía, no podía, decían los regentes inmediatos pidiendo más productividad atención desempeño para no perder horas hombre, recordando también que los grilletes de puteadas de los capos eran imparables y al punto confirmaban siempre la irrebatible ley de ese gallinero inservible donde cacareaban unos cuantos cagando a los demás que continuaban buscando culpas y culpables en un círculo infernal.
De abajo para arriba el cumplimiento lo más estricto posible de una instrucción, y de arriba para abajo el reguero de culpas culpabilidades y responsabilidades cuando se las necesitaba, cuando las cosas no salían de acuerdo a estipulaciones y directivas, lo de costumbre, aunque nunca faltara un boludo recordando que se delegan las acciones y no las obligaciones. Escarbando en todo lo que se suplementaba a la concentración exigida para pasar quince de las dieciséis horas entre los hierros sucios y oxidados que separados parecían un mecano sin sentido chueco y destartalado, trastos inmundos que luego se ensamblaban en el circuito de funcionamiento permanente para la elaboración del azúcar, ese oro tan blanco y tan fino que salía por toneladas y retornaba en las monedas de los sueldos liquidados, el producto de esa cocina en gran escala que en fracciones vendían con buenas diferencias y como pan caliente los mandamases de los señores, acrecentando su riqueza la de los señores y no la de ellos que eran simples propinas decían los renegados, esa fortuna que de un lado se mide con la relación bolsa terminada horas hombre incorporadas, que se modifica siempre en contra y jamás a favor de los trabajadores, esa prosperidad que del otro lado se traduce en acciones que cotizan en bolsa, o en consumo de ostentación que poco se muestra ante obreros y empleados.
Pensamientos, y a veces comentarios de apostatas señalaban los jefes cuando los oían, porque al final de cuentas resentidos o no, los técnicos se ven beneficiados con un plus que debería hacerles callar bien la boca, y entrar en una disciplina que debe ser observada por todos sin excepciones, porque la ciudad entera depende del movimiento de dinero a que da lugar el movimiento de la empresa, y si se cierra el grifo de la producción todos se mueren de hambre. Porque con el sueldo se compra la mercadería en el supermercado que es de unos primos venidos a menos de los patrones, y en las despensas de los bolivianos quienes recargan hasta un cien por ciento los efectos que venden las baratijas que ofrecen como importadas, y muebles y artículos del hogar a los dos o tres turcos que los negocian y son dueños de buena parte de las propiedades inmuebles y muebles de la ciudad, y remedios y útiles para la escuela igual, y ellos negocian con proveedores venidos de otros lados y que también se enriquecen en otras ataduras que van aceitándose solas y paulatinamente, y a medida que pasa el tiempo, los hijos de los bolivianos y de los turcos que pudieron estudiar en la universidad, comienzan a llegar y a dar vueltas con ideas innovadoras y modernas de la modernidad que al final de cuentas se traducen en inventarle alternativas al mismo y antiguo juego de que unos pocos se quedan con mucho y los muchos con poco.
Esos que son los abogados, los contadores, los médicos, los farmacéuticos, los ingenieros, que además del curro de la profesión tienen el adicional de la custodia de bienes y patrimonios familiares que se cuidan como el tesoro más grande del mundo. Removiendo lo que mitigara la bronca y la impotencia de progresar en cuentagotas, de pelearle siempre a la limitación del sueldo que parece no alcanzar nunca, porque siempre hay una deuda con el almacenero, una cuenta, un crédito, que se dejan de pagar, y aparecen los líos de embargos y cartas documentos, y oficiales de justicia que caen inclementes a los domicilios en las horas en que los ven todos los vecinos, conocidos, amigos y enemigos, a propósito, en nombre del juez de paz todavía porque la cantidad de habitantes no justifica juzgados, para el caso lo mismo, ni otras agrupaciones confabulaciones de zánganos, que escudándose en el fiel de una balanza que ellos controlan, igual que la policía, son perseguidores de ladrones de gallina y no le hacen nada a los que verdaderamente son malos.
Gatuñando lo que disminuyera a su mínima expresión estas ráfagas de broncas de excitaciones y desasosiegos que no deben ser, pero que son, y hacen que se comprenda mejor al viejo y a sus estupideces de antes y de ahora, y a otros que al estilo de él, andan haciendo buches con la puteada en forma permanente, con la insidia, la mofa y el rencor que revuelven las tripas, porque no tienen adonde quejarse, los sindicatos no existen, y los que siguen con el mambo de las paritarias andan lucrando con los chamuyos y las trapisondas conocidas de las obras sociales quebradas y sin coberturas, en una trápana infernal con los milicos que una vez más están por dejar el poder qué novedad y por suerte.
Todo lo que sirviera para subir las defensas esas defensas que seguido se pierden, y estar virtualmente vacunado contra otra lacra que se carga aunque fuera de onda, otra sutura al desván o al diván de las frustraciones en masa, otro chirlo que cae como peludo de regalo, una cúpula de generales y borrachines suburbanos, que en la última posta de una dictadura que ya no se aguanta, declararon la guerra a los ingleses por las islas y una soberanía que no se practica ni siquiera en el continente, y de nuevo viejos amigos, chicos de ayer de los sábados en la pantalla, de los paseos en la isla, de los relatos fantásticos que asustaban, de las bajadas a los carnavales en los lotes, de los bailes en el club Recreativo, conocidos, vecinos y familiares inmolados por causas a las que se adhiere sin comprenderlas, para transformarse en excombatientes, como el hermano menor de la flaca que negoció la indemnización por la prebenda de poder entrar a la escuela de aviación con trato preferencial, loco y soberbio de porquería que consiguió el instrumento y el medio para continuar con las amedrentaciones de toda la vida, esclavo incorregible de amos que se tienen con rango o sin rango.
Y mujeres que se quedan sin marido, y niños que deben crecer sin padre o con otros padres usurpadores de beneficios ajenos, por muertes o locuras que se portan cuando todo vuelve a la normalidad como si no hubiera pasado nada como hacemos siempre mirando para otro lado, cuando ya no está más el periodista que jugaba a la guerra naval volteando barquitos por la televisión, con el discurso y la lengua y un atrevimiento insolente increíble con la gente, cuando desaparece la ingenua, espontánea y mágica solidaridad, de todo un pueblo juntando y enviando kilos y kilos de chocolates, y de ropa, de enlatados y de colchas, que en el corto plazo, inexplicablemente, aparecen en los escaparates de quioscos y boliches de todos los pueblos, de todas las ciudades, como una burla repetida a esa memoria tan frágil para lo importante, tan fina para las estupideces que tenemos, el memo de una sociedad que no se corrige porque a pesar de todo todavía se puede comer asado los domingos, o emborracharse mirando un partido de fútbol por el canal oficial.
Todo lo que neutralizara la ofuscación que se acumula con diez años de servicios en la fábrica, un tiempo suficiente para darse cuenta que la vida de un mediocre se supera lentamente a lo mejor nunca en toda la vida, por más apuro que se tenga y por más méritos que se hagan, por más disciplina que se ponga, por más condescendencia que se practique con jefes y supervisores, que a lo mejor los niños, sus hijos, tengan otras expectativas y otras oportunidades gracias a los esfuerzos del presente, otrora distintos, porque hoy y para uno no, porque mañana y para ellos tal vez, mal que mal se alimentan como Dios manda, y se les puede comprar esos pañales descartables que son tan caros y reemplazan a los otros, a los que antes las mujeres lavaban con mucha puntillosidad para su uso, esos trapos de moda que aparecieron ahora y que hacen de las ninfas unas vagas y unas cómodas, que no solamente no saben aplicar lo que aprendieron, sino que además andan eligiendo lo más caro y costoso, como esa prima de la flaca que se hace la cara y anda agrandada, porque se metió con un político separado que le dijo que si llega a intendente le dará un trabajo.
Contrariedades que pueden parecer mínimas para los otros y en las conversaciones de una jornada interminable, como las de los otros parecen mínimas, pero que no lo son tanto, porque todos las pasan, como habrán pasado o habrán de pasar, por la sorpresa del último descubrimiento, temprano en la mañana, frente al espejo y en la penumbra, la turbación de ver que la frente se ha corrido para atrás varios centímetros unos milímetros tal vez que no se tuvieron en cuenta antes, y que algunas arrugas se fijaron en la cara y que para sacarlas no sirve hacer estiramientos con los dedos que eso no sirve, y que la hermosura ha comenzado a desaparecer como dicen los de serú girán cuando hablan además de ser libre de verdad, cimbronazos no anunciados de un tiempo transcurrido con tanta urgencia y problemas no resueltos, huracanes de una historia que comienza a ponerse monótona, poco divertida, y con muy escasos medios para hacerla diferente, con la excepción de práctica, la de los partidos de fútbol, las picadas de los fines de semana, que además de organizarse como si se montara un espectáculo con bombos y platillos, se le han convertido en un cable a tierra, en una fuente inagotable de ideas que le sirven como cristal para interpretar el mundo, sus trazos y dificultades, y aunque la mujer en la víspera, buscando sustitutos a esos eventos que no aprueba porque birlan el marido justo cuando puede estar en casa, haya anunciado algo diferente para la noche de un día de la semana como el que corre.
Jotacé fue invitado a comer un picante de pollo, mujer de habilidades secretas y que se desconocen, boliviana habilidosa que algo sabe de anzuelos gastronómicos, porque se habían cruzado en la calle y dijo que quería conocer la casa y a los chicos, y se pensaba que les haría bien que ellos conversaran después de tanto tiempo, y compartieran ellos los dos disfrutaran las historias de sus experiencias que habían pasado antes de estar alejados, hembra dicharachera y entusiasta con las cuestiones del marido, que no había de qué preocuparse porque a las diez de la noche estaba todo preparado y para lo que no se necesitaba dinero, ama de casa a la que de golpe le alcanza el presupuesto, de discursos imprevistos que se suman a las evocaciones fabriles y personales, ese largo itinerario que se recorre con pensamientos o interlocuciones mientras se supervisa el trabajo de la cuadrilla, y en el que aparecen novedades como ésta de las que no se está muy convencido.
Porque si por él fuera ni se le hubiera ocurrido invitarlo, reminiscencias de proyecto de padrillo despechado, de protagonista de alternativa y de descarte en esos juegos y travesuras que no se recuerdan a menudo y a propósito, los escenarios de la amistad fueron otros y cuando hubo una casa de por medio fue la de los farmacéuticos, reacciones de chiquilín que hace rodar su adminículo mientras lo piensa durante el descanso de las cinco de la tarde, y cuando repasa las charlas que tuvieron recientemente, necesarias, y suficientes, varón indiferente y perseguido que considera ahora agotados los temas o no le encuentra razón de ser al hecho de reflotar una amistad que lo fue cuando eran niños y jóvenes, que no le encuentra sentido en que lo siga siendo de adultos y justo en tiempos de tanta carga horaria.
Con la cantidad de agua que corrió por el río de sus curiosidades y ensoñaciones de antes y de las que siguieron, y según se opina no tiene porqué seguir corriendo, de cuando se pasaba horas diciendo lo bueno que debe ser tener un padre que dispone de dinero, que lo compra todo y que da con todos los gustos, no como el que se tiene que además de renegón e insoportable hay que ayudarlo saliendo a trabajar de cualquier cosa, y el otro contestaba que estaba bien pero que había escuchado por ahí la estupidez que la guita no compra la felicidad aunque ayude a tenerla, y que con su disponibilidad de cobres no es para gritar albricias, y hay que ver que ni se terminó la universidad en la que se tenía todo pagado, los libros, la pensión y el comedor, como le comentara en la única carta que escribió contestando a las suyas, en la misma adonde le reclamaba que no tomara con liviandad las reivindicaciones obreras y estudiantiles, aquella sugerencia a la que él no le había dado ni cinco de bola, de luchar por los que no tienen o por los que menos tienen, y que tal vez se la habría dado si se hubieran encontrado algunas veces si al final de cuentas nunca estuvieron a más de cuatrocientos kilómetros de distancia.
Y él confesaba que no había seguido comunicándose porque por entonces no le interesaba la política, al menos no tanto como ahora que algunos de los sufrimientos se viven en la fábrica por culpa de los desbarajustes que se arman, en nombre de la democracia y de los inmaculados militares que toman y dejan el poder, y que además de la fiaca de la juventud, le daba bronca reconocerle por escrito que no veía a la flaca, el amor de su vida, porque la vieja se dio con el gusto de discriminar y segregarlo, y que en eso habían estado sus hermanas como cómplices, a las que ya había perdonado, entendiendo que a las minas es mejor tenerlas de amigas que de enemigas y aliadas en contra de los varones.
Para qué volver, se preguntaba recordando a su madre pasar el apremio y hacer valer sus potestades, al abalorio de famas y cronopios del Julio que el otro conservaba como cordón umbilical de sus explicaciones y reacciones contra el sistema, según lo que le dijo, de pobres y ricos, de fundidos y no fundidos, de exitosos y frustrados, de indignados como vos, se chanceaba, por no haber nacido en un hogar con más disponibilidad de dinero, o de haber tenido la posibilidad de seguir estudiando, es lo que hoy más reditúa, dos de las circunstancias que hubieran servido para ser menos reaccionario y renegar contabilizando lo que no se tuvo, lo que no se tiene, y es posible lo que no se tendrá, fijaciones de otros años y de otras carencias, de realizados como la mujer del radical ese que conocen, que aún disponiendo de plata y estudio se ha revirado, demostrando que esos de la plata no son los únicos fines de la vida, que hay otros, más sencillos y más valiosos.
Reputados e infortunados, prósperos y miserables, componentes del arco iris de desigualdades de este mundo que se conocen por contacto directo, y al otro no le sirven más que de capa delgada del barniz que necesita para afianzar su rol de profesor de secundaria, de académico habilitado por tener tercer año de ingeniería aprobado, para cuestionar hoy, en teoría y con lo mismo a los cientos, y miles de compañeros pelotudos, que vivieron y vivirán en la clandestinidad y el anonimato, de aquellos que nunca se animarán con nada ni con nadie, pero que tienen mujeres y familias, y buenos empleos, vacaciones y sueldos, y autos y casas, y que eso es muy bueno y hay que saberlo valorar, aunque en sincronía se tengan deudas y líos, inconvenientes e impotencias no cubiertas, de cualquier forma son patriadas en las que se pelea por lo propio y no por lo ajeno y desconocido, accidente que no pasa en las otras luchas, por caso las ideológicas, que en este país significaron, para los que estuvieron involucrados, identificaciones con los líderes de uno de los bandos, plasmadas en una boina de guerrillero o una gorra de general, con los adalides y mercachifles fundamentalistas, que al final no ponían ni la cara ni daban el pecho en pro de sus causas, desapareciendo a la hora de los bifes o acomodándose al sistema, contiendas que no arrojaron los resultados esperados, y terminaron con muertes, desapariciones, de cientos, miles de inocentes o estúpidos que se inmolaron que pagaron en nombre de ellas de las causas y de los que alzaban las banderas cuando todavía no había represalias, generaciones enteras de jóvenes soñando con ser una cosa u otra, desperdiciando sus tiempos en centros rurales de entrenamiento o colegios militares que comenzaron a pulular en las ciudades, mientras los otros, los jefes de arriba, los que se las creen de ideólogos y son en realidad unos vivos y unos avivados, después de lanzada la pelota y avanzado el juego, andan como chanchos caranchos amigos mostrándose juntos con los que fueron enemigos por todos lados.
Discurseada de intelectual confundido, que por poco o mucho que hablara lo agotaba, de versero versado en enciclopedias de universidades, o en lecciones de profesores petarderos que aparecieron alguna vez en las aulas para nunca más retornar con sus lecciones revolucionarias o las enseñanzas para tener una sociedad más homogénea y solidaria. Los mismos que afirmaban que había que amar, armar al pueblo, sacarlo del oprobio consiguiendo una distribución diferente del ingreso, más equitativa, proclamas que ocultaban descarada, impunemente, con el dictado de materias como macroeconomía, derecho civil, literatura o cálculo de estructuras dos, haciendo alusión seguido a la doctrina social de la iglesia como fundamento religioso de todos los cimientos con los cuales se conseguiría la transformación, ofertada, se podría decir, porque por la forma en que lo hacían parecía copiada de un mercado persa.
Aquellos que confundían vistiendo el atuendo respectivo y luciendo desalineados, con aires de intelectuales que no disponen de tiempo ni para bañarse, malos imitadores de un che Guevara que desde un póster servía para cubrir paredes desnudas de departamentos anónimos, con poca ventilación y superpoblados, y en lo ideal para enorgullecerse de que un compatriota fuera uno de los comandantes en Bahía de Los Cochinos.
Mentores, traicioneros algunos, traicionados y cagones los otros, de las persecuciones que tuvimos, continuaba vehemente cuando ya no le podía escapar al bulto de contarlo y el otro el amigo al de escucharlo, como la noche en que nos encanaron en el Alto La Lechuza y mientras cantábamos la López Pereyra, el final de un seguimiento meticuloso llevado a cabo con información y uniformes de fajina y de primera de rutina de conservador de mafioso, que hoy es para pensar que pasaban aquellos tirados a profesores de vanguardia, y los tontos útiles amenazando con escopetas recortadas repitieron la solicitud conocida de recitar el número de documento de memoria, y las direcciones y otras señas personales, sarta de estupideces que pedían y había que cumplir, temblando porque ya se sabía, hacían lo mismo una, dos, tres veces mil veces y el final era el conocido, así lo mismo nos llevaron hasta la Central, y allí nos tuvieron como dos semanas en averiguación de antecedentes, y al final separaron a los changos detenidos, algunos no aparecieron nunca más, otros como los Vilte, esos que se unieron al grupo cuando comenzamos a frecuentar la casa de piedra, otro de los lugares concurridos de la infancia, otra referencia ferroviaria, cerca de la pantalla, terminaron en el exterior porque tuvieron la suerte de que su embajada se calentara y los enviara a Noruega o un país de esos, y otros zafamos al año y medio, como yo, que salí con la corona de rey de los pelotudos, porque después de tanto tiempo descubrieron que no tenía nada para que me imputaran, y me cagaron la vida, porque tuve que trabajar de empleado de comercio, para lo que no estaba preparado, no tenía inclinación natural ni estaba acostumbrado, resultado de la decisión del viejo de suprimirme los víveres, hasta que lo reconsideró, se acabaron las persecutas sin sentido, y se pudo comenzar con el trabajo de maestro de matemáticas. Pensadores se creían casi todos por esa época, lo frenaba, académicos sobresalientes interesados en modificar una sociedad que les dio tanto la espalda que hasta en el jardín de la república, transformado en uno de los cementerios de centenas de ene ene, terminó de gobernador el comandante de la represión y del operativo independencia, en forma similar a otros lugares del país, con el único costo legendario y de origen medieval de apretar a los pudientes para que gasten algo en las necesidades del pueblo, entregando o financiando bicicletas, electrodomésticos, mercadería, eso, y una apuesta fuerte de joder a la gente sólo con lecciones de probidad, como las órdenes que impartió para que les cortaran compulsivamente las melenas a los jugadores de fútbol de los clubes locales, pasaporte ineludible para entrar en la cancha, ordenar y ejecutar trabajos de jardinería en cuanto espacio verde había, y a deportar linyeras a provincias vecinas, una pinturita.
Le daba al camelo, a la chunga, y el otro se la aguantaba, y comenzaba con los balances y comparaciones con el juego, que él había acumulado tantos importantes a su favor, habiéndose casado con la flaca aún las dificultades opuestas por la familia y su pasado, con los hijos, y un trabajo estable que se conserva, probaba la bufonada y la befa, el doble sentido, y el otro unos cuantos tantos en contra, pero terminaba, actitudes de amigo de muchos años, afirmando que no se gana y se pierde sin interrupciones, y que si se viene ganando alguna vez se pierde, y que si se pierde tantas veces hay que presumir que está cercano algún momento de ganar, lo alentaba, sin ocultar el tedio que le provocaban los temas que le interesaban poco o nada, de escasa relación con su trabajo, con sus logros y fracasos, y se resistía a seguir revisándolos durante una sobremesa con quien además, ni chupa ni coquea.
Día de perros, Cusa, pesado con el calor que se soporta terminando la jornada, la transpiración que dificulta el trabajo, los olores de la fábrica y los que portan los compañeros que se encuentran cerca, por la sensación de ir dejando trabajos terminados a medias o mal encarados, sin que nadie lo sepa, los de la cuadrilla que la chupen y se la traguen, que sigan pagando derechos de piso, como el que se viene pagando en tantos años, aguantándose puteadas y postergaciones de ascensos que corresponden, por la constancia, el cuidado permanente para que las metidas de pata sean menos que los aciertos en las decisiones que se toman, por el acercamiento con jefes y supervisores con los asuntos del deporte de los fines de semana, por la disciplina con horarios y otras imposiciones, caso las horas extras, voluntad de animal que se pone al servicio de la empresa, por no enfermarse nunca y concurrir sin chistar a todos los cursos de capacitación que se dictan desde que se decidieron las reformas administrativa y técnica en la fábrica.
Día de perros, en el segundo hogar, en el predio adonde se vive más que en la propia casa, en esos galpones que se conocen desde siempre, desde que se tiene uso de razón, desde el alambrado perimetral que con otros se cruzaba hasta bien adentro, cuidando de no ser visto por papá y en épocas en que se podía burlar la vigilancia de los porteros y de los serenos.
Día de mierda, entre esos edificios que cuando niño parecían los rascacielos de las películas de Elvis, y que no son más que una fachada de ladrillos vista y ventanas que ocultan la maquinaria, estibas incontables, materiales de pañol, vehículos y oficinas. Construcciones mal terminadas por donde se deambula todo el puto día, caminando, mirando, corrigiendo, equivocándose, y así duela la espalda, la cabeza, los pies o la panza. Laberinto de pasillos y recovecos incontables porque algunos se cuentan dos y tres veces, estrechos y sucios, que llevan de un lado a otro, en los que empiezan o terminan escaleras, cobertizos, o pasadizos que permiten el seguimiento pormenorizado de todas las instancias de la gran cocina ajena.
Día de perros, Cusa, puteando, pensando que una vez más habrá que hablar con los muchachos del gremio, para avisarles que nuevamente no se cumplió con una de las entregas anuales de ropa de trabajo, la muda del overol, camisa y pantalón de grafa, botines, que también hay demoras con la reposición de las herramientas que se rompen, o que se ratean, es lo mismo, porque muchos compañeros para disponer de unos manguitos recontra extra, los negocian con comerciantes inescrupulosos que hay por toda la ciudad, así después anden dando lástima de lo zaparrastrosos que aparecen a trabajar. Alertar, Cusa, sobre derechos que se ganaron con el tiempo, y que evolucionan con mejoras y conquistas, comunicar inconvenientes, ejercer presiones boca a boca, por intermediarios, para que los patrones y sus esbirros no se hagan los desentendidos de lo que ellos llaman sus costos indirectos que por lo visto son los que más les preocupan porque a los directos los necesitan para hacer el azúcar.
Llamar la atención, aunque a las obligaciones de convenio nunca se las tenga en cuenta, porque es como dicen algunos compañeros, a las imposiciones los patrones las ponen también con el esquizofrénico, enajenante motivo de ahorrar guita, de alcanzar costos menores que los otros, encubiertos en beneficios que se publicitan por un lado, con el gremio, caso el seguro de salud o el de los accidentes de trabajo, espurios instrumentos que no cubren ni a la viuda ni a los hijos si se produce una desgracia. Restarle importancia a los guantes industriales, que preservan de los golpes de alta tensión, o de las magulladuras que produce el tironeo de alambres de grueso calibre, a las botas de goma que producen unos olores de pata inaguantables, a los arneses y los equipos cuando se trata de trabajos a realizar en altura, a los cascos esos, que tanto se rechazan porque delatan la jerarquía, anaranjados para el personal de más baja calificación, para los del campo y para los que se ocupan de la maestranza y de limpiar toda la mugre y la mierda industrial, azul para los pinches intermedios y algunos supervisores de poca monta, y blancos para los jefes de más importancia, y para los patrones cuando dan sus vueltas periódicas contando las vaquitas que siempre son ajenas por ser de ellos y no de uno.
Invocar los derechos, y hacerse el sota con las exigencias Cusa, hasta tanto se cumple con la última ronda, con el alivio incidental que significa el final de un día más de trabajo, aunque se trate de la víspera de otro, presentir cercano un intervalo con la vuelta a casa para seguir mezclando, situaciones, personas, problemas, deseos propios y de los otros, esperanzas y anhelos que no se borran con la ducha ni con los sueños.
Y perder Cusa, por cansancio general, por insuficiencias, por limitaciones, y nuevas versiones de hacinamientos que hoy sufren sus niños y no él, por monotonía, la noción del tiempo y del espacio, y estar, mala suerte y mala leche, justo en el lugar y el punto en el que la maldita gravedad precipita un bulón de tres octavos, un minúsculo tornillo que cae cinco metros y golpea la cabeza Cusa, a la altura del parietal derecho, y el barullo, el fárrago instantáneo, la lucidez en la turbación, y la oscuridad que se hacen de golpe, para luego no saber ni sentir nada.
Día de perros, se dispersaba como una resonancia su frase cuando comenzó a responder a los estímulos y, aunque nadie le prestaba atención, quedaba insinuada en la apatía y el siglillo de cualquier hora en la zona de cuidados intensivos.
Día de perros, día de perros, repetía con la impresión de no escucharse, al tiempo de tomar conciencia y percibir que un haz de luz penetraba en sus pupilas, al momento de darse cuenta que unos dedos livianos y fríos hurgaban sus párpados y le daban la sensación que lo lastimaban. Imágenes difusas que se movían, sombras que aparecían y desaparecían, y contrastes en todas las tonalidades de grises, le surgían como señales desconocidas de su contacto con el mundo, como boyas en un mar oscuro y turbulento, como mojones que señalan un camino por el que se anduvo pero del que no se tiene la menor idea.
Renegaba, y daba rienda suelta a tocarse por impulso, a reconocerse progresivamente, a redescubrir su materia palmo a palmo, abrir las manos comprobando que sus piernas estaban en el lugar de siempre, que al contacto en la zona del abdomen y el tórax no se notaban evidencias de agresiones en su cuerpo, que las vendas y cintas adhesivas cubrían su cara y la cabeza, a tomar empalmes con su propia piel y con sus dedos en los contornos de su boca y de los ojos.
Escuchaba voces sin poder procesar frases o palabras, empezaba a entusiasmarse comprobando que sus signos vitales estaban como siempre, en su entender la capacidad de abjurar, la curiosidad permanente y la firmeza física, aunque de entrada lo atormentara la ausencia total de recuerdos, de referencias que le sirvieran para un mínimo de orden, los datos que necesitaba para comunicarse, para integrarse al lugar del que nunca se ausentara. Ensayaba movimientos, y probaba cotejar sus primeras apreciaciones con las respuestas de sus reflejos sobre el cuerpo, y notaba que una puntada muscular intensa se le iniciaba a la altura de los pies y repercutía en su cabeza, que doblando una pierna se le aceleraba el pulso detectado en la región de la muñeca de una geografía que se le iba revelando poco a poco, sintiendo que una taquicardia suave lo sofocaba casi sin moverse.
Día de mierda, rememoraba y se dormía.
De pronto las figuraciones, las penumbras y las desproporciones empezaban lenta, sucesivamente, a dejar de serlo, a ser suplidas por visiones acertadas de espacios asépticos y desconocidos, de camas con ajuares blancos, de luces blancas, de azulejos blancos en pisos y paredes, de biombos de tela blanca, de papagayos y chatas blancas, de puertas y ventanas blancas, de cortinas blancas, de mujeres y hombres con uniformes y mocasines blancos que no miraban a nadie ni conversaban, primeras disparidades que se reemplazaban con los ruidos disminuidos de un ir y venir con prudencia, con diálogos que llegaban como murmullos y palabras inconexas, con quejas y lamentos anónimos y ciertos, con el crujir lejano de la chapa de vehículos destartalados y de sirenas sonoras, oposiciones iniciales de olores, de pisos y paredes desinfectados a cada rato, de agua oxigenada y antibióticos utilizados en exceso, de alcohol puro aplicado vaya a saber en qué lugares, de dolores o molestias originales que reemplazaban a los otros, de torniquetes puestos en los brazos para saber de la presión, de agujas de jeringas que penetraban nalgas bastante castigadas o brazos escuálidos por transfusiones, hidrataciones, o reposición de vitaminas, carbonatos, fósforo o lo que fuera, del frío del estetoscopio sobre el pecho, del cabo de una cuchara apretando la lengua, de termómetros que a partir de las axilas producían escalofríos y cosquilleos, de los reemplazos periódicos de parte del vendaje, blanco como todo, que apretaba demasiado la cabeza repercutiendo en puntadas reiteradas en la zona de las sienes, de escuadras de metal que de rato en rato le fijaban en la cabecera de la cama, para evitar cualquier movimiento que le acarreara desbarajustes en la restitución definitiva de sus equilibrios.
Día de perros, reincidía con su mal genio, y una garba desordenada de otros paisajes recirculaban en su mente, de paredes y pisos de azulejos grises, de alisados colorados picados y con manchas de aceite y grasa, de portadas de ladrillos vista salpicados de concreto, muros y tinglados apiñados, de protección de tachos, centrífugas y cintas trasportadoras con movimientos serpenteantes, zigzagueantes por todos lados, de pistones sobre nivel y molinos en cadena, que conformaban dédalos intrincados en barracones y marquesinas, en recovecos y túneles que se le presentaban en forma de otros escenarios adonde, se jugaba en silencio y seguro, estuvo alguna vez, en proscenios diferentes, por lo opaco y grises que eran, del esterilizado y albugíneo universo que ahora lo aprisionaba.
Y pensaba, mala suerte, mala leche, convencido de haber comenzado a ubicarse en el espacio, aunque con el tiempo nada. Y se dormía y se despertaba.
Intentaba el armado del rompecabezas de su tiempo, con afanosidad buscaba las piezas para calzar personas en los lugares vacíos, en los desiertos nuevos donde hacía reconocimientos, en los yermos ahora despoblados de sus caminatas fabriles y febriles, haciendo lo posible para distinguir los minutos, diferenciarlos de las horas, encuadrarlos en los días, hasta tanto se le evidenciara la memoria de los sucesos pasados, avanzaba para armar el caos de las historias truncas, la de él y las de algunos que habitualmente zanganeaban en los lugares frecuentados.
Completaba la capacidad disponible para distinguir entre los cercano y lo lejano de sus fracciones temporáneas, el porte para discriminar entre el hoy y el ayer, entre mañana y pasado, porque de pronto el antañón y carcamal de las lecciones se le aparecía jugando con él en la pantalla, cumpliéndole los sueños de comprarle una ametralladora de plástico con la que había soñado en vano alguna navidad y en el día de reyes subsiguiente, a la flaca se la imaginaba perpetuando las sumisiones reservadas de la vieja, a sus compañeros de trabajo en luchas baladíes que finalizaban con rendiciones y en desengaños, y al Jotacé ataviado de jefe de planta dando instrucciones a hombres y cuadrillas de obreros, personas conocidas, confundidas en espesuras inconmensurables, conviviendo con demonios y duendes malos, con la novia sin cabeza y el familiar que tironeaban para meterlo a él en embudos de trapiches recorridos insondables.
Alumbramientos complejos que duraron hasta que la mácula de la pobreza y los amontonamientos de su destino, le cerraba el círculo de sus viejos ordenadores atávicos, aquellos que de por vida le impusieron privarse de ilusiones y desbordes.
Las señales que aunque no lo quisiera, lo bajaban a situaciones en que una privación ya no le significaba quedarse sin un juguete o un entretenimiento, circunstancias que quedaban reducidas a una cuestión de tener hambre en serio, o a la postergación de un simple y profundo deseo, caso la tortilla que alguna vez pidió a su madre y no se pudo hacer por la imposibilidad de contar con unos escasos y putos centavos para comprar los huevos que hacen consistente la masa.
Ocasiones en que el recuerdo del hacinamiento lo remitía a negar recurrencias indeseadas para sus hijos, reminiscencias de los pequeños cuya imagen recién entraba a su mente, como furgón de cola de coche motores o trenes de carga, en los que en alguna oportunidad se encaramó divirtiéndose con sus amigos. Y envanecido por la remembranza de un rol de padre que venía desempeñando aceptablemente, lo apostaba, siempre lo apostaba, francamente añoraba verlos y abrazarlos, explicarles a su manera que continuaba en la carrera, que todavía estaba.
Y molestaba nuevamente, como liendre, persuadido de los importantes avances que lograba en el camino de tomar conciencia, de haber comenzado a recuperar no solamente la noción de espacios conocidos, no conocidos y en proceso de conocer, sino también de haber reiniciado el restablecimiento de las ideas normales y aproximadas del tiempo.
Y en la progresión continua de momentos en los que su voluntad no contaba, ni sus ganas, ni sus criterios, ni sus opiniones, convencido de que terminaría victorioso una batalla más de su existencia, se dormía y se despertaba.
Procuraba con sus propias maldiciones captar algún contacto que le permitiera alcanzar lo que le faltaba, hasta que un día, en forma inesperada, un remolino de seres y expresiones, lo dejaba nuevamente con los pies en esta tierra. Las primeras pistas precisas, procedían de esa totalidad recóndita que no sabía desde cuándo lo contenía como paciente en recuperación y de máximo cuidado.
En ese ámbito no reconocía a nadie, y eso le confirmaba la pertinencia inicial de una suerte de dependencia desconocida en el baqueteado suceder de su supervivencia, cuando hacía rato que estaba demostrado en su hechura, que el único condicionante que le jugaba partidas en contra era la estrechez, casi la indigencia, y que en las variantes para esquivarle a éstas últimas, tuvieron mucho que ver las perseverancias del viejo y de la vieja, él con la constancia en el trabajo, y ella con la paciencia adecuada para aguantarlo, y la inteligencia para optimizar las recompensas de un ingreso seguro, y aunque mínimo, fijo mes a mes, firmes razones, por conocidos y haber convivido con ellos varios años, para justificar una porción de sus malos humores y agresiones, piezas del dominó que le faltaba cerrar ahora, con quién y de qué manera concluirían las novedades de su postración.
Con estas suspicacias principiaba la tarea de identificar al médico en jefe del grupo de personas que continuamente lo visitaba, labor que comenzó a llevar con la inconmensurable intención de ir resolviendo los acertijos de los diagnósticos que escuchaba.
Así se enteraba que no había pasado por la instancia simple de un accidente sin consecuencias, que eran de esperar marcas internas o externas en la cabeza, que hacía más de un año que lo tenían en recuperación, y observación, que había recorrido en ese lapso un largo camino que empezó con un coma cuatro y finalizó con la recomposición de los reflejos y la conciencia, que de las secuelas interiores que pudieran haber quedado, comenzaría a ocuparse un psicólogo recién incorporado al equipo del hospital, y que los efectos exteriores tendrían un seguimiento continuado por parte del médico clínico, el único parecía, que había participado en cada instante de su última travesía.
De sus familiares, con el primero que conversó fue con su padre, que lo hostigó con opiniones y consejos sobre indemnizaciones por accidentes de trabajo, sentencias, prescripciones sobre reincorporaciones extraordinarias, y otras gangas que se podían pelear con el motivo de su accidente, equivocándose como sus compañeros, retractándose como él mismo, pidiéndole, eso sí y por adelantado, que cuando llegara el momento lo hiciera con la cordura que sabía, había que tener para no sacar de quicio a los patrones que por las buenas aflojan en las negociaciones.
Descansaba pero como si se hubieran puesto de acuerdo apareció la Chili con su monólogo cargado de cómo se siente con esto que tuvo, que el comoé ha dicho que la recuperación va pichichí, que hay que pedir para salir urgente de este como se llama, y con la queja inoportuna que su aburrido destino no había cambiado, que seguían solteras ella y las dos menores, seguidilla de palabras que la delataban en su vieja manía de verse todas las novelas de las tardes y, trascartón, después de haber zafado, caía la Nicéfora acompañando a sus dos hijos más grandes, hermosos y crecidos como la putamadre, trayendo noticias de que la flaca estaba recargada de obligaciones con su ausencia y que en cualquier momento lo visitaba.
Demasiado para su primer jornada de regreso pleno, luego, se dormía y se despertaba.
Día de perros Cusa, demasiado pesado con el calor que se soporta terminando la convalecencia, con la temperatura que produce la sensación de tener el cuerpo pegajoso, desde las bolas al occipucio, de la humedad que se condensa en la extensión entera de la desnudez que se cubre con ese delantal blanco de lona tan gruesa, que insisten en que se use antes que piyamas o camisetas, del salpullido y la picazón que produce la transpiración que baja gota a gota por el borde del vendaje.
Día de mierda para el alta, y con vaticinios que no gustan nada Cusa, la flaca vino un par de veces y encima se la nota indiferente.
Pon 2.
Carambolas, una tras otra, efectos en cadena que se desataban con lo que pasó y el regreso, con lo que fue y una rehabilitación no reputada por nadie en la gran familia.
Mañas domésticas que se encontraban intactas, evolucionando de la misma manera en que se imaginaron antes, cuando el tiempo no alcanzaba para entender a la flaca rezongando con la ropa sucia que se amontonaba los fines de semana, y los pretextos sobraban para no prestar atención a las peripecias con que llegaban de sus juegos callejeros los niños mayores, cuando había más de una explicación por las obligaciones laborales, y los compromisos de los descansos entre turnos, personales, resultantes de actitudes egoístas aprendidas, adoptadas, descubiertas, para no espesarse en los reclamos esponsalicios por la escasez de dinero para comer todos los días y al mismo tiempo pagar las cuentas y los créditos que se tienen, cuando se oponían algunos motivos ocurrentes y repetidos, la saturación de obligaciones de trabajo y de derecho al descanso, para no estar al lado de la mujer en la resolución de los conflictos del barrio, usuales, clásicos y habituales, caso lavar la vereda fuera de los horarios establecidos por la municipalidad, caso sacar temprano las bolsas de residuos y exponerlas a los perros callejeros que las destrozan nada mas que para hociquearlas, puerilidades, minucias que finalizaban con la arenga trivial de alguna gorda con ruleros y en chancletas, o las groserías de un vecino adolescente, proyecto de vago, que a horas insólitas para estar en casa, se divertía con argumentos legales de cuarta, defendiendo posiciones de terquedad e intolerancia de alguien de las adyacencias.
Dramas de todos los días que antes no se compartían por acuerdos tácitos de la conveniencia de no decir una palabra, que no se hablaban por convenios conyugales y virtuales, para que no hubiera interferencias con un trabajo que se cumplía todo el año, todos los años, para que el reposo, el respiro, fueran sosiego puro aunque en reiteradas oportunidades, progresivamente, se transformaran en machas y coqueadas en grupo, no consentidas, reclamadas oportunamente, trancas inolvidables, curdas cruentas o cogorzas pestilentes que antes molestaban y ahora nada, niño de ayer y de ayudar a la madre a limpiar vómitos y vino derramado, esposo de hoy y de empinar solo, con la botella y la fregada porque la mujer no colabora, macho que malacostumbra con iniciativas a su hembra, haciéndose cargo de sus porquerías y las de sus amigos.
Estilos familiares que se conjeturaban diferentes o, la duda de por medio, que se fueron modificando con la ausencia, estiletes íntimos que lastiman, que lesionan como si se fuera un extraño sin privilegios, un sapo de otro pozo, cinceles de artesanía hogareña que en principio apremian, a tomar conocimiento sin derecho a réplica que la flaca se inscribió y está concurriendo a un bachillerato para adultos, cumpliendo la vieja, la preciada apetencia, la particular, y singular ambición de terminar con los dos años de secundaria que le faltan, a verificar que con tal motivo la Nicéfora se ocupa ahora de algunas de las faenas de la casa, en especial entre siete de la tarde y diez de la noche, y que durante ese lapso los niños se reportan a ella, obedeciendo sus indicaciones y ordenes, que entre las últimas que dio está la de guardar las sobras y los desperdicios de las comidas para el corcho, de modo que no ande molestando de puerta en puerta, y para que los niños no lloren porque ellos lo quieren tener en la casa y se han arrogado la propiedad desde que ella los consiente.
Pericias imaginadas o conocidas a medias, facultades ignoradas o plasmadas sin asentimiento, de cualquier manera, aspectos contemplados y no contemplados que caían dentro de un amplio rango de posibilidades, un gran arco de probabilidades de ocurrencias al azahar en las reacciones no reconocidas de los suyos, para él y en el prolongado eclipse de su presencia, trazas que con la vuelta requerían de resignaciones involuntarias e inconsultas, firmamentos que pasaban de perversos a perfectos, de docilidades que nunca se tuvieron, desafíos de insubordinación e insolencia que de tanto negar se repiten con frecuencia, de transigencias hasta tanto se viera, y analizara lo conveniente, para transar desde la nueva condición de convaleciente, de hombre que debe reconocer y acostumbrarse a otras barreras, cortapisas por lo menos diferentes a las que se conocía o se creía conocer.
Carambolas, porqué y desde cuando.
Si después de todo un año es efímero cuando los únicos descansos absolutos son los primero de mayo o los primero de enero, consecuencias de su accidente y el retorno que indicaban por el contrario que doce meses, poco mas poco menos, pueden ser mucho tiempo, que adelantaban los recorridos recientes e inciertos de estar vivo, de haber recibido la gracia, de haber nacido nuevamente, que anticipaban los trayectos difíciles de encontrarse de noche, en los avances por adaptarse, queriendo recuperar la lujuria de los tiempos iniciales, acostado al lado de la mujer, procurando alcanzar la voluptuosidad que compartieron con efusividad y que los trasladaba en el comienzo, a vergeles de placer y de éxtasis, a umbrías de entendimientos y temblores coincidentes.
Evocaba, y con sus manos comenzaba a recorrer una geografía no visitada últimamente, buscando el calor y la humedad que recordaba aparecía entre sus piernas, con cada caricia entre suave y torpe que dejaba por los contornos terminados de su hembra, estimulándola, la predisposición subsiguiente y el final atolondrado que, rememoraba, hacía todo lo posible para que coincidiera con el de ella.
Sin embargo la evocación y el contacto demoraban para cuajar en evidencias efectivas, la indiferencia detectada en las dos visitas que le hiciera en el hospital, cuando la fiebre las contusiones y las confusiones de la recuperación atormentaban en cada minuto, en cada hora y en cada día de la permanencia forzada, se potenciaba en un vacío a su calentura, en una resistencia a sus ganas de vencer la abstinencia así disminuido como estaba, en una inexistencia de respuestas inmediatas a la erección apremiante y prolongada, demorada, pero de todos modos avanzaba, convencido y minimizando los cambios, en la presunción que en cualquier momento la ninfa, en sus arranques íntimos y no confesos de golfa, como antes, como otras veces, sucumbiría a sus pedidos expresos y a sus encantos reconocidos alguna noche en vela y de alta temperatura, disfrutando de cuanto orgasmo alcanzaban, humedecidos por todos lados y hasta el cansancio.
Y la penetraba, con las mismas sensaciones y motivos unilaterales de los primeros contactos, pero percibiendo, y cotejando cambios etéreos respecto al vínculo casi perfecto de otras épocas, modelados por ambos en los escalofríos, los quejidos y jadeos de cada abrazo final, cuando no eran necesarios ni pensamientos colaterales ni cálculos, cuando no había urgencias para acomodar episodio alguno a la evolución accidental de sus existencias mutuamente colaboradas, en un banco de la avenida o en la cama, y lamentaba el segundo efecto del golpe manifiesto, el cumplimiento de un ciclo en los talantes de los otros, porque sin que nadie lo quisiera o lo hubiera provocado a propósito, el Guille fue testigo de las primeras discusiones, de los argumentos de ella, hembra perspicaz que reclamaba poco menos que una violación para un acto no muy diferente a otros que tuvieron, que por primera vez recriminaba una eyaculación precoz cuyos motivos, se descartaba que los sobreentendería, la justificaban con creces, mujer astuta con soledad que se extiende por tiempo indeterminado, que hace alusión a su derecho de persona, al respeto que se merece con sus tiempos, niña que lagrimea recordando advertencias, amonestaciones de una mamá que la quiere y la mima, y que según las enseñanzas hiere diciendo que los forcejeos y las imposiciones deben ser cosa de negros y ordinarios, tapando las primeras, tímidas y contenidas contestaciones de él, macho con ganas de ser infiel e intolerante ahora, cuando antes se cuidaba con meticulosidad y condones de las putitas circunstanciales, y de las puchero cuando se daba la oportunidad con alguna y nunca se cubría con groserías, hombre de una sola mujer, de punta a punta de una sola esposa, niño confundido que recapitula de sumisiones sexuales logradas y no cuestionadas por la vieja y de las que se acuerda, manteniéndose como puede en la primera, violenta y férrea oposición, a la copiosa lluvia de novedades que cae sobre fronteras desconocidas y que se empiezan a conocer.
Efectos en cadena, como ese huevo que quedaba después de la secuencia desventurada del tornillo a la cabeza del accidente al hospital del hospital a la casa, esa protuberancia tan evidente que no se ve si no es con un espejo, y que salvo su peso exagerado que se siente y no importa por ahora si nadie pregunta o comenta demasiado, se puede disimular con gorros, con boinas o cascos que jamás se usaron, ni en la calle ni en la fábrica, esa turgencia, ese bulto que molestaba aún sin una profusión de menciones impropias y directas, aún con el esfuerzo que se requiere para cubrir las insinuaciones de cercanos y allegados, que se reciben a menudo y a las que no se puede hacer oídos sordos, escuchando, incorporando los pareceres de los demás, de los predispuestos a tratar estas desgracias, los boludos y los bienintencionados.
Ese óvalo sobre relieve en el que no crecía ni la punta de un cabello, esa superficie pelada y evidente que le cambiaba de por vida el aspecto, una apariencia que se cuidaba desde siempre, la ropa será modesta pero la percha debe ser buena, advertía de sentencias escuchadas, no elaboradas por entonces, y pensaba que lo de la flaca podría haber sido una cuestión de aprensiones, en principio y en sus ámbitos de soluciones difíciles, y en ese sentido se afanaba evaluando sustitutos para el ejercicio físico que hacía en las picadas de fútbol de los fines de semana y ahora suspendido, y apreciaba la exigencia reciente de imponerse a sí mismo, el cometido de retomar pautas de aseo mínimo y de presencia que se aprendieron con los que fueron, su familia y Jotacé, con quien se participó en tantos momentos y disparidades de crianza de las que se habían obtenido varios beneficios de inventario, y otros modelos que se incorporaban con los que serán, que son sus niños, que de la escuela o de la casa de sus amiguitos retornaban por lo general con una ocurrencia al respecto, como la costumbre de lavarse los dientes todos los días dos veces al día, práctica que les copió íntegra pero con inconstancia.
Un lomo que se tocaba frecuentemente, pasaba la mano y la repasaba, para comprobar sus modificaciones, con la ilusión que de súbito, por un golpe de magia desaparecería, con la confianza puesta para que la última prescripción de su médico se cumpliera, la del parsimonioso y bucólico doctor en jefe que en la última consulta, había insistido en que era de importancia prioritaria ocuparse de las manchas internas que aparecían en las radiografías que tomaban, evidencias milimétricas que no debían crecer ni extenderse, superficies oscuras y fragmentadas, que seguro se trataba de sangre coagulada que se podía controlar con medicamentos y constancia, un tumor benigno auguraba, un quiste, una malformación que en el peor de los casos podrá controlarse con cirugía.
El calmado y sereno médico que colaborando como podía, afirmaba que aquel chichón particular iría desapareciendo poco a poco, que después de todo cuando se vuelve a la vida estas eventualidades son de la menor importancia, arriesgando pronósticos de una medicina palmariamente pasada de moda, hombre que cuando opina y receta se encomienda a Pantaleón para que no le pasen nunca estos accidentes, ni a él ni a su familia, cristiano egoísta, profesional que cada vez que revisa y ausculta se acuerda de las corrientes modernas que sugieren perfeccionamientos y actualizaciones que no se realizan por muchos motivos, alópata irresponsable, macho que por dentro siente escrúpulos colosales y disimula la impresión por el jabón que le daría animándose a salir a la calle con una formación tan exagerada y tan fiera, cínico terapeuta.
Causas y efectos a los que hay que hacer un seguimiento pormenorizado, con asistencias que se conseguirán del psicólogo que pronto intervendrá, escuchaba demostrando que se fiaba, que se encomendaba a la única persona que lo acompañara desde el primer momento de su contratiempo, al invalorable mortal que le relataba su vuelta al mundo con tanto lujo de detalles, desde la noche en que cayó desvanecido y en camilla todo ensangrentado hasta hoy que caminaba, desde los inconvenientes que se tuvieron para suturar con los borbotones imparables de sangre que salían del pequeño orificio, y la comprobación que no había fractura de cráneo hasta hoy que conversaba, desde la desesperación particular y del grupo de la emergencia para que no hubiera descompensaciones incontrolables hasta hoy que estaba de vuelta en casa, desde la angustia interminable por saber de una vez por todas si el coma era agónico hasta hoy cuando está con los que quiere, con los que lo quieren, con los hijos, la mujer de siempre, y hasta con la posibilidad de reintegrarse a un trabajo que se conoce, y en el que tuvo la suerte que los patrones se hayan avenido a que continúe, sin más conversaciones ni resentimientos que embarren la cancha de los acuerdos, sin reclamos gremiales o similares de su parte, sin los ademanes que delatan la inconfesable inclinación a la explotación del hombre por el hombre, por la otra.
Carambolas, progresiones geométricas por las que se multiplicaban las personas, las sugerencias, las actitudes y los comportamientos que algo tenían que ver con el cosmos incómodo y personal que se iba armando con su metamorfosis.
Que dos y dos son cuatro, que cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis, retozaba de a ratos recordando las rondas del ánima bendita que armaba con los de la barra cuando niños y no se estaba ni en la escuela, ni en la pantalla, ni lanzando hormigas desde el campanario de la iglesia, cuando ninguno embromaba con que esos eran juegos de mujercitas y mariquitas, añoranzas de mocoso que creció con inconvenientes sin quererlo, congojas de hombre por lo que se perdió sin remedio, por aquello de que cada edad tiene sus problemas y sus encantos, adulto que a medida que pasan los años comprueba que los encantos son menos que los problemas.
Uno, dos, cuatro, ocho, dieciséis y treinta y dos, traveseaba evocando las clases de matemáticas en su último año del secundario en la técnica, los destellos entretenidos de los instantes que pasaba con lo que le gustaba, lo que le amortiguaba toda presión que proviniera del estudio o de los trabajos inseguros que se debieron hacer para evitar los auxilios adicionales, las broncas, las sentencias burlescas posteriores, reminiscencias de alumno entusiasmado, voluntarioso y sufrido, de hombre educado y entrenado para pelearle a la vida, de adulto que tarde confirma que con un poco más de sacrificio de su parte sus logros hubieran sido mayores, más estudio, un título más importante más dinero, integraba las piezas de un dominó de provisiones repetidas al infinito por el viejo. Progresiones, geométricas, en las discusiones secretas, familiares y discretas que se encaraban con el veterano y el Juancho, para establecer la mejor posición sobre sus planteamientos a la gente de la empresa, la que aseguraría los réditos más elevados sin perjudicarlos, ni al añoso renegón con una carrera y una disciplina excelentes observadas por años, obrero temeroso y chupamedias de empleados que hacen de jefes que a su vez no son más que individuos acoquinados por lo que pudieran decir los patrones, ni a él que en su condición actual podría depender de nuevos favores, que para eso los porteños son gauchazos, obrero calificado con el rótulo de técnico asistente de jefes que a su vez responden a otros y a otros hasta llegar a los patrones que mandan sobre todos.
Progresiones, prestaba la atención pertinente, geométricas, las aseveraciones confusas que los dos de su máxima confianza hacían, conque el abogaducho, ese letrado de morondanga, nacido y radicado desde hace poco en el pueblo, había afirmado que se podía sacar mucho dinero con la declaración de incapacidad, y que el médico, el hermano que anda medio muerto y tirado, y trabaja para el estado, le había asegurado que ayudaría con lo que se necesitara de su parte, que etcétera y etcétera de por lo menos una docena de personas que podían prenderse con prudencia para no despertar ni las sospechas ni las broncas de nadie, que dos y dos son cuatro, que se podían aplicar los medios disponibles y las vivezas conocidas para hacer pelotas a la empresa con algo que en definitiva corresponde y es parte de las reivindicaciones conseguidas con el Pocho, el jefe de tiempos a, que ya no puede ni volver ni ser millones, y que dos veces dieciséis son treinta y dos, que se pueden sacar como quinientos mil dólares, para hablar de billetes y valores en serio, no como esos australes que acaban de aparecer y que según los expertos del gobierno radical, tan puntilloso, burocrático y falto de ideas y bolas para tomar decisiones, como los anteriores del mismo palo, acabará con la inflación y con todos esos males desconocidos y perniciosos, caso las financieras y los carnavales de descarados y vende patria, que hacen mal al país y a su gente, se precipitaban sus juicios espontáneos de impetuosos e imprudentes, interesados en sacar partidas, el padre calculando que por poco que fuera esto le aseguraba un retiro cercano y tranquilo, vejestorio burlón que se pasó toda la vida repartiendo responsabilidades antes que entregando íntegro lo producido por el esfuerzo propio y para el bienestar de toda la familia, hombre que siempre especuló con la repartija de los emolumentos familiares en conjunto, y ahora ve claro que se le puede acabar el problema, el hijo mayor calculando que con lo que gestaban, podrían saldarle deudas suculentas y atrasadas, varón calculador y materialista que sabe del derecho que transfiere la circunstancia de haberse pasado toda la vida laburando para él y para los demás, fifty fifty, como lo hincha uno de los boludos, buscavidas de la calle, que aprendió nada más que eso de un yanqui, hombre que sabe que así como lo embarullan, él no chasquea a nadie.
Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, se espantaba de las mezquindades, de la avidez de esos seres queridos, a los que no les importaba nada de su huevo ni de los inconvenientes que se espejean en cascadas interminables de irritaciones, los que ni se percataban de las cuentas parecidas y en reverso que se hacían al tiempo que ellos hablaban sin escuchar, contador de pacotilla que hace mil veces las sumas y las restas, y al que le cierra cualquier balance con la partida doble, que nunca comprenderán aquello de tener igual los quinientos mil dólares pero por el resto de vida laboral y útil que le quedaba, pesos más pesos menos, o australes, o lo que fueran, que al no ser significativa la diferencia se elige seguir con lo que se tuvo o se tiene, porque al final está todo organizado de esa manera, en especial la familia y los hijos.
Carambolas, reflejos en alta tensión y de sensibilidad agudizada al extremo, rebotes que llegaban o se iniciaban de todos lados pero que cambian la vida sin quererlo, por decisiones propias o por lo que los semejantes turban de manera espontánea en la individualidad, en el entorno mediato o inmediato del mundo acotado en que se está, en el que parece imposible crecer, disponer de un salvavidas que reconforte el espíritu, en el que circule alguien capaz de explicar lo inexpugnable, la miseria, el condenado pauperismo.
Repercusiones que van y vienen cuando se está conmovido, extraviado con el desaliento que significa ordenarse a una ambientación diferente, después de haber estado perifollado quizás con los mismos hechos o eventos no modificados, con las personas que quedaron de una manera en la partida, que no mantuvieron actitudes ni afectos cuando se produjo el retorno, que no permiten siquiera demostraciones que se sigue siendo el mismo, después de la desgracia, aún el huevo que late en la cabeza, irradiaciones y refracciones que no hay que descuidar en el escenario de un paroxismo que se convierte en habitual y redundante, de una exacerbación y una bronca que precipitan enmiendas permanentes en medio del huracán de lo que se fue, de lo que se es o de lo que se debe ser, de una enajenación en la cual aparece, primando sobre todas, la idea de la omnipotencia, lo inexcusable de lo supranatural o de lo que está más allá de lo racional, de aquello que los mortales identifican con Jesús, Buda o Alá, hitos inmanentes y literales que se utilizan para elevar plegarias o quejarse con el que corresponda, para preguntarles por la razón de ser del germen y del fruto en la tierra fértil del espíritu, en el caldo de cultivo del alma, componentes intangibles de la totalidad de cada uno, de los infinitos génesis y corolarios que determinan una existencia plagada de rutinas y eventos, de los antecedentes y desenlaces de una historia que se escribe en tiempo real y que por lo tanto arrastra los aciertos y también las equivocaciones, con una mínima, casi nula posibilidad de corregir el rumbo liminar, y de largo aliento si las excoriaciones, las magulladuras traumáticas que se fijan en el cuerpo o en lo que no es la materia, no la interrumpen. Rudimentos de una creencia fraguada a los ponchazos, a los empujones y las bravatas impropias, descifraba como podía las ideas, se agotaba por encuadrarlas en su formación incompleta de cristiano que no cumple con las admoniciones, designios que son los que debe haber querido transmitir el cura, ese gringo pronazi y discriminador con los del pueblo, que llegó por mil novecientos cincuenta y hoy está muy enfermo y asistido por uno que enviaron para su reemplazo, el refugiado de una guerra ajena que en su papel de pastor, fue el mentor de varios de los líos que se armaban, cuando desde púlpito comenzaba a renegar por la mezquindad de los fieles que dejaban limosnas escasas, por las madres que no ayudaban con el catecismo ni con confeccionar, comprar la ropa para la comunión, los brazaletes y los demás atributos, ni con las quermeses, que para esto eran buenas las matronas de antes que hacían bizcochuelos, tortas fritas y buñuelos, por los varones de edad intermedia que brillaban por su ausencia en las misas y las fiestas patronales, dedicados de continuo a brebajes obscenos, transmitidos de generación en generación, y que los alejan hasta la vejez de las acciones de benevolencia y de caridad, por las infidelidades de las que se enteraba en el confesionario, que eran numerosas, como si no hubiera otra distracción que la de andar correteando doncellas y fulanos y fulanas de terceros, olvidados completamente del no desearás a la mujer de tu prójimo y su recíproco para los varones, cuando insinuaba las saludables y divinas diferencias entre empleados y obreros de la fábrica, conjeturando con sutilezas intencionadas dirigidas para un lado u otro, y leyendas evangélicas de fariseos y samaritanos, entre negros, y notables feligreses que nunca dejaban de comulgar, de pertenecer a los grupos de la acción católica, ni a las entidades de beneficencia como las damas de rosa.
Conceptos que se moldeaban se acomodaban se reforzaban, alusiones a defectos de este mundo, sobre lo que está más allá, fuera del alcance de las manos, y que ninguna vez fueron convenientemente encauzados para que todos, sin diferencias, supieran de qué se trataba, orientaciones que debía haber precisado ese grandote que hablaba muy mal el castellano y andaba con su sotana negra maquinando intrigas y confabulaciones, nociones suministradas por la piadosa de la vieja en su largo recorrido de acatamientos, humildad, y resignaciones con el lugar que Dios había dispuesto para ella en esta vida, agudezas que se abandonaban pausadamente, hombre de cimientos poco resistentes que comienzan a ceder con las dificultades que se presentan, rodeado de paredes de adobe y barro, profesante inseguro que cuando caía a la iglesia lo hacía por órdenes incomprensibles de una mamá autoritaria que fijaba los horarios, niño que se divertía mientras daban la misa porque ayudante que no sabe latín no puede serlo, joven que cuando bajaron la línea cambiando el dóminos bobískonum mal pronunciado del germano y bien por otros, para decirlo en español y cristiano, estaba independizado de las indicaciones e imprecaciones alusivas y maternas.
De carambola, probaba y estrenaba sus adhesiones sin presiones de ninguna naturaleza, a la gente que le hablaba de un Jehová que es casi un Jesús pero que todavía no ha llegado a esta tierra, a los visitantes dominicales que empezaban tímidamente evangelizando en la puerta de la casa, disculpándose continuamente de las molestias ocasionadas, diciendo que podían volver si ahora era imposible atenderlos, propagando sus convicciones y sus mambos sobre la ética, la dignidad y la corrección del hombre que aspira a una vida después de la vida, la plenitud y los esplendores eternos, ejercitaba su genuflexión con los pastores jóvenes y trajeados que parsimoniosos dedicaban mucho tiempo para avanzar en el análisis de los trazos de un apostolado que no se conocía pero que daba toda la impresión de ser interesante, la venia, la cortesía con las pastoras que los acompañaban, unas minas que estaban buenísimas, y entregaban libros y publicaciones con los temas que trataban, material que discretamente hacían aparecer en medio de atuendos muy formales que ocultaban todo atributo que ellas pudieran tener, hombre que escucha y se interesa por explicaciones no conocidas sobre las cosas de este mundo y del otro, católico no contenido que se traspasa sin pensarlo, sin saber exactamente adónde se dirige, hijo pródigo que por la única parábola que aprendió sabe que cuando vuelva tendrá convites y a su padre, oveja descarriada que elige una de las múltiples ofertas de las que últimamente se materializan en el mercado de buenos y pecadores, que consume de empresas que gastan más en campañas publicitarias que el propio vaticano, reproductor que camina y anda muy sensibilizado, buscando y buscando para saciar sus deseos no satisfechos.
Fulguraciones, encandilamientos que surgían de sus limitaciones, de su oscurantismo para interpretar verdades que siempre le llegaron en forma torpe e indirecta, que aparecían coincidiendo con lo que necesitaba ahora. Y cambiaba, sintiéndose sosegado por momentos en el ciclón de su infierno presente, comprendido por quienes pedían una bicoca a cambio, como dejar el alcohol, o cuidar al máximo la sangre propia evitando las transfusiones, precios bajos para la tranquilidad de saber que mientras se acompaña cantando un salmo con guitarra eléctrica, habrá alguien predispuesto a extender una mano diciendo que después de cada caída sigue un levantarse y caminar, que no importa si se es empleado u obrero, blanco, negro u ordinario, pobre o rico, varón o mujer, menesteroso o atildado, porque en el templo todos son iguales, de medio pelo para Jehová y por supuesto para cualquiera, y si hay que juntar la guita se pone poco a poco y entre todos, y así se levantará la casa de oraciones, y se comprarán los muebles y lo que se necesita para que concurran las personas de buena voluntad, y además para que las mismas no se vayan con los evangelistas, los protestantes o los mormones, multiplicaciones de religiones y promesas, y choreo de fieles de lo que también tienen la culpa los que se creen y manifiestan ser apóstoles del Señor, porque con tantos pruritos corren a la gente de los templos y los alejan de los senderos de Dios.
Peregrinaba, dando vueltas, poniendo del anverso y del reverso certezas y persuasiones que no se tuvieron, ni siquiera convicciones, sólo retazos de una religión que no se precisó ni se utilizó hasta ahora, variando el sentido de una cruz que de por vida se llevó en el cuello, en una pulsera, en un anillo, invirtiendo el crucifijo que se tuvo alguna vez en la mesa de luz, en la cómoda o en la cabecera de la cama, cambiando de pastor, arriba y abajo, modificando la guía de su itinerario de errabundo consuetudinario, dejando la ruta de penitente cuando estuvo enfermo, tomando un atajo de aventurero ahora, cuando nadie le da bola.
Carambolas, con el único personaje que faltaba en el circo de incomunicaciones, desinterés e hipocresías, en el espectáculo desconocido que estaba con los pocos que interesaban, entre ellos el Jotacé que por segunda vez en la amistad que los unía, se había borrado de los lugares en los que por lo común se encontraban, niño dubitativo que pelea con quien juega y luego lo anda buscando, por la cancha de fútbol que acondicionó la empresa, en un banco de la avenida desierta, en el atrio de la vieja parroquia o en la vereda del club Recreativo convertido hace mucho en biblioteca municipal y centro de distribución de las cajas PAN, después de la muerte de Jorge Ardú y de los Lobo también que ahora andarán bailando entre las nubes, que se fueron para quedar en el recuerdo como la pantalla la isla y ese tiempo de la infancia que no vuelve. Como si se lo hubiera tragado la tierra, ni una mínima señal, ni un puto vestigio del inseparable adalid de sus destinos, el académico responsable del tedio que le provocaban sus elucubraciones y largos razonamientos sobre el país, y toda una generación cautivada, curtida y castigada con golpes de estado, líderes mesiánicos y cambios en la moneda, la moda y en todo, prestidigitador de un desinterés disimulado, de una indiferencia fingida que tapaba inseguridades, mediocridad y mezquindades egoístas de reaccionario encubierto y pobre asumido, ilusionista, histrión industrial que en más de una oportunidad suspendió pensamientos y contuvo emociones reivindicatorias de quienes sufren por diversas causas.
No había vuelto a saber de él desde el día del desafortunado accidente, y se interrogaba, si la razón de su reciente ausencia no tendría que ver con su malhumor evidente de las veces que se encontraron, de haber expresado su disconformidad por seguir con los temas que poco o nada le interesaban, y que al amigo lo entusiasmaban, lo desquiciaban, tan descolocado, que los últimos días en el hospital podrían haber sido diferentes escuchando al otro con su perorata, evocación de paciente aburrido e interesado en conversar de cualquier tema y con alguien conocido.
Sin embargo recordaba, actitudes de lealtad de muchos años juntos, en cada circunstancia se había dejado expresa constancia que el vínculo no se resentía con las cuestiones en las que diferían y que, por el contrario, se fortalecía con los asuntos en los que coincidían, varón mentiroso y celoso que aseguraba que de adultos no tiene sentido reflotar una amistad que lo fue cuando eran niños y jóvenes, hombre desmemoriado que descarta ahora a quien, sin saberlo, ni quererlo quizás, fue como la aguja de una brújula que lo rescató de una parsimonia temprana, dañina y permanente, aliado injusto que maldice porque el otro no chupa y no coquea.
Concordaban por caso, en lo incondicional que ambos eran con la flaca, que antes, mucho antes de tomar la decisión de ser la mujer de uno de ellos, fue la compinche preferida, aunque el sabelotodo jugara con ventajas con la predisposición de la familia, la vieja con sus comportamientos añejos de celestina separatista y sus inclinaciones de casamentera angustiada, y el boliviano bruñido repitiendo sus obsecuencias conocidas y agradecimientos eternos, le había contado en medio de sus monólogos desordenados, por las intervenciones que tuvieron los farmacéuticos cuando en los años de la secundaria la niña, pasara por los apuros en que la incriminara un profesor baboso y mujeriego al que después corrieron del colegio, hombre que de trajinar tiene la impresión que su amigote sabe y domina varias de las cosas de su vida, en la evocación menos de las que cree o imagina, varón sigiloso que preserva sus relaciones y sus intimidades a toda costa, por encima de lealtades y fervores, y cínico truhán que se enerva si se las invaden.
Concurrían, por caso, en las expresiones de cariño y de protección de sus hermanas, que también le han jurado no verlo en los últimos días, y con quienes el estudiante universitario y reprimido se había carteado en los años pasados, en los que estuvo lejos, y en más de una oportunidad las había ayudado a su manera con lo que pudo y en lo que pudo, como si con esas actitudes, esos amparos y el altruismo, hubiera estado prolongando las ataduras de la hermandad que mantenían, cofradía cuestionada hoy por el más débil de ambos, hermano resentido porque el otro jamás se enganchó con la menor que está metida con él, dando de paso una satisfacción al viejo protestón de los mil consejos, que le cuida la silueta desde hace tiempo y con el mismo motivo de empardarla, como a las otras, y que al revés se emparvara, varón herido que no lo dice pero lo siente, que hubiera querido también verlas casadas y hasta ahora no pudo, adulto que con el otro lo único que le pasa es acumular deudas inmateriales y millonarias.
Carambolas, puras, en todas las direcciones, golpes que se multiplican por todos lados, progresiones, geométricas, de episodios, de situaciones y de personas que se supone se quieren, repasaba confundido, atolondrado, haciendo girar el minúsculo juguete de siempre, la galdrufa que estuvo siempre entre sus manos, la perinola encontrada en una bolsa de plástico guardada en la alacena, junto a otros elementos, dijeron, que juntaron la noche del accidente, carambolas, resoluciones iniciales que pueden apreciarse, desenlaces finales que se pierden en la tela de araña de los efectos, de los resultados aleatorios, así se crea que hay casualidades que pueden inducirse con la voluntad, y el producto final de los que hay en el hexágono pueda ser el que se quiera, y eso se logre sólo de un tincazo.
No le quedaba ninguna duda, era evidente que una grieta pronunciada se había abierto de un extremo a otro y en medio del extenso territorio donde ambos, tomaron parte y forjaron las aventuras que quisieron, haciendo de instrumentos para que nuevos niños vinieran al mundo, criándolos, trabajando, llorando y riéndose en cada lugar y tiempo de la dirección que decidieron tomar de común acuerdo.
Pero ahora, las condiciones, las posiciones en el tablero en que movían sus piezas y se desplazaban desde el principio con metas que compartían, se modificaban y avanzaban desde su regreso y, por lo menos para él, se trataba de estipulaciones y ubicaciones que por lo menos no estuvieron ni en su ánimo ni en sus cálculos en ningún momento.
Con esta base de sustentación se iniciaron sus exasperaciones, su irritabilidad y los trastornos, y comenzó a caminar seguido por el perímetro de un frenesí, por el borde de desvaríos que comenzaban, porque no encontraba formas de atenuar la rapidez y la intensidad con la que se manifestaban los trances de su acontecer cotidiano, porque los elementos con los que contaba, o le arrimaban quienes por entonces quisieron verlo diferente, eran de cantidad, calidad o cualidad insuficientes, para permitirle acomodarse a las instancias que aparecían incluso antes que sus conversiones personales ventiladas.
Mudaba a domicilios intempestivos del laberinto psicológico de su mente, síntesis de la descripción que de sus dudas, su asombro y sus interrogantes, le había hecho el médico de los sentimientos y las emociones en la primera sesión de las varias que tuvieron.
Pero en cualquiera de los domicilios internos en donde recalara se reabría la herida de sus coherencias incoherencias ocurrencias con la flaca, la excluyente y original preocupación, la primera y última incógnita.
La flaca anda con alguien, metiendo los cuernos Cusa, acusa, no puede ser que repita, reitere una y otra vez esos rechazos íntimos y lacerantes, manifestando esa impasibilidad y frialdad que se está seguro no tiene.
Que reincida con tanta frecuencia en esa entrega resignada que sirve para que se piense de todo, desde que se es un supermacho y entonces cada vez que se la pone la otra queda embarazada, hasta que se es un pelotudo al que la mina deliberadamente utiliza de pantalla para tapar sus no sé qué, se ahogaba la Chili hace poco en una ocasión en la que estuvo a punto de resfriarse y en apariencia mandarla al frente contando de algo que conoce por lo que se ve, porque el cuarto niño ya está creciendo y está cercana la llegada del próximo, y los contactos que se tuvieron fueron muy pocos y distanciados. Con los ojos vendados acusa, Cusa, que la flaca reitere sus irreverencias por las noches y su impasibilidad por las mañanas, cuando se sabe y se conoce que en las primeras prevalecía la intemperancia y en las segundas la pasividad y la obediencia, pero confunde, Cusa que acusa, porque ha repartido los dos nombres que se tienen para cada uno de los pequeños, para el que llegó y anda golpeándose con los primeros pasos el de Ariel, y para el que viene el nombre de pila accesorio, con lo que la musa creerá que alcanza y sobra como para olvidar las desatenciones nocturnas y los descuidos durante el día, cuando aprovecha para estudiar y hacer los trabajos prácticos que le solicitan en el bachillerato acelerado.
Transmutaba en los equilibrios que sucumben algún día, le arrimaba argumentos el médico joven y medio loco que el otro le había asegurado colaboraría con lo que se desencadenaba a partir de la nueva geografía de su cabeza, y recusa, Cusa, porque de tener incontinencias acumuladas, algún día tuvo que suceder de entrar a un lecho con la tía de los niños, con esa dama comedida y hacendosa, que cubría con creces las ausencias de la flaca, sin quererla, pero satisfecho de sus respuestas de hembra y de persona, de la disciplina y la dependencia que ella practicaba lavando la ropa o dando lugar a perversiones propuestas por él para probarla, y recusa, porque no es lo que él hubiera elegido como cambios en sus convivencias si hubiera tenido la oportunidad de hacerlo.
Y abusa, Cusa, con la flaca que debe andar haciendo de las suyas, de lo que es difícil de saber si no se la persigue sin que lo sepa, si no se la espía, porque está la intuición latiendo, presente, que algunos de los allegados saben o presienten, y abusa, la pone contra las cuerdas en toda ocasión que se presenta, la atosiga conversando y tocándola, esperando una reacción, un enojo, una palabra en falso, una actitud que sirva para desenmascararla, la abomina por ello y la acosa, la detesta y la obliga a responder como nunca, abusa como puede de esa mina que se quedó con él jurando amor eterno cuando en las oportunidades que tuvo lo rechazaba tibiamente, en los juegos, en el cine, en los bailes y en la pantalla.
Acusa, la flaca debe andar guampeándolo seguido, confundido por la parquedad y el cinismo potenciados que se necesitan para hacerlo, y encima disimular de tales maneras, como si no pasara nada, con la naturalidad de quien no tiene necesidad de disimular un traspié, una equivocación, un tropiezo, y recusa, seguro de que siempre hay lugar para desagravios y reconciliaciones, para recomponer el equilibrio en la casa de los niños, para que no sufran y no se desencanten, y abusa, de la actitud de víctima que ha descubierto en ella, de lo que le permite atemperar sus descompensaciones y alborotos.
Después de todo, será como aguantar ese huevo grande y desproporcionado que palpita en la cabeza, ese huevo que no gusta pero está.
Se transmutaba sin hablar, ni siquiera con ese profesional medio raro que más que analizarlo a él, perdía horas enteras en hablar y reflexionar sobre sus propios inconvenientes, como si respondiera a sus interrogantes individuales a partir de las preguntas que se le hacían Cusa.
El experto que parece no haber sufrido todavía la novedad de infidelidades en su vida.
El cúmulo de sensaciones, emociones y soledades, que aparecen coincidiendo con aquellas, porque es de imaginar que la serie continúa, prospera, parecida para todos con las diferencias que se deben dar por lo que son las naturales y las sociales, entre el macho y la hembra conviviendo con lo que son y en donde viven.
Se transformaba, prisionero de las primeras celdas, aquellas en las que se dispone de todo el tiempo para dar vuelta a los motivos de porqué yo, que no fallo en nada, que siempre estuve, que doy con todos los gustos y cumplo con un sinnúmero de obligaciones, y traspasaba, invariablemente a una y a otra, y a la siguiente, en la que se dispone de todo para achacar el evento a la prostitución de las mujeres, al género femenino, cuyas titulares parecen no tranquilizarse si no poseen continuamente a alguien para que las proteja, las mime y se acuerde de todas las pelotudeces que les hacen bien, hasta en la biblia se cuenta de la hembra que con una manzana en la mano empezó con el pecado original, usando por entonces un macho de intermediario para cagar a la humanidad, por lo menos a quienes están convencidos y se adscriben a estas cosas, y a la siguiente clausura, la de saber con quién, que seguro es de la misma especie, del mismo conjunto que el cornudo, con los mismos resguardos, tranquilidades y miedos, adónde, en qué rincones inconfesados, en qué bancos de qué avenidas, los ámbitos más difíciles de determinar para el que se entera al último, los interrogantes más molestos porque significan considerar la participación de un igual al que de largada se condena por inmoral, por atorrante que no tiene en cuenta que con su actitud y sus acciones destroza un hogar, parecido al que tiene, en el que vive y al que seguro todavía nadie ha invadido, al mala leche que es de esperar no se hará cargo de lo que asume con la promiscuidad, acostándose en lugares ignotos con la mujer ajena y de uno, escapando por pasillos o escondiéndose detrás de las puertas del infierno, de un averno de placer en el que por lo menos están involucradas tres personas, y unas cuantas más entre hijos y allegados que se juegan y no se juegan en el mismo báratro. Y así se alteraba, de catacumba en catacumbas propias, sin respuestas que le llegaran por las consultas que no hacía, las preguntas, las inquisiciones que se guardaba, con los silencios de quienes debieran haber hablado, silencios que responden a asombros parecidos a los que se tienen, o a consentimientos expresos o tácitos.
Sumaba, con las cuestiones del huevo y de los cuernos, dos atributos que pasaban por su cabeza.
Adicionaba novedades, disminuciones del desconcierto y la extrañeza, la familiarización con el agobio, el oprobio de haber pasado a una categoría que no tienen incorporadas en las picadas, que se hacen a veces entre solteros y casados, al estamento que sí tienen registrado adonde trabaja, la clasificación entre venados y suertudos, con el reinicio de sus tareas en la fábrica, el entorno y los mambos vividos en otras épocas y conocidos, de las aflicciones personales y comunes, de las circunstancias de la política siempre tan despelotadas en un país que no termina de arreglar su federalismo, o sanearlo o cambiarlo, de la organización de los partidos de fútbol de los fines de semana, que ahora no se puede estar más que en eso de planificarlos desde una silla, de los resentimientos y de los agradecimientos que surgen por su condición de empleado, de las cargadas y los avances pesados, Cusa, que acusa, las miradas dirigidas a la protuberancia, las preguntas que no se realizan, los comentarios que se hacen a sus espaldas, los sobrenombres que se inventan, las cuestiones que los demás saben y manejan mejor que nadie porque andan en la calle y se enteran, escuchan, comentan, recusa, porque nunca se fue exagerado con nada, jamás se jugó con la dignidad de nadie si esos nadie han interpretado que las ordenes que a veces se rechazan mientras se cumplen, no han sido cuestiones personales sino del laburo, y por lo general se fue solidario y buen compañero, abusa, con la mirada amenazante, intimidatoria de que a nadie se le ocurra una objeción, una palabra, un chiste o una majadería porque se lo revienta, no se puede aguantar que encima de lo que pasa por la cabeza, carguen como quieran los negros y ordinarios de mierda.
Sumaba, lo único que mitiga las sobrecargas, además de los niños y de su tía, son los momentos del domingo que pasa en el templo con los testigos, y la posibilidad de encontrar nuevamente a su amigo, hombre desesperado que envía señales para un salvataje, prójimo que sube peldaño a peldaño la escalera del desvarío y por lo tanto debe ser asistido por un médico que se socorre a sí mismo, niño aturdido que no sabe para dónde correr, bicornio gurrumino que exagera sintiéndose culpable, cabrón de dos perfiles que seguro no entenderá que ninguna circunstancia es agónica si no lo dispone Jehová. No acusa, aún cuando lo llenan y lo sobrepasan de explicaciones Cusa, de las que intentan esos jóvenes enjutos y prolijos y esas minas que están muy bien, de los que dicen que si se está es porque así se dispuso, motivo más que suficiente para estar alegre y cantarse unos salmos o canciones más parecidas a las de Miguel Mateo que a otras que se tocan y se cantan en otros templos, pero alusivas, Cusa, de las que gustan, de las que antes levantaban el ánimo como hay que levantarlo ahora.
Y no recusa, no hay rechazos para ellos, son tan correctos y tan creyentes que no puede haberlos, tan comedidos que hasta da vergüenza no responderles, no tener fuerzas ni materiales ni espirituales para hacerlo, no hay percusiones para su transparencia, para su solidaridad, para el amor que emana de sus personas, para sus consejos y enseñanzas, para la sabiduría con la que marcan el sendero de la salvación, las herramientas para alcanzar una gloria que está demorada Cusa, y no se abusa, habiendo seguido todas las indicaciones sobre abstinencias y purificaciones, habiendo erradicado los engaños de antes, cuando se estaba del otro lado, cuando se confesaba con mentiras intermedias, o se comulgaba con pecados no perdonados por el cura, el representante de Dios, del Supremo que se busca ahora, con éstas personas correctas y predispuestas que también se ve se han enterado, porque hablan de templanza, de apocamientos que sirven en estas circunstancias, que ayudan a entender al otro, a tenerle compasión, a acompañarlo en su miseria, y a tener autoestima, sabiendo que todos los días sale el sol, que después de una tormenta viene un amanecer hermoso que contiene a todos, incluso a uno, que es bueno saber que en ese día se está, con evidencias y firmezas, que todos los días se puede respirar, y adorar al Primero y al Ultimo, y esperar que éste interponga la felicidad, llene de gloria y de gracia cuando menos se lo espera, y empiece a ayudar con lo que se necesita para acomodar lo que parece descuajeringado, aleluya, aleluya, esperando para cuando baje el señor de todos los señores que pondrá paz y felicidad, aleluya, pan y bienestar en todos los hogares, menos discriminación y menos enfermedad, creer que todo esto será de tal manera, equilibrado y resplandeciente, equidistante y similar a lo que sostienen los otros, que lo piensan y sostienen de maneras diferentes, aunque parezca imposible con lo que ocurre en este mundo, aleluya.
Sumaba, porque se enteró que el amigote sigue en la ciudad, que está de profesor en el colegio adonde estudia la flaca, pero que anda medio retraído, escondido debe ser, de los que eternamente lo persiguen desde los años en que lo hacían en serio, de sus propios fantasmas, de aquellos que dejaron luchas intestinas y aberrantes.
Se acusa, de sus olvidos, de sus omisiones después de la prolijidad y su buena predisposición de años Cusa, de su claridad para interpretar los primeros tramos de una amistad que se extiende, de la receptividad que tuvieron sus quejas, sus reconocimientos de errores, los análisis de la perfomance mediocre de su existencia, se acusa, porque se habrá mostrado poco interés o entusiasmo, indiferencia por sus pareceres y sus banderas, pero jamás por él como persona, como compinche de incontables aventuras y descontroles, y se recusa, que se haya ausentado en dos de las circunstancias más caras, más costosas de las que se pasaron, que se haya alejado cuando más se lo requería, para escuchar esa campana cargada del sonido de las palabras y de los reconocimientos a lo que no tuvo por no buscar o por equivocaciones, se rechaza que se haya ocultado cualesquiera fueran los motivos, justamente él que insistió seguido en continuar de grandes lo que se sembró de niños y jóvenes, y se abusa Cusa, como siempre, de las deferencias que se le dispensaran, de los miramientos de los que fue objeto en cuantas atenciones tuvo por el amigo diferente, de los reconocimientos que se le hicieron en la intimidad por sus actitudes heroicas, las que lo llevaron en más de una oportunidad a pelearse con los descreídos que trataban de convencerlo de que la amistad entre un rico y un pobre no existe.
Y se lamenta Cusa, porque las razones de los porqué no han llegado con las novedades, fallas de la gacetilla familiar y doméstica que lleva y trae, y se deplora en función de estar descubriendo que en la recta final las diferencias se acentúan, como si cada uno hiciera lo que nunca hizo, como si de adultos definitivos salieran a la superficie los defectos que no pudieron corregirse durante los tiempos de intercambio de las disponibilidades buenas, cuando él ponía a disposición sus juguetes y comodidades, y a cambio se le enseñaban las cosas gratuitas, lindas y disponibles de este mundo Cusa.
Carambolas, golpes que surten efectos previstos o imprevistos, derivaciones calculadas o impensadas, por los que la vida puede pasar de hermosa, a convertirse en un universo negro, o gris al menos, desconocido.
Tomatodo.
Que mezcolanza esta trampa hermano.
Que dificultad para todos, que desbarajuste, andan como ofuscados, los que se quedaron de tu lado y los que eligieron quedarse del mío, superados en los recuentos que hicieron y en las creencias que tuvieron cuando te comenzaron a llamar el ilegítimo, hermano y desleal de mierda, porque desde que lo descubrí del todo lo único que me pregunto es porqué lo tuviste que hacer, con los míos, porque vos ya estabas jugado con los dividendos que obtuviste por tu cuna, tu libertad, tu independencia mal entendidas, porque si me lo hubieras preguntado la respuesta era la que conocías, me gustaban, las disfrutaba a través tuyo cuando con desinterés me las ponías a disposición, pero no me interesaban.
Sabiendo, como te lo dije varias veces, que jugar es lograr un tanto a menos como el tuyo cuando a mí se me ocurra, o un tanto a más como el que yo voy a obtener cuando termine esta chanza, que también va a suceder cuando a mí se me de la gana.
Estoy aquí, me vine hasta el lugar adonde dejamos tantas insignificancias y tantos relámpagos de docenas y cientos de momentos de nuestras vidas y las de otros, sollozando, copones como los sauces, copados por tanta lucha cruel y mucha, como lo diría desentonando el viejo iniciando sopores que lo ayudan a cumplir con su trabajo, sueños que no le prometen ni ansias ni nada, llegué hasta este territorio conocido para mantener una conversación con vos, en realidad un monólogo dirigido que no te llegará jamás, así lo he dispuesto y de antemano, para evitar un encuentro que no deseo entre nosotros, y esos soliloquios interminables que yo te dejaba esconder también bajo la forma de peroratas en las que nos pasábamos las ocurrencias y repasábamos nuestras historietas.
Ya mismo estarías aturdiéndome con los tiempos que corren, diciéndome que una vez más la democracia se encuentra jaqueada por culpa de la inoperancia del gobierno, justo de un gobierno que nos tiene acostumbrados a los llamados que hacen a las puertas de los cuarteles, que menos mal no hay un milico visible o respetable porque a los últimos los metieron en cana por sublevaciones urbanas, pero que igualmente puede aparecer alguno, como los anteriores, que a fuerza de intimidaciones, persecuciones y comunicados numerados nos tengan cortitos, que los argentinos tenemos espíritu de dominados y si no nos tienen cortando clavos no mantenemos la compostura, que somos mensos pensando que en cada uno de nosotros hay un ministro de economía y un director técnico, explicaciones ampliadas de lo banana que somos o nos creemos, dándome lecciones que la inflación sigue como invariable y que están cambiando nuevamente la moneda, que pobres de las abuelitas y de las personas mayores que no se terminan de acomodar a cambios cuando ya vienen otros, canjes que se proponen a una gente a la que le encantan, enseñas más importantes para algunos que la propia escarapela, la bandera o el himno nacional, marcas de nuestra idiosincrasia, que la desocupación y la pobreza se extiende de lado a lado, que grupos de inadaptados para unos y de muertos de hambre para otros saquean supermercados y lo que encuentran a su paso, que este presidente ya cumplió con su ciclo devolviéndonos la confianza en las instituciones y que es hora de cambios, contándome de un patilludo de la Rioja, donde como en varios lados hay tanta melancolía, tanta pena y tanta herida, un tipo menudo con veleidades de presidente, inventando otra esperanza para volver a vivir, que de turco y vivo que es está pegando en Buenos Aires, y haciéndole pata ancha con promesas y mensajes al candidato porteño que contrató al roquero que me gusta, para decir en la tribuna que andar nuevos caminos te hace olvidar el anterior, como el de hacer justicia con los desaparecidos y la gente que ha dado mucho por la patria, tratando de convencerme que lo acontecido es en definitiva bueno para el país, porque el petiso de la melena apareció con el discurso que se cumplió una etapa y debe empezar otra, de más justicia social, de la cultura del trabajo por encima de la especulación, del saneamiento de las cuentas, andar nuevos caminos para descansar la pena hasta la próxima vez, y un pueblo feliz que vea reflejados sus impuestos en las calles, en la salud, la educación, y todas las promesas imaginables que se hacen, dirías, justo en los lugares en los que está más de la mitad de la población, y de los votos para los políticos, y bla bla, y gre gre, y dududú como decíamos en esos bailes que se hacían en el Recreativo, en los que nos divertíamos asustando a niños y grandes, y siguiendo con admiración esos pasodobles que se bailaban los Lobo que se murieron, como el mismo Jorge Ardú que por eso no apareció en el baile del sesenta y cinco, y ya no importó, porque el bailarín se cortó de un infarto el año anterior y ella, la consorte, dos días después y de una pena insuperable.
Ya está, no necesito más reportes de noticias, de acontecimientos, de advenimientos, que dicho sea de paso a mí también me interesan, pero de otra forma, haciendo patria te diría, sin tanto discurso y con más laburo, apremiado por horarios y obligaciones que si no se cumplen significan que no hay comida para los míos, sin tanta universidad o preparación que después no se aplica en la vida real. Lo de estar acá no se trata de una iniciativa mía, en realidad fue una sugerencia de uno de esos dos médicos, el psicólogo, cuya participación en lo mío cuestionabas, con el exceso y la soberbia que se tienen cuando hay convencimiento que no se depende de nadie para resolver los problemas.
El loco me dijo que me llegara hasta el lugar, que me sentara al borde del canal y debajo de los sauces llorones perpetuos, robustecidos con los años que pasaron desde la vez remota en que estuvimos por última vez con nuestros juegos, de cara a mi infancia me dijo.
Dijo que lo hiciera para sacarme los encantos, para dar una batalla definitiva a los hechizos, para pelear de una vez por todas con los embrujos que cargo, según él y a partir de ese punto, con las personas y las circunstancias que son mi pasado, en parte mi presente, pero que no debo mantener así en mi futuro, como si tuviera que cerrar una puerta hermano, una puerta que mantuve abierta mucho tiempo y que empieza con la cuestión del pelotudo de ese tío que tengo y lo que provocó con sus reacciones de pajero, según la calificación a la que llegué ahora de adulto.
Yo le expliqué al doctor que se trató de un episodio sin importancia visto con la distancia del tiempo, que los abrazos, esporádicos, fueron aceptados por mí, calculo que en el marco de un faltante de yapa que a veces tenemos los que crecemos rodeados de pobreza, en algún momento la demostración de ser un expósito de los afectos, un desamparado en sentimientos por contacto, el relegado de una caricia que significa un recodo para llantos tempranos o a destiempo solitarios como una paja, el refutado cuando se busca una mano extendida en el instante en que se dice ahora para recomenzar con el aliento y las ilusiones que ayudan, yo disfrutaba los empalmes en el silencio de las noches sin que se me pasara por la cabeza lo que significaba un instinto, la efervescencia de la naturaleza apareciendo desordenada, porque ahora saco que éste boludo puede haber estado hasta dormido mientras se mandaba sus deslices animales.
Y continué diciéndole que al escándalo lo hizo mi madre, que la comprendo y estoy convencido de una actitud parecida de mi parte si me hubiera tocado con un hijo, y que la exageración provino de ese viejo borrachín que es mi padre, dos episodios suficientes para que el tema se ventilara en el pueblo y me embromaran las mañas con las que hasta entonces me divertía, hasta que apareciste, con tu mundo, tus juegos de salón, tus enciclopedias, con la perinola que me regalaste y aún conservo como emblema personal de esos renovados horizontes, confines que se abrieron en medio de la tempestad.
Y es en este punto que el psicólogo señala algún desbarajuste en mi vida de relación con vos, lo sacó luego que le contara de las aventuras que tuvimos cuando descubrimos juntos las masturbaciones, según él viví esos episodios con la morbosidad de un mariquita, a pesar que yo le aseguré de la inexistencia de contactos físicos entre nosotros, me aseguró que con lo que pasara antes, lo normal hubiera sido que estos fueran juegos solitarios como lo son en la mayoría de los casos, para mí, porque lo que diagnosticó este enajenado recibido es que el apego que tengo con vos es más femenino que masculino, la puta madre, yo, que con las cargadas que me tuve que aguantar, cara sucia, cola sucia, me ocupé toda mi vida en no dejar margen para nada y a nadie, en no despertar dudas al respecto, y estuve convencido que al contrario éramos dos varones definidos y parecidos, por lo menos al principio, porque ahora no lo somos ni lo seremos.
No estoy de acuerdo con sus opiniones, lo que sí reconozco, y este delirante de lo que nos pasa por la cabeza a los humanos ni lo ha mencionado, es que un resultado de las simpatías recíprocas que teníamos entonces, dejó un amaneramiento en mí, que siempre dije era admiración, un pulimento que logré gratuitamente por el solo hecho de los contactos que tuvimos, composturas que se me pegaron y, por siempre, dejaron una huella que no pude borrar de mis actos, en mis actitudes, es como decir que aprendí a comportarme como si fuera de clase media sin haber abandonado lo que por origen llevo de pelagatos, de pelafustán afirmaban los testigos el otro día diciendo que esa inclinación no hay que dársela al espíritu, por vos conocí lo juegos raros y me maravillé con las enciclopedias, pero así también me torcí y sufrí las consecuencias, como hace poco cuando tuve que vender el cero kilómetro que me había comprado por falta de guita para mantenerlo, estuve cerca de dos meses machacándome con abatimiento sin pensar que eso no me correspondía, que el refinamiento lo tuve por estar cerca de ti o de los vaivenes pendulares de este pobre país de mierda, que yo seguía siendo pobre, así hablara comiera, o me cepillara los dientes un poco distinto a los que son iguales, y nada de eso servía para interpretar que en mí estaba dormido un homosexual.
De todas maneras esto es parte de la infinidad de facturaciones que en esta oportunidad voy a cargar a tu cuenta, remesando, siempre remesando, porque se me da por sospechar que a pesar de no haber vuelto a verte, hay alguna injerencia tuya en este diagnóstico tan cruzado, el facultativo es raro pero no tanto, hablando de una libido que está instalada en nosotros, un superyó que combina no sé qué señales viriles y mujeriles, y otras zonceras parecidas, pero al tiempo se le nota vocación por ayudar, por tirar una soga de salvataje para salir del tembladeral, gestos que me indican, se puede tratar de una de tus intervenciones furtivas con mi vida, y si es así que deba proceder a contabilizar con una influencia no solicitada, otra agachada despreciable de todas las que se vienen dando de tu parte.
Con quien estoy seguro de no haber tenido inconvenientes con tus terciadas es con la Nicéfora, ella me ha demostrado con creces una lealtad que me hubiera gustado proviniera de la flaca.
La honradez, la perseverancia con mis tres hijos mayores, en la que se destaca su preferencia por el Pichi, que ayer nomás lloriqueaba con la cara sucia y los pelos parados, con la honda como collar al cuello, para no entregar la latincha y el trompo que le quieren afanar sus hermanos, que la llena de adulaciones, besos y mimos para que la otra lo consienta con las travesuras del Corcho, enano atorrante y simpático que de esa manera negocia lo que quiere, y en buena medida el empeño con los dos menores que pasan casi todo el día sin la madre, que cuando no concurre anda detrás de lo que le solicitan en la escuela, además de algo que la tía llama amor, que para mí no es más que un inmenso cariño de mi parte y un agradecimiento eterno, porque de todos fue la única que cambió para bien su relación conmigo, de no darme importancia a convertirme casi en su amo, mujer tranquila, de temblores e impotencias enternecedores, con la flaca ni que hablar, ni de sus argucias de hembra liberada que busca, el viejo y el Juancho quedaron desilusionados, porque no hubo repartija de emolumentos ni se saldaron las cuentas, y los demás que me interesaban permanecieron indiferentes, cuando no estuvieron en mi contra de una forma u otra, contando al papá de los coyas que una vez más le esquivó a jugarse, y a los dos hermanos, con los que parecía que el acercamiento receloso y distante de costumbre, se mejoraba en cada una de las picadas que se compartieron, algunas machas esporádicas y dos o tres excursiones de pesca que se programaron y se hicieron con ellos.
Es una mina tan íntegra, que estoy seguro no habrás podido interceder con ella y por mis cuestiones, como no lo podrás hacer en adelante, así le despierte el peor de los resentimientos con mis decisiones, es una hembra que se debe desesperar y odiar con la misma intensidad con la que honra, con igual aplicación a la que pone con los que quiere, así el apego con la flaca sea inquebrantable, es su sobrina y la mejor amiga, y no se haya deteriorado con lo que pasó.
Todavía no lo he podido comprobar, pero apostaría, apuestas, siempre con las apuestas, que ella conoce en detalles parte o todo de la maraña que hoy me envuelve, de la espesura a la que debí acostumbrarme con los episodios que me dejaron el huevo y los cuernos en la cabeza.
Y que con tal motivo puso todo lo que pudo para mitigar mis dolores, una mansedumbre repugnante como hembra, estoy seguro opinarían los testigos si se los cuento, aleluya y aleluya, y toda la voluntad del mundo como mujer de repuesto con la casa y con los niños, además de la cantidad de argumentos posibles y el aplomo que tuvo que sacar de donde pudo conmigo, para detener las oleadas de ira y de furor que me vienen, y por los que muchos comenzaron hace un par de años a llamarme el loco, el delirante, el demente o como se te ocurra, y me imagino que actuó de la misma manera con vos y con ella también, porque aunque no sea muy leída, tiene una idea terminada de la solidaridad que se te caen las medias.
Ella sabe bastante, estoy seguro, en estos días me contó que está aprendiendo a leer las cartas, y los restos con formas de la borra del café, y otros rituales parecidos, y está perseverando con un pedido para que nos sentemos y me hable del futuro, por lo que supongo algo conoce, como mis hermanas a las que no se les escapó ni una palabra ni un gesto conmigo, con excepción de la Chili la vez pasada, cuando casi se manda con los puteríos, y a la que la traiciona su condición mas el hecho que de todos soy su hermano distinguido, pobrecita, a mí me pasa igual con ella, mucho más desde que entendí que con sus problemas del labio y que es un poco falta, en realidad está pagando una andanza de juventud del veterano, que terminó con una inyección de penicilina de un millón para bajarle la infección, niña, mujer y víctima involuntaria del hábito que tiene el viejo de compartir sus deudas.
No importa si no se meten mis hermanas, que así sea, siempre fue de esa manera, por eso la musa, nuestra niña preferida de otros amaneceres, las escogió sin dudar a la hora de decidir las madrinas para los tres primeros bebé, tienen un carácter firme y son decididas, dos de las cosas que se valoran en quien cuidará de los hijos ante una posible ausencia de los padres pero también, esa mezcla de temperamento y afectos la pueden utilizar si la flaca les falla, aunque vaya a saber con qué la miden, porque es para pensar que con lo mío las desconcertó y no hicieron lo esperado, es decir tomar una revancha. Se forjaron tan brujas por la forma en que se criaron, por la manera en que crecieron solas y sin nadie a su lado, solteronas, siempre solteronas y a las que ya no se les raciona el puchero, que son capaces de armar cualquier despelote, amenazar con el escándalo, si alguien se anima a traspasar las barreras que ellas mismas ponen para con los demás, por ello pienso que tampoco deben estar en esta oportunidad de tu lado, a lo sumo habrán entrado en un recato y una indiferencia que les alcanzará para no pecar de negras y ordinarias, engreídas o desagradecidas, calificaciones y restricciones que nunca aceptaron, y les sirvió para lograr, por lo que te decía de sus empalizadas y los impedimentos que ponen para pasarlas, un respeto insólito y desmedido de la bruja, esa vieja zorra y mamá del alma, que debe estar sonriendo por ahí pensando que como viene la mano se salió con varias de las suyas, preservando a la niña bonita, hijita de mamá, de todo lo malo que le presagia y le ruega se borre, de sus malos agüeros, y convencida que con lo que pasa pueden darse nuevas peripecias para su nena que hace rato es mujer, cumpliendo con el marido, y haciendo lo que puede para que la arpía de la suegra no se le adelante cocinando los bizcochuelos y las empanadas que se hacen para las fiestas, vieja metida, intrusa y analfabeta, que con cara de circunstancia, aparece emperifollada con cotillón y sorpresas para deslumbrar a los niños, como si le sobrara la plata, estará diciendo la flaca y la madre que la parió.
Estoy aquí además, porque tengo la primera confirmación de que mis problemas de salud son sin vuelta, no sé si se trata del último diagnóstico, porque esto es igual que con los cuernos, jamás te avisan y el golpeado es el último en enterarse, te duele de adentro y afuera pero lo mismo caminas, no se cree firmemente hasta que hay un convencimiento en la intimidad, pero me hablaron de un viaje sin retorno a lo que fuera, como las astas le dicen en la fábrica, te las pusieron y no te las saca nadie, de que continuarán la bola en la cabeza y otros huevos chiquitos que en los últimos días aparecen en los brazos y las piernas, a lo que te acostumbras como con la infidelidad, llega un momento en que te parece hasta natural, las manchas expandiéndose, y unos dolores de cabeza que me matan, los mareos, y unos ataques como de epilepsia que comenzaron hace poco, embates que me hacen entrar en inconciencia, y provocan que me salga mucha baba, espuma de la boca, espasmos y vómitos según dicen, como me contaron que afirman por ahí, que estoy pasando por el escarnio, la primera afrenta y la humillación, lo deben sostener quienes me conocen poco y no saben que se trata de una cruz que arrastro desde hace bastante tiempo.
Al clínico se le han borrado los argumentos y los papeles donde me imagino que consulta, se le han acabado las letras de los libros con los que ensaya actualizarse o perfeccionarse, y a pesar de los pretextos que da con el polvo y las cucarachas, anda perdido, confundido con los efluvios del alcohol que carga y se lleva a casa luego de timbear con un grupo de amigos en el club social y hasta las once de la noche, en una oportunidad me ha comentado que él también sospecha de algunos movimientos de su mujer, escapadas furtivas, y esto me ha reconfortado pensando que no soy ni el primero ni el último, supongo que parte de la evolución que se va sufriendo, se le han terminado sus largas y pacientes explicaciones, las disponibilidades en su agenda para dedicarme tiempo, y me dio que pensar que si no se los dedica para arreglar sus asuntos con la mujer qué me puede dedicar a mí, algún interés exploratorio y de investigación que antes lo motivaban, y ha comenzado a convencerme de la urgencia de una derivación costosa que no sabe si aprobará la gente de la empresa, dos y dos son cuatro, que a medida que la convalecencia se extiende, cuatro y dos son seis, largan directivas en cascadas a jefes y más jefes que confirman la incuestionable y antigua ley de la gallera, la más dolorosa para los compañeros trabajadores que se angustian con eso de que el hilo se corta por el lugar más delgado, seis y dos son ocho y ocho dieciséis, con lo que no hay que darse manija sino uno se vuelve a accidentar, y no hay que accidentarse para que no aparezcan los cuernos, como no hay que atormentarse con el otro asunto si después de todo a continuación de la injuria uno despierta la condolencia, y la adhesión porque aunque no lo digan otros piensan que pueden pasar por lo mismo, y ocho veinticuatro, y ocho treinta y dos, ánima bendita me arrodillo en vos, no flaca, ni delante de la mujer del médico, o de otras que de poco comedidas y consideradas con los hombres los guampean pero igual continúan siendo la señora de la casa, y debería frenarlo en esos arranques de médico laboral que le salen, porque da a entender, como si fuera un jefe enviado por otros jefes, que con todo lo que me está pasando hasta les puede convenir indemnizarme, negociando eso sí, siempre negociando, abandonándome sin miramientos a mi puta suerte.
Asuntos de números, como si uno lo fuera, o lo sea en un legajo que el superintendente de personal custodia más que a la madre que lo amamantó, y que a la mujer que también lo revienta sin que lo sepa, una cifra de dos, tres o cinco dígitos le dicen, lo mismo que los jefes, y los jefes de los jefes pensaron, cuando se resolvió lo del accidente, después que pasaron las emergencias, las curaciones, y las correcciones que se imponen para el trato, los patrones lo demuestran, lo practican y lo ordenan, cuando la existencia de una persona está en riesgo.
Que maravilla esta perinola que nos estamos jugando hermano.
Todos han fisgoneado en algún momento, los que nos quieren y los que no nos quieren, a propósito o sin quererlo, y deben haber obtenido sus réditos y haber perdido algunos tejos, asuntos de ellos, porque los resultados que en verdad me interesan son los que te toquen a vos y me correspondan a mí, hoy por hoy parece que te llevas el pozo, íntegro, suculento, rico como la vida apostada a la fortuna difícil y posible de la suerte, casualidad y final del juego que me ocuparé de impedir, a mi entender de negrito instruido no has logrado hacer los méritos suficientes para esperar resultado diferente, como los obreros de la fábrica, lo serenos o los porteros te escamoteaste tipo hormiga, poco a poco, lo que no te correspondía, tomaste a la jarana la pureza de mi deslumbramiento de niño, no te diste cuenta que por vos conocí a Archi, la pequeña Lulú y Gene Autri, a Isidorito, y pude ver tranquilo varias películas de Palito porque me pagaste la entrada, te limpiaste la boca y otras cosas con mi confianza, olvidando por completo las tardes en las que yo repudiaba mi condición, de lleno y renegado, y me calmabas advirtiendo importancias adonde yo las restaba, te aprovechaste de lo que tengo de iluso o de tonto, no me contaste en el momento preciso que conocías y tuviste una participación en el vía crucis abortivo de la flaca, y quisiste birlarme a los míos, por lo menos a algunos, cuando ella casi me convence para hacerte padrino del Pichi, menos mal que zafé con el argumento de no mezclar la amistad con otras cuestiones, para colmo nunca tuviste nada que dar a cambio si se daba tu apropiación, fuiste medio alumno, con media universidad terminada, medio profesor, medio vendedor de cualquier cosa, medio comunista de palabra, y medio de todo, menos en algo, lo que te sirvió para dar lugar a este desbande, y para enfrentar en serio los desafíos de la calle y por supuesto supervivir, la combinación de las mitades no te sirve, como a mamá que en esto tuvo mala suerte con su media naranja aunque reservara sus tajadas, y hoy por hoy aparezco yo como el gran perdedor con el accidente, el descalificado con la familia convertida en una bola de papel estrujado y arrugado, situaciones que también me encargaré sean diferentes en adelante.
Para que cuando te llegue la fecha, no te acuerdes de mí solamente por las protestas permanentes, por el resentimiento que en forma bastante repetida pone en la superficie la envidia, las ambiciones, el desborde o el odio acumulados, que para tipos como yo terminan, así no lo creas, en desenlaces violentos, quisiera que me evoques también, por los sellos que puse aún siendo pobre, aunque se te ocurra insistir con lo de miserable en ascenso, académico propenso a los razonamientos rebuscados, por los timbres divertidos que puedo estampar en algunas circunstancias de mi vida, ecos sonoros que en el fin recalarán en tu memoria. Decir que he sufrido, llorado, o masticado la impotencia, sería abultar en un cuadro sin sentido, ilegítimo, hermano insano y pelotudo grande, por las edades que tenemos sabemos que el mundo da vueltas y que mientras lo hace te deja buenas y pálidas, que las buenas no son solamente la disponibilidad de guita o de cosas que no te llevas en el cajón, caso el éxito con los demás o el reconocimiento de otros, y que las pálidas a veces te agarran desprevenido y te dejan atontado y girando como el juguete chiquito, en medio de preguntas, rondando el interrogante sobre si ganarás o perderás, una de cal y una de arena, es lo que te enseñan en la iglesia, los testigos, los mormones o los evangelistas, no son muy diferentes entre ellos y depende de uno el aprovechamiento de la savia con la que explican sus mambos, el pastor o el cura te lo pueden decir, en la intimidad como me lo dijeron a mí, gracias a ellos sé que no estoy loco, supongo que lo primero que agregarías a esto es que todos en la situación decimos lo mismo, no importa, pero en donde estuve, de donde vengo, y con quienes estuve me enseñaron a reírme, a disfrutar de momentos agradables y pacíficos, a evitar la duda, a estar desesperado como me encuentro ahora, con sueños extraños, permanentemente cayendo en un vacío de conos sin fondos, ahogado en cientos de suspiros de congoja, en miles de lágrimas de desconsuelo, detenido y recostado contando las estrellas en el firmamento de mi propio cielo, un infinito en el que me enfermé, tuve fiebre y vomité de caprichoso, por no tener un regalo que los reyes un día no dejaron, cagándole la calma, embromándole la pachorra a mis viejos, hoy lo pienso y así fueran lo que fueran, ellos la deben haber pasado peor que yo durante ese episodio, pero en ese espacio luminoso también, me emocioné y un humor de alegría apareció en mis ojos al comer una tortilla a la parrilla elaborada por mamá, porque yo sabía que para prepararla a veces juntaba de a centavos, y eso me llenaba de ternura, ahí no necesitaba de más y no lo hubiera cambiado por nada del mundo, una boludéz para cualquiera, es cierto, pero lo mismo me alegraba cuando llegaba el momento de comerla, saborearla esponjosa y calentita, caliente y perdido como estoy, sin saber para dónde disparar, al costado de no sé que sistema coinciden los médicos, alejado de Dios coinciden los testigos y el cura, parado al margen de lo que siempre me ha gustado o ambiciono, impresionado gratamente, como me conmovieron igual los juguetes que conocí en tu mundo, aguantando las primeras veces el temblor que te aparece cuando se sabe posta que no es una mentira decir que no los tuviste, o cuando se tiene el presentimiento cierto como para asegurar que no los tendrás jamás, una de cal una de arena, una tristeza y una alegría al mismo tiempo que confunden el motivo del lamento por el que lloras, como esos están frescos e intactos en mí los recuerdos de las tardes de los fines de semana, las que pasamos con despreocupación e indiferencia por las cuestiones pesadas de lo cotidiano, los pastores o el cura aseguran que un loco es el que pierde el juicio, los doctores me aseguran que es quien pierde la razón, y estoy sugestionado conque hasta ahora no he perdido ninguna de las dos cosas, estoy perturbado sí, y capaz que demasiado para los que se cruzan conmigo día a día, estoy guillado y a lo mejor esto es lo que molesta a los que ya me pusieron el mote, estoy embalado y hubiera querido que los que se quedaron en mi vereda lo hicieran conmigo, tal vez con eso se bajaba la velocidad de la largada, pero me pregunto quién no tiene en su carácter poco o mucho de esto y, por descarte, en qué parte rebalsó mi vaso para que alguien me cuestione diciendo con que me salí de mi juicio o mi razón, que parecen no ser las del otro, la realidad, lo cotidiano te vuelve cuerdo, o te rompe las bolas y el equilibrio, pero nunca te vuelve loco totalmente, lo que produce esto es lo inesperado, lo repentino, lo que te aparece de golpe como no conocer el mar cuando se lo quiere hacer, o no saber lo que es un viaje de vacaciones, ni antes ni ahora, pero de todos modos quiero decirte que disfruté de cada instante de los que me pasé en esta ciudad adonde nacimos, crecimos y probablemente nos muramos, de viejos o de lo que fuera, pero en mi caso escapando al cinismo y a la hipocresía que sirven en la sociedad para distinguir entre lo juicioso y lo razonable, algo distinto a lo que siento, porque sé muy bien que nunca voy a llegar a ser un farsante, un sinvergüenza que lastime con intención, aunque por revancha a veces me tome algunas chanzas, como las que paso con la flaca, ella sí me vuelve loco, de remate. Por estos motivos y otros que podría seguir contando, no necesito de la compasión ni de la lástima que me dicen que me tienes, falso, y que estás transmitiendo a los demás que deben sentir lo mismo, impúdicos, eso sí me lo vinieron a decir hace unos días, no dependo de tu misericordia, ni siquiera de tu comprensión de amigo, compinche, que por mi parte ya no lo somos más, lo mío no fue un apostolado que termina con un nicho de flores y reconocimientos póstumos, quiero obligar a mi mujer con algunas cosas, romper un vaso o pegar un grito, nada de limosnas, menos si vienen de tu parte, prefiero que naturalmente me recuerden como fui, que me sigan llamando el cornudo o el loco, sembré también en ese sentido, en ocasiones he actuado mal o haciendo daño, a propósito o no, es claro que uno no cuenta esta parte de la película, menos sabiendo que el final es la muerte cercana, y que no se cuenta con el tiempo para corregir lo que se tuvo de mojigato o de atrevido, además nadie se acuerda de estas facturaciones, ni de las miserias con el luto, así se ande siempre facturando, con mis equivocaciones serias y no serias completé la lista de los aciertos y los desaciertos, además de las pelotudeces de cualquier mortal promedio, para lo que la iglesia te habla del purgatorio, de ese lugar intermedio adonde también me imagino puede ingresar un desequilibrado y un promedio bien medio como vos, que yo sepa la locura no está registrada como pecado mortal y pasaporte al averno y debería figurar en la lista de las bienaventuranzas, término medio en la vida, término medio allá en el cielo como en el infierno, como lo que pasa con vos, académico. No siempre gané, como quise hacértelo saber en una de las últimas ocasiones en que hablamos, ni vos perdiste todas las partidas, te lo repetí en varias ocasiones, digamos que en ésta perinola nos salieron varias veces las distintas caras del hexágono, resultados que nos llevaron a poner o a tomar lo apostado, pero el juego que vos y yo llevamos aún no ha terminado, falta el último pasodoble, para decírtelo con lo que conocimos, y dudo que lo sigamos en forma impecable como los Lobo, y no lo afirmo por el consabido baile de la consabida pareja, del consabido club donde hicimos las consabidas aventuras, lo será por el giro que todavía debe dar ese consabido juguete que ahora sí te digo me pertenece, no es mas tuyo, ni podrás utilizarlo para después devolvérmelo, antes de irme lo voy a ocultar debajo de la tierra o adonde sea, también como símbolo de que nuestra amistad ha finalizado, falta la última vuelta dormida de esa cosa chiquita, luego de la cual sabremos quién gana o quién pierde, definitivamente hermano, trastornado, hijo de recontra, malhadado, recontra remil, recontraputas.
A nadie más que a mí o a vos nos interesa, que por lo que fuera o pase seguiremos siendo comunes o mediocres, sin carteles o guirnaldas, parecidas a las que hace la vieja, ni las lentejuelas pequeñitas que se usan para el arrorró del bebé, adornos que señalen el momento o por lo que pasamos a la historia, en la única que podemos estar nosotros con nuestra indigencia es en la epopeya que se plasma en la comidilla, en la lengua de las comadres que nos conocen, justo el punto sabías, en el que no me hubiera gustado estar en ningún momento, ni anterior ni posterior, ya debemos haber empezado a figurar en sus comentarios, en las afirmaciones que salen junto a su veneno de serpientes o melindres, podremos quedar pegados a alguna fábula de la gente, a la parte insignificante de un cuento popular, a una quimera, esas talladas en el bronce doméstico a las que le escapan los canas de la ciudad, que prefieren el perfil bajo, estando lejos de asuntos escabrosos, y seguir dando dolores de cabeza a los choros de gallinas, y a borrachos como yo que se junta con sus amigos. Los dos somos líneas, párrafos sin importancia, recuadros remotos de prensa amarilla, de revistas que se intercambian hasta el infinito y que se compran y se venden poco y a un precio accesible te lo dicen, no existimos, no aparecemos ni apareceremos en los diarios importantes, ni en la televisión, ni seremos motivo de comentarios en alguna emisora de radio, somos insignificantes así pasemos a la inmortalidad envueltos en algún quilombo sangriento, a quién puede interesarle registrar qué de nuestra pasada triste por la tierra, si hasta las broncas y los líos que tenemos parecen despreciables y cotidianos, cuando no se los califica de ordinarios y de negros, en mi clase o en la tuya se es igual de promedio, aunque uno esté convencido de lo contrario y no lo apechugue, cada uno por su lado sufre la intensidad de sus limitaciones, para mí fueron materiales en su mayoría, y para vos no sé ni me interesa, pero estoy seguro que las tuviste, aún cometiendo el error de creer que lo nuestro se encuentra en una marquesina con todas las luces en la dirección apropiada, en un pabellón en el que no me cabe duda, comparando y por lo que parecemos serías el destacado, qué puedo serlo yo, si vivo lidiando con la grafa que me rodea en forma de ropa por todos lados, el pantalón, la camisa, la campera, son de lona ablandada y además lo que se usa en el trabajo que tengo, no hay chances para ponerme de gala y las veces en que se da, ando encogido porque lo que tengo me queda chico, caso el traje que utilicé para mi casamiento y que sigo utilizando para ocasiones importantes y así con todo, pero éstas no son situaciones que me vuelvan loco, las he sabido aceptar y hoy las tengo como mínimos problemas, por esto si hay que hablar de locura yo diría que de los dos a vos te puedo registrar como el más desequilibrado, lo que hiciste es temerario, absurdo y tremendo, de hijo de puta, de lo que se te ocurra en su máxima expresión, sin embargo parece que lo tuyo está aceptado, y lo mío no, entre los cínicos y los idiotas, por los hipócritas que viven en un rincón del sistema, como lo dirías vos, porque por lo que conozco nadie te ha condenado todavía aunque te han puesto algunos sobrenombres además de las calificaciones de las que hablaba, seguramente la leyenda aberrante pasó a formar parte del por algo debe ser o del por algo será, a los que somos tan propensos, a esas conclusiones que tanto nos costaron y tanto nos costarán como ciudadanos de otras épocas y del porvenir, los hábitos de juzgar a los demás por lo que creemos que son y no por lo que son efectivamente, siempre en la sospecha por lo primero y sin darle bola a lo segundo, caprichos que alguna vez tendrán que desaparecer de nuestra calaña, la civilización de la duda, de la indecisión y del dilema, la llamaba el curita la última vez que fui a verlo, la civilización de la sospecha me decía, del titubeo, de la perplejidad y el cambio permanente, como del otro lado está la civilización del amor, como las mil civilizaciones pensaba yo para mis adentros, me hacía gracia, era como si la palabra se le hubiera pegado, y me mandó de vuelta a casa con el pasmo y la chifladura que cargaba en mis morrales. Por eso me fui a buscar otras respuestas para el mismo problema, somos ganadores y perdedores en el mismo ruedo, campeones y quebrantados de la vida, vencedores y fracasados en lo que hacemos día a día, me explicaban los hijos de Jehová la vez pasada, conforme, dije dándoles la razón de los jugados, de los comprometidos que a decir verdad tampoco me respondieron del todo, o no me convencieron, el raciocinio de los que tienen convicciones ciertas pero que por lo general no viven con problemas parecidos, el mundo de ellos es más simple del que caminamos nosotros, no es ni tu caso ni el mío, desleal de porquería. A mí no me bajan de cornudo, los más considerados hace rato que me llaman huevo, y a vos te han puesto el ilegítimo por tus intromisiones en lo que por la naturaleza y la ley del hombre no es tuyo, desleal, que así te llamo yo, que estoy convencido es la palabra que define la cantidad de monedas que perderás en este juego y en una ocasión próxima, y no se equiparará nunca con la que me toque a mí, así sumes todos los defectos que tuve, los anteriores y los que pueda tener en el futuro, así me vaya al cielo, al infierno o al purgatorio, me haga merecedor de los premios o los castigos de los que hablan los testigos o el cura, y no me importan las denominaciones, yo sé que fui mejor que vos, que te hice menos daño, aunque mis débitos sean inmensos e imperdonables con otros, con vos no lo fueron, por cada conversación que me aburría, tu precio, me tuviste que devolver lo peor, mi precio, de tu parte sin miramientos por los momentos que pasaba. Después que deje de rodar la perinola, y gracias a tu envión, saldrá la peor cara hermano, el empujón mío termina con la muerte, de las seis caras la que tiene el todosponen, así le dijeron los médicos al que me lo terminó diciendo, en forma torpe y retractándose como él mismo, el borracho y chupamedias, ese esclavo que quiero y siempre denunció a los demás sin mirarse, el que destacaba el defecto y el exceso, lo regular y lo irregular, la carencia y la tenencia, a su manera me lo largó sin darme un abrazo o tenderme una mano, el domingo pasado en que vimos un partido de boca por la televisión, dijo que un par de meses, que pueden ser cuatro o seis, y el ánima en esta oportunidad va a ser la mía, pero como te decía y así suceda, también llegará un castigo para vos por lo que hiciste.
Tengo mucha bronca amontonada por todo este alboroto, estoy molesto y acorralado por el resultado momentáneo del juego, estoy agotado y acosado por lo que hiciste, y no te lo perdono ni te lo perdonaré jamás, el que dispusieras traspasar tan tranquilo una cantidad de barreras personales colocadas por mí, tu amigo de toda la vida, que lo hayas hecho con descaro y desfachatez, y te lo voy a facturar desde acá hasta la china y en silencio, porque tu castigo vendrá por otro lado, por ese infierno que hubieras preferido llevar más de muerto que de vivo, zángano, desidioso, por ese calvario que me imagino ya estás pasando, por esa crucifixión que tendrás de un momento a otro, sin ninguna posibilidad de resurrecciones que te lleven cerca del Padre de todos, del calvario al que te hiciste acreedor, para terminar en una cruz que te dejará cerca de lucifer o como quieras llamarle al demonio, supongo que debe estar remordiéndote la conciencia, por mí y por los míos, quiero pensar que en tu caso no se trata de alguien al que se pueda calificar de desalmado, mantienes tus afectos, sentimientos y miedos, algo de la vergüenza y la dignidad que tuviste alguna vez, y que con los pocos atributos que te puedan haber quedado, te llegarán por elevación mis maldiciones, y por reflejo algunas de las palabras o las ideas que yo queriendo evitar desenlaces que te favorezcan, estoy largando al viento, al tiempo descansando al costado del consabido canal, casi a orillitas como dice la letra de la consabida canción, precisamente, abajo de los consabidos sauces llorones, desencantándome, como me lo pidieron, no solamente de vos y de lo que hiciste, sino también del lugar que cuando chicos era lo máximo para nosotros, y ahora descubro que en sus aguas hay, depositados y corriendo, demasiados desechos industriales, desechos como vos la puta que te parió. Me privaste en el tiempo de mi enfermedad de una convalecencia que no se termina, de la posibilidad de una conversación que en una de esas hubiera servido para evitar todo esto, que para vos no será tremendo ni dramático, y que para mí es el final no deseado de muchas cosas, en ésta circunstancia yo te privo de lo mismo, de la posibilidad que hablemos, de tu derecho a réplica, de lo que pensaste sobre la manga, la tanga y la changa.
No sé si se trata de palabras que existan para la Real Academia, vos lo debes saber porque te encantan estos ejercicios que te hacen diferente, no sé si figurarán en alguno de esos diccionarios medio raros que se encuentran por ahí, vos has comprobado varias veces que esto no es mi fuerte, ni quiero que lo sea, aunque si me hubieras acompañado, escuchado alguna vez, estarías al tanto que también tuve una sorpresa un día, hablando distinto a los que son como yo, al principio creí que era una respuesta tardía a la mejor educación, y también un poco diversa que tuve allá, con el cambio de escuela primaria y con el secundario en la técnica, adonde nos apretaban con todo, no solamente con números y fierros, pero después saqué que era una de las manifestaciones de esta transformación que vengo sufriendo involuntariamente, es parte de una lucidez que se manifiesta por instantes y que luego desaparece de la misma forma, como una estrella fugaz en el cielo de verano, así me pasó con estas tres palabras que usamos bastante en la fábrica y en la calle, y que sirven para resumir mis aflicciones y el padecimiento que no sé en que terminará. Cuando hablo de manga hablo de choreo, vuelvo a lo de la fábrica, y a lo que mi padre me contó del tormento al que lo condenaron los compañeros cuando se enteraron de la perinola como un símbolo de amistad entre un niño pudiente y otro no pudiente, de la imposibilidad para él de comprármela por pobre, se burlaron durante un turno entero y lo hartaron repitiéndole que aunque no lo pareciera era una baratija, y que en último caso un juguete tan chico que podía afanarse entre otros artículos disimulando una compra, recuerdo, yo cometí un error de niño comentándoselo, y él un error de adulto que acusó el golpe, y se le debe haber aflojado la lengua para merecer tanta cargada, de cualquier manera lo devolvió, como le sucedía con lo que le molestaba, en por lo menos una docena de preceptos, garrón que se tuvo que comer mi madre y mi hermano mayor que por entonces ya estaba reconocido como un receptor de lecciones paternas, la manga, lo que a mí me han quitado, es de eso de lo que quiero hablar, del despojo del que fui objeto gracias a tus oficios. Y del periplo que voy a emprender, estoy casi decidido, me voy de viaje hermano, me falta ajustar algunos detalles pero es este el motivo más importante por el que estoy aquí, y haciendo lo que estoy haciendo, he decidido dar un paso importante, comenzar un desplazamiento sin retorno, lanzarme a un tránsito infinito como me lo dirían los pastores a los que les gusta incluso tenerlo en esta tierra, voy a cambiar abriéndome con una ausencia terrenal para ganar una presencia en lo divino, parte de la civilización de una clausura propia, diría el curita al que hace rato no escucho, me voy de viaje hermano, me traslado, pero con lo míos, a un lugar adónde nadie, nunca más me los va a birlar, me los llevo a todos para evitar que me sigan tirando la manga, que molesten a los míos, esta es la parte en la que me faltan ajustar detalles, porque son muchos y de reacciones diferentes, no tengo claro todavía como irán convenciéndose que me deben acompañar, vos sacarías de esto si lo entendieras, que es imposible que lo converse con ellos, así que la cuestión será forzada, debo despacharlos como me mandaré yo, con un revólver, con movimientos coordinados y precauciones como para que ninguno se me escape, ellos no lo comprenderían si intento explicaciones, así que la parte embromada me corresponde a mí de punta a punta. En principio debo prepararme para que la noche en que lo haga parezca lo más normal posible, en especial para la flaca, que seguro pondrá el grito en el cielo y se resistirá, con ella a mí me quitaron una esposa, que ya no tengo, pero en honor a su cinismo y para que parezca natural, la voy a obligar a que tengamos sexo, lo más parecido al de las mejores épocas aunque por el final acostumbrado de los últimos tiempos ella me termine acusando de una violación violenta, y así se le note que le sigue gustando y que afloja con un orgasmo, argucias de hembra liberada que busca la rigidez y la tibieza, la obligaré de manera que el cansancio le provoque un sueño tan profundo que ni se entere de su paso a la posteridad y a la gloria, que no se entere del de los niños porque al final les tiene todo el amor de madre, esperaré a que se duerma y lo más seguro es que le calce un tiro en la cabeza, esto también lo estoy pensando, para evitar rechazos anticipados de hembra curtida, de mujer que se ha puesto una boludéz en la muñeca, algo que leí de reojo durante mucho tiempo, un estampado en el cuero de una pulsera que dice i love, eso seguro se lo regaló el macho porque yo no, descarada que podría disimularlo sacándoselo mientras está en la casa, aunque a lo mejor es parte de los desafíos que me hace y que ya no me interesan, aunque me vuelva loco, de remate. Dirías que tanga, justamente, que tanga, que trabajo arduo y que no puede hacer otro que no sea yo, porque los niños mayores se despertarán también de la profundidad de sus sueños e intentarán detenerme, en especial el Guille, que estuvo en la primera de las discusiones y no se olvida, nos tiene junados y está alerta y a la defensiva por las cuestiones de su mamá, no entiendo porqué si él también ha sufrido el abandono ese tan notorio, el cambio de tutor con la Nicéfora, y ha perdido hace rato beneficios de los que tenía por ser el mayor, de él me tendré que cuidar, es tozudo, necio, y parecido al papá de la flaca por lo engreído y cara dura, coya de mierda que se cree diferente porque es empleado, pero frente a esos cuatro defectos al chico lo distingue su valentía, y la responsabilidad que ha tomado con su madre y los hermanos menores, es mi hijo, por supuesto que siento amor y ternura por él, pero estoy seguro que en esta oportunidad tendremos alguna pelea porque se resistirá, para ello estoy preparado con un cuchillo que también me conseguí para dar lugar a éste origen, hermano, al inicio de una odisea en un lugar mejor adonde todos estaremos excelente, me convencieron los pastores, el curita alemán que ya está asesando y también el de reemplazo que anda por ahí ensayando para convertirse en un pastor de verdad, como el juez de la ciudad que seguro tendrá una participación en lo que estoy decidiendo, y su reemplazante, que también es un imberbe como decía el general y que andará haciendo experiencia, el mayor se resistirá, porque con los pocos años que tiene y así siga jugando a las bolillas, ya es un hombrecito firme que casi sabe lo que quiere, con amigos incondicionales que se gana por méritos propios, la voluntad antes que la inteligencia, la persistencia de defenderlos o de tirarles una mano, y no la manga, cuando lo necesitan, tanto lo quieren que por estos días anda hinchando con una composición que le pidieron del Martín Fierro, paseando permanentemente con papeles en sus bolsillos, seguro que con guita también, de lo que escribe él y de lo que le escriben los otros, por los ganchos que le hacen sus compañeros para ayudarlo, en especial las niñas que es con quien dicen ha conseguido sus mejores amistades, también la maestra lo protege, la directora pidió hace poco que lo hablara, porque con aquella mantiene una relación y unos jueguitos que no le gustan nada, un picarito, de cuyas reacciones no estoy seguro y me cuidaré todo lo posible, es de dormirse tarde, de quedarse con la televisión mientras se fija que las peleas diarias y mías con su mamá no terminen en situaciones que obliguen a su intervención, lamentablemente ya ha tenido que meterse unas cuantas veces y el pobre pendejo recurre al llanto cuando se convence que no puede conmigo, y me ruega, me implora que se acaben los gritos y los insultos, por esto pienso que si fuera más grande le hubiera podido explicar un poco de todo lo que estamos pasando y de como creo que se soluciona, estoy con alguna duda si debo comenzar con él, porque puede convertirse en un impedimento que me arruine la fiesta, de Jehová dirían esos pastores que parecen haberse cansado de mis descreimientos, y del señor dirían los dos custodios de la iglesia, como los serenos y los porteros de la fábrica, no lo digo por lo que pueden chorear de las limosnas, que por ahí alguien lo anda diciendo, sino por el trabajo que tienen de cuidar el edificio y la casa parroquial adonde viven, ya veré con quien comienzo, esto lo determinaré en las próximas horas, es otro asunto que me tiene preocupado, la secuencia hermano, punto en el que estarías repitiéndome por enésima vez la aberración de lo que cuento, diciéndome loco de mierda, que es lo que no soy, tengo razón y tengo juicio, estoy armando un rompecabezas que no es común, que comienza acá y finaliza en el otro mundo, es verdad que no es común, pero en él están involucrados los míos, sobre los que tengo todos los derechos así como cumplí con todos los deberes que me correspondieron, me lo explicaron los testigos, los curitas no porque si se los hubiera preguntado, la contestación sería lo que conocemos, habrían perdido un tiempo invalorable conmigo diciendo que está mal que yo viaje, así esté viviendo con tiempo de descuento ellos opinan que hay que esperar el momento de la disposición de Dios, ni que decir lo que opinarían con la decisión de este viaje conjunto, directamente se les quemaban todos los papeles, como a los médicos esos mentirosos en los que tanto confié y que con su imposibilidad terminaron con la palabra, siempre la palabra, salvadora de sus ignorancias y limitaciones, diciendo usted tiene cáncer y por lo tanto una enfermedad terminal, inoperantes, qué tanga, cómo haré para controlar todo en silencio y sin mucho tiempo, porque en realidad dispongo de un par de horas entre las dos y las cuatro de la mañana, me pregunto como transitaré por la casa visitando a cada uno con precisiones en el tiempo como para que ninguno haga tanto ruido que despierte a los vecinos, qué haré con los dos pequeños, a ellos los enviaré asfixiándolos con las almohadas o las sábanas, al bebé es al que más le temo como testigo de la cosa, porque se despierta en ese lapso y juega por ratitos mientras se toma una mamadera, a su mirada tierna, a esos ojitos que estoy seguro van a reflejar su falta total de resistencia, le tengo miedo porque me lo imagino extendiendo las manitos rechonchas que tiene en dirección a mí, como lo hace cada vez que presiente que lo estoy mirando, angelito, el retoño que no me pertenece y que me hubiera pertenecido si tendríamos la posibilidad de quedarnos en este mundo injusto, con él me imagino será rápido, apenas unos minutos, lo que me permitirá terminar de la misma manera con la partida del otro bebé de la casa, el más silencioso y obediente de todos, el menos llorón y el menos caprichoso, el angelito que estarán esperando en el cielo para convertirlo en el angelito de la guarda de alguien, una tanga hermano, como dicen en la fábrica cuando hay que hacer por cuenta propia un trabajo que uno no lo tenía ni registrado ni contaba con las ganas para hacerlo, una tanga, dirían mis compañeros con la indiferencia a la que uno se acostumbra con ese trabajo tan rutinario y cansador, sujeto a tantas sirenas y manoseos de jefes que tienen jefes, y más jefes que tienen patrones, que no me dieron bola con el pedido que hice para que me vieran en Buenos Aires, alguien me metió púas diciendo que allá me hubieran sacado sin el pretexto de estos médicos de mierda que me atendieron y se salvaron con la palabra fácil y mágica de cáncer, una tanga, el resultado del hartazgo que tengo con mis compañeros de la fábrica que no se convencieron de la gravedad de mis sufrimientos y siguieron jodiendo todo el tiempo, arriesgándose más con las cargadas por el huevo y los cuernos, desde hace poco me llaman el mocho, que por lo que sé significa cortado, pero ellos lo relacionan con el amontonamiento de astas que me adornan la cabeza, la combinación del grano grande y de orejas paradas y duras de burro que me ha puesto mi mujer por sus travesuras y andanzas de puta, flaca de porquería, que si lo hubiera sabido no le daba bolilla, con tantos esfuerzos que me costó para que se fijara en mí, cuando le gustaban mis amigos entre los que estabas vos, académico y desleal de mierda, principio de un camino que inicio con ellos y no tengo idea cómo finalizará, contando, de los dos que quedan el Pichi es el más inquieto, es un chico puro músculos y puro nervios, y como se fija mucho en lo que hace el mayor estoy seguro que si se da cuenta opondrá alguna resistencia, protegiendo a los otros lo que pueda y haciendo lo mismo con su trompo y las latinchas que junta para sus juegos, niño chiquitito que me jode últimamente con el tema del aseo personal porque parece que la maestra que tiene lo hincha demasiado, estas docentes que hay ahora, loco, no estoy loco, estoy desesperado, que ya desde el jardín comienzan con pedidos de útiles y otras porquerías creyendo que los niños son de padres pudientes, y uno se angustia con las cosas que no se le compran y que después se transforman en reclamos como los de él, por eso al Pichi trataré de despacharlo rápido, porque de tan mimado que es, y yo me equivoco y se queda, estoy seguro de que se agenciará el cuidado de su maestra que lo mima más que la madre, y él obediente se presta, hasta de ejemplo en esas lecciones en que ella necesita mostrarlo, él debe estar conmigo, con el otro, con el Luisi que no hace problemas, es muy inteligente y tranquilo, de todos debe ser el que tiene el sueño más profundo porque termina siempre a tiempo y en forma impecable con sus obligaciones de la escuela, el que anda con su diccionario de consulta y envuelve en bolsas de polietileno sus útiles porque no se le pudo comprar el portafolio, así que debe dormir en la mayor paz, a los testigos y a los curitas les hubiera encantado también tenerlo como un ejemplo de niño, nunca contesta y cumple con sus obligaciones, con él no tengo problemas por eso y además de todos es el más compinche conmigo, es hincha de los mismos clubes de fútbol y me acompaña en todas las picadas, me pide seguido para acompañarme cuando vamos de pesca y el otro día estaba animado para quedarse conmigo en la última joda con los compañeros de la fábrica, es un chico espectacular aunque la maestra que le tocó le tiene algo de recelo porque es la misma que yo tuve en otros años, pero es tan buen alumno que con nada pueden frenarlo, yo estoy convencido que si lo supiera me hubiera agarrado con sus manitos para darme ánimos, y de todos es el que entrará conmigo por lo menos al zaguán de ese lugar adonde vamos. Un cortejo al cielo, inesperado para algunos, programado para mí, una procesión como las que veíamos en el pueblo, con la diferencia que esta vez no será solamente de mujeres gordas, desalineadas y viejas, que concurren con niños a los que llevan a empujones, formación de una concurrencia de la que renegaba el cura, acordate, diciendo que ni un joven, ni un tipo o una mina de edad intermedia, ovejas que sí convocan los testigos que se ponen contentos sin darse cuenta que continúan siendo descarriadas, que lo mismo hacen de las suyas sin que los otros se enteren, en esta ristra hay de todo lo que no se ve en las comunes, adultos jóvenes, púberes y niños, que en marcha al Señor intentaremos entrar a su reino, por esto, si las circunstancias hubieran sido otras, casi debería tener un acompañamiento parecido a los que se hacen para los casamientos, con bocinas y algarabía que anuncien nuestra partida a la casa de Dios, aleluya, aleluya. Me voy de viaje, y es muy difícil que alguien me detenga, nadie lo sabe ni pienso contarlo, a nadie le interesa como no le interesó mi vida y los inconvenientes por los que pasaba, ahora menos que estoy decidido y me faltan ajustar los detalles, me voy de viaje hermano, estoy cansado de la manga y de la tanga.
Y espero que a nadie se le ocurra revolver nuestra memoria, no deben y no tienen derechos, que después de la sorpresa, el estupor y el sobrecogimiento, nos dejen descansar tranquilos y en paz, porque sino yo desde allá me voy a encargar de molestar y no dar tregua a quien me moleste o se cague en el nombre y la dignidad mortal de alguno de los míos, con lo que tenemos es suficiente, con las páginas amarillas que llene con nuestra historia una prensa diferente que alguna vez debe haber en un país diferente con gente diferente, con eso será suficiente, y quien ose transgredir estos límites se verá perseguido y angustiado, en el momento en que se diga, o se escriba la primera palabra, quien lo haya hecho estará condenado al fuego eterno. Estoy seguro que causaré muchas maldiciones en mi contra por llevarme a los retoños, pero son míos y nadie más que yo podrá cuidarlos de acá en adelante, para llegar a este convencimiento me ayudaron mucho los testigos, por supuesto que sin saber adónde me encargaría de la cuestión, pero es lo mismo y allá estaremos mejor de lo que estamos acá, rodeados, custodiados por otros que no son ni cínicos ni hipócritas, diferentes a los de este mundo, a los que cambian de parecer seguido cuando hay que darlo sobre el juicio y la razón de alguien, como hicieron con los míos obligándome a llevar a los cinco angelitos que desde hace años están a mi cargo, porque con la otra, con la changa fue diferente, ella se merece el infierno.
La changa de nuestras aventuras, la hija del boliviano, la flaca, que me fue infiel durante el tiempo en el que estuve enfermo, durante la época en que estuve privado de la brisa, como la que se levanta en este atardecer de un diciembre caliente como siempre, removiendo la copa de los árboles de la manera en que me hubiera gustado que se revuelva mi pelo con caricias que no se interrumpan, de chico y de grande privado de afectos que se buscaron parece que con méritos insuficientes, como los de esa mina que podría haber dilatado los tiempos y hacer lo mismo de una manera más humana, demostrando su reconocimiento por lo poco o mucho que se le daba, más lo segundo que lo primero, ella lo sabía muy bien por la convivencia, ella sabía que yo sabía de los dos últimos bebé, que no eran mis hijos pero a los que atendí como si lo fueran, sabía de las noches en vela controlando el recorrido de una fiebre que no les aflojaba, acurrucándolos en los brazos para que no sintieran el frío y los escalofríos que son simultáneos al calor y al sudor que se manifiestan, de las incontables veces en que evitando marcar las diferencias con mis retoños legítimos y efectivos, decidí hacer los mismos gastos o poner más dinero que con las cosas de los otros, de los mocos que ayudé a limpiar en tantos resfríos, y de las colas con caca que lavé sin una palabra de reclamo, ella sabía de mi predisposición silenciosa a pesar de los defectos que acarreaba con las lecciones del viejo entre las que estaba que el hombre debe dormir para estar al otro día fresco y disponible en su trabajo, ese trabajo adonde en una oportunidad escuché una mención a vos y por primera vez ese sobrenombre que en principio me pareció ridículo y luego tremendo, pata i lana, dijeron unos compañeros que se encontraban cerca, por silencioso, del que no hace ruidos, del que está y no se lo ve, del que te birla la mujer con la mayor desfachatez del mundo, hasta que fui hilvanando con el tiempo las acepciones que, precisamente por ser de la calle, son infinitamente más completas que las de la mismísima academia que tanto te gustaba mencionar en tus charlas, lego de porquería, porque después supe que la dama de tus aventuras era la flaca, la Susana, esa impávida y tímida niña de otras épocas que con esto nos coronaba, nos daba, presumidos iniciados cuando niños y hombres incompletos, los peores escarmientos de nuestras vidas, gratuitamente.
Nadie muere en la víspera, ni habla en el preludio, de su locura, por eso este anuncio solitario te caerá como un balde de agua fría, coherente si lo querés, con todo el juicio y la razón que todavía me asisten, así los pronósticos y los diagnósticos de los médicos, de los testigos o de los curitas prejuiciosos digan lo contrario, nadie muere en la víspera, ni habla en el preludio, de su locura total, sólo soy un tipo normal preparándome para una muerte poco normal, que enfrentaré en pocas horas nada normales con lo que me liberaré para siempre de lo inesperado, de lo repentino y de lo que te aparece de golpe, como el cambio de Susana, como las mudanzas tuyas y mías pata i lana hijo de puta.
La perinola
felipe azul de metileno
Todosponen.
Que revoltijo este velorio hermano, que río revuelto sin ganancias de pescadores. Que trastorno para todos, que desorden que despiole que desconche para los que vinieron, andan como desorientados, desbordados en los cálculos que hacían y opiniones que daban cuando te comenzaron a llamar el delirante y algunos el iluminado el enfermo y algunos el sano de los que opinan que la vida es un calvario mientras no se ponga en riesgo la suya, hermano y loco de mierda, porque desde que ocurrió lo único que me pregunto es porqué lo tuviste que hacer con los otros, porque vos ya estabas jugado con las opinión de cualquiera y con los diagnósticos de esos médicos franeleros que tanto te gustaba consultar.
Sabiendo, desgraciado díscolo traicionero, como lo dijiste varias veces en las picadas de fútbol que compartimos, que jugar es lograr un tanto a menos como el tuyo ahora.
O un tanto a más como el que logró tu tío José Cabrera con la decisión interpuesta impuesta y absurda de juntar los féretros en el salón del club recreativo, a pocas horas del final de tu determinación, cuando la sangre de todos estaba todavía caliente la de los muertos y la de los vivos.
Me pregunto todavía qué se le habrá dado para insistir tanto terciando en las opiniones y resoluciones familiares, y me digo tal vez alguna remembranza atada al episodio con poca mucha o ninguna explicación para los demás, repaso de sus años de niño de púber de joven cargoso, cuando en el patio cubierto de ese club él y sus amigos se divertían con el pasodoble que bailaban los Lobo al ritmo de la música contagiosa que tocaban Jorge Ardú y su orquesta, fichas importantes por entonces en el tablero del juego que también disfrutábamos vos y yo en cada octubre. Inventando travesuras a granel mientras los mayores se entretenían con sus puteríos cuentos cantos y bailes. Es de pensar que especuló, como si esta oportunidad sirviera a otra de sus tunantadas, esas que hacía con sus amigos locuras de mocosos impertinentes, como si a su juicio y a su cargo ya con tu ausencia intentara disimular tu imprudencia o la de él de todas las que tuvo quien puede saberlo.
Aunque al parecer de las matronas que concurrieron, ya comenzó a correr la historia confirmando que fue de la familia propia el que más te defendió, y que por algo es, el que opuso la mayor cantidad de argumentos a los primeros ataques que te hicieron ya de muerto el que facilitó las razones irracionales de los razonables, y que por algo debe ser algo habrá y que por algo será.
Se supo que comenzó a gritarle a los otros, ahora la adversidad, que en definitiva se trataba de tu posesión terrenal y que, de acuerdo a lo que dicen los testigos de Jehová, tenías por ello todas las potestades, las obligaciones, pero también los derechos para dirimir sobre los sufrimientos y las alegrías de los tuyos, de los que acercaste por propia voluntad, de los que gracias a vos existieron. Ante la profusión de verborragia, y la bronca de la contra y la defensa absurda y descarnada de los propios, las madrazas callan, pero alguna refunfuña a su manera y entre dientes, que si bien un juego es destruir el solaz del adversario, no se debe hacer lo mismo con los del propio equipo, facturando hermano, siempre facturando.
Otras mujeres, las más serpientes y melindres, y ya no tan de la familia, andan tejiendo por ahí alguna gesta de tu infancia, combinando el comentario con los rezos, las oraciones lamentos y lloriqueos el color negro y el recato que son propios de ocasiones como ésta. Hablan en voz baja murmuran de tus primeros años de restricciones y hacinamiento, especialmente de esto último, que aprovechó José para no sé qué manoseos degenerados que te marcaron para siempre las escuché decir, no solamente a vos, sino también a tu tío y a tu madre que descubriéndolo lo corrió definitivamente de su casa con todo el dolor de hermana.
Alegan las exageradas, hacen sus apuestas, siempre con apuestas, mascullando, que el tío debe andar detrás de alguna purga de reconsideración divina para sus culpas de juventud, y que en consecuencia defendió demasiado su postura, la que hubiera sido la tuya, de velar a todos juntos.
Lo que se presta para decir sí o no o para decir creo en las razones, pero parece que no para aguantar que la prepotencia del otro de los otros con una treinta y ocho en la mano, la soberbia de uno de los hermanos de ella porque se puso bravucón y pendenciero por la actitud de ellos de todos, de esos bolivianos medio chiflados, indecisos, que ni entendieron ni entenderán tu decisión de hace unas horas.
A propósito, de todos los que estuvieron dando vueltas la que parecía un huracán y se sintió peor fue la Nicéfora, que fogoneada por sus hijas mayores que le calentaban la oreja intentó dos veces rociarte con lejía y luego con ácido sulfúrico, de acuerdo a lo que pudieron extrañarse y decir después del asombro los que la sujetaron.
Quiso hacer con tu cuerpo primero una suerte de momificación que tu cuerpo se arrugara y te comprimieras todo lo posible, quizás almidonarte, para después incinerarte desde adentro tanto y tanto de forma que no quedara ni una huella de tus despojos. Entrada la madrugada alguien dijo también, que no sabían lo que le había pasado, y que su reacción podía ser parte de algún rito de los que andaba aprendiendo últimamente, o de la demencia que podía esperarse de una mujer que perdió de golpe una sobrina y a su mejor amiga y a su proyecto de amante como si con lo demás no bastara, porque al ser con la otra la que ya sabes de la misma edad eran compinches en muchas de las situaciones que pasaban juntas, contándose cosas de sus vidas, consintiéndose mutuamente guardando los secretos siendo cómplices.
Las dos veces que lo intentó, Nicéfora burló la barrera familiar de protección que se dispuso alrededor del cajón en que te pusieron, y en coincidencia con las primeras escaramuzas que se fueron dando. En ambas oportunidades la detuvieron cuando había logrado a fuerza de tirones, sacar la mitad de tu cuerpo de la naveta de madera oscura, aprestándose a cumplir con sus instintos, a subsanar sus emociones desgarradas sus sentimientos suspendidos.
Más tarde, alguien por defenderla tiró la versión, aceptable, que lo único que quería la mujer, era dejar constancia de su intención de denigrarte en tu tiempo ulterior, que ella era en realidad una mujer tranquila, fuera de quicio por tus decisiones de las últimas horas de los últimos días de los últimos meses de los últimos años, y que llegó al punto máximo de su irritación cuando en el hospital un médico dijo que al Pichi lo podían sacar con una transfusión, y algunos de los tuyos se negaron recordándote recordando tus problemas tu poco tino para enfrentarlos, insistiendo con lo de la iglesia del séptimo día o mambo parecido, y lo dejaron al pendejo irse en sangre y en su vida más tierna.
La verdad que tanto el temblor, como la impotencia que ella evidenciaba eran enternecedores, y si fueras de cuerpo presente y estarías vivito y coleando como dicen, te hubieran tocado sentimientos esos que a veces te salían sin que nadie te lo pidiera, a pesar de la escasa simpatía que comenzaste a tenerle a ella lo decías, y la distancia que guardabas en consecuencia, desde su intervención en el lío que nos tuvo de protagonistas a vos, a mí y a la Susana. Nunca la comprendiste y no le perdonaste que se metiera para convencerte de algo que a esa altura era irreversible. Sinceramente, creo que lo deberías haber advertido, porque estoy convencido que eso hubiera cambiado algunos de los acontecimientos menos deseables de esta historia.
Ella tenía alguna especie de enamoramiento con vos ni se ocupaba de negarlo cuando se lo insinuaban, conociendo los accidentes de tu momento los terremotos los ciclones y las tormentas que aparecían en tu horizonte, y en medio de las confusiones de entonces que todos abonábamos casi sin hablarnos, un avance en la relación de pareja un blanqueo de tu parte podría haber sido tomado como legítimo primero por ella misma y después en el entorno familiar.
Por entonces, con Susana ya habíamos descubierto armado y desarmado mil veces lo nuestro, estábamos en camino de la llegada del primer hijo, y habíamos decidido pelear por un segundo. Esto nunca lo aceptaste hermano, loco hijo de mil putas.
Que desbarranco que barco a la deriva, que circo montado inútilmente, como a las cuatro de la mañana llegó el intendente rodeado de chupa medias y burócratas, y con ellos se generaron nuevas escaramuzas, afectos encontrados, emociones diferentes. Una de Capuletos y Montescos a cada rato con la corte y la cohorte de testigo y participando.
El curador, un gallego radical hinchado y colorado encaró derecho para la zona donde se encontraban tus parientes políticos, creído engreído y ufano como andaba desde que logró la máxima aspiración de su carrera conquistar a la joven que le oficiaba de secretaria, para engancharla y casarse y que esto le permitiera zafar definitivamente de su primera mujer, una bruja de esas decía él mismo una loca con síntomas parecidos a los que vos tuviste en los últimos tiempos pero de buena cuna y educación impecable, dos perlas que nunca tuviste, encaró como haciendo campaña compungido de algo que ni lo tocaba prometiendo.
Al episodio de la entrada lo rescataron lo hicieron suyo inmediatamente los furibundos que estaban de chismes, y que no perdieron ni un instante para regar todo lo que pudieron que la minita en realidad era una prima segunda de la víctima adulta, mujer enjuta, caucásica en la crónica de la justicia la de los expedientes, todo en forma simultánea mientras mangueaban el café que se tomaban y los caramelos que masticaban y las porciones de bizcochuelo y los alfajores que los comedidos hacían circular en bandejas improvisadas gracias justamente, a una donación de la comuna.
Impostaciones de ordinarios, y de llenos, porque después de todo el hombre, apenas enterado de la noticia del acontecimiento que dividió al pueblo por un tiempo, se tomó unas horas para hablar con el presidente del Honorable Concejo Deliberante, un peruca recalcitrante con el que por única vez se pusieron de acuerdo en algo, y juntos decretaron por ordenanza aprobada por todos los bloques el duelo ciudadano de alcance general para el día siguiente.
Cuánto lo habrá impresionado lo que pasó, que el flemático administrador se animó por cuenta propia, a tomar otras decisiones de importancia y que también afectaban directamente al erario municipal, como la donación de los siete cajones, los gastos del sepelio con flores capillas ardientes y tarjetas de salutaciones, y la agilización de los trámites correspondientes con el juez de paz que para actuar de oficio siempre pedía extras y asistencia de la policía.
Que también tuvo una participación cargada de nervios y sobresaltos durante la noche en vela, porque cada vez que incursionaba por algún motivo, le pasó también al médico forense, varios puteaban a viva voz, de ambos lados los de la gran familia ahora desunida. Una de las entradas de los canas, una vez más de cada una de las que hicieron con el motivo de colaborar al mantenimiento de la compostura y la calma, coincidió con la permanencia del intendente en el club.
Cuando se la vieron fiera con el acoso desordenado de algunos de los afectados, desesperados por restablecer el orden por establecer lo más pronto posible límites a los desbordes de actitudes y responsabilidades, mandaron de frente al jefe de la municipalidad, que no supo defenderse muy bien y terminó como eje de los insultos e imprecaciones que hasta ese momento se dirigían a los uniformados, que insistieron confirmando que la exageración para disponer guardia permanente y rotativa era culpa del capo del pueblo.
A mitad del velatorio nada era fácil de resolver ningún inconveniente ningún imprevisto con lo tuyo estaba todo desbordado, nada era solución a nada ni para el intendente, ni para la policía, ni para el médico, ni para el veterano juez que por lo que dicen ya piensa en retirarse y darle paso a los abogaduchos nativos del pueblo que andan recién estrenados más ocupados en entrenarse y en frivolidades que en cuestiones de derecho. La presunta familia agraviada, hasta donde pude saber por lo acontecido sucedido aborrecido, por supuesto pidió certificados del homicidio en masa para hacerle despelote a los otros, quienes en principio en boca del leguleyo que nunca falta advirtieron que el argumento no es válido porque el supuesto homicida está muerto.
Y que, además, para qué quieren iniciar proceso judicial alguno, si los que podían ser beneficiados directos de algún dictamen indemnizatorio, también están muertos, así que es muy inútil que los que se quejan terminen alimentando mezquindades orientadas a la guita, olvidándose lo penoso que es velar a alguien en circunstancias como esta.
Si no fue posible por lo que veo ponerle por ahora una carátula jurídica a lo que desencadenaste, menos se puede pretender amortiguar las pasiones, los ímpetus, los ardores, los paroxismos sin control alguno, que encima están potenciados por la cantidad de gente y las relaciones que tuvo este hormiguero y hervidero con ustedes.
En el afán de dar una idea de aproximar la cronología, las autoridades comunales y de la ley establecieron que lo sucedido coincidió con la primera luz de la mañana, según testimonio directo y simple que provino de uno de los vecinos, que aseguró haber escuchado a la madrugada ruidos raros, intensos y persistentes durante casi una hora, que luego contrastaron con un silencio turbador en la casa y su alrededor inmediato dice como si estuviera dictando una cátedra. Un silencio una reserva sólo invalidada por los débiles aullidos de llanto del Corcho, el tuso chiquito que peregrinaba por toda la cuadra durante el día y con resultados diferentes en busca de su comida, que era de todos y era de nadie pero que la pasaba más con ustedes que con cualquiera.
En algún cuaderno debe haber quedado registrado ese detalle de hechos de la crónica espaciada y con errores de ortografía, como también que la cana llegó cerca del mediodía, y los análisis médicos y forenses se extendieron como hasta las seis de la tarde, hora en que comenzaron los primeros cruces de opiniones y criterios entre familiares, amigos y conocidos, curiosos, que empezaron con sus pareceres sobre el acontecimiento y el velatorio.
En un cuaderno, en una hoja de parte diario gastada de anotaciones y enmiendas, también debe haber quedado registrado ese tris en que abrieron la casa y permitieron que entraran los familiares más cercanos, con las recomendaciones al vicio de no tocar, de no modificar el escenario de los crímenes.
Ese soplo, tiempo y punto en el espacio, en que se produjo el primer encontronazo entre tu mamá y la otra, cuyos alaridos iniciales retumbaron en cada una de las diez casas cercanas. Estertores de congoja, desesperación y un darse cuenta tarde de no haber vencido una impotencia que cuando todo comenzó resistió con uñas y dientes. Haber insistido, si al final se trataba de una hija obediente, que casi siempre aceptaba los consejos que le arrimaban sus amigos allegados comedidos peregrinos y ella misma, menos cuando vos apareciste, cuando se le trastocó la rutina y lo extraordinario de la vida. Niña bonita, cosita, hijita del alma, andando por el mundo, y en suspenso ahora para entrar al reino del Señor, sin haber entendido la seña la contraseña que uno será pobre pero por suerte tiene hábitos de gente bien, costumbres de clase media que se aprendieron por ahí con los oficios de cocinera y mucama, y que jamás se abandonarán, y que jamás se deben mezclar con las conductas, las mañas y sañas de la chusma.
De una turba que hay que ver lo que dejó como resultado de las privaciones y los resentimientos, un manojo de anónimos ahora salpicado de sangre hasta el último retoño. Niña bonita, hijita de mamá, mamá del alma que se murió aferrada, abrazada como estaba a su último bebé, bebote con restos de cotillón en sus manitas grasosas y lentejuelas pequeñitas, concentrada seguro en arrumacos que seguro sirvieron para el último arrorró, para mitigar la congestión de ese resfrío que trae tanta congestión y tanto moco.
Llorar, y gritar por despecho por impotencia por esa sensación de andar todo el tiempo a destiempo, sollozar por su cuenta y sola ahogada en el mar de confirmaciones cachetadas de la vida de que a veces los padres no se equivocan por mucho que rezonguen, que pueden arrimar un consejo sano por antipático que parezca o mal que se diga, una opinión que cuestione tanto la calentura devenida y contenida de los veinte, revolcándose ahora y por culpa de en la sangre mezclada, esparcida como pegamento por toda la cama todavía tibia de la niña, mujer, hijita, madre, y del bebé que seguro no se dio ni cuenta durmiendo en el remanso tibio de una teta.
Gritando que lo parió, para no decir otra cosa de esos negros agrandados que arruinaron la vida de la niña, y encima se la interrumpieron, un ordinarios y un mersas gritado a la otra madre que se abraza a otro cuerpo, en otro espacio de la casa, a otros sueños, a otras ilusiones truncas, dijeron los primeros y pocos milicos que lo vieron.
Final de un camino de sangre y mugre para todos, se piensa, se gimotea, se suspira, agradeciendo a Dios por haber dispuesto el descanso eterno del Ariel, que luchó contra adversidades que no son deseables para nadie, las limitaciones económicas, los desbarajustes de la salud causados por tantos imponderables, preguntándole a Jesús y a la Inmaculada, porqué, porqué y porqué lo pusieron en una instancia tan embromada tan difícil tan indeseable, de sacrificar a los otros, si con él era suficiente, o en último caso con la vida de esa mina que últimamente lo guampeaba seguido, esa que los atendía poco a él y a los niños, y le faltaba el respeto en cuanta oportunidad se le presentaba.
Pero los niños, los retoños porqué, si él sabía perfectamente que para ellos eran nietos de lujo, y por lo que se podía se les compraba de todo y se les daba con todos los gustos, sin diferencias para ninguno, no como hacen los de la familia de ella que miman a los más pequeños solamente. No en la intensidad o en el nivel de la contra, piensa, se acongoja, se le escapan un jadeo y unas lágrimas pensando en ese amor que los movía y llevaba a los de la casa, a ella misma aquello que la hacía recortar con entusiasmo la cartulina, el papel crepé o el corrugado que centavo a centavo se compraba en cada cumpleaños, para los días del niño, las fiestas de los jardines de infantes y cuántos otros eventos que inventaban comerciantes y maestros.
El mismo arrebato pero de buena onda que se tenía para cocinar el mismo postre la misma tortilla todo el tiempo, y las empanadas para los grandes que acompañaban impertérritos a los chicos en cada uno de los acontecimientos domésticos o no domésticos cuando se empilchaban para darle sin parar al festejo. Porqué Dios, porqué flaco, o porqué Inmaculada, querida Madre, porqué tuvo que llevarse con él a los chicos, angelitos inocentes que sabía muy bien quedaban al cuidado de una familia pobre pero digna, al resguardo de una prole que siempre la tuvo clara que donde comen dos comen tres, aunque en este caso fueran cinco el viejo renegón e inaguantable no hubiera dicho nada, a su modo los quería y soñaba con un futuro diferente para ellos así todos debieran ajustarse y sacrificarse para ello. Porqué hijo, se queja más fuerte con voz entrecortada, que cruz para los muertos, que lábaro que queda para los vivos, cuáles habrán sido los móviles de una resolución tan terminante, de un apocalipsis que definió una entrada tan fácil al infierno, un infierno que de eso sí se está segura se llevará mejor de muerto que en vida.
Qué faltó en medio de las inclemencias que tuvo que afrontar con la savia primera y última de la inocencia y la tranquilidad perdidas antes mucho entes de hacer el quinto grado, qué señal se habrá dado por el analfabetismo que se tiene, según retaba el cura párroco a su grey en la misa del último domingo, la ignorancia que conduce a que se tengan muchos hijos cuando no hay plata para darles de comer o criarlos como Dios manda, con la misma incoherencia y tosquedad que plasmó tu pensamiento en el momento, casi seguro, de que si no partían todos juntos quién iba a ocuparse de los que quedaban. Que exceso de responsabilidad, si así sucedió, de todos modos mal interpretada, porque los niños no tienen la culpa de las porquerías de los grandes, en ninguna circunstancia, angelitos, niños bonitos, desparramados por la casa como pétalos de flor, ensangrentados, pasados a la historia sin ninguna resistencia.
Comentarios que plasmaron los vecinos obsesivos obscenos, una epopeya de cuaderno de la cana que termina en un armario amontonado con otros o en cajas, y de parte diario encuadernado en una carpeta amorfa que se pone a disposición de ratas y roedores de todos los tamaños.
Manuscritos simples o escritos con una Rémington descuajeringada, mal redactados, con saltos de teclas que perforan las hojas modifican y distorsionan lo sucedido. Esto sugería tu suegro, ahogado, profiriendo a cada rato frases sin sentido, en la puerta y a unos curiosos que se arrimaron, dice el gentío, escandalizados por los gritos, y alertas a que aparecieran unas lágrimas contenidas que se notaba, el veterano se esforzaba en que no se le escaparan, prisionero en su propia encrucijada, la del llanto, la de la inmovilidad de minutos antes cuando optó por no entrar, cobarde, y también por no moverse de la vereda cercana, valiente.
Típico de su personalidad, con la que nos rozó a vos y a mí en otros años, de no enfrentar lo irremediable, o de arrostrarlo tibiamente sin firmeza, de no tomar las medidas del caso, de tomarlas a medias, de pensar y decirlo de no seguir con la reguera de muertes y resentimientos continuarlas con estos que no se merecen otra cosa, con temor, por si fuera. De no cambiar el perfil de empleado administrativo forjado con el tiempo, que trae muchos sinsabores, pero también acontecimientos inolvidables, el viejo casi ablanda, como con el cumpleaños de quince de esa niña que no se quiere ver ahora, de esa jovencita que soñó un año entero con el vestido los zapatos y la fiesta, haberle dado bola entonces, el provecto ablandando.
A todo vapor y como no mitiga el otro, chusmearon, que debe andar trenzado con su vino del mediodía repudiando a los que le interrumpieron su rutina eterna, guardada resguardada y repetida, ajena al rodar del mundo y a los cambios de la moda en todo, abjurando contra vos por el escándalo, contra tu madre, estúpida y sola como siempre, culpando a todos de todo, abstraído de dramas y alegrías por si fuera poco. Qué se va a relajar, si debe estar concentrado en el próximo toque de sirena que define otras ocho horas de esclavitud y subordinación a los patrones dueños de la única fábrica de importancia que hay en el pueblo. Enajenado en el control ese control a la mujer sin más preguntas que debe saber si tiene la ropa de trabajo limpia, las alpargatas en condiciones, si la vianda se preparará de acuerdo a sus indicaciones, y si todo continúa según él lo dispone. Protestando por lo bajo, de la obligación en que lo ponen de joder una vez más con un presentismo que se paga bien, y por los lances en los que no se tuvo nada que ver porque si por él hubiera sido esto no hubiera pasado y no estaría pidiendo un permiso, antes trabajar enfermo o en pedo.
Cosas de viejo renegón, inaguantable esclavo, elucidaron algunos. Los mismos que dijeron que el padre de la niña se contuvo, estoico, en la llegada y la partida de las dos ambulancias destartaladas que trasladaron los cuerpos hasta la morgue, difusa denominación dada al rincón de un cuarto oscuro y poco aséptico del hospital del ingenio. Aferrado a un poste de luz, contra el que de a ratos golpeaba su cabeza, en un llanto reducido, medido maldiciendo la mediocridad, la suya, la de los suyos, por el esmero desaprovechado de todos por todos cuando se entregó la niña al negro y por lo tanto a su grupo de inadaptados.
Matones, varones y mujeres, que con indemnidad casi nada de idoneidad y mucha vanidad en número de tres se apostaron en la casa según informe policial, cuidando de evitar las posibles represalias inmediatas, de qué, de quién, si en el grupo no hay quien las tome y encima los pocos hombres de la familia son inseguros y prudentes. Desfalleciendo y descomponiéndose, como no lo hace el otro, que conociendo el paño, debe estar en estos momentos en la portería de la fábrica dando explicaciones que avergüenzan, en la oficina de seguridad e higiene, exponiendo ante tipos que son desde bomberos a soplones, trazos de sucesos que se conocen de boca a boca, por goteo, nunca por tracción personal, desde la indiferencia para reconocerlos como propios, desde la pavura que se tuvo de por vida para soportar los sufrimientos que significan la pobreza y el horizonte personal con fronteras fijas.
En los confines de la latitud y longitud del vino ordinario que se toma desde siempre, de la coca para después de la comida o mientras se trabaja, de los partidos del fútbol nacional seguidos gracias a la radio, o de aquellos en los que el gol se grita al tiempo de estar preocupado por no pisar la bosta de los caballos que se comen todo lo que encuentran en el potrero que además es la cancha del caserío y lugar de reunión de la junta vecinal que le da dolores de cabeza al intendente. Contornos del paso por el mundo que se aceptan espontáneamente, sin vueltas ni cuestionamientos, que hasta dan seguridad porque están generalmente aceptados como atributos de un machismo necesario para supervivir tanto en la calle como en el trabajo. Circunstancias especiales como la que se pasa, seguro de que las reacciones de los demás no serán más que los insultos, las maldiciones, los maleficios, los embrujos, los ensalmos, porque en la contra son de practicarlos, y los pocos hombres que hay son todos inciertos y cagones.
Cálculo deficitario habrá dicho, comentan, esa tía que estando fuera del escenario de los hechos como él, armó un escándalo, bajándole de un tirón la mitad de la camisa, pidiendo a los gritos a los ocasionales componedores que le realizaran dosaje de sangre como si eso tuviera algo que ver con los hechos, o con los chivatos entrometidos que en vez de andar metiéndose con la gente, deberían cuidar más el patrimonio de los patrones que anda choreando y garroneando medio mundo. Un embrollo complementario, y también ligado gratuitamente, comprometedor de una labor ofrendada por años enteros para terminar como ayudante de maestro azucarero, tanto cuidado cuanta meticulosidad desplegada en el tiempo en cada circunstancia en cada acontecimiento, para soportar sin chistar a los demás que confunden la soberbia, caparazón conseguido para evitar intromisiones, con la falta de afectos, con el arrepentimiento tardío de no haber besado o acariciado a ninguno de los hijos, lo que le tocó también a él al negro que fue bueno indulgente y diligente, el que ahora no está.
Que tuvo un accidente, eso sí, en el que por propia decisión involucró a la mujer y a los hijos, determinación de adulto que se puede cuestionar pero no condenar, mucho menos esos bolivianos maricones de porquería que amenazan y amenazan al vicio, prepotencias insurgencias indulgencias que siempre terminan en forma diferente a la que ellos esperan. Pobre diablo, pobre nena de papá, pobres niños, cuesta creer y convencerse, y es asunto hasta para quejarse con Jesús, Buda o Alá, que no importa mucho quienes fueron y quienes son, pero que permitieron este carnaval de desborde y de sangre, que se llevaron personas y acontecimientos que llenaban la vida, una vida de perros signada por la imposibilidad de pasar alguna vez, a una situación económica más holgada esa que nunca llega ni con la quiniela la timba ni con nada. Decisiones acciones que en algunos casos por propia disposición se toman, boludo el hijo, boludo el padre. El hijo porque por primera y única vez en tantos años zanjó sus emociones sin preguntarle a nadie sin pedir permiso a nadie, sin que influyera sobre él un juicio ajeno, al revés de cuando fue el momento y no pudo cosechar los beneficios de la independencia de intereses, cuando se le disipó toda posibilidad de disfrutar la autonomía de pensamientos y de hacer lo que le diera las ganas. El padre porque insiste en el reclamo virtual, infantil inútil y póstumo, de que los hechos consumados por el hijo le embromaron el trabajo desviando la vista de lo que importa, postergando una vez más las muestras del afecto tácito ahora más que nunca que es la última vez que se lo tiene a mano, el que nunca dio y jamás recibió por haberlo resistido hasta el cansancio, con todos los argumentos que sus cercanos repetían entre dientes cada vez que empezaba conque el trabajo es lo primero, y que si no es la faena la segunda prioridad la constituyen las excursiones de pesca con el grupo de amigotes que duran varios días y de las que vuelven también en conjunto y en pedo. Y continuaba con el listado de prioridades de obligaciones y distensiones y diversiones con motivo de las primeras, en el que nunca figuraba un momento para su familia, para los hijos ni hablar.
Boludo el otro hijo, el mayor, que en vez de protegerlo salvaguardarlo hubiera dicho el inteligente de la familia, en su ocupación de justificar la ausencia de un par de días, velar por la seguridad de la mujer que llora con el hijo en brazos y además tramita el sepelio y las despedidas, o por la de sus hermanas que valerosas y por cuenta propia tomaron la determinación de montar la guardia respectiva, se pasó recorriendo la casa preguntando y conversando con algunos de los que andaban de sus ocasionales ocupantes, preguntando por ahí y a ellos si se encontró dinero escondido en alguna parte, si se descubrieron objetos de valor ocultos en cajas de zapatos o bolsillos, aclarando alelado que no lo hace de malo ni molesto, sino porque su hermano tenía deudas pendientes con él que estaba a punto de saldar.
Temblando como hoja con la brisa, buscando la forma de disimular su descaro y antes, mucho antes, de escuchar las opiniones directas de mamá, que no la toquen a la vieja. Porque se sabe cómo ella lo resuelve todo en cada ocasión que se presenta, cuando hay que preservar la estructura de la casa, cuando para eso no alcanzan la altanería, la altivez, el engreimiento viejo y sí los golpes y las puteadas.
Cuando así, con todo el drama que se lleva puesto de mamá de la mujer, niña bonita, tesoro, encima se puede adelantar la descripción del itinerario, la travesía repetida en situaciones incluso menos angustiantes del papá que debe estar por ahí solo y golpeándose la cabeza contra algo. Desde el lugar en la vereda adonde estuvo a la puerta de la morgue, desde el hospital, a la vereda de la oficina del encargado de la empresa fúnebre que como si fuera un chiste se apellidaba alegre, escuchando las explicaciones, los discursos, las discusiones todo el tiempo, desde afuera, fumando un cigarrillo, sufriendo, haciendo comentarios que nada que ver mientras la procesión va por dentro, pobre hombre, cobarde y valiente.
Como soberbio y zonzo el otro, que tragándose el garrón por el que pasa le pidió a un conocido que avisara a sus hijas presentes en el lugar de los hechos, que recibieron el mensaje sin inmutarse, sin alterar la misión de guardias de nada, de nadie, porque hasta que la policía levantó los cuerpos, lo único que prevalecía en los alrededores eran los gritos y suspiros de dolor y de desgarro afectivo, cruces de palabras articuladas con vehemencia sobre las ideas y el sentir que se tomaban progresivamente, con el correr despacio de las horas. Nada más, sin embargo las hermanas permanecieron como defensoras interesadas en algo, la búsqueda del hermano, como cuidadoras desinteresadas que se cocinan por dentro en una histeria que no se evidencia pero que en cualquier momento se desborda y se manifiesta en una piña a alguien, en el arrojo de lavar los trapitos que se conocen en público, en un sentir lo mismo, si al final ellas fueron las elegidas al momento de dirimir las primeras madrinas de los niños.
Y en una ocasión como esta no valdrán los asentimientos ni las autorizaciones, porque hay preocupación para que todo este drama no se transforme en un estigma familiar que se repita, padre. Viejo borrachín y renegón inaguantable. Confirmaron los vecinos urdiendo con esmero sus anatemas, excusas, testimonios, subterfugios y blasfemias, en amparo de unos, en oposición a los otros, a favor de los unos en contra de los otros, guardando para sí y en un rinconcito el mínimo de inmunidad para no pasar de chismoso a ser parte activa de una crónica policial cierta.
En un cuaderno, en una hoja recuperada al dorso y amarilla utilizada como parte diario, debe haber quedado plasmada la contabilidad sorprendente de la cana, la suma de partidas dobles que se abrieron se cerraron se saldaron y se dictaron durante el procedimiento de concluir con una de las tareas menos deseadas esas que hacen querer que a uno la tierra se lo trague. Los vecinos insisten en manifestarlo en cada segundo, en cada minuto, en cada hora de esta noche larga hermano, hijo de recontramilputas.
Número uno, etiqueta percudida sujeta a la muñeca con hilo de cáñamo grueso y trenzado, cuerpo de mujer enteca con camisón blanco y sin prendas íntimas, herida de arma de fuego con orificio de entrada a la altura izquierda del abdomen y orificio de salida a la proceridad de los pulmones, edad aproximada treinta años, no presenta signos de violencia ni golpes visibles, se deriva envuelto en una cubrecama de fantasía amarilla con pintas de color negro, único elemento rescatado una pulsera labrada en cuero, alambre y ónice, con una aplicación pequeña en la que se distingue un corazón y las palabras i love además de una simulación de firma que dice yo.
Número dos y el mismo protocolo la misma parsimonia la misma manera de describirlo para qué hacerla fácil si difícil se entiende lo mismo y a los doctores de la ley les encanta, cuerpo de niño de un año aproximadamente, vestido con pantalón tipo buzo color turquesa y chomba de igual molde y color blanco, medias de algodón con motivos de colores, muerte por asfixia, se envía protegido con una campera azul de hombre y corderito adentro, sin secuestro de elementos complementarios. Continuación de la fórmula una y otra vez, seguidilla de identificaciones en el cuarto de los chicos mitad rojo y blanco mita azul y oro como los cuadros que amaban.
Número tres, varón edad cercana siete años, vestido de vaquero azul y remera amarilla con rayas negras y de otros colores, zapatillas tipo tóper índigo y medias blancas, herida de arma de fuego con orificio de entrada en sien izquierda y de salida en sien derecha, se retira en sábana de una plaza color rosado y sin retención de elementos extra.
Número cuatro, varón edad aproximada once años, vestido de vaquero también azul, chomba del mismo color y campera liviana celeste, sin medias ni calzado, presenta signos de violencia, moretón en hombro izquierdo y herida de arma blanca no profunda en el brazo de su siniestra, herida de arma de fuego a la altura de las cejas sin orificio de salida, se lleva también en sábana de una plaza de color rosado, y conservando los siguientes elementos, un billete ajado de diez mil australes, dos bolillas, una hoja de papel con composición del Martín Fierro, y un pañuelo.
Número cinco, cuerpo de varón, edad cercana tres años, ataviado con pantalón corto color marrón claro y chomba blanca de algodón, calzado con una zapatilla pampero de color rojo y sin medias, causa de muerte asfixia sin exposición de signos de violencia u otras heridas, no hay secuestro de elementos y se transporta en cubrecama verde claro con motivos circulares y negros.
Número seis, varón, edad aproximada cinco años, indumentaria, pantalón corto de color marrón oscuro y camiseta blanca, sin calzado, presenta herida de arma de fuego con orificio de entrada a la altura de la tetilla derecha y de salida en la zona del omóplato del mismo lado, sin signos visibles de violencia en cuerpo, se secuestra un hilo de trompo, dos latinchas y goma para honda, y se entrega en cubrecama de color bermellón y motivos circulares.
Número siete, el protocolo del hilo de cáñamo nuevamente alrededor de una muñeca, varón, adulto, edad cercana treinta y cinco, estatura que se estima uno coma setenta y peso ochenta kilos, vestido con ropa de trabajo, lona azul desteñida, y botines industriales color negro, presenta herida de arma de fuego con orificio en paladar medio y sin orificio de salida, sin otros signos de violencia en cuerpo, se secuestran una lapicera bic negra, un tester de bolsillo, un anotador, un llavero, dos billetes de cien mil australes, un destornillador philips y un pañuelo además de un juguete chiquito blanco como un trompo raro y cuadrado que no se sabe el nombre, se retira envuelto en una sábana doble plaza de color blanco.
Antepenúltimo expediente, intervención, para tan escaso personal que no se refuerza por razones de presupuesto, trabajo ingrato de informar que no se retira nada más, que ya se colocaron las marcas con tiza, y que se cuidó meticulosamente de dejar todo como estaba, precintando con papel y engrudo ventanas y puertas y punto. Trabajo desnaturalizado en ocasiones como esta, en las que se sabe que para muchos será única experiencia de toda la carrera, en las que con justificación o no se queda pegado de alguna manera a la fábula de la gente, al cuento popular, a una quimera.
Que confusión este velatorio hermano, que ilusión que desilusión. Que fastidio para los que van y vienen, que desconcierto, se los ve consternados, superados en los cómputos que hacían y sentencias que daban algunos de ellos cuando te comenzaron a llamar el loco, hermano y orate pelotudo. Los que te conocieron, y los que no te conocieron sin saber muy bien porqué también andan turbados, ceremoniosos y circunspectos, y se ve que resolvieron su desfile por acá en forma permanente.
El conjunto entero a la ofensiva y a la defensiva, cóctel curioso hermano, algunos como esperando una señal que reavive el fuego que se nota no se apagó todavía, como queriendo incursionar en un campo de batalla en el que la primera regla consiste en guardar silencio hasta que se prenda una mecha, con una actitud, un grito o lo que fuera, con silencios insospechados a propósito y de sospechas cruzadas, con los cruces de miradas en forma intermitente, que ya se produjeron unos cuantos y es de esperar que se produzcan otros. No hay, tampoco hubo, y a esta altura es de pensar que no lo habrá, como en otras ocasiones, alguien que realice comentarios que entretengan, bromas ocasionales, conversaciones amenas que por momentos permitan cambiar el foco de atención que en el transcurso de un drama deviene, aunque sea por momentos, no hay un inventor de treguas conocidas y esperadas para mitigar dolores.
En este sentido se trata de un velatorio no típico, porque en cualquier apiñamiento normal de éstos hay por lo menos un socarrón que propone el entretenimiento, la chanza, el lance, aunque trascartón el ocurrente se detenga, poniéndose cejijunto, severo y serio, y comente algo sobre su propia muerte o tire una alusión a la poca lógica de lo inexorable, hermano, chiflado, trastornado, hijo de recontra, malhadado, recontraremil, recontraputas.
Después de las que se produjeron entre cuatro y cinco de la mañana, las nuevas zalagardas y pendencias se reiniciaron a las siete y media. Es que a continuación del episodio del hospital, donde se decidió luego de marchas y contramarchas velar a todos juntos, y en el que prevalecieron sobre otras las sugerencias de tu tío que le costaran el disgusto con el hermano de la mujer, la treinta y ocho de por medio, pretensión de los otros de impresionar como pretenden hacerlo siempre con la zonzera y la soberbia, de dar testimonio de lo que no se porta con los genes de la ética o las conductas que se desmoronan con los apremios económicos, el allegado titular del episodio el imputado sin juicio ni condena partió en viaje de tres horas, inconvenientes de estar lejos de las urbes y sus comodidades, hasta el aeropuerto más cercano y disponible. Y retornó de allí casi en el mismo momento en que amanecía un poco tarde como sucede en invierno, acompañado del otro, estudiante avanzado de aviación en la escuela de oficiales, y el más quisquilloso por lo que vos y yo sabemos. Apenas entrado al club, el aprendiz de jefe militar se despachó con una denotación entre dientes contra tu madre, que en ese momento era consolada por enésima vez por unas lloronas vestidas de negro, incidente que generó una respuesta inmediata de tu hermano, que demostró en las últimas veinticuatro horas haber comenzado a poner en su morral responsabilidades adicionales a las que carga.
Resultado previsto figurado calculado de antemano, alta tensión de nuevo temperatura presiones, reales situaciones de riesgo que para algunos significa terminar con lesiones serias, repetición de tironeos, originales forcejeos y empujones, intervenciones ocasionales de comedidos, de obligados a la calma por la investidura, amontonamientos impolutos, lozanas oportunidades para algunos de aprovechar los descuidos con fines inconmensurables. Secuencia de torpezas e intemperancia, iniciada con la intención original y trunca de trompear a la vieja, primera ficha de un dominó maldito que ahí nomás se correspondió con el descuaje de un cuchillo por parte de tu hermano con el que acertó un puntazo en las manos del coya.
Aventones del padre de la nena en medio, sujeciones de la cana, y dos amigos que ocasionalmente defendían en un rincón y en contra de otros tu posición y a punto de zampar cachetadas fuertes a los entrometidos que intervinieron en la escaramuza, punto y coma. Porque éste, quizás de todos el más importante lío de los que hubieron por violencia y pujas y fuerzas encontradas, es el que sin duda marcó el punto de inflexión entre cómo se tomó lo tuyo durante las primeras horas, y cómo se dirimió posteriormente, y según supongo continuará ventilándose por un tiempo.
Antes de que los cuerpos fueran dejados en esos nichos conseguidos y flamantes, desprolijos, salpicados de mezcla fresca y derramada en cofres rectangulares construidos de ladrillones ordinarios mal pegados con argamasa, también donados por el municipio aunque en esta vuelta con la aclaración de sólo por cinco años, según anticiparon los que vieron y escucharon. Diferencias de anotar y tiempos de descuento, según la jerga que te gustaba utilizar.
Primero fue la sorpresa, el asombro íntimo y de golpe de los allegados, el estupor temprano y el sobrecogimiento, la desesperación y la bronca localizada en unos cuantos. Luego fueron la generalización, las ganas de venganza en grupos, los momentos de las vindicaciones, la oportunidad del talión para algunos y los obstáculos a la torna compartidos, el alboroto y la chamusquina de quienes fueron involucrados, directa o indirectamente, de los que fueron atraídos por el centro de gravedad de los acontecimientos, de aquellos que eligieron entrar en los líos por propia iniciativa. Una cosa fueron los resultados de tu acción para los cercanos y otra, los mismos desenlaces para los demás. Los primeros no tuvieron otro chance que tomar partido, en frío, en tibio o en caliente, los demás lo tomaron en caliente, a tu favor o en contra.
Por caso lo que le pasó al par de médicos que consumieron mucho de su tiempo con lo tuyo en los últimos años. Al que siguió de punta a punta tu accidente, que en una línea de justificación apenas llegado a la zona del desastre y en su carácter paralelo de forense, ensayó explicaciones científicas y no científicas delante de los que se pusieron a escucharlo. Al psicólogo, que reconoció ante el mismo público, de la omisión cometida al no haber alcanzado a ponerte en manos de un psiquiatra. Ambos, en ruedas de excusas, recordando el proceso que duró cinco años según sus estimaciones, coincidieron en la conclusión simplista que hay asuntos de clínica y específicos que no pueden ser resueltos por la gente y con los elementos de los que se dispone en el pueblo, menos si los patrones de la fábrica no están de acuerdo, entrometidos como son en la vida personal de sus empleados, como si fuera poco lo que se meten con la vida laboral.
Que la derivación es inevitable en el noventa y nueve por ciento de las patologías complicadas que se censan, y que a veces ésta es imposible por una cuestión de limitaciones de cobertura de la obra social de la gente y, en definitiva, por la imposibilidad de conseguir el dinero necesario. Confirmaron, con lo tuyo y también concordando, de las restricciones técnicas que tuvieron al calcular los efectos demenciales de tu enfermedad, la falta de máquinas no de personal especializado, para lo último con ellos era suficiente.
Al más joven se le deslizó una lágrima y creo que no de cocodrilo, reconociendo que con una conjetura, un mínimo de duda, detectadas a tiempo como para corregir errores de diagnóstico, se hubiera evitado el sacrificio de seis personas, considerando el final cercano, con cierre natural en tu muerte. Parecía que los hipocráticos estuvieran sondeando la suerte futura de sus prestigios, parecía que estuvieran pretendiendo neutralizar cualquier probable cuestionamiento a su capacidad profesional, la palabra la opinión que pudiera menguar la clientela conseguida durante años de trabajo y de muy buenos réditos económicos, más ahora, en estos días, cuando otros prueban para ingresar al ágora, un emporio confinado en el que sí o sí siempre aparecen requerimientos cuya atención no se quiere perder, un mercado cautivo, como se lo llama en cada charla íntima que se tiene en ese colegio médico que se fundó y que se está consolidando, en las reuniones que se mantienen, asado de por medio, y que se cuida con celo no sean escuchadas por nadie que sea extra círculo.
Uno bucólico, el otro famélico, por más que lo intentaron denodadamente, parecían no acertar con la expectativa de sus interlocutores, con encontrar los argumentos que permiten asentimientos inmediatos comprensiones inoportunas de un drama ahora irremediable. El más sereno, clínico retirado del ejercicio activo, perdió unos cuantos minutos para describir la progresión irreversible de la lesión que recibiste, de la manifestación de un tumor cuya evolución, agotó el diagnóstico teórico alcanzado con los conocimientos de una medicina palmariamente pasada de moda. Y de una actualización, lo piensa lo da a entender y no lo expresa, que no se realizó por culpa de los jefes, no de uno, ya que no reconocen ni los viáticos. Abundando sobre la descripción antes que sobre la naturaleza del mal, sin detectar que a uno de los que participaban de la consulta ocasional, la intuición es más fuerte a veces que la racionalidad, le sirvió el discurso para una facturación, siempre facturando, de porqué no se decidió a tiempo la derivación de la que se habla tanto, con ella se hubieran modificado números y ámbitos del final no deseado. Un tanto a más de los que lloraron tu muerte para alguno de los tuyos que no paran con eso de estar a la defensiva. El ansioso, por su lado, se concentró en repasar las continuas sorpresas que depara el laberinto psicológico en cada mente. El plasma, la sustancia que se integra con los años, con las culpas propias y ajenas, con el ego, el alter ego, la relación con los demás, tierra fértil que se siembra y da sus frutos, algunos no esperados. Habló de las emociones, de los sentimientos, de los afectos, de las convicciones, de las equivocaciones, de cientos de miles de equilibrios que sucumben algún día, en un instante, a raíz de algún factor interno o externo, por señales no sincronizadas entre lo que se tiene, lo que se quiere o lo que se adquiere. Extenso verbo para terminar diciendo que lo tuyo era previsible para una vida a plazo fijo, pero que no era predecible, ni fue legítimo que al plazo se lo pusieras a los otros, menos a los chicos, que contaban con un capital infinitamente más valioso que el que vos disponías, el de la vida, y por tanto merecían la oportunidad de sobrevivirte.
Avances inútiles para participantes descreídos, escépticos, que logran anotar otro tanto a más que es más y mucho más que los tantos a menos de los médicos, con la profusión de discurso académico y sin contenido que convenza.
Disquisiciones de galenos preocupados por evitar la disminución de clientes que se puede avecinar ante una publicidad adversa y perversa evidente, antes que consideraciones de profesionales jugados con antelación, antes que neutralizadores de efectos personales y sociales de las decisiones que tomaste. Los mismos que alguna vez te acompañaron en tu angustia y ahora pretenden estar del otro lado, alegremente, con opiniones sin sustento, solidarizándose a destiempo con nadie, por ello estuvieron mezclados en algunos de los últimos enfrentamientos que se dieron antes de las nueve, en buena hora hermano, porque ahí comenzó una procesión de niños y maestros que aflojó por un rato tensiones y malas intenciones.
Decir aflojar es poco, decir consternar es justo, decir tierno y aterrador es igual a decir mucho del momento mas sentido para todos. Disminuyeron las tensiones, sí, y la tribulación y la atribulación se convirtieron en congoja, sí, y lo mórbido primó sobre lo morboso de los presentes.
Primero estuvieron los niños del jardín, que en silencio y tomados de las manitos caminaron derecho hasta donde estaba el cajón con el Pichi. Enanos que estoy seguro no comprendieron bien las razones ni el motivo de la convocatoria si se los explicaron, pero que sí entendieron las explicaciones de la maestra de guardar silencio y de portarse bien, de la forma sencilla y correcta de despedir al amiguito, el angelito que hoy se lleva Dios a su reino, que allá lejos en el cielo debe estar muy contento de poder hacer lo que muchos queremos y no podemos, la maestra desvaneciéndose, menos mal que acompañada por la directora de la escuela que según lo que dijeron no recuerda jornada tan intensa en lo desagradable y lo larga, Pichi, chiquitito, que ayer nomás lloriqueaba con la cara sucia y los pelos parados, en el momento del aseo que todos los días nos tomamos para aprender buenos modales y ser mañana personas importantes, como papá y mamá, para qué enseñamos, para qué aprendemos, que hay algo más que jugar con la honda, entretenerse con la latincha, que hay todo un mundo más allá de aquello de insistir con el trompo, rememora la maestra, y se le van las ganas por ir hasta el lugar en que están los cajones de los padres, tirar de las solapas de su ropa y gritarles a ella puta y a él loco boludo, por haberse llevado a un angelito tan hermoso, si no fuera por la promesa dada a la señora directora que sufre triple, por el Pichi y dos de sus colácteos mayores. Por el que estaba en tercer grado, el más inteligente de los hermanos y de sus compañeros, el que venía bien con las tablas de sumar y multiplicar, con la ortografía y la geografía, que ante cualquier inclemencia del clima cubría sus cuadernos y otros elementos, y su manual del alumno de tercera mano. El mismo del Sopena resumido y desvencijado que guardaba para que no se le desparramaran las hojas en cuanta bolsa de polietileno y bonita que encontraba, el que ayudaba a los otros niños cuando se lo pedían en una prueba, el que era incapaz de culpar a otro de travesuras que por alguna causa se le endilgaban, el que nunca necesitaba de ayuda complementaria y de nadie en la casa.
Todos como sucede siempre una suma de atributos que recibieron un reconocimiento con las dos docenas de manos pequeñas de niñas y de niños, que se posaron suaves sobre el borde del ataúd angosto. Párvulos que para hacerlo prometieron no mirar, despedir a su amiguito así, sin más gesto que una mano en el cajón y la otra en el corazón, con entereza para entender las cuestiones de los grandes, porque el Luisi partió por iniciativa de su padre, con todos los suyos al cielo, al purgatorio, o al infierno, ese loco de mierda en particular, ya se lo veía, farfulla la maestra veterana que no necesita ni del control ni de la asistencia de la directora atiborrada de tareas y de urgencias y de coordinaciones. A él ya se lo veía tomar resoluciones drásticas en cada acontecimiento límite por simple que este fuera cuando pasó por su aula en los años sesenta, musita la docente, maldiciendo en simultáneo y por lo bajo, ya se lo notaba, intimidar con una mirada profunda, congelar los gestos en uno sólo, en el que más sirviera para lograr sus fines, insano de pura cepa.
Maldito, suspender la vida de un niño tan hacendoso, y de otros cuatro aunque no lo fueran. Yo lo afirmo y lo sostengo, lo dijo para que escuchen otros, sin suspiros que interfirieran, yo le tomaba las lecciones, yo lo examinaba y lo puse varias veces a prueba con la supervisora, dijo a su turno la maestra en el mefítico desfile, mientras acomodaba el pliegue de la tabla del delantal, blanco y almidonado, como ella.
Rígido, el que estaba en quinto grado, firme con el carácter, con las posiciones que fijaba, tal cual era el Guille recuerda la maestra, una flaca cincuentona y menudita que no puede evitar el temblor y el espasmo, o al menos controlarlo para que los chicos no se den cuenta cómo se acuerda de él ahora que no está, pichón pícaro y molesto. De una sola palabra aunque después diera otras, no para embromar sí para sacar provechos, niño que salió al abuelo paterno por lo engreído y cara dura, pero buen alumno también, no para guasearse ante los otros pero sí para salvar las calificaciones mínimas, las que permiten pasar de grado, estar en la promoción de todos los años. Que aprendía las lecciones por voluntarioso y no por inteligente como el hermano, que vencía su propia resistencia con lo tozudo y necio que era. Que seguía con obstinación las instrucciones, las consignas, y que tomaba con desatino su relación con los demás, custodiando en forma permanente para que en las mismas no quedaran mezcladas las cuestiones de la escuela con las de su casa, conservando la amistad con dos o tres compinches y equilibrando sus contactos con los otros, utilizando la coraza impenetrable de su personalidad para que no le descubrieran ninguna de las debilidades que tenía, entre las cuales proteger a la madre y a sus hermanos era la más importante. Héroe doméstico y recio, en especial cuando comenzaron los problemas y él promediaba los seis años, convertido en estólido hipócrita cuando con sus compañeros debía resolver una cuestión, y el tema tenía que ver con los que protegía más que con lo de él. Por lo demás, generoso, flexible cuando nadie bombardeaba su escala de valores con sus convicciones. Vicios, y virtudes suficientes para que también tuviera visita póstuma, para que sus compañeros desfilaran en silencio y rezaran un Padrenuestro y un Credo, con disciplina como indicó la maestra y controla la directora para ayudar con la descompostura momentánea de su colega.
Alguno de los niños había propuesto un momento antes, que alguien dijera unas palabras alusivas, y el designado aprovechó la oportunidad para contar que el día antes habían trabajado con una composición de Hernández, y que se habían divertido bastante ensayando estrofas de memoria, con mucho esfuerzo para el Guille que era un tipo, práctico, tuvo que apuntar la maestra, siempre apuntando, para que sus alumnos fueran bien evaluados por quien sea. También contó con las palabras que pudo, hilvanándolas con esfuerzo, que el día anterior este compañero que ahora se fue se había privado de comprar golosinas en el carrito de la escuela, porque su mamá le había hablado de algunos de los útiles que necesitaban sus hermanos y él la iba a ayudar. Así era, una mezcla de arranques malos y buenos, que durante las horas en la escuela se disimulaban con la candidez de los demás, y la de él, porque al fin y al cabo fue un chico que partió sano en afectos y sentimientos, hasta el último momento, al que quizás le faltó el tiempo para disfrutar de juguetes o de juegos pero al que jamás se le escuchó una queja, transmitir un problema, menos si se trataba de alguno propio. Una niña del mismo grado, sin que la observaran, dejó de recuerdo y en su pecho, una margarita estrujada entre sus manos, y murmuró unas palabras que no se escucharon porque quedaron tapadas por las de un discurso que en simultáneo comenzó un borracho que parecía haberse tomado todo el licor que pusieron para hacer liviana la noche. Motivo para que la maestra se acongojara una vez más e hiciera señas para irse, a esa altura eran como las once de la mañana, y la directora avaló la orden de retirarse, imposición que sonó a preocupación personal para librarse de algo desagradable antes que a iniciativa solidaria para seguir acompañando a los familiares que, parece por precaución recato o vergüenza, ninguno se acercó mientras estuvieron los niños de la escuela.
Decir putear es poco, que te recontra es bastante justo, querer encontrarle una justificación a lo que hiciste es mucho esfuerzo, para mí y para cualquiera, loco hijo del mil. Durante toda la jornada de este velorio absurdo y desatinado, estuve tratando de fundar en algo tu actitud de ponerle alguna base de darle un pinto de partida, tu talante, tu continente o lo que putas fuera te empujó a tamaña determinación, que entre paréntesis te confieso que acertaste con lo de tu partida, porque de otro modo muchos te hubiéramos obligado a hacerlo con más dolor del que tuviste compartiendo de esta forma el tuyo.
Estoy tratando de indagar en lo que conozco de tu historia, para descubrir la falla, el quiebre de tu inteligencia que no era poca, de tus equilibrios que fueron muchos de tus desequilibrios que no fueron pocos. Pero es evidente que me faltan elementos, de que éstos no son ni el contexto ni el tiempo adecuados, de que hoy yo no puedo más que maldecirte por lo que me toca de estos anales comunes, vulgares, porque no fuimos nada, por muchas de las cosas que pasamos, y el mundo no se modifica si cuenta o no cuenta con nosotros.
Por lo pronto, aterrado y alterado como estoy, y para concluir con este monólogo que inicié para vos hace unas pocas horas, te digo que me disculparás, lo que ya no puedes hacer y no me importa, pero en esta oportunidad hablaré con mis palabras, sin respetar lo que me pedías, de que las mismas fueran más de cristiano, más entendibles para un tipo llano como te encantaba calificarte sin serlo, palabras simples y no académicas según me cargabas siempre la tinta, olvidándote de mi condición de amigo y de profesor, único trabajo para el que quedé habilitado luego de tantos años en la universidad.
Académico, me llamabas la atención cuando me olvidaba y vos disimulabas no entender nada, académico, con la sorna vedada, sutil que utilizabas, aunque luego te disculparas, y uno comprendiera que en realidad se trataba de alguno de los resentimientos adquiridos con los años. Espíritu de burla continuada con la que te sobreponías de cualquier embate a tu capacidad o tu inteligencia que casi nadie te cuestionaba, de despecho por todo lo que fuera aprender o crecer por encima de lo que considerabas tu formación terminada.
Me pregunto quién te habrá convencido si te convencieron, quién te intervino sin intervenir directamente o quién te influyó sin quererlo influyéndote en forma directa, quién habrá sido la persona que te terminó sugestionando con todo esto, porque según mi criterio lo tuyo se podía vaticinar dentro de cierto rango de la demencia que al último te aquejaba y era evidente. Qué situaciones, circunstancias, acontecimientos, pueden anotarse de tu vida, determinantes de un final tan sangriento, tan injusto.
Yo supe de algunos de los inconvenientes que arrastrabas y creo que te acompañé en las malas y en la buenas, supe de la pobreza, de la impotencia para tener lo que se quiere cuando no se dispone del dinero o de los medios para comprarlos como se compra todo en la vida, del hacinamiento, de algunos traumas que te venían de tu época de niño o de joven. Por lo menos de los que más te embromaban, de esos temas que conversábamos como podíamos cuando tuvimos catorce, cuando estábamos cerca de separarnos por primera vez después de compartir travesuras, aventuras, presumidas, en ese año que pasamos muy unidos y en que apenas distinguíamos si bailábamos con los Beatles o con los que eran del Club del Clan, pero con un entusiasmo que nos alcanzaba para todo, hasta para enamorarnos de la misma mina que no nos daba bolilla a ninguno. Tiempo que me sirvió a mí, nunca supe si a vos, para verificar que dentro tuyo también había fibra noble, emociones, afectos y sentimientos sanos. Si me tuviera que jugar con una opinión diría que a vos también te sirvió todo aquello para bien, porque durante todos estos años guardaste el juguete que tanto te llamó la atención, el que mi padre me pudo regalar por ser más pudiente que el tuyo y después nos dimos cuenta que con poco desembolso, lo sabías y renegabas seguido con eso, ese juguete que yo te dejé como legado casi sin usarlo.
Como símbolo de una amistad que dio muchas vueltas con suertes diferentes y se extendió mucho, hasta ahora hasta este momento y no más, porque con todo esto debes saberlo en donde estés, perdiste esa categoría para siempre hermano, hijo de mil.
Cuándo te convenciste que debías hacerlo, porqué no me lo dijiste o lo resolviste conmigo, si después de todo conservábamos lo de niños cuando regresé de mi periplo universitario que no sirvió de nada de acuerdo a las expectativas de mi viejo, que de la Normal me envió a una casa de bajos estudios ridiculizábamos pero de las que hay unas cuantas en esta argentina de discusiones interminables sobre una educación que después no te sirve ni en la calle, esos enfrentamientos que por entonces se dirimían entre marxistas y los que no lo eran.
Debíamos haber hablado de lo que sucedió luego de mi retorno y no comenté de mi parte por el aprecio que hacia vos sentía, equivocado, así hubieras sabido que aún conservo las dos únicas cartas que me escribiste en ese tiempo y en las que me contabas que en la técnica donde te mandó tu papá no había tantos problemas como los de la escuela y la academia en las que estuve. Y hubieras confirmado que yo, como en la única misiva que se convirtió en la respuesta a las tuyas, seguía pensando lo mismo de cuando te decía que no eran problemas al contrario, que las luchas las manifestaciones la guerrilla incluso de esa época eran reivindicaciones del pueblo obrero, oprimido por años, y que vos, hijo de uno de ellos debías tomar las banderas de la revolución, como yo, que siendo de clase media las tomaba por solidaridad, divulgando las ideas, los principios, lo que fuera.
Así me fue, lo supiste, pero sinceramente volvería a pasar por lo mismo si hubiera tenido la oportunidad de cambiarlo porque una parte de lo que hiciste fuera diferente, alguien me dijo en estos días, consecuencias de lo que conocías, así a vos no se te haya escapado una palabra conmigo.
Adónde tomaste la decisión, en qué instante de una existencia que jamás comprendimos muy bien. Ni vos, que cuando nos encontramos tenías varios tantos a tu favor, habiéndote casado con tu primera y única novia, con los bebés que llegaron al comienzo, con éxitos en tu oficio, y otros logros sencillos pero importantes. Ni yo, que a esa altura había acumulado tantos en contra, deambulando por ciudades desconocidas, rescatando parte del tiempo perdido en el estudio que no era estudio sino timbas en ruedas de amigos y farras seguidas, trabajando en ocupaciones que no me interesaron nunca, hasta que tuve la oportunidad de volver seguro de no ser objeto de persecuciones arbitrarias o peligrosas, esas propias de los milicos los mismos que inventaron malvinas hermano.
Logros los tuyos valiosos en mi manera de ver las cosas de hoy y no de ayer y no se si de mañana, porque antes no figuraban en el abanico de pelotudeces y embrollos en los que me metía, por culpa de los que nos embaucaron de un lado o del otro de esa guerra estúpida por los argumentos severa por las muertes, una guerra que sólo puede hacerse realidad en un país bananero, porque nos creemos bananas y no por producirlas. Aprendí a valorar , y especialmente la vida hermano, que es tan sencilla como suena, los que la cruzamos la encarajinamos la doblamos como goma somos nosotros, loco hijo de mil. Algo me deberías haber contado, yo te podría haber ayudado aunque no lo creyeras y al punto que no te hubiera dado la razón. Si fue en la fábrica anteayer, si fue cuando te cantaron la justa con tu problema en un consultorio, quién, de qué, alguien en tu demencia te la habrá dado, pero no tenías derecho loco maldito.
Si vieras el despelote que armaste, la mayoría de los que andan caminando y dando vueltas ni se mueve, continúan con sus posturas de vanguardia y retaguardia simultáneas, y son casi las once y rondan y preguntan y apuran ya los que vienen por las soldaduras y a ocuparse de atornillar los cajones. El único que sigue teniendo fuerzas para seguir con las coordinaciones y la imposición de instrucciones parece ser tu tío, que estuvo hace unos minutos ante un grupo de asistentes, evocando las noches de doce de octubre que compartíamos en el Recreativo, él mozo nosotros niños como él unos años antes, cuando la travesura más ocurrente que teníamos era salir de atrás de una puerta o de cualquier otra cosa que nos ocultara un poco y decir Jorge Ardú cuando mueras que harás tú, asustando al que pasaba a los baños o a buscar comida o una naranjada.
Explicando todavía y además el muy chivo, que defendió con resistencia la idea del funeral conjunto, su opinión desde el comienzo de las discusiones, porque vos tuviste un concepto claro, propio y diáfano, de que la familia es una unidad que bajo ningún motivo debe separarse, una conclusión aberrante por lo desequilibrada, porque lo contrario, en vez de abrir hubiera permitido comenzar a cerrar heridas.
Convertirte en estrella con esto, cuando rechazabas todo lo que significara ponerse en evidencia, poner tus cosas en la comidilla de los otros, en el comadreo que negabas para vos, para los tuyos, para tus hijos. Ahora que lo hiciste, y me retiro antes de que se me parta el corazón y explote la bronca que contuve, sinceramente, le pido a ese Dios en el que nunca creí y que por formación en mis años de niño tiene que ver con Jesús y con la Virgen, que no te tengan ninguna consideración, que dejen a Satanás que actúe libremente, que bastante contento lo habrás puesto con tus decisiones y acciones.
Que tu alma no encuentre jamás la paz con la que nos hacemos todos el bocho en este mundo, son mis deseos para la tuya, exclusivamente. Y me voy muy apenado por los otros, ángeles que volaron de un instante a otro, por lo menos los tres que yo más quería, y supongo que los otros tres también.
Porqué no, si fueron niños que no tuvieron como vos y yo, la ocasión de disfrutar de sus mejores años, del trance de elegir por sí mismos lo que ellos vieran como bueno, de crecer y elegir atesorar los estímulos positivos de la vida, de esta vida la mía la tuya que ya no tienes. Incluso la de ella, a la que le quitaste el tiempo de sentir de nuevo como niña, con sueños, expectativas, ilusiones no empañadas hermano. Loco hijo de puta.
Toma 1.
Papá pidió la alcuza con el propósito de sazonar condimentando el puchero preparado por la vieja, y el Ariel se sintió obligado a buscarla. De los dos primeros era el menos contestatario de los hermanos, y ni que decir si se lo comparaba con los tres restantes todas mujeres, que desde muy pequeñas cuestionaban los mínimos reclamos, las broncas las protestas los aleccionamientos las indicaciones del progenitor, aunque luego se cumplieran y ellas cumplieran a rajatabla las órdenes las imprecaciones caprichosas, las salidas insospechadas a veces bochornosas. Para resumirlo, el niño ejecutaba sin objeciones las instrucciones impartidas con cierto toque de orden militar y cerrado cuando en la casa se celebraban las rutinas de comer o de dormir, a cualquier hora del día, durante cualquier día del año.
Así que, con la obediencia obligada y la sumisión que lo caracterizaban lo diferenciaban de sus hermanos, el muchacho caminó en silencio los escasos metros que separaban el comedor de la cocina, entorno éste entre fuego cacerolas y grasa vacuna donde reinaba su madre, y sin más dijo cusa. Cusa, cusa, insistió preocupado cuando comprobó que su mamá no lo escuchaba, ocupada como estaba con los menesteres de la comida diaria, tarea difícil por la limitación de presupuesto y que la obligaba a redoblar la imaginación, para dejar contentos a todos después de la progresión descendente y de metamorfosis a las que se sujetaba el alimento cotidiano, con las olas saturadas y la sartén chirriando como si fuera el quejido de alguien por lo escaso frente al número de comensales.
Para cumplir con esta ceremonia rico ritual de la pobreza, en su oportunidad, la mujer había recibido la consigna pertinente, el plato suculento con todas las propiedades de la manduca para el jefe de la familia, los dos cuencos siguientes para los varones que deben crecer sanos y fuertes para ayudar con la compra y el sustento cotidiano, los tres siguientes para las niñas que deben cuidar sus figuras para cuando sean mozas porque de otra manera no las casamos con nadie, jorobaba el hombre, siempre jorobaba, y el último para la vieja, total ella entre que dora, asa, tuesta o estofa, pellizca un poco de acá y un poco de allá, así que es la que tiene menos hambre de todos, y le debe funcionar muy bien la cabeza cuando le llega la hora de aprovechar todo lo que se trae del mercado y además lo que se elaboró para yantar. Cusa, repitió el niño más fuerte para cumplir su cometido, con algún escalofrío de por medio y la seguridad de la mirada intimatoria eterna inevitable del padre clavada a sus espaldas, y de que por tanto se le acababa el tiempo que sin decirlo le habrá dado ese viejo quejoso y renegón.
Cusa, cusa, se desesperó y su madre, como cualquier madre en el mundo, aún las excepciones, como cualquiera en la casa, por fin lo entendió y le dio la asistencia que pedía atemperando una emoción que ahora como otras veces ya se le estaba transformando en sarpullido.
Papá estaba a punto de reiterar la orden situación de situaciones escándalos trifulcas que todos trataban de evitar porque se aparecían de golpe sin esperarlas con retos y epítetos, descartados por lo inevitables improperios y lindezas de los que muy pocas veces se privaba, cuando el Ariel se plantó a su lado, extendiéndole el conjunto que sujetaba entre sus manos menudas, huesudas. Cusa, repitió nuevamente en un tono de canto cándido de victoria, como si en su inocencia se diera cuenta de haber pasado dos pruebas difíciles, la de satisfacer el pedido, la de su cumplimento en tiempo y forma, compostura que en el momento no le cayó muy bien al hombre. Suficiente, porque avivado de que un chiquilín impertinente pudiera filtrarse fácil por los atajos de la falta de respeto, la insolencia, la rebeldía, y que además pretendiera neutralizar así como así, las renegadas que a veces hacía sólo para que nadie las olvidara, utilizó la veta del sarcasmo, sustituto inmediato de la bravuconada cuando se trataba de denigrar a los cercanos porque a los de afuera nada decía la mujer cuando se insubordinaba.
Y, mientras ya utilizaba el aceite y la sal alcanzados por el niño, repitió al tiempo de insinuar una sonrisa, cusa. Palabra a la que sucedió una cantidad de minutos interminables de silencio, una cantidad apreciable de segundos como para pensar esta es sólo la punta del rollo. Un transcurrir de sigilo exagerado, de circunspección acostumbrada de respeto mal entendido, de broncas registradas de antemano y demasiado, de temores y de miedos que se acumulan con los años, por lo que se ve y por lo que cuentan y también por lo que no se quiere ver y se sospecha. Un no decir una palabra, de disimulo permanente, de discreción repetida aprendida a los golpes en el temblor inmaduro infantil de que el mundo son las cuatro paredes de la casa, la vereda o la esquina, y a lo sumo, cuando de pequeño hay que apechugar y resignarse a exigencias de trabajo y responsabilidades, en la certeza de creer que el universo se reduce a los ámbitos usuales y concurridos, escenarios insoslayables con personajes y todo.
Cusa, se escuchó de nuevo, sacudida de cabeza y risa más fuerte de por medio, cusa, Pelusa, comenzaba a bromear el papá con la mamá, que ni había pensado acercarse hasta la mesa, la mujer come después que alimenta a su familia, segunda regla de oro para una buena relación adentro y afuera, había sentenciado en otra ocasión el jefe del grupo. Intrusa, ilusa inconclusa cusa, comenzaba con la chacota grosera de toda la vida, en todo caso dirigida a la mujer, los niños eran pequeños y lo único que podían hacer con las edades que tenían era ir aprendiendo de subordinaciones y acatamientos, para lo que la madre debe estar encima de ellos, tercera regla de vaya a saber cuántas tiene el catálogo personal de sumisión al marido.
Cusa, ilusa, gentuza, empezaba con la chanza a sus parientes políticos, porque a los de él no, nunca ni se les ocurra, despacio chiruza pasame la alcuza, recitaba lento, levantando la voz que sonaba como el trueno en el inicio de una tormenta de verano, de esas que empiezan de prepo y transforman la calma en un instante. Cusa, merluza, intrusa, comenzaba a levantar el tono y la intensidad de la cargada, de las carcajadas, sin importarle nada de la mirada agrandada y preocupada de los niños, que clavados en las sillas y lugares que les correspondía en la mesa, no atinaban inmovilizados como estaban a esbozar palabra alguna.
Cusa, intrusa arremetía, al tiempo de saborear con torpeza cada bocado de la abundante ordinaria y nutritiva comida y se reía de su propia ocurrencia, esta vez de remarcar a la mujer para que entienda, cuando lo dude hijita al lar de los padres que es su original morada, cargaba a partir de las pocas lecturas que alguna vez hizo de Lorca, que acá sólo está agregada, cuarto principio a entender para lograr convivir en armonía. Repetido, como los otros, cientos de veces a lo largo de casi quince años de matrimonio, y por las muestras a repetirse otras tantas, le dijo la mujer al cura de la parroquia, cuando comenzó con la costumbre de buscar algún alivio espiritual que no cubría ni la obra social ni el dinero del que disponían. Ilusa, estrellaba su impunidad contra la zagala, obligada de por vida a postergar la irreverencia, a no tener la libertad y atreverse alguna vez a rebelarse contra la burla que se debe aguantar con entrega, con humillación, y despecho por quien se quiso y seguro no se quiere. Ilusa ni se querrá como vienen las cosas, de esclava que debe estar dispuesta cuando hay que satisfacer el instinto, porque de otra manera hay que bancar la elección de otros lechos, la búsqueda de otras mujeres, de la sífilis que pasó, y de otros hijos naturales que eso sí no se reconocen porque nacieron fuera del matrimonio. Quinto y sexto salvoconductos para ser una esposa perfecta.
Cusa, el cinismo y la burla, la soberbia y la zoncera, todos juntos, en un momento que se supone una familia común la debe pasar en calma. Mientras se come, mientras transcurre la sobremesa, en las distracciones que se tienen antes del descanso, oportunidades únicas en el día para departir de alegrías, de los avances o inconvenientes en la escuela, de comprensiones que se piden para enfrentar las dificultades de la calle. Cusa. Y no para andar insistiendo con eso de desaprovechar así las fracciones escasas de tiempo que se tienen, con tanta escoria oral que se escapa de la boca.
Era su costumbre. La de denunciar la omisión de los demás, obstinarse en rotular el defecto y el exceso, lo regular y lo irregular, la carencia y la tenencia según le conviniera. La de descubrir rápidamente lo que el otro se olvidó, minimizar lo que se acordó, criticar antes que alabar, acentuar la pifia y el desliz sin mencionar lo atinado, calificar con vehemencia y no elogiar, destacar la perversión y no la cualidad de las personas, de sus situaciones, de sus circunstancias. Olvidar que ellas son parte de un conjunto y no la parte mezquina de su condición de humanos. La de reírse cuidando que los demás no lo hicieran, intimidando con prisa y sin pausa a quien se le cruzara. Infamar, vilipendiar, ultrajar a destajo.
Asaz, rey en su universo, dueño de la última palabra y sórdido esclavo, maldecía su mujer en palabras más sencillas, de vez en cuando, descifrando largas reflexiones del sacerdote que la atendía, que la entendía, que mezclaba el latín con el castellano en sus oraciones y consejos.
Cusa, merluza, insulsa, insípida y vacía, el hombre como en un ciclo, como si nada, pasaba valles picos ascensos y descensos y mesetas sin importarle nada, mientras los suyos, testigos mudos y apremiados esperaban con impaciencia el retorno a la normalidad, a la tregua conocida con tensiones y periódica, que no muy seguido les permitía alguna autonomía para opinar, conversar entre ellos, y aunque más no sea para respirar tranquilos mientras la química permite digerir alimentos y mezquindades. Cusa, volvió a decir al tiempo de largar un ruidoso eructo de los que jamás disimulaba, regüeldo que era la evidencia de la cantidad de pan y vino con que se acompaña una comida pantagruélica.
Cusa me trae, Cusa me lleva, Cusa me alcanza la alcuza, terminó como ensayando, extendiendo a los demás sus últimas miradas desafiantes, esa era su práctica en el final de cada rutina de cada iniciativa perversa, de aquellas que él caratulaba de importantes en su manera singular de ver las cosas.
De ahí en más el Ariel quedó crucificado, nuevamente bautizado al estilo de su padre, inclinado como era a buscar apelativos para volcar su bronca y su insidia, identificado con el sobrenombre que lo distinguía, que repudiaba a veces, con el apodo que no le incomodaba si no venía con la carga de la burla original que recibió en la oportunidad, esforzándose en la prolijidad para cumplir con un pedido, el patronímico con el que la mayoría lo llamaba con cariño, el alias cuando tuvo problemas con la policía, con el mote en el potrero. Y cargó con esa seña hasta el final de sus días. Por entonces tenía poco más de ocho años, y la vida era hermosa a pesar de las complicaciones que se presentaban.
Hermosa con hache dijo alguna vez la señorita como hermosas eran las tardes en la escuela, jugando, inventando travesuras con otros niños y niñas, esperando las horas de trabajo manual, esas horas en las que se resistía con uñas y dientes las instrucciones de la maestra en la materia, materia para maricones ironizaban los changos cuando se distraía porque ella daba y temaba con diagramar en lana un dibujo sobre tela de arpillera, mientras en los descuidos de quien intentaba controlarlos él y los otros con plastilina armaban figuras variadas, uno de los juegos que más les gustaba. Divirtiéndose en las clases de matemáticas, con sumas y restas elementales, venciendo barreras para descifrar la utilidad de la multiplicación y de la división esa división que costaba, privilegios domésticos de período lectivo que separaba y unía a los grupos del grado. Esforzándose, sin mucha aplicación, para entender lenguaje y caligrafía, geografía, historia y las demás disciplinas que aburrían y que daban a lo sumo dos maestras, una de las cuales se iniciaba en la docencia e instaló con el Cusa una cuestión de piel y de miradas, ella había notado, y denunciado oportunamente y como corresponde, en el niño de entonces rasgos de conducta intimatoria, que ameritaban seguimientos especiales lo había dado a conocer a la vedel, pero como respuesta cortante de la directora le dijeron que en las escuelas estatales no se presupuestaban fondos para esos fines. Aunque él nunca lo sabría ni se diera cuenta, menos en los días en que la existencia era casi perfecta.
Perfecta como eran perfectos los sábados en la pantalla, lugar verde y de todos los colores imaginables al costado de la vía por donde pasaba diariamente un coche motor y de cuando en cuando trenes de carga que se esperaban con entusiasmo, sólo para admirar su blancura y su imponencia, y quien más y quien menos colarse porque a esa altura, la velocidad de las máquinas y los vagones disminuía ante la proximidad de la estación que estaba como a dos kilómetros. La pantalla en realidad era el meandro de un canal de riego para el cañaveral que, a ambos lados y sus latitudes parecía una gran alfombra mullida desplegada en miles de hectáreas. Era un remanso simple, pozo cavado en la tierra de unos tres metros de diámetro y uno de profundidad, con dos compuertas de hierro pesado a los costados, una para la entrada otra para la salida del agua. Una pileta de natación perfecta para niños cuyos padres no podían pagar la cuota o la entrada de los dos únicos natatorios del pueblo. Allí concurría, con asistencia perfecta, el Cusa y sus amigos todos los sábados a la una de la tarde, los casi ocho meses de calor que se soportaban en la zona, siempre que no lloviera porque sino era aburrirse en la casa, inmovilizarse en la galería que daba al patio tirando piedras de todos los tamaños a los charcos.
En la pantalla, que además era lugar de señales ferroviarias, se animaba con los concursos de zambullidas, y de nadar sin ropas ni técnicas, que se organizaban entre las docenas de concurrentes con edades parecidas. Pescando mojarras que se guardaban en latas distintas, otras se utilizaban para las lombrices, recipientes de descarte juntados por las madres o producto de excursiones de cirujeo que significaban historias distintas de aventuras compartidas, caminando por canaletas de desagües que parecían inmensas, asombrándose con el tipo de desechos acumulados en las veredas de las casas importantes Imaginando ser Tarzán, o Robin Hood o Bátman, colgándose y descolgándose de los sauces llorones que crecían a los costados del agua del canal a lo largo de un par de kilómetros. Allí se quedaba todo lo que podía, hasta las siete u ocho de la noche cuando había que regresar, y el ocaso comenzaba a prestarse para el relato de leyendas fantásticas increíbles, que por lo general los mayores utilizaban como argumento para convencer a los menores de los grupos.
Comenzando por la del farolito que hacía poner la piel de gallina, imaginando verlo a la distancia cuando en verdad las luces intermitentes y lejanas eran la lumbre utilizada por los chacareros en sus rondas nocturnas, siguiendo con la de la novia sin cabeza historia más densa por lo sangrienta y menos luminosa, porque confundida con las sombras de la noche había posibilidad de toparla a esa vieja fea de nariz como un carancho que a veces salía dibujada en las revistas, con eso asustaban los mayores siempre amenazaban, y terminaban con la historia del familiar, la del duende o cualquier otra que inventaban, de las que se repetían una y otra vez, agregando y sacando partes del cuento, de acuerdo al interés de quienes los contaban. Con la imaginación a mil por horas el Cusa con sus amigos, regresaba a su casa.
Con la expectativa puesta en otro de sus días preferidos, el domingo. Que significaba todo un programa que comenzaba con ir a misa de las nueve de la mañana, concurrencia que la mamá no perdonaba con la explicación de no sé qué ropa se necesitaba para suplir ese servicio con el mismo en horario de las once, así de arriesgado él se ofreciera insistiendo a oficiar de monaguillo, ayudante que no sabe el latín y por lo tanto no puede serlo, abjuraba la vieja acomodando trebejos, insolentándose. No importaban, ni se entendían, las cuentas de ofrendas para ricos y pobres, para notables y los que no lo eran, para empleados y obreros, largo listado que enumeraba la mujer cada vez que se levantaba de mal humor, que eran unas cuantas. No importaba eso de concurrir temprano porque ese era el inicio de una línea del programa largo y divertido que también concluía cerca de las ocho de la noche, coincidiendo con el inicio del peregrinaje de la semana, con los turnos de papá y las novedades en la escuela y el trabajo. No importaba nada, sólo había que pasar las plegarias, los responsos, el sermón y el evangelio del cura, y ya se disponía de todo el tiempo para comenzar con las chiquilinadas de cada instante de las jornadas parecidas.
En rutinas divertidas repetidas hasta el cansancio que consistían en esconderse a mitad del campanario, acurrucado con los amigos, en escaleras de madera endeble durante todo el tiempo entre la segunda y última ceremonia de la mañana, momento que concluido significaba el próximo esparcimiento, juntar hormigas en el mismo lugar, y arriesgarse subiendo hasta la punta, y desde allí abriendo las manos de golpe lanzarlas a su suerte y al vacío sabiendo que al nivel del atrio las esperaban otros niños del grupo, que nunca llegaban a verificar si los pequeños y livianos insectos sobrevivían si eran los mismos que se lanzaban o simplemente los que acarreaba el viento. Esto duraba hasta el mediodía, hora del retorno a la casa y de encontrar aún con las limitaciones, los domingos no se reniega sentenciaba como séptimo cartapacio el viejo y no lo cumplía, humeando alguna pasta lograda después de mucho trabajo y de estirar la plata como chicle o la misma pasta que pasaba por varias manos, o el asado completo que prefería el Cusa.
Después de la comida, única por su tipo y cantidad en la semana, se continuaba con la matinée, mirando alguna película de cowboys o de Cantinflas, a las que nunca se prestaba la atención que se daba a las golosinas y pochoclos, por esto el argumento se perdía y luego, andanzas de niños en cualquier lugar del mundo, se lo describía a medias para aquellos que por falta de plata no podían burlar el control del boletero, costumbre de todos los traviesos y cortados del grupo. La última aventura del programa dependía de la época del año, y podía tratarse de un partido de fútbol, ensayar para integrar un misachico si la fiesta era navidad, año nuevo o reyes, ensayar para estar en una comparsa o en una murga si era carnaval, concurrir a las quermeses si se trataba del festejo del patrón religioso del pueblo, o seguir de cerca la retreta de la banda de música que llegaba de una ciudad vecina si la celebración se hacía con motivo de una fiesta cívica o folclórica, con un complemento si se contaba con más de cinco años, algunos integrantes del grupo que recreaba marchas militares eran niñas vestidas con polleras muy cortitas y de molde militar a tablas y a rajatablas, lo que en forma fácil hacía volar la imaginación de cualquiera de los truhanes.
Momentos, soplos fugaces, periquetes efímeros que permitían atemperar los otros, los difíciles, que eran también partes del correr de todos los días. Cuando había que volver a la normalidad y los mayores se acordaban de las limitaciones económicas de las quejas de las maldiciones y por consiguiente de las cosas materiales que faltaban, del hacinamiento que incidía sobre cualquier equilibrio familiar logrado durante los intervalos disminuidos y gratos. Cusa no contaba con edad para sufrir esos momentos, pero sí con cerebro como para recibir las instrucciones que le daban, y con voluntad para disminuir sus resistencias a tanto enojo y problemas en puerta. Así de golpe un día se dio con su primer cajón de lustrabotas y las disquisiciones respectivas pertinentes y simples de sus mayores. Adónde debía concurrir y cuánto debía cobrar de acuerdo al tipo y al tamaño de zapato que le tocara limpiar.
Así de inesperado el suceso un día, comenzó a recorrer las casas del pueblo en los mismos horarios de los entretenimientos, a armar su clientela, y a llevar el dinero a casa para ayudar con alimentos y los útiles de la escuela. Primero lo rechazó, luego lo aceptó a regañadientes y luego lo asumió, porque descubrió que en los periplos de trabajo gozaba de alguna libertad para otros juegos que lo distraían tanto como aquellos con los que soñaba y esperaba que llegaran con su ansiedad ingenuidad de niño. Le llevó tiempo aprender el oficio de lustra de lustrador que promocionaba el espejito dejado en el calzado aún por gastado que fuera, le costó inventariar los elementos y los momentos que para él eran trances de lo agradable a lo desagradable de lo malo a lo bueno, armarse de la paciencia para descifrar sus utilidades alcanzar la habilidad para el uso de los paños que debían casi estar encerados con el tiempo, aprender el manejo de los cepillos cuya cerda debía ablandarse, corregir sus confusiones, porque en esto los colores primarios no eran iguales a los que se enseñaban en la escuela, ese azul, el amarillo y el rojo que servían para armar bocetos vistosos a partir de los cuales, la maestra machacaba, siempre machacaba, se formaban los matices de todo el espectro del arco iris no eran iguales cuando se laburaba. Las tonalidades de la pomada, de la tinta que ayudaba a lograr el brillo eran el marrón y el negro, a lo sumo el incoloro que se utilizaba indistintamente y cuando había calzado de color sospechoso. En sus días de iniciado, Cusa se aplicó a cuidar el cajón, aprendiendo de los que andaban con enseres parecidos, cubriéndolo de tachas doradas y plateadas, flecos de distintos colores, y a pintarlo con los tintes que identificaban sus clubes preferidos que por aquellos años eran el atlético de la zona y Boca Juniors. Cusa que lustra, cusa-cusa, alardeaban algunos de los clientes que lo querían, y lo cargaban de trabajo, más trabajo, mejor trabajo, más dinero, a no quejarse hijita, octava sentencia del viejo a la vieja, y que además de pagarle le procuraban algún alimento, y le daban ropa que en más de una oportunidad su madre rescató para que sus hermanos concurrieran a la escuela.
Hay que romperse el culo trabajando, en la fábrica o en la casa, había escuchado en días cercanos y sin entender muy bien, cuando su padre recitaba la novena consigna a su madre, no hay que enfermarse, décima, así que el Cusa tomó en poco tiempo la tarea como una obligación propia dentro de su grupo y no le escapaba al cumplimiento de horarios o inclemencias del tiempo. Ya hacen más de cinco años que corrieron al general que nos protegía, así que hasta que vuelva nos tenemos que atender por nuestra cuenta, más ahora que ha reculado y lo metieron en cana al último presidente, un flaco que por lo que dicen no tiene físico ni para aguantarse la cárcel de Martín García. Ya regresará Juan pirulito, hay restricciones para nombrarlo, y los pobres volveremos a tener viviendas, pan dulce y zapatillas para nuestros niños, y campeonatos deportivos, y a ser tratados como seres humanos en los lugares a los que concurramos y etcétera y etcétera, discurseaba papá en cada borrachera larga, que así identificaba a los cambios de turno que le permitían descansos de poco más de veinte horas.
Equivocándose como sus compañeros, retractándose como él mismo, porque por esa época todo iba de mal en peor para los trabajadores, para los del campo, para los de la fábrica. Dos años atrás habían perdido, con alcance nacional, una pulseada con los patrones por reivindicaciones reclamadas durante casi sesenta días de huelga, en medio de amontonamientos y forcejeos callejeros que se produjeron con funcionarios y representantes de la empresa, en gobiernos de milicos y de golpes de estado no se embroma, estrenaba sus consignas laborales el viejo ante un público menos subordinado que el que tenía en su casa.
En la misma línea progresiva de las pérdidas populares, pocos meses atrás, y por orden directa de directores y dueños, una dotación de obreros había arrancado el busto de Evita que estaba en la plaza que por los mismos motivos se cambió de nombre, volveré y seré millones, para un compañero no hay nada mejor que otro compañero, no es lo mismo replegarse en una batalla que escapar, acometía el hombre, siempre acometía, debatiéndose entre su poca formación y las enseñanzas de quien fuera su líder indiscutido, con todo el cuidado que requieren la clandestinidad y las aspiraciones personales de ganar más dinero con el trabajo que se aporta. Así las cosas, no quedaba otra salida que acostumbrarse a las imposiciones que bajaban como cascadas en nuevas reglas de juego. Algunos perdieron hasta la vida en el camino, otros lo entendieron, como papá que logró que lo ascendieran cambiándolo de estibador a ayudante de capataz en la zona de cocimiento de crudo. De todos modos, el trapicheo no le cambió los hábitos y poco, muy poco, la disposición de monedas en el bolsillo.
Los principales gastos los hace quien gana el dinero, onceava consigna para que no lo jodieran, así que mejor trabajo, más dinero, más de éste para comer y chupar con los compañeros, doceava y neutralizando, siempre neutralizando, solicitudes extras de la mujer, razonamientos que con el adicional se podría mejorar en tranquilidad con lo que necesitan los chicos. Yo tampoco tuve algunas cosas a su edad, treceava sentencia, y por lo tanto no se van a morir porque les falten algunas, catorceava.
Discurseadas de trancas inolvidables, de cambiar por lo bajo o lo alto ideas con compinches del trabajo, compadres cruzados algunos una de padrinos y ahijados por todos lados, con la mujer y los hijos por lo menos los mayores que, cuando las reuniones se realizan en la casa, deben estar al servicio de los invitados, quinceavo laudo. Reflexiones de curdas cruentas, para las que después de frecuentarse mucho, se establecen también códigos de silencio para el tratamiento de ciertos temas, como forma de evitar cargas y cargos pesados y resoluciones que pueden terminar con alguno en el hospital o en la cana.
Razones que se dan en cogorzas pestilentes que se arman para comerse un picante de pollo, una cabeza guateada o un asado, y hablar en extenso sobre las injusticias de la vida, las desventajas de la privación, la deslealtad de algunos jefes, la traición de amigos que se venden al mejor postor. Peroratas y arengas que se dan en temulencias que terminan en sobremesas que no se interrumpen hasta el amanecer, con coca por el pasto y fernet con coca por la bebida, porque en horas hay que volver a los turnos esclavizantes, sin feriados ni interrupciones extraordinarias, durante los cuales no se puede bajar la cabeza, porque si se la baja hay serenos entregadores. La mona inmanejable de los descansos largos y de los primeros de mayo, la merluza total Cusa.
Reuniones que molestan, porque interfieren en los programas del otro día, sean de juego o se refieran al trabajo involuntario. Porque la casa es chica, de barrio VEA, de vecindario pobre, queja de mujer que nunca se escucha, conminaciones de mujer que pide hasta el hartazgo, no para ella que a la altura de estos tiempos no tiene escapatoria de la celda en que la pusieron, sí para sus hijos sujetos a tantas restricciones. Aunque el patio sea grande no es cuestión que estos borrachines no dejen dormir a las gallinas y aguantar, al día siguiente las quejas del otro, porque encima no pusieron la cantidad de huevos que él espera que quién los andará afanando reclama. Exigencia legítima de hembra que no se resigna que seguido se persigna y reza el padrenuestro y el credo, que creyó alguna vez, de joven, poder ascender a un nivel donde las privaciones no sean tantas, ni tan elementales, que al menos sus hijos pudieran hacerlo, estudiando con comodidad, de grandes consiguiendo trabajos bien remunerados.
Tribulaciones de mujer que ve volar sus sueños, como palomas mensajeras sin viajes de retorno, que en sus figuraciones oníricas de musa prendada y preñada temprano, ilusionada, construyó castillos en el aire que hoy se desmoronan. Setenta metros cuadrados, están en la carpeta que dieron cuando entregaron las llaves, dos habitaciones de tres por cuatro, un living comedor con poco espacio para los muebles, una cocina que más que eso es un pasillo, y un baño que aunque completo parece un pañuelo. Pesadumbres no compensadas de mujer que se resigna y no cambia, el viejo al final afloja, rememora una promesa de muchos años, y uno se debe dar vuelta con lo que tiene de acuerdo a sus necesidades, papá y mamá duermen en la misma cama y solos, dieciseisavo fallo del viejo renegón y pendenciero, y buscar, imaginando, hembra solícita, todas las alternativas que se tengan para descansar lo mejor posible, ambiciones sibilinas que nunca se cumplieron y por lo que parece no se cumplirán como van las cosas, enésimo reclamo de mujer sumisa, de mujer que así nomás no se vence. Los niños y las niñas en el mismo cuarto, en el mismo firmamento de una pobreza que amontona, y que encima, con el corazón grande se dice, se ofrece a todo peregrino allegado, pariente o amigo que lo pide. Si se dispusiera de una pieza más, de un salón grande que alguna vez se pensó para instalar una despensa, aflicciones de mujer diligente de los primeros tiempos, pesadumbres que se cargan sin remedio, algo más, que permitiera poner a los varones aparte de las nenas, ellos crecen y no tienen posibilidades de intimidad o expansiones. Algo más, para colocar al Cusa y al Juancho que ya andan por los ocho y los once, que trabajan todo el día y encima estudian como para volver a la casa adivinando todavía cuál de las camas les toca en suerte. Algo más para que estén las chinitas, que vienen como escalera por detrás de los otros, y pintan para grandes y voluptuosas.
Es de pensar qué hubiera pasado con seis, cae una lágrima mujer afligida, de ese primer embarazo no concluido, de esa frustración de cuatro meses que terminó en una chata y con una de las repetitivas, repentinas consignas, ya vendrán los otros como escupidas seguiditas, diecisieteava. Desventuras de mujer insatisfecha, quéjese de lo que quiera menos del sexo hijita, que para eso me avisa, dieciocho, el Juancho ha protestado, reclamo de mayor y es el que más trabaja y tiene compromisos más angustiantes, como prestarle a los otros o cubrir los baches del viejo que no son pocos, como anunciar que no continúa los estudios con el primario terminado, y que con esos motivos lo menos que puede pedir es que lo dejen dormir tranquilo. También la Chili apareció con argumentos, diciendo que el otro día los había pescado a los varones mirando sus bombachas cuando se cambiaba, tormentos de hembra hacinada sin armisticios, con recuerdos de jornadas más comprometidas y calladas, desventura de madre desesperada, acorralada entre aquello que se sabe por instinto o por un guiñe misericordioso de otros, y lo que le dicta la pobreza o la impotencia.
Problemas que se aumentan cuando llegan parientes de visita y no se los puede mandar a un hotel porque ellos atienden igual de bien sin preguntas o devolviendo problemas, mujer apremiada por abalorios imaginativos para salir del paso, convencida que las instrucciones recibidas pueden en ocasiones convertirse en trueques maritales, ella también tiene imaginación y prole, que rescata ajuares escondidos por falta de lugar en el cachivachero, colchones y almohadas percudidos, sábanas y fundas ajadas, que se consiguen para armar algo parecido a lo digno que utilizan tíos, tías, sobrinos, abuelos, y cuantos pasan por la casa con algún motivo. Como ahora su hermano de quince que los tatas se lo endosan diciendo que está inaguantable, y que es probable que se corrija en la distancia, ancianos de mierda que saben cómo uno vive y encima lo mandan. Hembra agotada de rumiar frustraciones, que todavía reacciona rápido a la oportunidad, mujer que negocia con el viejo las últimas visitas, que intenta convencerlo de la doble carga que lleva, él los invita y ella los atiende y recepciona todas las puteadas transformadas en sentencias.
Mujer avezada en procesar las contestaciones negativas convertidas rápido en imposiciones, a las ordenes las da el jefe de la familia, el cumplimiento de los encargos es por cuenta de los demás, diecinueve, y a callarse la boca y no escupir para arriba, que si atiende bien a los parientes políticos así ha de atender a los propios, veinte.
Musa de interminables desventuras, ninfa de sueños que siempre se cumplen en contra, hembra con exigencias ingentes, mujer creyente que reza, dichosos los que sufren, y sufre, porque de ellos es el reino de los cielos, dichosos los que lloran, y llora, dichosos los sometidos, y se somete, porque ellos entrarán en el reino del Señor, y dice oraciones seguiditas que ayudan a tener oxígeno, a continuar con la limitación y lo paupérrimo, a no pensar en los resultados de las providencias que se toman o que se dan porque sí, después de todo el niño grande puede ser el hijo mayor que no tuvieron, y es un hermano que por ahora no tiene adonde caerse muerto, que después de todo en donde comen dos comen tres, aunque sean ocho, viejo carcamán y dubitativo, acostumbrado a llevar la contra, en especial cuando está apremiado por sus prioridades, por sus presentimientos y resentimientos, por los enfrentamientos con ella, así que éramos muchos y parió la abuela, sentenciaba con sarcasmo el avezado en doble piña oral, seguro de su tanto número veintiuno, y que ninguno cuestionaría su urgencia de dormir temprano con la excusa del ingreso al turno de las cinco de la mañana.
Mujer solitaria enfrentando los problemas que no genera, avezada ama de casa que se las arregla, preciada mamá de los mimos y de las caricias aisladas, de las comprensiones atinadas, del mal humor permanente y el reto desatinado, crisálida de ocasionales explosiones de histeria, chiruza apurada, acorralada en forma invariable, Cusa.
Chiruza que me amuraste, comienzo cantado mujer, de segundo capítulo para lidiar con las estupideces y las contenciones de todos en la casa, de renegar y al mismo tiempo recordar el bagaje de instrucciones impartidas oportunamente bajo la forma de mensajes, consignas, preceptos, laudos, sentencias, mandatos que significaban una delegación muy peculiar del poder, relativo por donde se viera, porque el incumplimiento por parte de cualquiera de los insurrectos domésticos se disparaba con blanco seguro a partir de sus efectos, una bronca exagerada, alguna sanción menor en la fábrica, una puteada de antología.
Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias, preludio conocido mujer, de tango para comenzar con los nervios y temblar pidiendo a Dios que con los años los niños y las visitas que se quedan entiendan sobre la relación entre un buen descanso y el rendimiento en el trabajo, el de él porque el de ella en el hogar no lo es, que así se pierda el mundo no se puede embromar con ninguno de los dos, menos con la acotación puntillosa de sus tiempos de cumplimiento, ocho horas para dormir igual a ocho horas de trabajo efectivo de acuerdo a lo que piden los jefes, veintidós, y a comerse el garrón mujer, de ver si alguno o algunos de los niños están enfermos, si otro u otros requieren la ayuda de una analfabeta para terminar con los deberes, supervisar el conjunto de problemas que tienen todo el tiempo, escucharlos a veces, hablarles otras, mientras se controla que esté limpia y disponible la ropa de trabajo, las alpargatas y las provisiones para preparar la vianda. Verás que todo es mentira, verás que nada es amor, vaya a saber porqué una estrofa de esa música del arrabal como si fuera un llanto un reclamo permanente, quizás su origen mediterráneo, de allá donde el país es o grandes ciudades al sur o interior al norte, la letra de un cuatro por cuatro cualquiera, el principio, el medio o el final de una canción ciudadana cuando se vive en un pueblo, anuncio ponderado del inicio de otra de las ceremonias importantes para el viejo, mensaje incuestionable para horas inverosímiles y muy dormidas por culpa de los turnos, otro prurito característico del ducho en todo, fijar la cabecera del error en otros o en las cosas, él no está ni para equivocarse ni para retractarse, los horarios de inicio de la tanda de descansos son las seis de la mañana, las dos de la tarde y las diez de la noche y a pelarse, el que lo quiera saber ya lo sabe, y el que lo quiera comprender lo comprende, le guste o no le guste.
Cumplir con las advertencias y aguantar con la boca cerrada lo que ocurre, desde lo más sencillo a lo complejo, mientras el viejo duerme, ensayar soluciones sin despertarlo, total para lo que aporta, probar chistidos para reprender cada travesura de los niños, el dedo en un enchufe, romper un vaso, atestar el inodoro con papel higiénico, decir en voz baja cientos de carajo, y atenuar el barullo que se arma con lo que descubren ellos en cada una de las edades que pasan que vienen pasando a los tumbos esos tumbos que no le importan a nadie, el primer ajó o los primeros pasos, llamar la atención de quien pudo no haberse dado cuenta de llegar justo cuando no son horas de visitas, ni de reuniones sociales, ni de celebraciones importantes, alguien que trae un encargo de alguien, quien se llegó con un presente, quien vino por un cumpleaños.
Una tanda de descanso igual a una tanda de silencios, ironizar con él o con ella misma es igual si total para lo que ella sirve, alcanza para ambos, una tanda de reservas fingidas, de comunicaciones encubiertas, porque así el viejo no lo sepa o no quiera darse cuenta, el mundo sigue girando con los que lo habitan, entre los que están ellos, los demás, los que no son él, que deben continuar con sus historias aunque éstas se escriban a señas, en rondas matinales, vespertinas y nocturnas, viviendo al estilo de los demás pero comunicándose con alfabetos o compilaciones de cautela doméstica acuñados en años de padecer lo mismo sin remedios a corto plazo.
Desesperarse con una discusión que se arma por intrascendente que parezca o que sea, un cruce de palabras, de opiniones de razones de sinrazones que signifiquen elevar el tono de las voces a decibeles que no son normales para el descanso, desalentarse con un llanto de queja y con un puño cerrado de impotencia porque los reyes magos no dejaron, o trajeron cambiado, lo que se pidió en una carta escrita con errores, con lápiz, en un papel manchado con grasa de las empanadas del domingo, irritarse por preguntas que se sabe no llegan ni llegarán nunca a tener respuestas, por ser íntimas, motivos de vergüenza, presunciones sobre la capacidad de responderlas, caso las que calla el Juancho al que se le ha comenzado a parar frecuentemente mientras le sale un líquido viscoso que no sabe, abatirse por el espasmo, temblor o escalofrío, que se percibe en cada niño de los cinco, cualquier mañana de invierno, por no disponer de una camiseta o de un pulóver, de unas medias que no se pudieron comprar por falta de plata, consternarse por la más simple imposibilidad de darles gustos tan sencillos como cocinarles lo que les gusta, hacerles seguido una tortilla a la parrilla, o buñuelos en cada desayuno o en cada merienda.
Alarmarse porque el visitante comenzó con caminatas y paseos no comunes en el movimiento de la casa, orinando dos o tres veces en la noche y a la madrugada, pasando largos minutos en el baño durante el día, con actitudes, comportamientos que no se corresponden mucho con la edad que tiene, regresiones de las que no se sabe mucho pero que se le vienen manifestando, repimporoteadas confianzudas que tuvo hasta con el viejo, fuera de lugar completamente con los pocos meses que lleva incorporado a la familia, contestaciones, razonamientos de aprendiz de malandra que nunca se permitieron ni siquiera a los propios chicos de la casa.
Ponerse alerta con la evidencia de que algo pasa, y que se hace necesario observarlo porque es un hermano que se conoce poco, y un extraño al fin y al cabo que por un capricho de los padres se lo incorporó como un miembro más de la prole. Andar con disimulo hasta saber qué es lo que se busca, parte más difícil de una pesquisa obligada por la sagacidad de madre, de mujer al natural que ama a sus hijos, buscar hasta encontrar elementos para una batida que permita acomodar en el desorden, ordenar roles en el hacinamiento, poner las cosas en el lugar que corresponde, sondear detalles que no son evidentes, rastrear hasta el cansancio, alquimia de mujer intuitiva que cubre sin muchas luces las dudas y requerimientos de sus hijos, que vigila sin escoltas. Agitarse con el estupor de comprobarlo, de verificar que en una noche calurosa de verano, entre las sábanas, el monstruo, el animal abraza y se refriega contra el cuerpo de su hijo de su hijito, del Ariel que acurrucado sigue con su sueño, confirmar que la sospecha se convierte en realidad, suponer de antemano que éste lo hace, y lo estuvo violando las veces que pudo sin que el niño diga nada. Atragantarse con palabras, con puteadas, la voz baja y entrecortada, encontrar la parsimonia adecuada para no despertar a nadie, para arrancar de la cama y de las mechas al atorrante, llevarlo hasta el comedor, mantener la calma, contener las ganas de matarlo, chico y viejos de mierda, mientras se traza una estrategia.
Pensar en una treta de alternativa, con muchas ganas de hacer justicia por cuenta propia, de contarlo al viejo para que sepa alguna vez sobre las cosas que pasan y que no se entera mientras duerme, romper definitivamente con la intriga de ocultarle todo, de que no advierta las diferencias entre lo ordinario y lo extraordinario.
Tragarse un garrón más, como tantos en su vida, recurrir en sólo un día al ardid de hablar con el cura, un alemán grandote y duro con el idioma que emprende con ganas su tarea evangelizadora en el pueblo, aguantar que frente a él el atorrante jure y perjure por Dios que no hizo nada, que intente explicar sin resultados que fue solamente una masturbación entre sueños, un reflejo muscular inconsciente, analfabeto que llora y se retracta, que no tiene ni escuela ni calle, adonde ir y que le pide perdón a Jesús y a la virgencita, como el niño que hace poco aprendió en la catequesis y solloza a su lado, arrinconado por el asombro y la vergüenza.
Atender con entereza los argumentos contemporizadores repetidos, las palabras difíciles que luego cuesta trabajo descifrar, las enseñanzas del evangelio con ejemplos que, casualidad o no, tienen similitud con la vida, vencer con fortaleza la ira, el furor de buscar compañeros en la desgracia, dispuesta si fuera posible a cambiar su espíritu irredento por una compensación al dolor que le partió el alma. Aprovechar a pleno la jornada, ganarle al tiempo que discurre sin interrupciones, clamar al médico, clínico recién llegado, de los que curan todo y que todavía no entiende de nada, que revise y diagnostique urgente, que compruebe la conjetura, que confirmándola la prescriba.
Escuchar con más calma los resultados de la intervención, que comienza con una contundente determinación de que no se produjo penetración, que continúa con que el episodio no pasó a mayores, que finaliza con una opinión, que de todas maneras hay que controlarlo porque al chico le pueden quedar secuelas y por supuesto que es necesario separarlo del otro. Entrar como otras veces, condenada por no saber cuál de sus pecados originales y no tan originales veniales o los que fueran, en torbellinos de sosiegos y alborotos simultáneos, emociones combinadas que lastiman el cuerpo y el alma, transmutarse en espirales de treguas y trifulcas repentinas en todos los sentidos, querer al hijo, proteger al hijo, saber que en definitiva no le pasó nada pero que igual se quedará sin su nuevo amigo, volver sobre los chanchullos del hermano, sobre su afrenta de chiquilín y de inmundo, el niño del ultraje, de la injuria de la lujuria inconsciente en la que incurrió contra el pendejo, contra la familia misma, repasar las horas de ausencia acumulada de ese viejo que estará concentrado ahora en su vino del mediodía, seguro de que los subordinados hogareños no le interrumpirán su costumbre perdurable. Porfiar con las cargas a poner en los platillos múltiples de una balanza que la tiene cansada, decidir por ella misma, optimizar las horas de recorrido terminando en la comisaría para hacer una exposición que lo comprometa y lo convenza que con lo ocurrido no puede seguir estando con ellos, y decir que comparece para dejar constancia que su hermano tal y tal, documento de identidad tal, tantos años, con domicilio en tanto y tanto, incurrió en el delito de esto y esto, y que se presenta al solo efecto de dejar constancia que de por vida no lo quiere tener más ni a cargo ni en su casa, y que en el último acto jura que le comprará un pasaje para que vuelva al lugar de donde vino, y que si el sujeto insiste con sus tejemanejes le avisará al marido de todo, y que él bien sabe que la reacción puede ser peor que la de la policía, y etcétera, etcétera, como dice su media naranja.
Tipo desagradecido, tipo condenado hasta tanto no de las excusas que correspondan, reiteraba papá su consigna ciento y pico, elucubrada como tantas veces en su vida, para una oportunidad en que la fuerza mayor le cambió de cuajo una decisión indiscutible, sondeando Cusa, pasame la alcuza, a la vieja chiruza, para pescar una mentira de las que sabe le dicen, para sacar una verdad de las que nadie sabe a veces le interesan, una fisura que le confirme que la visita no se fue de golpe, que no partió que lo parió sin despedirse, sin agradecer lo mínimo, la comida y la cama, que algo hay, que por algo debe ser. Olfateaba Cusa, no aflojando el seguimiento a la mujer ilusa, siempre olfateaba, con el único fin de entretenerse mientras duraban sus ocupaciones fugaces de curda despabilado, después nada, a otra cosa de la historia grande, a otra página de su historia chiquitita. Escapando como le pasaba con frecuencia a meterse en el asunto, evitando de probar, si con su intervención podía atemperar el cúmulo de confusiones y cuitas que esto ha dejado en el niño que se es, Cusa.
O en el niño que se fue antes de la desgracia, porque eso pasó a ser una línea de frontera entre el antes y el ahora, aunque no se lo comprenda la antesala de una fatalidad que precipitaba un tormento desconocido, y a conocer a través de las señales internas e externas, algo que lo arrancaba, lo borraba, de las intermitencias seductoras de la infancia, de los instantes fugaces de inocencia y entusiasmo que se aprovechaban casi al cien por ciento. Solo, con los amigos, con los personajes y lugares que poblaban y congestionaban las más caras fantasías.
De ahí en más parecía que la vida pasaba a ser un universo negro, o gris al menos, desconocido, una galaxia donde se impusieron comportamientos diferentes, espontáneos, ignorados. El retraimiento, el aislamiento, las desvinculaciones no elegidas, la precaución, y hasta fijar la mirada con actitud amenazante, fueron desde entonces comunes, y que distinguieron rasgos de personalidad que en algunos casos fueron cuestionados, como lo reiteró una de las maestras de grado antes del cambio decidido. Un firmamento que en cuestión de minutos pasó de casi perfecto a casi perverso, primero en la casa y por culpa de los demás que se notaba, comenzaban a ensayar miradas de desconcierto, intimidación y complicidad, como si cada uno de los cercanos compartiera un secreto a voces que no se dejan escuchar.
Mamá atisbaba provocando, transmitiendo en silencio que su participación y sus desvelos la hacían merecedora de un intervalo momentáneo, y el viejo como si supiera todo y no quisiera discutirlo. El Juancho acomodaba la discreción a su forma, averiguando sutilmente la sobrecarga de trabajo y de costos personales que le significarían los acontecimientos, y la Chili a su modo también expresaba sin discernir su solidaridad de mujer improvisada en medio de la privación y el hacinamiento, con la seguidilla de frases incoherentes que la identificaban como su labio leporino, que si el comoé se ha ido será porque su como se llama así lo ha dispuesto repetía de rato en rato, agitada de transmitir sus referencias. Las más pequeñas, de siete y seis años, estuvieron varios días confundidas al principio, porque de ser el centro de atención de todos pasaron con el hecho a un segundo plano, del que intentaron salir a fuerza de caprichos y de llanto.
Luego, en medio de tantos cambios y nuevos cambios inmediatos, el Cusa se atrevió un día a pedir permiso para no salir a la calle con su cajón de lustrabotas. Así de simple, sin mayores explicaciones, porque no las tenía, se animó a la odisea que significó una de las más importantes dificultades para la vieja, el chico estará un poco enfermo, tendrá problemas con algunos amigos, ensayaba sola y con el viejo al frente, resignada a soportar la andanada de nuevas prescripciones, lecciones e instrucciones, aunque por lo bajo y en secreto intentara modificar en su niño la resolución anunciada.
En el otro flanco, Cusa se desenvolvió con naturalidad en uno de los principales desafíos de insubordinación e indolencia e insolencia que tuvo que resolver con papá, porque marcó el inicio de las sentencias directas que de ahí en más compartió por mucho tiempo con los mayores de su familia. En el trabajo hay que tener disciplina, y una de las formas de conseguirla es no aflojando al cumplimiento por capricho, fue la primer propuesta al efecto, y también una de las cuantas que a lo largo de su vida de curtido no cumpliera. Es que nadie lo sabía, ni lo experimentaba en carne propia Cusa, lechuza cara sucia, comenzaban a lanzarse sus conocidos, sus amigos, cargándolo tibiamente primero, acometiendo con la temeridad de niños, y con la desmesura de niños de la calle luego. Cusa lechuza, que duerme de día y deambula por las noches, sabían de los insomnios permanentes que comenzaban, seguro que por las resonancias que llegaban a partir de las versiones de algunos de los propios, o de aquellos que especulaban con perfidia tomando y tergiversando legítimas aflicciones de los que lo querían de alguna forma. Cusa, cara sucia, intensificaban sus chances quienes competían con él en un mercado de niños exigidos de niños convertidos en adultos sin elección y a los golpes, en el que además de los réditos se obtenían algunas gangas especiales, aprovechando el mensaje para marcar en doble, con exageración su condición de trabajador del oficio, y con vehemencia la infamia que agrandaba su problema, nunca nadie se acordaba en ese tiempo de su integridad, de su persona.
Nadie Cusa, pero nadie, preguntaba sobre lo que fue en realidad una sucesión de confusiones, sencillas algunas, otras incitadas por cualquiera, sobre la imposición a no poder elegir entre dormir solo o dormir con alguien, menos sobre la prerrogativa a diferenciar entre lo que se quiere y lo que no se quiere aunque no se tenga mucho de lo que los mayores llaman la conciencia, la merced de ejercitar la facultad de elección aún siendo niño.
Un acertijo difícil en el que nadie escarbaba, a una edad en la que ya es posible distinguir un estado de ánimo en los otros, percibir sus emociones, distinguir la normalidad o no de las personas, no darse cuenta pero sentir que se es huérfano de caricias, de una mano que se mezcle con el pelo desparejo, de un brazo sobre el hombro, de un abrazo, de contactos que no se distinguen por la intención, mala o buena, de quien los establece, sino por el acompañamiento del otro a momentos aciagos, de llanto, de impotencia, de comprensión, de alegrías, de entusiasmo, de curiosidad y de vértigo, de un largo listado que no se cierra de aquello que no se tiene, que no se tuvo y vaya a saber si se tendrá. Nadie, pero nadie, que ayudaba a discernir sobre la gravedad de los roces tramposos en sus espaldas, de aquellos que si fueron como dicen, quedaron entrampados en sus sueños de niño, profundos como nada, cargados de ilusiones y de ganas como todos.
Cusa no tiene excusa, sentenciaba su padre ante cada clausura decidida por el niño en adelante, ante cada encierro o irreverencia, por importantes o mínimas que fueran, sin abrir el juego a los descargos, a los sinceramientos, que hubieran disminuido tensiones y presiones. Al Cusa lo embromó la gentuza, cargaba el hombre cuando lo convencieron del cambio, después del monólogo acostumbrado sobre la escuela adonde van los hijos de los empleados jerárquicos y hay que ponerse con la cooperadora, el viejo afloja, en especial cuando anda detrás de sus conocidos requerimientos cotidianos.
Y esto aunque raro era bueno, para atemperar el huracán de lesiones que arreciaba en el horizonte inmediato, que empeoraba día a día. Cusa, lechuza cola sucia, se generalizaba la alusión directa, entre allegados y desconocidos, y se extendía como reguero de pólvora, jodiendo en los cambios naturales de entonces intensos seguidos jodidos en todos los sentidos, de niño a púber, de púber a joven.
Transmutaciones, como la que se da con el ahora de hoy que es el antes de mañana, y el ahora de mañana que de pronto es diferente al anteayer, como el negro que se vuelve blanco o multicolor, o gris al menos, como lo malo que se reemplaza con lo bueno, como el infierno terrenal que se transforma en cielo. Como este arnés, mi rosario dijo la mamá un día, después de mucho tiempo, con el cual se cuentan oraciones para pedir y otras para agradecer la gracia del Señor y de la Inmaculada, entusiasmada porque sus humildes intervenciones arrojaron los resultados esperados, tantas veces encomendando al Cusa al Sagrado Corazón. La primaria se terminaba, y a duras penas quedaban atrás las señas más dolorosas de aquel episodio que arrastró inocencia, esperanzas, confianzas y perspectivas del niño que se fue. La secundaria en la escuela normal mixta de maestros comenzaba, y en ese tiempo coincidiendo, otras ensoñaciones, certidumbres y seguridades se gestaron.
Con un trabajo nuevo Cusa, después de tanto tiempo de no salir a la calle, con el turco librero que entregaba una bicicleta para el reparto de revistas y periódicos que se recibían de capitales cercanas y lejanas, que se distribuían entre la gente importante del pueblo, y que significaban un buen curro, porque se vendían con el cincuenta por ciento de recargo y encima se compraban a mayoristas como descarte desactualizado, buen negocio de sirio bondadoso, porque a la bicicleta la entregó a cargo, motivo más que suficiente para cargarla de adornos parecidos a los que alguna vez se tuvo en el cajón de lustrabotas.
Con un amigo nuevo Cusa, lechuza cara sucia, que ayudaba a superar el ostracismo, el confinamiento, el desarraigo de las cosas y las personas que se dejaron de lado, obligado por las circunstancias, aventajado por las argucias de otros, queridos y no queridos. Con Juan Carlos, se compartieron juegos originales, travesuras, actividades inolvidables, de las cuales dos no se borrarían más de la memoria. La primera, asistiendo con la anuencia y el acompañamiento de los padres a los bailes del doce de octubre en el club Recreativo, donde el infaltable Jorge Ardú y su orquesta repetían de manera interminable los pasodobles que bailaban los Lobo mejor que nadie, intocables y lejanos, pletóricos y aislados como siempre, mientras ellos en el papel de bribones, sorprendían a la gente con sus impostaciones graves, gritando Jorge Ardú cuando mueras que harás tú. La segunda, recibiendo de su amigo y como prenda de despedida por ir a escuelas diferentes una perinola, pequeño trompo de seis caras, tres buenas y tres malas para quien apuesta, que el joven cargaba por donde anduviera. Su alejamiento era el final victorioso de una pequeña batalla familiar, de las de siempre, en que la vieja con sus argucias, algunas de las cuales no se le descubrieron nunca, lo terminó convenciendo al hombre de las docenas, los cientos, los miles de sugerencias y prescripciones. Está bien, se lo envía a la técnica con la carga de plata que eso significa, pero no puede pifiar ningún año, falla y a trabajar como lo hizo su padre y su hermano, fue la sentencia en la oportunidad, y Cusa cara sucia, cola sucia, volvió a sentir con el corazón la cabeza con el olfato con todo que la vida era hermosa y había que aprovecharla a pleno.
Toma 2.
Por cierto que se trataba de un pasatiempo curioso, inexistente antes en su itinerario de errabundo consuetudinario, abrumado todo el tiempo por encender las chispas y suplir la escasez de dinero con las cosas gratuitas, lindas y disponibles de este mundo. Solamente una de las seis caras de la peonza aseguraba una ganancia clara y suculenta, tomatodo. Con las cinco restantes quedaba como única contingencia, resignarse a una sucesión de conjeturas sobre resultados ínfimos o perdidosos, ganando de a puchos o directamente perdiendo, de a uno, de a dos envites, o dejando una apuesta compartida.
Al igual que cualquier entretenimiento, éste remitía a una combinación de reflejos de la vida misma con la ventura habitual de una suerte a favor o en contra de las expectativas puestas. Y todo esto al Cusa lo entusiasmaba, desde que Jotacé le puso la galdrufa entre sus manos. Igual disfrutaba la novedad de los otros esparcimientos que encaraban juntos en vacaciones o en los descansos, que descubrían juntos, en su mayoría y por esa época gracias a la cómoda posición económica del padre del amigo, dueño de la farmacia del pueblo.
Aunque ellos preferían en los tiempos libres disponibles, regocijos propios de adolescentes, disfrazarse con telas de descarte y cartones, imaginando situaciones que copiaban de las películas o de las SEA que por pedido distribuía el Ariel por cuenta del turco librero, referidas casi todas a la conquista del oeste norteamericano o a las guerras mundiales. Pero en los días de sosiego, pasaban horas enteras con la Oca o El Estanciero, con el Senkú o el de la mente, con el dominó, las damas o el ajedrez.
De tal manera y sin darse cuenta entrecruzaban ámbitos diferentes sus mundos sus rumbos sus tumbos, en la inquietante y mutua hazaña de adentrarse en sus cosmos diferentes, complementarios suplementarios distantes a veces, siendo Jotacé el que fácilmente se familiarizaba con el del Cusa y no al revés el Cusa miraba cedía se retraía y era más duro en su dureza. Por ello días enteros caminaban y se inventaban travesuras en la isla, una forestación de tres hectáreas adonde aprendían a capturar loros, o bajando a los lotes, pueblos temporales y desmontables donde se alojaban los zafreros, cientos y cientos de personas de distinta procedencia que alguien contrataba aunque ellos no lo supieran para el trabajo en el campo.
Con el regreso del General se parará la mecanización, y se comenzará a respetar de nuevo a los zafreros, se poblarán de gente los cañaverales y habrá mayor bienestar al estilo del que había cuando estaba Evita, discurseaba el veterano charlatán ante un auditorio de borrachos reunidos con el motivo de festejar el último ascenso, cuando pasó desde la sección de crudo a ayudante de maestro azucarero, y Cusa, como tantas, otras infinitas veces en su vida lo escuchaba, viejo protestón, y oportunista, porque se acercaban épocas en que nuevamente estarían los sindicatos y los compañeros dirigentes que defienden los derechos de los trabajadores del campo y de la fábrica.
El niño grande, ya de veinte años, iniciaba aburrido, callado, lentamente y con prudencia, el procedimiento de solicitar la anuencia del jefe de la familia para irse a dormir temprano, hay que cumplir con el trabajo de mañana en el primer turno, aprovechaba pletórico las primeras claras ventajas de una independencia lograda a duras penas y pocos días antes alquilando una pieza, paso importante para casarse con la niña de sus sueños.
Por entonces, la niña no jugaba con ellos pero parecía dispuesta a entrar en el juego de alardes recíprocos, en un juego de mudanzas simétricas al igual que otros, en el que se gana todo, en el que se pueden ganar y perder partecitas, o se pierde todo, el Cusa hacía girar su pequeño prisma con punta la esferita en el escalón de entrada a la casa en la que se desarrollaba la fiesta familiar cuando la conocieron, apenas perfilada en el amontonamiento por lo menuda, en medio de mucha gente que bailaba entusiasmada una cumbia de los Wawancó.
Delgada, de cabello lacio y claro, blanca y bonita, la flaca los miraba de a ratos con insistencia, por instantes con resistencia con indiferencia, insinuando con su fisgoneada estar de acuerdo con un permiso que los padres del Ariel no les habían dado, los niños no se mezclan en fiestas de grandes había sentenciado su viejo.
Con indecisión y sonrojados manchados de vergüenza por nada no atinaban a nada, y quedaron con una curiosidad que los mantuvo en vilo por varios días. Averiguaron que la niña era hija de un boliviano atildado que trabajaba en la administración del ingenio, un hombre tranquilo, bonachón y elegante, prestaban atención a comentarios, no como los otros, esos coyas sucios que llegan para la cosecha y andan cagando y meándose en la calle, más que nadie esas mujeres de polleras cortas y multicolores que lo ocultan todo, desde lo íntimo a la mugre y la mierda, se enteraban, segunda mano, de la matrona que cuidaba personalmente la puntillosidad de su marido, del acicalamiento de su hombre elegido, trabajador y hacendoso, con reglas que había comenzado a transmitir a la hija, cambio de camisa, calzoncillo, pañuelos y medias, cada dos días, pantalón cada tres días y lustre de zapatos para todas las jornadas.
Sus investigaciones eran la muestra acabada que empezaban a interesarse demasiado en la niña que a ambos les gustaba, niña bonita, hijita de mamá, que con doce años ya tenía síntomas de malcriada, sabía sugerir y esquivar, y se fijaba en los muchachos más grandes, compartían, estrenando, sus penas de enamorados en las primeras presumidas, simples juegos de jóvenes, que casi siempre se desarrollaban en la avenida importante.
La avenida que por esos tiempos dejaba de ser el centro de los eventos populares que convocaban a todos sin distinciones, de los desfiles, de las procesiones y de las quermeses, la ciudad se modificaba con los planes de viviendas iniciados por un acuerdo entre el gobierno y los dueños de la fábrica, con un desplazamiento que significaba la desaparición de los lotes y una urbanización que mejoraba las condiciones de vida de la gente. Mejores hospitales y escuelas, nuevos clubes y centros de esparcimiento, parece mentira que en un país tan rico como el que tenemos, sea el mismísimo jefe del justicialismo el que deba andar detrás de todo esto, continuaba la arenga de su padre cuando el Cusa se retiraba para su nuevo domicilio, un conventillo muy concurrido en la avenida de marras.
Una zahurda bastante sucia, adonde se juntaba un tropel de gente y animales domésticos, que deambulaba de noche y de día, esquivando los desagües de las construcciones precarias y de madera, evitando los contactos con los líquidos densos y olorosos por contenidos elevados de jabón y grasa sobre el agua, que las personas tiraban después de un uso intenso, el aseo personal en primer lugar, cocinar, lavar cubiertos y utensilios en el medio, y al final la ropa y lo que quedara, con la linfa optimizada en escudillas que se disponían con mucha pericia.
En todo eso veía y verificaba por primera vez la privación, las limitaciones y la pobreza que lo tocaban de cerca, evidenciadas en su mayor expresión, el auténtico territorio donde estas devienen en delincuencia y prostitución, con vecinos que eran ladrones, asesinos o fiolos, y putas como las puchero, tres hermanas blanconas y pechugonas que merecían ese mote porque se las comían por centavos todos los días. Había llegado al lugar por una decisión propia y atrevida, escapando de las presiones conocidas de su casa, y buscando estar cerca de la fábrica en la que había ingresado recientemente, así que las inclemencias que se sumaron con el cambio se compensaban bastante con la franquicia y las potestades que lograba. Los planes y las prescripciones establecidas oportunamente, no se dieron de acuerdo a las previsiones, de tal forma que sus estudios para recibirse de técnico mecánico habían evolucionado con una serie de dificultades, de marchas y contramarchas, que obligaron a trabajos que se debieron tomar de manera simultánea al esfuerzo académico.
Más fajina, más empeño de uno más independencia, a veces le salían arranques que se aprenden de ver en otros tantos arranques. Pese a las vicisitudes, él había enfrentado el ajetreo y los resultados estaban a la vista, gracias al esfuerzo de la familia, al sacrificio de padres y hermanos, a la perseverancia de levantarse todos los días para no perder el trabajo, se ufanaba y se arrogaba el logro, el mañoso de las mil resoluciones, el día que el hijo recibió el diploma.
Pero para el Ariel la verdad, pasó por el afán ingente de equilibrar tiempos de estudio y de trabajo, y por la adecuación permanente que para sí mismo se trazó como objetivo, para acomodarse a formalidades ignotas como el trabajo en los talleres, y las largas horas que debió pasar inclinado sobre tableros de dibujo que le prestaban conocidos comedidos en las horas que no se utilizaban.
No le fue del todo bien, pero terminó sin pedir auxilios adicionales, y al final fueron pugnas relativas, si se las recordaba a la luz de su nuevo entusiasmo, la niña pálida que volvió a encontrar después de tanto tiempo, mancillada ya según las malas lenguas y de acuerdo a una purga mediata espontánea y honesta de ella, pero que sin compromisos a la vista le había permitido obtener un primer consentimiento para verse más seguido.
El primer permiso lo obtuvieron del padre, según relataba la niña, durante un almuerzo al que llegó más temprano que de costumbre, lo que sirvió para pescar a la mujer que aleccionaba y negaba según su costumbre, diversiones de chusmas en las que no me explico porqué anda enganchado Jotacé siendo que viene de buena familia, invitar a mi hija, hijita del alma, a esas excursiones de los sábado a la pantalla, adonde concurren los pobres y los ignorantes que no le aportan nada, rezongaba, siempre rezongaba, y el hombre atemperaba, siempre atemperaba, con la templanza, la parquedad, que le insuflaban fuerzas y paciencia para porfiar en su grupo con el argumento de que nadie debe olvidar su origen humilde aunque éste se vaya modificando para bien con el tiempo, monólogo de pusilánime que impugnaban los hijos varones desde que tuvieron edad para hacerlo. Como consecuencia de las consideraciones familiares que concluyeron con la voluntad impuesta del jefe de la casa, hay que cuidar que papá no reniegue y eso lo embrome en el trabajo, decía la mujer en cada fin de discusión en la que no sacaba ventaja con sus opiniones, el Cusa y Jotacé lograron su primer paseo con la joven por la que estaban deslumbrados, cuestiones de púberes pajeros, una escapada de resultados no deseados, hay que cuidar a la nena de malandras y negros ordinarios, para lo que se dispuso, controles que se obligan por la fuerza o la perseverancia, que ella fuera acompañada de sus dos hermanos y una tía que tenía la misma edad, y con la que por esos días comenzaba a compartir comentarios, insinuaciones y soslayadas especialmente con los varones que le gustaban. Una providencia que fue un desastre porque el menor, de contextura más grande que la de ellos, no les quitaba los ojos de encima como inhibiéndolos, inmovilizándolos en su torpeza de mozos, que no reaccionaban ante la decisión de las incipientes musas, que aprovechando imprevisiones que se tienen, se dedicaron a departir y jugar con otros, motivo por el cual terminaban su salida, asuntos de púberos distraídos y urgidos de onanismo, colgados de los sauces llorones desde donde se daban unas cuantas zambullidas en el canal. Y distanciados por primera vez en tanta elucubración de alianzas y confabulaciones que pasaron juntos, por una contienda cuyo origen no pudieron nunca determinar, juego de manos juego de villanos les dijo el hermano mayor de la flaca cuando casi se trompeaban, pero que centraron en una puja por el juguete diminuto que Jotacé le regaló al Cusa, y el Cusa lo negaba con recelos.
Por esto regresaban de aquella primera excursión, enojados con ellos mismos y entre sí, y habiendo puesto en evidencia sus intereses, detectados por la mocosuela frágil y vivaracha que con la mirada espiaba, insinuaba sus mensajes, probaba, ribetes tempranos de hembra que se inicia, que le importaba todo, que no le importaba nada.
Poco tiempo después, protagonizaban un episodio parecido, en una matinée en que dirimieron por la única butaca disponible al lado de la flaca, lugar que ocupó al final otro del grupo y un poco mayor que ellos, mientras discutían en el baño del cine por la perinola, historias de niños que dejaron de serlo, que sienten y no saben explicarse, que tiemblan con las emociones y se asustan con la indiferencia.
La indiferencia es lo peor, y la mujer no debe ser displicente en ningún tiempo, tiene que acompañar en el cumplimiento de las obligaciones al marido y cuidar a los hijos que de esa manera se acompaña, se sorprendió un día el Cusa, con frases aprendidas y en su rol de novio, mientras conversaban sobre la vida futura en un banco de la avenida por entonces despoblada y descuidada. Y se amedrentaba porque unos meses atrás, en una de las repetidas trifulcas familiares, se había fijado la consigna de cortar con defectos heredados, con hábitos, costumbres, actitudes y comportamientos, que en cientos de oportunidades lo habían lastimado, calando lo más profundo de su corazón y de su alma.
Descubrirse repitiendo mañas era toda una novedad, al menos tomar conciencia de ello, un juego al que no quería entrar, estaba seguro, y menos a sus simetrías que auguran tantos a favor y más mucho más en contra, para un porvenir que se piensa distinto, que ya es diferente por haber estudiado y conseguido un trabajo de más categoría que el del viejo o el de mi hermano, atinaba a corregirse con ella, a concentrarse en otros temas, que conversaban en las pausas de los momentos que aprovechaban para calmar calenturas con manos y caricias. Avances en los cuales la náyade de sus sueños lo apuraba, y él ponía paños fríos diciendo que no debían hacerlo hasta que estuvieran casados.
Contingencias de seres contenidos que ella salvaba asintiendo a su llamado de prudencia, y él zafaba contándole historias de sus trajines y del país en el que comienza la vida democrática. Le aclaraba que entendía poco, pero que escuchaba que el presidente se había molestado con un grupo de sediciosos en la última concentración en Plaza de Mayo, a los que expulsó gritándoles imberbes, y que eso había caído muy mal a varios trabajadores y compañeros de la fábrica, algunos de los cuales comentaban que las del presidente fueron palabras exageradas e inoportunas, cuando están recién abiertas las heridas del pueblo por lo de Ezeiza.
Le costaba esfuerzo hilvanar estos comentarios, porque no se quería meter en política, pero esto era inevitable en el ámbito de la fábrica adonde se planteaba y se discutía de estos temas todo el tiempo. Mientras se realizaban las tareas, y durante los descansos, cuando se interrumpía la actividad para comer algo o fumarse un cigarrillo, sumaba palabras, él mismo aprendía, que ya había sido objeto del bateo que parece más común, y es que algunos le gritaran maricón en una oportunidad, en la que no tuvo mejor idea que la de reiniciar su tarea antes de los tiempos establecidos, que no entendía y quería aprender de los códigos y los secretos de la comunicación dedicándose todo lo posible al mantenimiento de máquinas y engranajes en el que le tocó desempeñarse desde el principio.
Un esfuerzo extra y complementario, porque lo que se hace no tiene nada que ver con lo que enseñaban en la escuela que porqué será si desde el ministerio se la pasan planificando, se quejaba, y hay un proceso de curtido, de ganar calle, de pagar derecho de piso que a todos les toca por lo que parece a cualquiera. Y continuaba, imparable en sus monólogos de iniciado, con el arrebato de quien descubre, con el frenesí del que se entusiasma, con la virulencia de alguien que pretende tratar sólo los temas que le interesan.
Hasta que ella, suavidad de hembra que se controla, habilidad de amazona que entra a una batalla con todos sus atributos, lo sacaba de su despreocupación por saber, de enterarse de las instancias de la vida de su elegida, del itinerario pérfido y doloroso que recorre en los últimos años, desde que un profesor de la secundaria le arrebató la virginidad y sus mejores ilusiones y sueños, que se burló de ella, que creyó todo el tiempo que la admiración es amor a primera vista y que el amor a primera vista es para siempre como sale en los corín tellado y que los príncipes no son como ahí se dice, y que estuvo confundida con las opiniones compungida y los consejos de su madre que le hablaba del hombre ideal que ella no tuvo y no tienen sus amigas pero que aparece alguna vez en la vida y de no sabe bien cuántas cosas sobre tener un mejor nivel, y casarse con quien corresponde y que quien corresponde es alguien mejor que uno, pero que por suerte el tipo ya no está, y que por suerte ni él la quería ni ella lo quiso, ni lo quería lo juraba perjuraba y abjuraba, porque el atorrante era casado y tenía hijos y casa y auto y otros bienes que le había dicho que eran gananciales y entonces si hacía algo se iba a quedar sin nada, y entonces no había ni lugar ni futuro para ella le decía.
Ella los aturdía y urdía sus chiquilladas sus travesuras, y eso al Cusa le molestaba. De la misma forma en que lo elegía como pareja para jugar a las escondidas, destacándolo diciendo este es mi preferido distinguiéndolo por ratos de los demás del grupo, había momentos y juegos en que su preferencia se volcaba por Jotacé o por cualquiera de los otros, con una naturalidad que provocaba en él cambios violentos que lo llevaban con facilidad del encanto a la iracundia, del delirio a la irascibilidad.
Pero esas eran las reglas de juego que imponía que se imponían luego de sus actitudes de niña malcriada, y Cusa decidió respetarlas, con la premisa clara como el agua de que cualesquiera fueran los resultados no volvería a pelearse con su amigo, aunque muy adentro suyo sentía, joven huérfano de explicaciones y consejos, que en el balance de preferencias, de intereses divididos por dos o a lo sumo por tres, más eran las veces que ella optaba por jugar con Jotecé que con él. Y durante los meses en que se consolidara el grupo, afianzamientos temporales que se debilitan con el tiempo, tuvo muchas ocasiones para probarlo y probarse, descubriendo que su amigote había tomado una resolución parecida, treguas de changos que crecen sin una brújula, que cuando dudan no tienen a quien consultar, que cuando toman una decisión son sorprendidos y son reprendidos sin treguas sin posibilidades de enmiendas inmediatas. Mucha mezcla, decía la mamá de la nena, tesoro, hay que tener amigos mejores que uno, como el Jotacé y otros que viven en el pueblo, esos negritos no inspiran confianza, criticaba, siempre criticaba, y no lograba evitar que ellos se cautivaran, con los descubrimientos que hacían como chicos en proyecto de grandes, con la autonomía que les generaba la demanda de empezar a ser adultos sin serlo todavía.
Reverberaciones de la vida que se forja en cada momento aún por insignificante que parezca, santiamén en el que se dan las ocurrencias, como el de la oportunidad en que para un veintiuno de septiembre, las maestras de las escuelas se pusieron de acuerdo para llevarlos a un día de campo en la isla, y les dieron a muchos por primera vez, espontaneidades de docentes que se ilustran e ilustran con lo que enseñan, la posibilidad de hacer experiencia para actuar en función de grupo, de aprender a salir de las contingencias. Una ocasión de la que Cusa retornó como otras veces, de la misma forma que su amigo, desilusionado con la flaca pero contento y cansado de tanta travesura compartida, niños egoístas que deben intercambiar alimentos, asimilar inconvenientes propios y ajenos, pelear menos y solidarizarse, y que tienen que aceptar al otro sin los condicionamientos cotidianos, fueron las instrucciones recibidas. Después de todo en el grupo reducido de amistades, que no pasaba de la docena, estaban los hermanos de ambos y su mejor amigo.
Sus hermanas habían hecho buenas migas con la flaca y su tía, le daba tranquilidad saber que a la Chili la respetaban y le tenían paciencia cuando comenzaba con sus explicaciones atoradas de gangosa, y las otras dos parecían compartir más de una curiosidad y de un gusto, más de un gesto incierto, de niñas adolescentes que saben mejor que los varones sobre los secretos inconmensurables de la vida. Y, entre los niños lograron entenderse, compartir una aventura o cambiar figuritas, aunque de los hermanos el menor hiciera de guardián permanente, párvulos que acatan obligaciones, responsables prematuros de vaya a saber con qué los cargan, víctimas de una delegación de facultades que no se tienen.
Para que todo fuera como lo hubiera querido entonces, faltaba el Juancho, que no los acompañaba porque andaba en otros menesteres, hacía rato que había abandonado la escuela y trabajaba todo el día, responsabilidades inmediatas que no se buscan y se tienen, obligaciones que impone la privación y la panza.
La panza ya se notaba y mamá puso el grito en el cielo, además de los acertijos verbales con los que comenzaba siempre en situaciones irritantes, y que ella misma se encargaba de regar a los cuatro vientos, por supuesto que cuidando la inmunidad de papá que por esos días hacía cuentas hasta en las paredes, buscando estirar el presupuesto e inventar los medios para comprar el vestido y los zapatos, pagar el servicio de comida y música en el festejo de los quince de la nena, que sueña con eso desde hace un año. Que después del trabajo y la insistencia que significaron correr al endrino del Ariel, lograr que las hermanas que se siguen frecuentando no digan una palabra, que adónde se habrá metido, que mirá al Jotacé, que es como yo dije, que ya está por terminar la secundaria y es un buen alumno y de familia pudiente y bien criado, un flor de candidato despechado, y ahora, salir con esto de que la regla se atrasó por más de treinta días, que deben ser cincuenta porque si se mira con cuidado ya se nota la hinchazón, y que te lo dije, lo digo y lo diré, que para esto estamos los viejos para el calvario.
Desvaríos de madre desesperada que se comparten con el viejo, no para aumentar problemas, y sí para saber cómo se ayudará a la niña, tesoro inmaculado, manchado por el groncho de ese profesor que en definitiva es un negro y un vulgar como los otros, que tuvo la suerte de estudiar en un país en el que esto no se le prohíbe a nadie y encima gratarola, con una beca de un tal conicet que seguro es uno de esos gigantes burocráticos que tiene el estado para financiar imbéciles que nunca le devuelven al pueblo en la medida que reciben y otras cosas que menos mal le había dicho uno de sus conocidos que andaba en campaña para diputado de la provincia.
Arrebatos de hembra desalentada y abatida que comprueba que los hechos sobrepasan a las palabras que estas no alcanzan como siempre cuando hay un declive que uno no controla, que no se da ni bola a las indicaciones iniciales y tempranas de que a la telita hay que dejarla para que la rompa el marido, o que si se emprendió la patriada al menos hay que evitar que te llenen, hijita, tesorito, que debía haber escuchado las advertencias de precaución, de cuidado, de chequear si el tipo tenía más compromisos que pelos en su cabeza, de evitar a los hombres que engañan aburren insisten y aparecen a cada rato con la frase remanida de solamente la puntita y la prueba de amor, y de otras estupideces que por lo general son comunes a todos, total ellos no se tienen que ocupar de los chicos ni de la casa.
Perturbaciones de compañera decepcionada y mandona, que se pregunta, que le pregunta en qué se falla, en qué se patina para tener tanto disgusto, como el de ahora, que obliga a suspender el festejo de cumpleaños de la hija, el que se preparaba con bombos y platillos. Relataba la musa, y le quería seguir informando, en el largo y hablado prolegómeno de la boda, en el consabido banco de la consabida avenida que les sirvió mucho tiempo de escenario.
Y el Cusa atarantado, la inducía a retroceder a su romance, a sus planes, a mirar para adelante y no para atrás. Ayer nomás pensaba yo que algún día, decía aprovechando el silencio de ella para tomar un respiro y ensayando una parte de la canción de Nebia que recordaba, mañas que se maman y no se borran sino con voluntad e inteligencia, para comenzar con lo de fijar la fecha, decidirse y apurar los trámites para tener la casa del fonavi, porque hay que aguantarse unas colas que no se puede creer, y bien al estilo del país que tenemos, en el que nunca se puede asegurar la cantidad de gente que la compone, porque se llega y le toca a uno el décimo lugar por ejemplo, y en realidad es el quince o el dieciséis porque hay ausentes y son, o uno que pidió a otro que le cuidara el lugar para ir a orinar, o uno que aprovechando una oficina cercana y con algún trámite pendiente hizo el mismo pedido al comedido que nunca falta, o el atento que cede un lugar sin consulta a la mujer que viene con el bebé de la amiga para ganar tiempo y andar rápido y etcétera, y etcétera, por lo que hay que completar urgente toda la documentación que piden le decía tratando de no olvidarse de nada.
Se aceleraba, en el empeño por no escuchar lo que no quería que antes de él hubo otro o tal vez otro esto era para no preguntarlo, por resumir equilibrando la calentura y el entusiasmo los eventos de aquello que iniciaba. Viene al caso, se apresuraba, porque varios compañeros de trabajo andan en trámites parecidos, porque parece que los dueños de la empresa están interesados que la mayoría de sus trabajadores tengan casa propia, más ahora porque los quilombos continúan, se precipitaba, desde la muerte del líder y desde que los milicos la corrieron a Isabelita y al brujo, se dejaron tantos cabos sueltos, que hay comunistas y no comunistas por todos lados, socialistas o vaya a saber qué tipo de personas que dicen defender los principios del trabajador por sobre los intereses del capital, nacionalistas en autos ford verde oliva militares que circulan por las noches y por todos lados, y atentados que hacen cagar de miedo, y soldados, policías y gendarmes que actúan con impunidad y a los tiros. Hasta la iglesia, por lo que dicen los que siempre dicen de los que andan diciendo, se ha metido en los despelotes terciando para un lado y para el otro, por lo que se ve apoyando la causa de la junta militar pero brindando asistencia a los condenados, en su mayoría decenas de boludos, obreros o estudiantes que saben poco de Marx o de ese libro que se llama el capital.
Así que en la fábrica, se despabilaba, hay que cuidarse como de mear, hablar lo menos posible, escuchar no más que las indicaciones para el receso o la zafra, y obedecer callados las órdenes que se reciben, porque algunos aseguran que hay espionaje interno, entregadas que terminan en persecuciones y en definitiva en la cana, adonde en forma displicente, cualquier pelotudo le pone a uno el rótulo de miembro de alguno de los grupos grupúsculos en pugna, y a cantarle a Gardel, no te salva ni tu padre ni tu madre y te hacen desaparecer para siempre.
Se situaba distante y hasta se volvía antipático abundando en explicaciones de episodios que no conocía y no quería conocer ni conocía la otra que andaba con sus mambos de hembra apurada por casarse, proponiendo para ello un juego de palabras y elucidaciones, en el que por ratos ganaba el uno o el otro con sus temas y sus propios intereses.
Por eso mamá dispuso el aborto, enfilaba ella hacia lo suyo, consiguió el dinero de un aguinaldo de papá, y preguntando, la dirección de una partera que realizó todo el trabajo en una hora, bajo la mirada atenta de la vieja que siguió todas las instancias hasta que el episodio estuvo superado, para los demás porque en realidad se continuó con fiebre y unos tironeos abajo que te hacen prometer que nunca más se mantendrán relaciones.
Enhebraba, manteniéndose en el afán de querer tener este tema tan conversado como para que el mismo después, no sea motivo de discusiones maritales lo suponía, porque los padres de uno se pelean tanto que no dan ni ganas de casarse y por cuestiones parecidas, lo que es imposible en la sociedad que tenemos, en la que se mira mal a los hijos de parejas que solamente se juntan, los discriminan en el hospital, en la iglesia y en la escuela, en realidad no a cualquiera y sí a los que tienen menos plata. Como comenzaron con la discriminación en la normal, el día que se enteraron de los líos y el malogro.
Los niños nada saben de distinciones, segregaciones, distancias si no le enseñamos los mayores, sostenía mamá un día que para afuera se envalentonaba. Y al Cusa esto lo reconfortaba, porque una cosa era con ellos para dentro de la casa, y otra muy diferente cuando tenía que defenderlos en la calle, como en esa oportunidad en que discutía con la maestra de una de las menores, preguntándole por qué los hijos de los obreros representaban a todos los personajes de indio y los de los empleados a los dignatarios más importantes de la historia para el acto que se preparaba un festejo de aniversario de doce de octubre uno más de esos que tanto se esperaban por la joda. Que alguien dé la razón por la que se juega así con los chicos que nada tienen que ver y no se dan cuenta de todas estas estupideces de los mayores, aunque en secreto y en la casa, angustia de mujer que conoce la utopía de negar encantos afables a sus hijos, reclamen continuamente porque no tienen los mismos útiles que sus compañeritos, o el mismo guardapolvo.
Que no hay que ser así, menos en la escuela que es de todos y en la que se paga puntualmente la cooperadora, y se contribuye con cualquiera como cualquiera cuando hay quermeses o fiestas patrias, y hay que juntar dinero para pintar una pared o recomponer algunos bancos, cuando hay que cocinar en la calle y se borran las notables, cuando hay que arremangarse una camisa y están ausentes los distinguidos con el pretexto del trabajo, que es un tema para poner en conocimiento de la directora que de esto no debe saber nada. Imparable resoplaba la mujer y se encrespaba, conminando a la maestra, sorpresas de docente que se preocupa en el almidón del delantal antes que en el control de fisuras imperdonables, calvario permanente de tutor que además de los niños se banca las pelotudeces de familiares y allegados, padecimientos de pedagogo que recibe instrucciones de directores e inspectores que ganaron el cargo sin concursos intermedios y solo por la bendición de algún funcionario desconocido y remoto, a la señorita que intentaba ensayar explicaciones que no tenía, o que al menos le sirvieran para salvar su posición por jerarquía.
Aun sin inferirlo cabalmente, cuánto lo aliviaba la pelea, y la vehemencia utilizada por la vieja, acostumbramientos de niño que juega, juegos de jóvenes que se transforman en adicciones, que como el giro interminable de su trompo blanco arrojando cualquiera de los seis resultados posibles, lograba que a su hija la cambiaran de un grupo a otro, para lo que debía disfrazarla de varón porque entre los que desembarcaron, en el descubrimiento, no había ninguna venus, desquites de maestra que se las cobra, y conquistas de la mujer y de argucias que no se le conocían. Cusa había acompañado a su mamá por descarte, los hombres trabajaban y las hermanas la esquivaban, y él se envanecía al ver las adhesiones que surgían de sus reclamos, de mujer sumisa para adentro de la casa y que no se vence, con puteríos que contaron padres que ocasionalmente acompañaban a sus hijos, variados y densos, caso el del abanderado para lo que había dos postulantes con promedios parecidos para serlo y se optó por el que llegaba más limpio y puntilloso a la escuela, fallas de instructoras que también dan clases de aseo, caso de números artísticos enteros preparados con el mismo criterio de hijos de empleados y obreros de la fábrica, malicia de educadoras que también son amas de casa y ciudadanas con la ética trastocada. Pinceladas superficiales que ocultan prejuicios que se suman, estelas espumosas que amortiguan ofuscaciones definidas de antemano, el Cusa se animaba, con la vista puesta en el diminuto juguete que giraba como dormido en su eje, y se alegraba con augurios imaginativos que le cambiaban de golpe los reflejos de su devenir cotidiano.
Y se reía, conjeturas de joven que entiende, y pensaba qué distintas hubieran sido las relaciones con los chicos y el grupo de la flaca, si en alguna oportunidad la vieja hubiera utilizado las broncas y las defensas descubiertas ahora para pelear por otras cosas. En especial con la bruja que tanto cuidaba de la niña, que tanto la preservaba de peligros que no se comprendían, de inseguridades que vaya a saber de dónde le aparecen, bruja de porquería.
La bruja no se mete, sigue soberbia y pelotuda como siempre, primera imposición de la serie que lanzaba junto con el matrimonio, sigue discriminando a los morochos y no es el caso que les transmita tanta mierda a los hijos que vienen, segunda. El Cusa se probaba como marido y como padre en cada intervalo de las noches transpiradas y concupiscentes que pasaban, era acostarse y comenzar con las manos, con el roce suave de los cuerpos, entrelazar las piernas, y casi desgarrarse la poca ropa con la que empezaban la noche o el momento en que lo hicieran, disfrutando de cuanto orgasmo alcanzaban, humedecidos por todos lados y hasta el cansancio con los líquidos que ambos desparramaban en el cuerpo del otro, en cada lugar en que la urgencia les ganaba. Interpretando cada escalofrío, calenturas del principio que se aplacan con contactos y penetraciones, cada movimiento del otro que redescubre lo que creía descubierto por las repeticiones de quejidos y jadeos, cada abrazo final para empezar con otros nuevamente, encaramados en la cima del universo en que se vive, encamados en el vértice en que empieza y termina el mundo. Habían pasado las preocupaciones por la vivienda propia, y los despelotes de convencer a la familia, hay que tener una alcuza pesada y no una liviana Cusa, y por liviana que parezca, la opinión es que con los negros se vive rodeado de privaciones y resentimientos, habían sentenciado de inmediato, apenas enterados de la novedad, los formadores principales de la opinión doméstica en la gran familia.
Que de esta forma vieron los demás, la decisión de los novios, porque en la oportunidad que tuvo, el papá de ella le dio un abrazo tan sentido que le hizo pensar que le agradecía haber dado una oportunidad a la nena transmitiéndole, imaginaba, que es de hombre de bien devolver el honor que le quitara otro a una dama, y que, ella también cargaba tintas, la madre del novio la había hecho pensar en algo parecido aunque ella no se explicara muy bien de dónde le nacía la actitud, y que por las dudas ella sabe, porqué se negaba a las relaciones antes, y es que anduvo mezclado con putitas a las que no les interesa nada, comentaban las chicas del grupo, proyecto de chismosas que andan a la pesca de historias y argumentos.
Las hermanas de él, reacciones anticipadas de hembras curtidas, indiferentes al suceso, continuaron en su papel de amigas y patas, palabra no convencional que utilizaban entre todas para hacerse saber que no había que tratar de ciertos temas por la proximidad de varones, y el Juancho, veleidades de mayor responsable que nunca se queja aunque le pese, se mantuvo al margen como siempre. De los míos, continuaba ella, siguiéndole la corriente, argucias de hembra liberada que busca la rigidez y la tibieza, el único que sigue igual, esclavo incorregible de amos que se tienen, es el menor de todos, que continúa con los cuidados como si fuera papá, sustituto habitual de ausentes a propósito, porque mi hermano más grande anda como el tuyo detrás de sus requerimientos y los pedidos del viejo y de la vieja, concluía, y la Nicéfora, la pobre, que no es que rechace el matrimonio, sino que anda con mala suerte, ya tiene dos nenas mayores y no engancha a nadie que se ocupe de ella y la cuide, probaba, estrategias de mujer que ahora no afloja.
Horas que pasaban, repasando punto a punto los detalles del presente y del pasado, historiadores de sus cuentos diferentes, percusores de su propia epopeya, héroes irrepetibles de sus aventuras, entidades simples y complejas como cualquier mortal del planeta. Fumando un cigarrillo o escuchando Puerto Mont, el Cusa preludiaba sus monólogos repetidos, sobre Argentina campeón del mundo aunque fuera un mérito de los milicos y ya pasara como un año, sobre los líos de la fábrica y del país que seguían graves y calientes, como nosotros, se lanceaba. Y contaba que se había enterado que en el jardín de la república habían metido en cana al Jotacé hace como un año, en un boliche adonde guitarreaban, y chupaban y coqueaban, y que con él habían encanado a unos cuantos más que se conocían de la época en la normal, y que en la fábrica ocurría lo mismo, y en los domicilios particulares, que los milicos y los encapuchados que contrataba la empresa se metían de prepo en ellos sin importarles si habían mujeres o niños, aprovechando unos apagones generales que disponían con órdenes que se bajaban a los de la empresa de electricidad, y acarreaban contingentes de noche, hasta las seccionales, las cárceles, o a unos descampados adonde directamente los mataban, que contaban que en el país ya había como treinta mil muertos, y que por ello hay que cuidarse de emitir opinión, porque dicen que hasta se desquitan con los chicos y las embarazadas, picanas y cosquillas que hacen doler hasta la nuca. Y agregaba, que de todos modos hay que estar tranquilos, porque si uno no se aparta demasiado de lo que se difunde en los comunicados de la junta militar, que es sobre todo eso de no leer esos libros medio raros que circulan, o juntarse con personas que por lo general vienen de otras provincias con teorías copiadas, como copiamos las modas del lee o de los oxford, los tipos no joden.
Los tipos no joden, discriminan las maestras, las directoras usurpadoras de cargos al que nunca llegan las maestras puntillosas, dijo su madre, pero en realidad a él ya le había pasado en otras oportunidades, y hacía bien ver a la vieja, musa de interminables desventuras, ninfa de sueños que siempre se cumplen en contra, defendiendo causas parecidas a otras de las que alguna vez se fue víctima. Y que encima ganaba, como el del festejo de ese doce de octubre que nunca olvidaría, episodios que se magnifican de la gente que se quiere, porque a lo de la escuela terminó conociéndolo todo el pueblo, y quedó inmortalizado en la lengua y el veneno de casi todas las matronas en vigencia, en la memoria efímera de unos cuantos obreros que cuando lo supieron tomaron a la vieja, poco más o poco menos, como si fuera la reencarnación de Evita y, por supuesto, que quedó plasmado en el comentario de cada uno de los que en la noche concurrieron al baile repetido anualmente, adonde tocaba dududú y su orquesta.
Una de las últimas veces en que algunos del grupo de amigos estuvieron juntos, antes de que Ariel se marchara al pueblo donde comenzaba con sus estudios de técnico. La misma circunstancia en que solamente un accidente, empañó el cristal impecable del recuerdo del festejo, cuando casi al promediar la fiesta, alguien llegó con el cuento de que José había vuelto, y que lo habían visto en uno de los salones con otra gente, recordando tiempos pasados y travesuras, las mismas de ellos, en ese pasatiempo agrumado con los años, de andar diciendo dududú cuando mueras que harás tú.
Discriminaciones, calificaciones y clasificaciones que se inventan para estrechar vínculos, para deshacerlos, segregaciones que se descubren entre gallos y medianoche, concepciones de pelagatos que ambicionan diferenciaciones, fraguas ocurrentes de trasnochados en el subdesarrollo, al Cusa, cola sucia, maricón, mariquita, se le aceleraban los latidos del corazón, como la aceleración inicial de su juguete en el primer envión, así que diligente consultaba a la madre, niño reciclado al que se le fijó indeleble qué cosa por culpa de quién y adónde, si vino y avisó el fulano es porque algo conoce de la vieja historia, y se percataba, palabras de mujer condescendiente, que ya lo sabían, que los viejos habían decidido radicarse en la ciudad, porque por lo menos aquí hay trabajo todo el año, que se vinieron hace como seis meses, y que se les dijo que en esta oportunidad en la casa nadie, así que alquilaron y ahí están y está el otro inservible, y que a pesar de la insistencia y las lloradas de carta conocidas, se les dijo tipo que no corresponde lo que se le da tipo penado hasta que no haga su descargo, de acuerdo a las instrucciones de papá y aunque ellos no entendieran nada, vía crucis de mujer que habla demasiado para adentro, así que a no hacerse problemas porque al malandra se lo tiene apretado para que no hable.
Deslumbramientos y desilusiones que se tienen con escasas diferencias de tiempo, encandilamientos y fiascos que en definitiva se contrastan, para hacer que unos perduren y los otros sean fugaces, el Cusa retornaba no muy convencido a la última ronda de ese juego que tanto los divertía, pensando que ya lo había pasado en otras ocasiones, que a la sensación ya la había sentido. Con Jotacé cuando comenzaban a frecuentarse, decisiones de jóvenes que los ascendientes cuestionan, pruebas desafiantes de hijos destacados, ocasiones en que defendiendo sus relaciones, él se enfrentaba con los padres, que a la sazón eran bastantes permisivos, interpretaciones de vecinos que se saben arreglar con el lugar en donde viven, disposiciones de padres que no quieren problemas, para convencerlos de ceder en los permisos pertinentes que los habilitaban a realizar todos los juegos disponibles y posibles, y las pajas y las malicias que juntos hacían y de las que nunca se enteraban, por lo encerrados que estaban en la farmacia Del Pueblo haciendo fortuna y contando dinero. Sensaciones de quien intuye que no pega con el medio, de que se es algo así como un sapo de otro pozo, el Cusa rememoraba, como con la flaca el día que se fue con amigos a una fiesta en el club social, el de los empleados de jerarquía, club social que tenía un par de salones, dos canchas de tenis con piso de ladrillo molido y una cancha de bochas, club social en el que no ingresaban los obreros ni sus parientes la chusma al decir de los insidiosos, como la madre puta madre de la mina que en esa oportunidad desparramara por todo el pueblo que al marido le habían autorizado el ingreso y también a los miembros de la familia, vieja bruja y discriminadora.
Que no se hable de política, que no se empiece con los murmullos y las medias lenguas, callados, indicaciones de quien poco se equivoca y que pone empeño en no retractarse, consignas de compañero temeroso al que no le interesan ideologías o partidos, que no está el horno para bollos y a nadie le interesa tener problemas con nadie, solicitudes de dueño de casa chica y corazón grande que manda para afuera, de marido que hace laburar a las visitas y controla que al final queden el piso y la vajilla limpios, que se prometa, y se comprometa el que se anote, que se trate el tema de la picada definitoria del próximo fin de semana, pedidos de deportista amateur que no falla en su rutina, que con eso hay para ratos de charlar porque ya se solicitaron las camisetas, los pantalones y los botines a la empresa en donación y han dado un primer sí, instrucciones de obsecuente disciplinado que le encontró el agujero al mate y lo transmite, y hay que organizarse para que se sepa quien retendrá la ropa las camisetas los pantalones y las medias y se dedicará a lavarlos después de cada partido con las vaquitas rejuntes de plata que se consigan, deslindadas de líder de barrio que hace valer sus gestiones, o de los próximos pechazos que se harán, ideas imaginativas de obrero calificado que conversa con supervisores y jefes, para que autoricen a utilizar el viejo potrero como cancha, y el pedido siguiente para el desmalezamiento y la nivelación, que para eso se necesitan máquinas grandes que solamente hay en la fábrica. Recomendaciones al puro botón, Cusa, porque los muchachos caen y como hasta las dos de la mañana todo funciona de acuerdo a pedido, y a esa hora aparecen los peores efectos de la cantidad de comida y vino que se consumió, y algún boludo empieza con las insinuaciones primero, y después con el argumento de que la vida es injusta porque hay que trabajar en turnos y todo el año, y que eso te caga la familia y los hijos y todo en definitiva, que los patrones deberían revisar esto para que se le disminuyan los problemas, porque de tal manera habrá menos explotación del hombre por el hombre, y un ambiente grato de trabajo, y menos choreo del que todos conocen, el hormiga, el que se lleva encima y se pasa si no toca en puta suerte la revisada denigrante en el portón de salida, que es al azar pero te ofende lo mismo porque los hijos de puta de los porteros aprovechan para jugar y meter las manos en decenas de culos, y hacer negocios turbios prendiéndose para no avisar y evitar las sanciones a un bajo costo y etcétera, etcétera, Cusa, arengas interminables de borrachines de cuarta que se terminaban con piñas, por la abundancia de prescripciones del dueño de casa y su defensa continuada, y en la cana como esa vez en que los retuvieron demasiado y les registraron el alias a todos, y les pintaron los dedos, después de la gresca importante en que dos quedan casi con los ojos en la mano.
Al pedo, porque en la próxima estaban los mismos, renegando de los defectos que se tienen y no se corrigen, haciendo votos para no repetirlos, criticando y programando pedidos y coleadas a la empresa, y puteando a los milicos que parece que entregan el gobierno y se van del todo.
Momentos que son y dejan de serlo, personas que se conocen, que permanecen en el ambiente que se frecuenta, que a veces desaparecen, y aparecen de golpe, como la flaca que se recuerda de niña y hoy es un minón.
Instantes que se registran en negativos y fotos, personas que van y vienen, como el Jotacé que apareció caminando con naturalidad por la ciudad hace unos días, cuando se lo daba muerto con los subversivos.
Sensaciones de tenerlo todo, lo pensado, lo deseado y lo planificado, la mujer que se quiere y los hijos que vienen sanos, soberbia de macho en lo mejor de sus esplendores, responsabilidades de jefe de familia que se toman a los tumbos y muchas veces sin pensarlo.
Vestigios de que se podría recuperar paulatinamente un cariño de años, sellado con un juguete minúsculo que se conserva contra vientos y mareas de desgastes, confianza de amigo que valora, curiosidades de aliado en las buenas y en las malas.
Mix de situaciones y seres que indican, que la existencia es un desafío de todos los días y que vale la pena tomarlo en todas sus dimensiones.
Pon 1.
Día de perros, se desparramaba como un eco su frase inteligible y de todos los lunes a las cuatro y cuarto de la mañana y, aunque nadie la escuchaba, quedaba sugerida en la somnolencia y el silencio de esa hora en la casa.
Día de perros, día de perros, repetía mientras avanzaba torpemente en la mecánica que, una vez más como tantas antes y seguramente después, le significaba estar puntual en la fábrica antes del último toque de la sirena, escrupulosidad según se aprendió desde niño en mañas ajenas que quedan pegadas circulando como los genes que se portan, cuidado impecable según se impuso desde un tiempo a esta parte, así la noche anterior se haya chupado hasta el cansancio. Una sucesión en realidad sencilla, una progresión peculiar, importante, una rutina que iba desde tomar un mate cocido a las apuradas, hasta advertir las previsiones que se deben tener para no olvidar las cajas de herramientas y de la vianda, desde lavarse los dientes a cagar, desde verificar como por cuarta vez si su ropa estaba en orden a peinarse.
Desde renegar por estupideces, al ver que le dejaron para que se ponga la camisa más gastada, o las medias finitas que se hacen pelotas con los botines, varón de coqueterías primitivas y obligadas por el bolsillo y la costumbre, a probar frases en voz alta o hacer ruido a propósito como para que ella no olvide del sacrificio que se hace, compañera en la austeridad o la abundancia, en la salud o la enfermedad, en la calma o en la bronca, en las discusiones o en la cama, y para que le quede clarito que las tandas de los turnos, o en la inversa de los descansos, niño de ayer y hombre de vaya a saber cuándo que no se olvida de tanto machaque con las lecciones con el repiqueteo de la costumbre, las sentencias, los laudos, tienen como referencia las cinco de la mañana, la una de la tarde y las nueve de la noche, aunque la última orden en el laburo haya bajado por las maderas del interminable gallinero para cumplir con tiradas fijas de dieciséis horas corridas con ocho de descanso el día no tenía más horas, y además para que la vaga no descuide la atención que debe poner en colaboración del marido, velando por la salud y la educación de los niños, limpiando y cocinando, lavando y planchando, niña crecida de golpe a los golpes, que no asimila los consejos sanos de la mamá, y sigue sin aprender eso de que los padres a veces no se equivocan, una calentura no es motivo para casarse menos si ya se tiene una experiencia con negros y ordinarios con eso de la famosa puntita, rayo de luz de otras épocas más tranquilas, que todavía anda desorientada con reglas que aprendió y son de difícil aplicación quizás porque no se comparten quizás porque no se entienden quizás porque no son aplicables en su caso, porque no es lo mismo ocuparse de la ropa de quien trabaja en una oficina y en un escritorio, que ver por el atuendo del que le mete en una fábrica y está en contactos permanentes con la mugre, mujer que se pone, se adapta, que hace y reacciona, que anda lidiando seguido con calzoncillos pañuelos y medias cada tanto, camisa y pantalón cada semana, y lustre de botines una mierda, ella no está ni entrenada ni acostumbrada a ocuparse de la mersada en la intimidad reniega y protesta, hembra engreída y abochornada que se subleva sin que la vean. Práctica personal que a pesar de los horarios ajustados el día no da para tanto, iba desde ver si el paso de gas estaba cerrado y poner llave a la puerta, ex inquilino meticuloso del conventillo más sucio y precario que hubo en otras épocas en el pueblo, devoto empedernido del vuelo independiente de la paloma, de un viaje a la autonomía que duró poco tiempo, a repasar, en el itinerario repetido que se cubre hasta el lugar en un auto al que se le carga con dificultad el combustible por la plata y no por desidia, víctima del cambio de peso moneda nacional a peso ley, ciudadano con pautas de consumo que cambian radicalmente y país con mucho golpe de estado, recordando dificultades y al mismo tiempo las indicaciones recibidas en el cierre del turno anterior, lo que se dejó pendiente, lo que se debe sugerir como personal calificado, en ese trecho de tres kilómetros que alcanza para tener una idea de lo que en el día se pondrá de ganas, de conocimiento, de habilidades y destrezas que se entregarán o negarán a los patrones a sus cipayos de ocasión, para que todo salga lo mejor posible o como fuera durante las horas exigidas que se cumplen en el receso y que se pagan tan bien.
Por ello, reaseguros cotidianos, potenciaba su resuello de oprimido al ingreso, de hombre resignado que arremete con las fuerzas y las energías que se tienen con la carga de eso que algunos llaman estrés, que se ponen desiguales casi siempre y necesarias según los supervisores que reportan a otros jefes y así para arriba hasta vaya a saber dónde, y ese tic de un crispamiento de costumbre que servía para terminar de acomodar las prendas de lona trabajada y delgada al cuerpo, criatura de elementales reclamos materiales y maestro que le dice cuando puede a la mujer que nada se pierde que todo se transforma filósofo industrial contemporáneo y plagiador. Y porfiaba, con una señal de la cruz imprecisa y apurada, de prójimo convertido a las patadas y puteadas de la madre, de semejante con tropezones propios, porque si era por explicar la fe de algunos días en especial los pesados nunca se encontraban razones con sustento firme para hacerlo a cada rato y por cualquier cosa, y estampaba un beso a la foto en la que aparecen los chicos amontonados y saludables, de pié y sonrientes con una pelota del cinco, el regalo común y cuestionado de los reyes en el último enero, el Guille de cinco y el Luisi de tres años, y el Pichi que pasó los seis meses, papá juguetón y cariñoso de la primera infancia, que termina un año y empieza otro con un presupuesto al rojo vivo, aunque la abuela ayuda mucho como con las guirnaldas en los cumpleaños, en los días del niño y las fiestas en el jardín, horneando los bizcochuelos para los niños y las empanadas para los grandes en cada fiesta, vieja reprochona y bondadosa que repite y renueva cuando puede eso de adonde comen dos comen tres.
Finalizando el fausto de instantes que armaba, con un parió, viejo artífice de imprecaciones conocidas y de arengas sin ton ni son pero que sirven de intervalos que renuevan el oxígeno de esa manera salió. Después de todo, todo estaba listo para empezar como otras veces, como ahora o las veces que vendrán.
Convenir que se empezaba no era asegurarse que los problemas, las penurias y preocupaciones, se colgaban en una percha en el ropero del cobijo a la espera del regreso, nada que ver, sanatero de pura cepa y remolón industrial que en ocasiones larga a media máquina, eso de decir que lo del trabajo en el trabajo y lo de la casa en la casa es puro verso las cuestiones se mezclan se juntan se separan como masa se estiran y se apelmazan, alegatos que disimulan las interrupciones esperadas para intercalar opiniones del fútbol, las historias poco creíbles de las pescas o las inventadas de los fatos.
En uno y otro lado de la fábrica, donde se encontrara los temas se le mezclaban, por iniciativa propia o la de algún compañero, con alegrías, angustias iguales y legítimas penurias y victorias, trabajadores que dejaron de ser dueños de sus tiempos, quedando al final y prevaleciendo sobre otros temas los comentarios de que hay que pagar la luz, el gas y los impuestos que no se pagaron, o de los cortes y multas que vienen como sanciones, de los costos de la escuela de los hijos aunque vayan a escuelas públicas las maestras piden lo mismo y esperan sus regalos para su día, sobresaliendo entre otras novedades el desliz de hablar sobre las últimas veces que se mantuvieron relaciones con la mujer o algún programita que se enganchó de tanto ir y venir por las calles del pueblo, en las estaciones no confesas que no son las de Jesús que se hacen los primeros días del mes para tomar alguna comida livianita y chupar tranquilo, sin que sepan en la casa gastarse unos manguitos extra, total el recibo de sueldo no se entrega a nadie, y es importante tomar descansos de estrujamientos y tensiones y si se puede de revolcones con las putas que ofrecen cosas interesantes.
Buscando amortiguaciones para las presiones de los jefes y del tiempo propio que programan por su cuenta y deciden los jefes en el trabajo, intimidaciones de superiores que en cascadas interminables interpretaban con defectos las directivas de los verdaderos patrones modeladas en impresiones de teletipos, o en voces demoradas en las comunicaciones por radio, pedidos de obsecuentes visibles y no visibles, que a puros gritos de histeria salían desesperados a cumplir y a buscar culpables por adelantado, por las dudas, por si fuera, de un tiempo desproporcionadamente corto para el cumplimiento de tareas que surgían de otras anteriores y a las cuales estaban supeditadas las posteriores, como eslabones de una cadena que parecía no cortarse nunca, no debía, no podía, decían los regentes inmediatos pidiendo más productividad atención desempeño para no perder horas hombre, recordando también que los grilletes de puteadas de los capos eran imparables y al punto confirmaban siempre la irrebatible ley de ese gallinero inservible donde cacareaban unos cuantos cagando a los demás que continuaban buscando culpas y culpables en un círculo infernal.
De abajo para arriba el cumplimiento lo más estricto posible de una instrucción, y de arriba para abajo el reguero de culpas culpabilidades y responsabilidades cuando se las necesitaba, cuando las cosas no salían de acuerdo a estipulaciones y directivas, lo de costumbre, aunque nunca faltara un boludo recordando que se delegan las acciones y no las obligaciones. Escarbando en todo lo que se suplementaba a la concentración exigida para pasar quince de las dieciséis horas entre los hierros sucios y oxidados que separados parecían un mecano sin sentido chueco y destartalado, trastos inmundos que luego se ensamblaban en el circuito de funcionamiento permanente para la elaboración del azúcar, ese oro tan blanco y tan fino que salía por toneladas y retornaba en las monedas de los sueldos liquidados, el producto de esa cocina en gran escala que en fracciones vendían con buenas diferencias y como pan caliente los mandamases de los señores, acrecentando su riqueza la de los señores y no la de ellos que eran simples propinas decían los renegados, esa fortuna que de un lado se mide con la relación bolsa terminada horas hombre incorporadas, que se modifica siempre en contra y jamás a favor de los trabajadores, esa prosperidad que del otro lado se traduce en acciones que cotizan en bolsa, o en consumo de ostentación que poco se muestra ante obreros y empleados.
Pensamientos, y a veces comentarios de apostatas señalaban los jefes cuando los oían, porque al final de cuentas resentidos o no, los técnicos se ven beneficiados con un plus que debería hacerles callar bien la boca, y entrar en una disciplina que debe ser observada por todos sin excepciones, porque la ciudad entera depende del movimiento de dinero a que da lugar el movimiento de la empresa, y si se cierra el grifo de la producción todos se mueren de hambre. Porque con el sueldo se compra la mercadería en el supermercado que es de unos primos venidos a menos de los patrones, y en las despensas de los bolivianos quienes recargan hasta un cien por ciento los efectos que venden las baratijas que ofrecen como importadas, y muebles y artículos del hogar a los dos o tres turcos que los negocian y son dueños de buena parte de las propiedades inmuebles y muebles de la ciudad, y remedios y útiles para la escuela igual, y ellos negocian con proveedores venidos de otros lados y que también se enriquecen en otras ataduras que van aceitándose solas y paulatinamente, y a medida que pasa el tiempo, los hijos de los bolivianos y de los turcos que pudieron estudiar en la universidad, comienzan a llegar y a dar vueltas con ideas innovadoras y modernas de la modernidad que al final de cuentas se traducen en inventarle alternativas al mismo y antiguo juego de que unos pocos se quedan con mucho y los muchos con poco.
Esos que son los abogados, los contadores, los médicos, los farmacéuticos, los ingenieros, que además del curro de la profesión tienen el adicional de la custodia de bienes y patrimonios familiares que se cuidan como el tesoro más grande del mundo. Removiendo lo que mitigara la bronca y la impotencia de progresar en cuentagotas, de pelearle siempre a la limitación del sueldo que parece no alcanzar nunca, porque siempre hay una deuda con el almacenero, una cuenta, un crédito, que se dejan de pagar, y aparecen los líos de embargos y cartas documentos, y oficiales de justicia que caen inclementes a los domicilios en las horas en que los ven todos los vecinos, conocidos, amigos y enemigos, a propósito, en nombre del juez de paz todavía porque la cantidad de habitantes no justifica juzgados, para el caso lo mismo, ni otras agrupaciones confabulaciones de zánganos, que escudándose en el fiel de una balanza que ellos controlan, igual que la policía, son perseguidores de ladrones de gallina y no le hacen nada a los que verdaderamente son malos.
Gatuñando lo que disminuyera a su mínima expresión estas ráfagas de broncas de excitaciones y desasosiegos que no deben ser, pero que son, y hacen que se comprenda mejor al viejo y a sus estupideces de antes y de ahora, y a otros que al estilo de él, andan haciendo buches con la puteada en forma permanente, con la insidia, la mofa y el rencor que revuelven las tripas, porque no tienen adonde quejarse, los sindicatos no existen, y los que siguen con el mambo de las paritarias andan lucrando con los chamuyos y las trapisondas conocidas de las obras sociales quebradas y sin coberturas, en una trápana infernal con los milicos que una vez más están por dejar el poder qué novedad y por suerte.
Todo lo que sirviera para subir las defensas esas defensas que seguido se pierden, y estar virtualmente vacunado contra otra lacra que se carga aunque fuera de onda, otra sutura al desván o al diván de las frustraciones en masa, otro chirlo que cae como peludo de regalo, una cúpula de generales y borrachines suburbanos, que en la última posta de una dictadura que ya no se aguanta, declararon la guerra a los ingleses por las islas y una soberanía que no se practica ni siquiera en el continente, y de nuevo viejos amigos, chicos de ayer de los sábados en la pantalla, de los paseos en la isla, de los relatos fantásticos que asustaban, de las bajadas a los carnavales en los lotes, de los bailes en el club Recreativo, conocidos, vecinos y familiares inmolados por causas a las que se adhiere sin comprenderlas, para transformarse en excombatientes, como el hermano menor de la flaca que negoció la indemnización por la prebenda de poder entrar a la escuela de aviación con trato preferencial, loco y soberbio de porquería que consiguió el instrumento y el medio para continuar con las amedrentaciones de toda la vida, esclavo incorregible de amos que se tienen con rango o sin rango.
Y mujeres que se quedan sin marido, y niños que deben crecer sin padre o con otros padres usurpadores de beneficios ajenos, por muertes o locuras que se portan cuando todo vuelve a la normalidad como si no hubiera pasado nada como hacemos siempre mirando para otro lado, cuando ya no está más el periodista que jugaba a la guerra naval volteando barquitos por la televisión, con el discurso y la lengua y un atrevimiento insolente increíble con la gente, cuando desaparece la ingenua, espontánea y mágica solidaridad, de todo un pueblo juntando y enviando kilos y kilos de chocolates, y de ropa, de enlatados y de colchas, que en el corto plazo, inexplicablemente, aparecen en los escaparates de quioscos y boliches de todos los pueblos, de todas las ciudades, como una burla repetida a esa memoria tan frágil para lo importante, tan fina para las estupideces que tenemos, el memo de una sociedad que no se corrige porque a pesar de todo todavía se puede comer asado los domingos, o emborracharse mirando un partido de fútbol por el canal oficial.
Todo lo que neutralizara la ofuscación que se acumula con diez años de servicios en la fábrica, un tiempo suficiente para darse cuenta que la vida de un mediocre se supera lentamente a lo mejor nunca en toda la vida, por más apuro que se tenga y por más méritos que se hagan, por más disciplina que se ponga, por más condescendencia que se practique con jefes y supervisores, que a lo mejor los niños, sus hijos, tengan otras expectativas y otras oportunidades gracias a los esfuerzos del presente, otrora distintos, porque hoy y para uno no, porque mañana y para ellos tal vez, mal que mal se alimentan como Dios manda, y se les puede comprar esos pañales descartables que son tan caros y reemplazan a los otros, a los que antes las mujeres lavaban con mucha puntillosidad para su uso, esos trapos de moda que aparecieron ahora y que hacen de las ninfas unas vagas y unas cómodas, que no solamente no saben aplicar lo que aprendieron, sino que además andan eligiendo lo más caro y costoso, como esa prima de la flaca que se hace la cara y anda agrandada, porque se metió con un político separado que le dijo que si llega a intendente le dará un trabajo.
Contrariedades que pueden parecer mínimas para los otros y en las conversaciones de una jornada interminable, como las de los otros parecen mínimas, pero que no lo son tanto, porque todos las pasan, como habrán pasado o habrán de pasar, por la sorpresa del último descubrimiento, temprano en la mañana, frente al espejo y en la penumbra, la turbación de ver que la frente se ha corrido para atrás varios centímetros unos milímetros tal vez que no se tuvieron en cuenta antes, y que algunas arrugas se fijaron en la cara y que para sacarlas no sirve hacer estiramientos con los dedos que eso no sirve, y que la hermosura ha comenzado a desaparecer como dicen los de serú girán cuando hablan además de ser libre de verdad, cimbronazos no anunciados de un tiempo transcurrido con tanta urgencia y problemas no resueltos, huracanes de una historia que comienza a ponerse monótona, poco divertida, y con muy escasos medios para hacerla diferente, con la excepción de práctica, la de los partidos de fútbol, las picadas de los fines de semana, que además de organizarse como si se montara un espectáculo con bombos y platillos, se le han convertido en un cable a tierra, en una fuente inagotable de ideas que le sirven como cristal para interpretar el mundo, sus trazos y dificultades, y aunque la mujer en la víspera, buscando sustitutos a esos eventos que no aprueba porque birlan el marido justo cuando puede estar en casa, haya anunciado algo diferente para la noche de un día de la semana como el que corre.
Jotacé fue invitado a comer un picante de pollo, mujer de habilidades secretas y que se desconocen, boliviana habilidosa que algo sabe de anzuelos gastronómicos, porque se habían cruzado en la calle y dijo que quería conocer la casa y a los chicos, y se pensaba que les haría bien que ellos conversaran después de tanto tiempo, y compartieran ellos los dos disfrutaran las historias de sus experiencias que habían pasado antes de estar alejados, hembra dicharachera y entusiasta con las cuestiones del marido, que no había de qué preocuparse porque a las diez de la noche estaba todo preparado y para lo que no se necesitaba dinero, ama de casa a la que de golpe le alcanza el presupuesto, de discursos imprevistos que se suman a las evocaciones fabriles y personales, ese largo itinerario que se recorre con pensamientos o interlocuciones mientras se supervisa el trabajo de la cuadrilla, y en el que aparecen novedades como ésta de las que no se está muy convencido.
Porque si por él fuera ni se le hubiera ocurrido invitarlo, reminiscencias de proyecto de padrillo despechado, de protagonista de alternativa y de descarte en esos juegos y travesuras que no se recuerdan a menudo y a propósito, los escenarios de la amistad fueron otros y cuando hubo una casa de por medio fue la de los farmacéuticos, reacciones de chiquilín que hace rodar su adminículo mientras lo piensa durante el descanso de las cinco de la tarde, y cuando repasa las charlas que tuvieron recientemente, necesarias, y suficientes, varón indiferente y perseguido que considera ahora agotados los temas o no le encuentra razón de ser al hecho de reflotar una amistad que lo fue cuando eran niños y jóvenes, que no le encuentra sentido en que lo siga siendo de adultos y justo en tiempos de tanta carga horaria.
Con la cantidad de agua que corrió por el río de sus curiosidades y ensoñaciones de antes y de las que siguieron, y según se opina no tiene porqué seguir corriendo, de cuando se pasaba horas diciendo lo bueno que debe ser tener un padre que dispone de dinero, que lo compra todo y que da con todos los gustos, no como el que se tiene que además de renegón e insoportable hay que ayudarlo saliendo a trabajar de cualquier cosa, y el otro contestaba que estaba bien pero que había escuchado por ahí la estupidez que la guita no compra la felicidad aunque ayude a tenerla, y que con su disponibilidad de cobres no es para gritar albricias, y hay que ver que ni se terminó la universidad en la que se tenía todo pagado, los libros, la pensión y el comedor, como le comentara en la única carta que escribió contestando a las suyas, en la misma adonde le reclamaba que no tomara con liviandad las reivindicaciones obreras y estudiantiles, aquella sugerencia a la que él no le había dado ni cinco de bola, de luchar por los que no tienen o por los que menos tienen, y que tal vez se la habría dado si se hubieran encontrado algunas veces si al final de cuentas nunca estuvieron a más de cuatrocientos kilómetros de distancia.
Y él confesaba que no había seguido comunicándose porque por entonces no le interesaba la política, al menos no tanto como ahora que algunos de los sufrimientos se viven en la fábrica por culpa de los desbarajustes que se arman, en nombre de la democracia y de los inmaculados militares que toman y dejan el poder, y que además de la fiaca de la juventud, le daba bronca reconocerle por escrito que no veía a la flaca, el amor de su vida, porque la vieja se dio con el gusto de discriminar y segregarlo, y que en eso habían estado sus hermanas como cómplices, a las que ya había perdonado, entendiendo que a las minas es mejor tenerlas de amigas que de enemigas y aliadas en contra de los varones.
Para qué volver, se preguntaba recordando a su madre pasar el apremio y hacer valer sus potestades, al abalorio de famas y cronopios del Julio que el otro conservaba como cordón umbilical de sus explicaciones y reacciones contra el sistema, según lo que le dijo, de pobres y ricos, de fundidos y no fundidos, de exitosos y frustrados, de indignados como vos, se chanceaba, por no haber nacido en un hogar con más disponibilidad de dinero, o de haber tenido la posibilidad de seguir estudiando, es lo que hoy más reditúa, dos de las circunstancias que hubieran servido para ser menos reaccionario y renegar contabilizando lo que no se tuvo, lo que no se tiene, y es posible lo que no se tendrá, fijaciones de otros años y de otras carencias, de realizados como la mujer del radical ese que conocen, que aún disponiendo de plata y estudio se ha revirado, demostrando que esos de la plata no son los únicos fines de la vida, que hay otros, más sencillos y más valiosos.
Reputados e infortunados, prósperos y miserables, componentes del arco iris de desigualdades de este mundo que se conocen por contacto directo, y al otro no le sirven más que de capa delgada del barniz que necesita para afianzar su rol de profesor de secundaria, de académico habilitado por tener tercer año de ingeniería aprobado, para cuestionar hoy, en teoría y con lo mismo a los cientos, y miles de compañeros pelotudos, que vivieron y vivirán en la clandestinidad y el anonimato, de aquellos que nunca se animarán con nada ni con nadie, pero que tienen mujeres y familias, y buenos empleos, vacaciones y sueldos, y autos y casas, y que eso es muy bueno y hay que saberlo valorar, aunque en sincronía se tengan deudas y líos, inconvenientes e impotencias no cubiertas, de cualquier forma son patriadas en las que se pelea por lo propio y no por lo ajeno y desconocido, accidente que no pasa en las otras luchas, por caso las ideológicas, que en este país significaron, para los que estuvieron involucrados, identificaciones con los líderes de uno de los bandos, plasmadas en una boina de guerrillero o una gorra de general, con los adalides y mercachifles fundamentalistas, que al final no ponían ni la cara ni daban el pecho en pro de sus causas, desapareciendo a la hora de los bifes o acomodándose al sistema, contiendas que no arrojaron los resultados esperados, y terminaron con muertes, desapariciones, de cientos, miles de inocentes o estúpidos que se inmolaron que pagaron en nombre de ellas de las causas y de los que alzaban las banderas cuando todavía no había represalias, generaciones enteras de jóvenes soñando con ser una cosa u otra, desperdiciando sus tiempos en centros rurales de entrenamiento o colegios militares que comenzaron a pulular en las ciudades, mientras los otros, los jefes de arriba, los que se las creen de ideólogos y son en realidad unos vivos y unos avivados, después de lanzada la pelota y avanzado el juego, andan como chanchos caranchos amigos mostrándose juntos con los que fueron enemigos por todos lados.
Discurseada de intelectual confundido, que por poco o mucho que hablara lo agotaba, de versero versado en enciclopedias de universidades, o en lecciones de profesores petarderos que aparecieron alguna vez en las aulas para nunca más retornar con sus lecciones revolucionarias o las enseñanzas para tener una sociedad más homogénea y solidaria. Los mismos que afirmaban que había que amar, armar al pueblo, sacarlo del oprobio consiguiendo una distribución diferente del ingreso, más equitativa, proclamas que ocultaban descarada, impunemente, con el dictado de materias como macroeconomía, derecho civil, literatura o cálculo de estructuras dos, haciendo alusión seguido a la doctrina social de la iglesia como fundamento religioso de todos los cimientos con los cuales se conseguiría la transformación, ofertada, se podría decir, porque por la forma en que lo hacían parecía copiada de un mercado persa.
Aquellos que confundían vistiendo el atuendo respectivo y luciendo desalineados, con aires de intelectuales que no disponen de tiempo ni para bañarse, malos imitadores de un che Guevara que desde un póster servía para cubrir paredes desnudas de departamentos anónimos, con poca ventilación y superpoblados, y en lo ideal para enorgullecerse de que un compatriota fuera uno de los comandantes en Bahía de Los Cochinos.
Mentores, traicioneros algunos, traicionados y cagones los otros, de las persecuciones que tuvimos, continuaba vehemente cuando ya no le podía escapar al bulto de contarlo y el otro el amigo al de escucharlo, como la noche en que nos encanaron en el Alto La Lechuza y mientras cantábamos la López Pereyra, el final de un seguimiento meticuloso llevado a cabo con información y uniformes de fajina y de primera de rutina de conservador de mafioso, que hoy es para pensar que pasaban aquellos tirados a profesores de vanguardia, y los tontos útiles amenazando con escopetas recortadas repitieron la solicitud conocida de recitar el número de documento de memoria, y las direcciones y otras señas personales, sarta de estupideces que pedían y había que cumplir, temblando porque ya se sabía, hacían lo mismo una, dos, tres veces mil veces y el final era el conocido, así lo mismo nos llevaron hasta la Central, y allí nos tuvieron como dos semanas en averiguación de antecedentes, y al final separaron a los changos detenidos, algunos no aparecieron nunca más, otros como los Vilte, esos que se unieron al grupo cuando comenzamos a frecuentar la casa de piedra, otro de los lugares concurridos de la infancia, otra referencia ferroviaria, cerca de la pantalla, terminaron en el exterior porque tuvieron la suerte de que su embajada se calentara y los enviara a Noruega o un país de esos, y otros zafamos al año y medio, como yo, que salí con la corona de rey de los pelotudos, porque después de tanto tiempo descubrieron que no tenía nada para que me imputaran, y me cagaron la vida, porque tuve que trabajar de empleado de comercio, para lo que no estaba preparado, no tenía inclinación natural ni estaba acostumbrado, resultado de la decisión del viejo de suprimirme los víveres, hasta que lo reconsideró, se acabaron las persecutas sin sentido, y se pudo comenzar con el trabajo de maestro de matemáticas. Pensadores se creían casi todos por esa época, lo frenaba, académicos sobresalientes interesados en modificar una sociedad que les dio tanto la espalda que hasta en el jardín de la república, transformado en uno de los cementerios de centenas de ene ene, terminó de gobernador el comandante de la represión y del operativo independencia, en forma similar a otros lugares del país, con el único costo legendario y de origen medieval de apretar a los pudientes para que gasten algo en las necesidades del pueblo, entregando o financiando bicicletas, electrodomésticos, mercadería, eso, y una apuesta fuerte de joder a la gente sólo con lecciones de probidad, como las órdenes que impartió para que les cortaran compulsivamente las melenas a los jugadores de fútbol de los clubes locales, pasaporte ineludible para entrar en la cancha, ordenar y ejecutar trabajos de jardinería en cuanto espacio verde había, y a deportar linyeras a provincias vecinas, una pinturita.
Le daba al camelo, a la chunga, y el otro se la aguantaba, y comenzaba con los balances y comparaciones con el juego, que él había acumulado tantos importantes a su favor, habiéndose casado con la flaca aún las dificultades opuestas por la familia y su pasado, con los hijos, y un trabajo estable que se conserva, probaba la bufonada y la befa, el doble sentido, y el otro unos cuantos tantos en contra, pero terminaba, actitudes de amigo de muchos años, afirmando que no se gana y se pierde sin interrupciones, y que si se viene ganando alguna vez se pierde, y que si se pierde tantas veces hay que presumir que está cercano algún momento de ganar, lo alentaba, sin ocultar el tedio que le provocaban los temas que le interesaban poco o nada, de escasa relación con su trabajo, con sus logros y fracasos, y se resistía a seguir revisándolos durante una sobremesa con quien además, ni chupa ni coquea.
Día de perros, Cusa, pesado con el calor que se soporta terminando la jornada, la transpiración que dificulta el trabajo, los olores de la fábrica y los que portan los compañeros que se encuentran cerca, por la sensación de ir dejando trabajos terminados a medias o mal encarados, sin que nadie lo sepa, los de la cuadrilla que la chupen y se la traguen, que sigan pagando derechos de piso, como el que se viene pagando en tantos años, aguantándose puteadas y postergaciones de ascensos que corresponden, por la constancia, el cuidado permanente para que las metidas de pata sean menos que los aciertos en las decisiones que se toman, por el acercamiento con jefes y supervisores con los asuntos del deporte de los fines de semana, por la disciplina con horarios y otras imposiciones, caso las horas extras, voluntad de animal que se pone al servicio de la empresa, por no enfermarse nunca y concurrir sin chistar a todos los cursos de capacitación que se dictan desde que se decidieron las reformas administrativa y técnica en la fábrica.
Día de perros, en el segundo hogar, en el predio adonde se vive más que en la propia casa, en esos galpones que se conocen desde siempre, desde que se tiene uso de razón, desde el alambrado perimetral que con otros se cruzaba hasta bien adentro, cuidando de no ser visto por papá y en épocas en que se podía burlar la vigilancia de los porteros y de los serenos.
Día de mierda, entre esos edificios que cuando niño parecían los rascacielos de las películas de Elvis, y que no son más que una fachada de ladrillos vista y ventanas que ocultan la maquinaria, estibas incontables, materiales de pañol, vehículos y oficinas. Construcciones mal terminadas por donde se deambula todo el puto día, caminando, mirando, corrigiendo, equivocándose, y así duela la espalda, la cabeza, los pies o la panza. Laberinto de pasillos y recovecos incontables porque algunos se cuentan dos y tres veces, estrechos y sucios, que llevan de un lado a otro, en los que empiezan o terminan escaleras, cobertizos, o pasadizos que permiten el seguimiento pormenorizado de todas las instancias de la gran cocina ajena.
Día de perros, Cusa, puteando, pensando que una vez más habrá que hablar con los muchachos del gremio, para avisarles que nuevamente no se cumplió con una de las entregas anuales de ropa de trabajo, la muda del overol, camisa y pantalón de grafa, botines, que también hay demoras con la reposición de las herramientas que se rompen, o que se ratean, es lo mismo, porque muchos compañeros para disponer de unos manguitos recontra extra, los negocian con comerciantes inescrupulosos que hay por toda la ciudad, así después anden dando lástima de lo zaparrastrosos que aparecen a trabajar. Alertar, Cusa, sobre derechos que se ganaron con el tiempo, y que evolucionan con mejoras y conquistas, comunicar inconvenientes, ejercer presiones boca a boca, por intermediarios, para que los patrones y sus esbirros no se hagan los desentendidos de lo que ellos llaman sus costos indirectos que por lo visto son los que más les preocupan porque a los directos los necesitan para hacer el azúcar.
Llamar la atención, aunque a las obligaciones de convenio nunca se las tenga en cuenta, porque es como dicen algunos compañeros, a las imposiciones los patrones las ponen también con el esquizofrénico, enajenante motivo de ahorrar guita, de alcanzar costos menores que los otros, encubiertos en beneficios que se publicitan por un lado, con el gremio, caso el seguro de salud o el de los accidentes de trabajo, espurios instrumentos que no cubren ni a la viuda ni a los hijos si se produce una desgracia. Restarle importancia a los guantes industriales, que preservan de los golpes de alta tensión, o de las magulladuras que produce el tironeo de alambres de grueso calibre, a las botas de goma que producen unos olores de pata inaguantables, a los arneses y los equipos cuando se trata de trabajos a realizar en altura, a los cascos esos, que tanto se rechazan porque delatan la jerarquía, anaranjados para el personal de más baja calificación, para los del campo y para los que se ocupan de la maestranza y de limpiar toda la mugre y la mierda industrial, azul para los pinches intermedios y algunos supervisores de poca monta, y blancos para los jefes de más importancia, y para los patrones cuando dan sus vueltas periódicas contando las vaquitas que siempre son ajenas por ser de ellos y no de uno.
Invocar los derechos, y hacerse el sota con las exigencias Cusa, hasta tanto se cumple con la última ronda, con el alivio incidental que significa el final de un día más de trabajo, aunque se trate de la víspera de otro, presentir cercano un intervalo con la vuelta a casa para seguir mezclando, situaciones, personas, problemas, deseos propios y de los otros, esperanzas y anhelos que no se borran con la ducha ni con los sueños.
Y perder Cusa, por cansancio general, por insuficiencias, por limitaciones, y nuevas versiones de hacinamientos que hoy sufren sus niños y no él, por monotonía, la noción del tiempo y del espacio, y estar, mala suerte y mala leche, justo en el lugar y el punto en el que la maldita gravedad precipita un bulón de tres octavos, un minúsculo tornillo que cae cinco metros y golpea la cabeza Cusa, a la altura del parietal derecho, y el barullo, el fárrago instantáneo, la lucidez en la turbación, y la oscuridad que se hacen de golpe, para luego no saber ni sentir nada.
Día de perros, se dispersaba como una resonancia su frase cuando comenzó a responder a los estímulos y, aunque nadie le prestaba atención, quedaba insinuada en la apatía y el siglillo de cualquier hora en la zona de cuidados intensivos.
Día de perros, día de perros, repetía con la impresión de no escucharse, al tiempo de tomar conciencia y percibir que un haz de luz penetraba en sus pupilas, al momento de darse cuenta que unos dedos livianos y fríos hurgaban sus párpados y le daban la sensación que lo lastimaban. Imágenes difusas que se movían, sombras que aparecían y desaparecían, y contrastes en todas las tonalidades de grises, le surgían como señales desconocidas de su contacto con el mundo, como boyas en un mar oscuro y turbulento, como mojones que señalan un camino por el que se anduvo pero del que no se tiene la menor idea.
Renegaba, y daba rienda suelta a tocarse por impulso, a reconocerse progresivamente, a redescubrir su materia palmo a palmo, abrir las manos comprobando que sus piernas estaban en el lugar de siempre, que al contacto en la zona del abdomen y el tórax no se notaban evidencias de agresiones en su cuerpo, que las vendas y cintas adhesivas cubrían su cara y la cabeza, a tomar empalmes con su propia piel y con sus dedos en los contornos de su boca y de los ojos.
Escuchaba voces sin poder procesar frases o palabras, empezaba a entusiasmarse comprobando que sus signos vitales estaban como siempre, en su entender la capacidad de abjurar, la curiosidad permanente y la firmeza física, aunque de entrada lo atormentara la ausencia total de recuerdos, de referencias que le sirvieran para un mínimo de orden, los datos que necesitaba para comunicarse, para integrarse al lugar del que nunca se ausentara. Ensayaba movimientos, y probaba cotejar sus primeras apreciaciones con las respuestas de sus reflejos sobre el cuerpo, y notaba que una puntada muscular intensa se le iniciaba a la altura de los pies y repercutía en su cabeza, que doblando una pierna se le aceleraba el pulso detectado en la región de la muñeca de una geografía que se le iba revelando poco a poco, sintiendo que una taquicardia suave lo sofocaba casi sin moverse.
Día de mierda, rememoraba y se dormía.
De pronto las figuraciones, las penumbras y las desproporciones empezaban lenta, sucesivamente, a dejar de serlo, a ser suplidas por visiones acertadas de espacios asépticos y desconocidos, de camas con ajuares blancos, de luces blancas, de azulejos blancos en pisos y paredes, de biombos de tela blanca, de papagayos y chatas blancas, de puertas y ventanas blancas, de cortinas blancas, de mujeres y hombres con uniformes y mocasines blancos que no miraban a nadie ni conversaban, primeras disparidades que se reemplazaban con los ruidos disminuidos de un ir y venir con prudencia, con diálogos que llegaban como murmullos y palabras inconexas, con quejas y lamentos anónimos y ciertos, con el crujir lejano de la chapa de vehículos destartalados y de sirenas sonoras, oposiciones iniciales de olores, de pisos y paredes desinfectados a cada rato, de agua oxigenada y antibióticos utilizados en exceso, de alcohol puro aplicado vaya a saber en qué lugares, de dolores o molestias originales que reemplazaban a los otros, de torniquetes puestos en los brazos para saber de la presión, de agujas de jeringas que penetraban nalgas bastante castigadas o brazos escuálidos por transfusiones, hidrataciones, o reposición de vitaminas, carbonatos, fósforo o lo que fuera, del frío del estetoscopio sobre el pecho, del cabo de una cuchara apretando la lengua, de termómetros que a partir de las axilas producían escalofríos y cosquilleos, de los reemplazos periódicos de parte del vendaje, blanco como todo, que apretaba demasiado la cabeza repercutiendo en puntadas reiteradas en la zona de las sienes, de escuadras de metal que de rato en rato le fijaban en la cabecera de la cama, para evitar cualquier movimiento que le acarreara desbarajustes en la restitución definitiva de sus equilibrios.
Día de perros, reincidía con su mal genio, y una garba desordenada de otros paisajes recirculaban en su mente, de paredes y pisos de azulejos grises, de alisados colorados picados y con manchas de aceite y grasa, de portadas de ladrillos vista salpicados de concreto, muros y tinglados apiñados, de protección de tachos, centrífugas y cintas trasportadoras con movimientos serpenteantes, zigzagueantes por todos lados, de pistones sobre nivel y molinos en cadena, que conformaban dédalos intrincados en barracones y marquesinas, en recovecos y túneles que se le presentaban en forma de otros escenarios adonde, se jugaba en silencio y seguro, estuvo alguna vez, en proscenios diferentes, por lo opaco y grises que eran, del esterilizado y albugíneo universo que ahora lo aprisionaba.
Y pensaba, mala suerte, mala leche, convencido de haber comenzado a ubicarse en el espacio, aunque con el tiempo nada. Y se dormía y se despertaba.
Intentaba el armado del rompecabezas de su tiempo, con afanosidad buscaba las piezas para calzar personas en los lugares vacíos, en los desiertos nuevos donde hacía reconocimientos, en los yermos ahora despoblados de sus caminatas fabriles y febriles, haciendo lo posible para distinguir los minutos, diferenciarlos de las horas, encuadrarlos en los días, hasta tanto se le evidenciara la memoria de los sucesos pasados, avanzaba para armar el caos de las historias truncas, la de él y las de algunos que habitualmente zanganeaban en los lugares frecuentados.
Completaba la capacidad disponible para distinguir entre los cercano y lo lejano de sus fracciones temporáneas, el porte para discriminar entre el hoy y el ayer, entre mañana y pasado, porque de pronto el antañón y carcamal de las lecciones se le aparecía jugando con él en la pantalla, cumpliéndole los sueños de comprarle una ametralladora de plástico con la que había soñado en vano alguna navidad y en el día de reyes subsiguiente, a la flaca se la imaginaba perpetuando las sumisiones reservadas de la vieja, a sus compañeros de trabajo en luchas baladíes que finalizaban con rendiciones y en desengaños, y al Jotacé ataviado de jefe de planta dando instrucciones a hombres y cuadrillas de obreros, personas conocidas, confundidas en espesuras inconmensurables, conviviendo con demonios y duendes malos, con la novia sin cabeza y el familiar que tironeaban para meterlo a él en embudos de trapiches recorridos insondables.
Alumbramientos complejos que duraron hasta que la mácula de la pobreza y los amontonamientos de su destino, le cerraba el círculo de sus viejos ordenadores atávicos, aquellos que de por vida le impusieron privarse de ilusiones y desbordes.
Las señales que aunque no lo quisiera, lo bajaban a situaciones en que una privación ya no le significaba quedarse sin un juguete o un entretenimiento, circunstancias que quedaban reducidas a una cuestión de tener hambre en serio, o a la postergación de un simple y profundo deseo, caso la tortilla que alguna vez pidió a su madre y no se pudo hacer por la imposibilidad de contar con unos escasos y putos centavos para comprar los huevos que hacen consistente la masa.
Ocasiones en que el recuerdo del hacinamiento lo remitía a negar recurrencias indeseadas para sus hijos, reminiscencias de los pequeños cuya imagen recién entraba a su mente, como furgón de cola de coche motores o trenes de carga, en los que en alguna oportunidad se encaramó divirtiéndose con sus amigos. Y envanecido por la remembranza de un rol de padre que venía desempeñando aceptablemente, lo apostaba, siempre lo apostaba, francamente añoraba verlos y abrazarlos, explicarles a su manera que continuaba en la carrera, que todavía estaba.
Y molestaba nuevamente, como liendre, persuadido de los importantes avances que lograba en el camino de tomar conciencia, de haber comenzado a recuperar no solamente la noción de espacios conocidos, no conocidos y en proceso de conocer, sino también de haber reiniciado el restablecimiento de las ideas normales y aproximadas del tiempo.
Y en la progresión continua de momentos en los que su voluntad no contaba, ni sus ganas, ni sus criterios, ni sus opiniones, convencido de que terminaría victorioso una batalla más de su existencia, se dormía y se despertaba.
Procuraba con sus propias maldiciones captar algún contacto que le permitiera alcanzar lo que le faltaba, hasta que un día, en forma inesperada, un remolino de seres y expresiones, lo dejaba nuevamente con los pies en esta tierra. Las primeras pistas precisas, procedían de esa totalidad recóndita que no sabía desde cuándo lo contenía como paciente en recuperación y de máximo cuidado.
En ese ámbito no reconocía a nadie, y eso le confirmaba la pertinencia inicial de una suerte de dependencia desconocida en el baqueteado suceder de su supervivencia, cuando hacía rato que estaba demostrado en su hechura, que el único condicionante que le jugaba partidas en contra era la estrechez, casi la indigencia, y que en las variantes para esquivarle a éstas últimas, tuvieron mucho que ver las perseverancias del viejo y de la vieja, él con la constancia en el trabajo, y ella con la paciencia adecuada para aguantarlo, y la inteligencia para optimizar las recompensas de un ingreso seguro, y aunque mínimo, fijo mes a mes, firmes razones, por conocidos y haber convivido con ellos varios años, para justificar una porción de sus malos humores y agresiones, piezas del dominó que le faltaba cerrar ahora, con quién y de qué manera concluirían las novedades de su postración.
Con estas suspicacias principiaba la tarea de identificar al médico en jefe del grupo de personas que continuamente lo visitaba, labor que comenzó a llevar con la inconmensurable intención de ir resolviendo los acertijos de los diagnósticos que escuchaba.
Así se enteraba que no había pasado por la instancia simple de un accidente sin consecuencias, que eran de esperar marcas internas o externas en la cabeza, que hacía más de un año que lo tenían en recuperación, y observación, que había recorrido en ese lapso un largo camino que empezó con un coma cuatro y finalizó con la recomposición de los reflejos y la conciencia, que de las secuelas interiores que pudieran haber quedado, comenzaría a ocuparse un psicólogo recién incorporado al equipo del hospital, y que los efectos exteriores tendrían un seguimiento continuado por parte del médico clínico, el único parecía, que había participado en cada instante de su última travesía.
De sus familiares, con el primero que conversó fue con su padre, que lo hostigó con opiniones y consejos sobre indemnizaciones por accidentes de trabajo, sentencias, prescripciones sobre reincorporaciones extraordinarias, y otras gangas que se podían pelear con el motivo de su accidente, equivocándose como sus compañeros, retractándose como él mismo, pidiéndole, eso sí y por adelantado, que cuando llegara el momento lo hiciera con la cordura que sabía, había que tener para no sacar de quicio a los patrones que por las buenas aflojan en las negociaciones.
Descansaba pero como si se hubieran puesto de acuerdo apareció la Chili con su monólogo cargado de cómo se siente con esto que tuvo, que el comoé ha dicho que la recuperación va pichichí, que hay que pedir para salir urgente de este como se llama, y con la queja inoportuna que su aburrido destino no había cambiado, que seguían solteras ella y las dos menores, seguidilla de palabras que la delataban en su vieja manía de verse todas las novelas de las tardes y, trascartón, después de haber zafado, caía la Nicéfora acompañando a sus dos hijos más grandes, hermosos y crecidos como la putamadre, trayendo noticias de que la flaca estaba recargada de obligaciones con su ausencia y que en cualquier momento lo visitaba.
Demasiado para su primer jornada de regreso pleno, luego, se dormía y se despertaba.
Día de perros Cusa, demasiado pesado con el calor que se soporta terminando la convalecencia, con la temperatura que produce la sensación de tener el cuerpo pegajoso, desde las bolas al occipucio, de la humedad que se condensa en la extensión entera de la desnudez que se cubre con ese delantal blanco de lona tan gruesa, que insisten en que se use antes que piyamas o camisetas, del salpullido y la picazón que produce la transpiración que baja gota a gota por el borde del vendaje.
Día de mierda para el alta, y con vaticinios que no gustan nada Cusa, la flaca vino un par de veces y encima se la nota indiferente.
Pon 2.
Carambolas, una tras otra, efectos en cadena que se desataban con lo que pasó y el regreso, con lo que fue y una rehabilitación no reputada por nadie en la gran familia.
Mañas domésticas que se encontraban intactas, evolucionando de la misma manera en que se imaginaron antes, cuando el tiempo no alcanzaba para entender a la flaca rezongando con la ropa sucia que se amontonaba los fines de semana, y los pretextos sobraban para no prestar atención a las peripecias con que llegaban de sus juegos callejeros los niños mayores, cuando había más de una explicación por las obligaciones laborales, y los compromisos de los descansos entre turnos, personales, resultantes de actitudes egoístas aprendidas, adoptadas, descubiertas, para no espesarse en los reclamos esponsalicios por la escasez de dinero para comer todos los días y al mismo tiempo pagar las cuentas y los créditos que se tienen, cuando se oponían algunos motivos ocurrentes y repetidos, la saturación de obligaciones de trabajo y de derecho al descanso, para no estar al lado de la mujer en la resolución de los conflictos del barrio, usuales, clásicos y habituales, caso lavar la vereda fuera de los horarios establecidos por la municipalidad, caso sacar temprano las bolsas de residuos y exponerlas a los perros callejeros que las destrozan nada mas que para hociquearlas, puerilidades, minucias que finalizaban con la arenga trivial de alguna gorda con ruleros y en chancletas, o las groserías de un vecino adolescente, proyecto de vago, que a horas insólitas para estar en casa, se divertía con argumentos legales de cuarta, defendiendo posiciones de terquedad e intolerancia de alguien de las adyacencias.
Dramas de todos los días que antes no se compartían por acuerdos tácitos de la conveniencia de no decir una palabra, que no se hablaban por convenios conyugales y virtuales, para que no hubiera interferencias con un trabajo que se cumplía todo el año, todos los años, para que el reposo, el respiro, fueran sosiego puro aunque en reiteradas oportunidades, progresivamente, se transformaran en machas y coqueadas en grupo, no consentidas, reclamadas oportunamente, trancas inolvidables, curdas cruentas o cogorzas pestilentes que antes molestaban y ahora nada, niño de ayer y de ayudar a la madre a limpiar vómitos y vino derramado, esposo de hoy y de empinar solo, con la botella y la fregada porque la mujer no colabora, macho que malacostumbra con iniciativas a su hembra, haciéndose cargo de sus porquerías y las de sus amigos.
Estilos familiares que se conjeturaban diferentes o, la duda de por medio, que se fueron modificando con la ausencia, estiletes íntimos que lastiman, que lesionan como si se fuera un extraño sin privilegios, un sapo de otro pozo, cinceles de artesanía hogareña que en principio apremian, a tomar conocimiento sin derecho a réplica que la flaca se inscribió y está concurriendo a un bachillerato para adultos, cumpliendo la vieja, la preciada apetencia, la particular, y singular ambición de terminar con los dos años de secundaria que le faltan, a verificar que con tal motivo la Nicéfora se ocupa ahora de algunas de las faenas de la casa, en especial entre siete de la tarde y diez de la noche, y que durante ese lapso los niños se reportan a ella, obedeciendo sus indicaciones y ordenes, que entre las últimas que dio está la de guardar las sobras y los desperdicios de las comidas para el corcho, de modo que no ande molestando de puerta en puerta, y para que los niños no lloren porque ellos lo quieren tener en la casa y se han arrogado la propiedad desde que ella los consiente.
Pericias imaginadas o conocidas a medias, facultades ignoradas o plasmadas sin asentimiento, de cualquier manera, aspectos contemplados y no contemplados que caían dentro de un amplio rango de posibilidades, un gran arco de probabilidades de ocurrencias al azahar en las reacciones no reconocidas de los suyos, para él y en el prolongado eclipse de su presencia, trazas que con la vuelta requerían de resignaciones involuntarias e inconsultas, firmamentos que pasaban de perversos a perfectos, de docilidades que nunca se tuvieron, desafíos de insubordinación e insolencia que de tanto negar se repiten con frecuencia, de transigencias hasta tanto se viera, y analizara lo conveniente, para transar desde la nueva condición de convaleciente, de hombre que debe reconocer y acostumbrarse a otras barreras, cortapisas por lo menos diferentes a las que se conocía o se creía conocer.
Carambolas, porqué y desde cuando.
Si después de todo un año es efímero cuando los únicos descansos absolutos son los primero de mayo o los primero de enero, consecuencias de su accidente y el retorno que indicaban por el contrario que doce meses, poco mas poco menos, pueden ser mucho tiempo, que adelantaban los recorridos recientes e inciertos de estar vivo, de haber recibido la gracia, de haber nacido nuevamente, que anticipaban los trayectos difíciles de encontrarse de noche, en los avances por adaptarse, queriendo recuperar la lujuria de los tiempos iniciales, acostado al lado de la mujer, procurando alcanzar la voluptuosidad que compartieron con efusividad y que los trasladaba en el comienzo, a vergeles de placer y de éxtasis, a umbrías de entendimientos y temblores coincidentes.
Evocaba, y con sus manos comenzaba a recorrer una geografía no visitada últimamente, buscando el calor y la humedad que recordaba aparecía entre sus piernas, con cada caricia entre suave y torpe que dejaba por los contornos terminados de su hembra, estimulándola, la predisposición subsiguiente y el final atolondrado que, rememoraba, hacía todo lo posible para que coincidiera con el de ella.
Sin embargo la evocación y el contacto demoraban para cuajar en evidencias efectivas, la indiferencia detectada en las dos visitas que le hiciera en el hospital, cuando la fiebre las contusiones y las confusiones de la recuperación atormentaban en cada minuto, en cada hora y en cada día de la permanencia forzada, se potenciaba en un vacío a su calentura, en una resistencia a sus ganas de vencer la abstinencia así disminuido como estaba, en una inexistencia de respuestas inmediatas a la erección apremiante y prolongada, demorada, pero de todos modos avanzaba, convencido y minimizando los cambios, en la presunción que en cualquier momento la ninfa, en sus arranques íntimos y no confesos de golfa, como antes, como otras veces, sucumbiría a sus pedidos expresos y a sus encantos reconocidos alguna noche en vela y de alta temperatura, disfrutando de cuanto orgasmo alcanzaban, humedecidos por todos lados y hasta el cansancio.
Y la penetraba, con las mismas sensaciones y motivos unilaterales de los primeros contactos, pero percibiendo, y cotejando cambios etéreos respecto al vínculo casi perfecto de otras épocas, modelados por ambos en los escalofríos, los quejidos y jadeos de cada abrazo final, cuando no eran necesarios ni pensamientos colaterales ni cálculos, cuando no había urgencias para acomodar episodio alguno a la evolución accidental de sus existencias mutuamente colaboradas, en un banco de la avenida o en la cama, y lamentaba el segundo efecto del golpe manifiesto, el cumplimiento de un ciclo en los talantes de los otros, porque sin que nadie lo quisiera o lo hubiera provocado a propósito, el Guille fue testigo de las primeras discusiones, de los argumentos de ella, hembra perspicaz que reclamaba poco menos que una violación para un acto no muy diferente a otros que tuvieron, que por primera vez recriminaba una eyaculación precoz cuyos motivos, se descartaba que los sobreentendería, la justificaban con creces, mujer astuta con soledad que se extiende por tiempo indeterminado, que hace alusión a su derecho de persona, al respeto que se merece con sus tiempos, niña que lagrimea recordando advertencias, amonestaciones de una mamá que la quiere y la mima, y que según las enseñanzas hiere diciendo que los forcejeos y las imposiciones deben ser cosa de negros y ordinarios, tapando las primeras, tímidas y contenidas contestaciones de él, macho con ganas de ser infiel e intolerante ahora, cuando antes se cuidaba con meticulosidad y condones de las putitas circunstanciales, y de las puchero cuando se daba la oportunidad con alguna y nunca se cubría con groserías, hombre de una sola mujer, de punta a punta de una sola esposa, niño confundido que recapitula de sumisiones sexuales logradas y no cuestionadas por la vieja y de las que se acuerda, manteniéndose como puede en la primera, violenta y férrea oposición, a la copiosa lluvia de novedades que cae sobre fronteras desconocidas y que se empiezan a conocer.
Efectos en cadena, como ese huevo que quedaba después de la secuencia desventurada del tornillo a la cabeza del accidente al hospital del hospital a la casa, esa protuberancia tan evidente que no se ve si no es con un espejo, y que salvo su peso exagerado que se siente y no importa por ahora si nadie pregunta o comenta demasiado, se puede disimular con gorros, con boinas o cascos que jamás se usaron, ni en la calle ni en la fábrica, esa turgencia, ese bulto que molestaba aún sin una profusión de menciones impropias y directas, aún con el esfuerzo que se requiere para cubrir las insinuaciones de cercanos y allegados, que se reciben a menudo y a las que no se puede hacer oídos sordos, escuchando, incorporando los pareceres de los demás, de los predispuestos a tratar estas desgracias, los boludos y los bienintencionados.
Ese óvalo sobre relieve en el que no crecía ni la punta de un cabello, esa superficie pelada y evidente que le cambiaba de por vida el aspecto, una apariencia que se cuidaba desde siempre, la ropa será modesta pero la percha debe ser buena, advertía de sentencias escuchadas, no elaboradas por entonces, y pensaba que lo de la flaca podría haber sido una cuestión de aprensiones, en principio y en sus ámbitos de soluciones difíciles, y en ese sentido se afanaba evaluando sustitutos para el ejercicio físico que hacía en las picadas de fútbol de los fines de semana y ahora suspendido, y apreciaba la exigencia reciente de imponerse a sí mismo, el cometido de retomar pautas de aseo mínimo y de presencia que se aprendieron con los que fueron, su familia y Jotacé, con quien se participó en tantos momentos y disparidades de crianza de las que se habían obtenido varios beneficios de inventario, y otros modelos que se incorporaban con los que serán, que son sus niños, que de la escuela o de la casa de sus amiguitos retornaban por lo general con una ocurrencia al respecto, como la costumbre de lavarse los dientes todos los días dos veces al día, práctica que les copió íntegra pero con inconstancia.
Un lomo que se tocaba frecuentemente, pasaba la mano y la repasaba, para comprobar sus modificaciones, con la ilusión que de súbito, por un golpe de magia desaparecería, con la confianza puesta para que la última prescripción de su médico se cumpliera, la del parsimonioso y bucólico doctor en jefe que en la última consulta, había insistido en que era de importancia prioritaria ocuparse de las manchas internas que aparecían en las radiografías que tomaban, evidencias milimétricas que no debían crecer ni extenderse, superficies oscuras y fragmentadas, que seguro se trataba de sangre coagulada que se podía controlar con medicamentos y constancia, un tumor benigno auguraba, un quiste, una malformación que en el peor de los casos podrá controlarse con cirugía.
El calmado y sereno médico que colaborando como podía, afirmaba que aquel chichón particular iría desapareciendo poco a poco, que después de todo cuando se vuelve a la vida estas eventualidades son de la menor importancia, arriesgando pronósticos de una medicina palmariamente pasada de moda, hombre que cuando opina y receta se encomienda a Pantaleón para que no le pasen nunca estos accidentes, ni a él ni a su familia, cristiano egoísta, profesional que cada vez que revisa y ausculta se acuerda de las corrientes modernas que sugieren perfeccionamientos y actualizaciones que no se realizan por muchos motivos, alópata irresponsable, macho que por dentro siente escrúpulos colosales y disimula la impresión por el jabón que le daría animándose a salir a la calle con una formación tan exagerada y tan fiera, cínico terapeuta.
Causas y efectos a los que hay que hacer un seguimiento pormenorizado, con asistencias que se conseguirán del psicólogo que pronto intervendrá, escuchaba demostrando que se fiaba, que se encomendaba a la única persona que lo acompañara desde el primer momento de su contratiempo, al invalorable mortal que le relataba su vuelta al mundo con tanto lujo de detalles, desde la noche en que cayó desvanecido y en camilla todo ensangrentado hasta hoy que caminaba, desde los inconvenientes que se tuvieron para suturar con los borbotones imparables de sangre que salían del pequeño orificio, y la comprobación que no había fractura de cráneo hasta hoy que conversaba, desde la desesperación particular y del grupo de la emergencia para que no hubiera descompensaciones incontrolables hasta hoy que estaba de vuelta en casa, desde la angustia interminable por saber de una vez por todas si el coma era agónico hasta hoy cuando está con los que quiere, con los que lo quieren, con los hijos, la mujer de siempre, y hasta con la posibilidad de reintegrarse a un trabajo que se conoce, y en el que tuvo la suerte que los patrones se hayan avenido a que continúe, sin más conversaciones ni resentimientos que embarren la cancha de los acuerdos, sin reclamos gremiales o similares de su parte, sin los ademanes que delatan la inconfesable inclinación a la explotación del hombre por el hombre, por la otra.
Carambolas, progresiones geométricas por las que se multiplicaban las personas, las sugerencias, las actitudes y los comportamientos que algo tenían que ver con el cosmos incómodo y personal que se iba armando con su metamorfosis.
Que dos y dos son cuatro, que cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis, retozaba de a ratos recordando las rondas del ánima bendita que armaba con los de la barra cuando niños y no se estaba ni en la escuela, ni en la pantalla, ni lanzando hormigas desde el campanario de la iglesia, cuando ninguno embromaba con que esos eran juegos de mujercitas y mariquitas, añoranzas de mocoso que creció con inconvenientes sin quererlo, congojas de hombre por lo que se perdió sin remedio, por aquello de que cada edad tiene sus problemas y sus encantos, adulto que a medida que pasan los años comprueba que los encantos son menos que los problemas.
Uno, dos, cuatro, ocho, dieciséis y treinta y dos, traveseaba evocando las clases de matemáticas en su último año del secundario en la técnica, los destellos entretenidos de los instantes que pasaba con lo que le gustaba, lo que le amortiguaba toda presión que proviniera del estudio o de los trabajos inseguros que se debieron hacer para evitar los auxilios adicionales, las broncas, las sentencias burlescas posteriores, reminiscencias de alumno entusiasmado, voluntarioso y sufrido, de hombre educado y entrenado para pelearle a la vida, de adulto que tarde confirma que con un poco más de sacrificio de su parte sus logros hubieran sido mayores, más estudio, un título más importante más dinero, integraba las piezas de un dominó de provisiones repetidas al infinito por el viejo. Progresiones, geométricas, en las discusiones secretas, familiares y discretas que se encaraban con el veterano y el Juancho, para establecer la mejor posición sobre sus planteamientos a la gente de la empresa, la que aseguraría los réditos más elevados sin perjudicarlos, ni al añoso renegón con una carrera y una disciplina excelentes observadas por años, obrero temeroso y chupamedias de empleados que hacen de jefes que a su vez no son más que individuos acoquinados por lo que pudieran decir los patrones, ni a él que en su condición actual podría depender de nuevos favores, que para eso los porteños son gauchazos, obrero calificado con el rótulo de técnico asistente de jefes que a su vez responden a otros y a otros hasta llegar a los patrones que mandan sobre todos.
Progresiones, prestaba la atención pertinente, geométricas, las aseveraciones confusas que los dos de su máxima confianza hacían, conque el abogaducho, ese letrado de morondanga, nacido y radicado desde hace poco en el pueblo, había afirmado que se podía sacar mucho dinero con la declaración de incapacidad, y que el médico, el hermano que anda medio muerto y tirado, y trabaja para el estado, le había asegurado que ayudaría con lo que se necesitara de su parte, que etcétera y etcétera de por lo menos una docena de personas que podían prenderse con prudencia para no despertar ni las sospechas ni las broncas de nadie, que dos y dos son cuatro, que se podían aplicar los medios disponibles y las vivezas conocidas para hacer pelotas a la empresa con algo que en definitiva corresponde y es parte de las reivindicaciones conseguidas con el Pocho, el jefe de tiempos a, que ya no puede ni volver ni ser millones, y que dos veces dieciséis son treinta y dos, que se pueden sacar como quinientos mil dólares, para hablar de billetes y valores en serio, no como esos australes que acaban de aparecer y que según los expertos del gobierno radical, tan puntilloso, burocrático y falto de ideas y bolas para tomar decisiones, como los anteriores del mismo palo, acabará con la inflación y con todos esos males desconocidos y perniciosos, caso las financieras y los carnavales de descarados y vende patria, que hacen mal al país y a su gente, se precipitaban sus juicios espontáneos de impetuosos e imprudentes, interesados en sacar partidas, el padre calculando que por poco que fuera esto le aseguraba un retiro cercano y tranquilo, vejestorio burlón que se pasó toda la vida repartiendo responsabilidades antes que entregando íntegro lo producido por el esfuerzo propio y para el bienestar de toda la familia, hombre que siempre especuló con la repartija de los emolumentos familiares en conjunto, y ahora ve claro que se le puede acabar el problema, el hijo mayor calculando que con lo que gestaban, podrían saldarle deudas suculentas y atrasadas, varón calculador y materialista que sabe del derecho que transfiere la circunstancia de haberse pasado toda la vida laburando para él y para los demás, fifty fifty, como lo hincha uno de los boludos, buscavidas de la calle, que aprendió nada más que eso de un yanqui, hombre que sabe que así como lo embarullan, él no chasquea a nadie.
Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, se espantaba de las mezquindades, de la avidez de esos seres queridos, a los que no les importaba nada de su huevo ni de los inconvenientes que se espejean en cascadas interminables de irritaciones, los que ni se percataban de las cuentas parecidas y en reverso que se hacían al tiempo que ellos hablaban sin escuchar, contador de pacotilla que hace mil veces las sumas y las restas, y al que le cierra cualquier balance con la partida doble, que nunca comprenderán aquello de tener igual los quinientos mil dólares pero por el resto de vida laboral y útil que le quedaba, pesos más pesos menos, o australes, o lo que fueran, que al no ser significativa la diferencia se elige seguir con lo que se tuvo o se tiene, porque al final está todo organizado de esa manera, en especial la familia y los hijos.
Carambolas, reflejos en alta tensión y de sensibilidad agudizada al extremo, rebotes que llegaban o se iniciaban de todos lados pero que cambian la vida sin quererlo, por decisiones propias o por lo que los semejantes turban de manera espontánea en la individualidad, en el entorno mediato o inmediato del mundo acotado en que se está, en el que parece imposible crecer, disponer de un salvavidas que reconforte el espíritu, en el que circule alguien capaz de explicar lo inexpugnable, la miseria, el condenado pauperismo.
Repercusiones que van y vienen cuando se está conmovido, extraviado con el desaliento que significa ordenarse a una ambientación diferente, después de haber estado perifollado quizás con los mismos hechos o eventos no modificados, con las personas que quedaron de una manera en la partida, que no mantuvieron actitudes ni afectos cuando se produjo el retorno, que no permiten siquiera demostraciones que se sigue siendo el mismo, después de la desgracia, aún el huevo que late en la cabeza, irradiaciones y refracciones que no hay que descuidar en el escenario de un paroxismo que se convierte en habitual y redundante, de una exacerbación y una bronca que precipitan enmiendas permanentes en medio del huracán de lo que se fue, de lo que se es o de lo que se debe ser, de una enajenación en la cual aparece, primando sobre todas, la idea de la omnipotencia, lo inexcusable de lo supranatural o de lo que está más allá de lo racional, de aquello que los mortales identifican con Jesús, Buda o Alá, hitos inmanentes y literales que se utilizan para elevar plegarias o quejarse con el que corresponda, para preguntarles por la razón de ser del germen y del fruto en la tierra fértil del espíritu, en el caldo de cultivo del alma, componentes intangibles de la totalidad de cada uno, de los infinitos génesis y corolarios que determinan una existencia plagada de rutinas y eventos, de los antecedentes y desenlaces de una historia que se escribe en tiempo real y que por lo tanto arrastra los aciertos y también las equivocaciones, con una mínima, casi nula posibilidad de corregir el rumbo liminar, y de largo aliento si las excoriaciones, las magulladuras traumáticas que se fijan en el cuerpo o en lo que no es la materia, no la interrumpen. Rudimentos de una creencia fraguada a los ponchazos, a los empujones y las bravatas impropias, descifraba como podía las ideas, se agotaba por encuadrarlas en su formación incompleta de cristiano que no cumple con las admoniciones, designios que son los que debe haber querido transmitir el cura, ese gringo pronazi y discriminador con los del pueblo, que llegó por mil novecientos cincuenta y hoy está muy enfermo y asistido por uno que enviaron para su reemplazo, el refugiado de una guerra ajena que en su papel de pastor, fue el mentor de varios de los líos que se armaban, cuando desde púlpito comenzaba a renegar por la mezquindad de los fieles que dejaban limosnas escasas, por las madres que no ayudaban con el catecismo ni con confeccionar, comprar la ropa para la comunión, los brazaletes y los demás atributos, ni con las quermeses, que para esto eran buenas las matronas de antes que hacían bizcochuelos, tortas fritas y buñuelos, por los varones de edad intermedia que brillaban por su ausencia en las misas y las fiestas patronales, dedicados de continuo a brebajes obscenos, transmitidos de generación en generación, y que los alejan hasta la vejez de las acciones de benevolencia y de caridad, por las infidelidades de las que se enteraba en el confesionario, que eran numerosas, como si no hubiera otra distracción que la de andar correteando doncellas y fulanos y fulanas de terceros, olvidados completamente del no desearás a la mujer de tu prójimo y su recíproco para los varones, cuando insinuaba las saludables y divinas diferencias entre empleados y obreros de la fábrica, conjeturando con sutilezas intencionadas dirigidas para un lado u otro, y leyendas evangélicas de fariseos y samaritanos, entre negros, y notables feligreses que nunca dejaban de comulgar, de pertenecer a los grupos de la acción católica, ni a las entidades de beneficencia como las damas de rosa.
Conceptos que se moldeaban se acomodaban se reforzaban, alusiones a defectos de este mundo, sobre lo que está más allá, fuera del alcance de las manos, y que ninguna vez fueron convenientemente encauzados para que todos, sin diferencias, supieran de qué se trataba, orientaciones que debía haber precisado ese grandote que hablaba muy mal el castellano y andaba con su sotana negra maquinando intrigas y confabulaciones, nociones suministradas por la piadosa de la vieja en su largo recorrido de acatamientos, humildad, y resignaciones con el lugar que Dios había dispuesto para ella en esta vida, agudezas que se abandonaban pausadamente, hombre de cimientos poco resistentes que comienzan a ceder con las dificultades que se presentan, rodeado de paredes de adobe y barro, profesante inseguro que cuando caía a la iglesia lo hacía por órdenes incomprensibles de una mamá autoritaria que fijaba los horarios, niño que se divertía mientras daban la misa porque ayudante que no sabe latín no puede serlo, joven que cuando bajaron la línea cambiando el dóminos bobískonum mal pronunciado del germano y bien por otros, para decirlo en español y cristiano, estaba independizado de las indicaciones e imprecaciones alusivas y maternas.
De carambola, probaba y estrenaba sus adhesiones sin presiones de ninguna naturaleza, a la gente que le hablaba de un Jehová que es casi un Jesús pero que todavía no ha llegado a esta tierra, a los visitantes dominicales que empezaban tímidamente evangelizando en la puerta de la casa, disculpándose continuamente de las molestias ocasionadas, diciendo que podían volver si ahora era imposible atenderlos, propagando sus convicciones y sus mambos sobre la ética, la dignidad y la corrección del hombre que aspira a una vida después de la vida, la plenitud y los esplendores eternos, ejercitaba su genuflexión con los pastores jóvenes y trajeados que parsimoniosos dedicaban mucho tiempo para avanzar en el análisis de los trazos de un apostolado que no se conocía pero que daba toda la impresión de ser interesante, la venia, la cortesía con las pastoras que los acompañaban, unas minas que estaban buenísimas, y entregaban libros y publicaciones con los temas que trataban, material que discretamente hacían aparecer en medio de atuendos muy formales que ocultaban todo atributo que ellas pudieran tener, hombre que escucha y se interesa por explicaciones no conocidas sobre las cosas de este mundo y del otro, católico no contenido que se traspasa sin pensarlo, sin saber exactamente adónde se dirige, hijo pródigo que por la única parábola que aprendió sabe que cuando vuelva tendrá convites y a su padre, oveja descarriada que elige una de las múltiples ofertas de las que últimamente se materializan en el mercado de buenos y pecadores, que consume de empresas que gastan más en campañas publicitarias que el propio vaticano, reproductor que camina y anda muy sensibilizado, buscando y buscando para saciar sus deseos no satisfechos.
Fulguraciones, encandilamientos que surgían de sus limitaciones, de su oscurantismo para interpretar verdades que siempre le llegaron en forma torpe e indirecta, que aparecían coincidiendo con lo que necesitaba ahora. Y cambiaba, sintiéndose sosegado por momentos en el ciclón de su infierno presente, comprendido por quienes pedían una bicoca a cambio, como dejar el alcohol, o cuidar al máximo la sangre propia evitando las transfusiones, precios bajos para la tranquilidad de saber que mientras se acompaña cantando un salmo con guitarra eléctrica, habrá alguien predispuesto a extender una mano diciendo que después de cada caída sigue un levantarse y caminar, que no importa si se es empleado u obrero, blanco, negro u ordinario, pobre o rico, varón o mujer, menesteroso o atildado, porque en el templo todos son iguales, de medio pelo para Jehová y por supuesto para cualquiera, y si hay que juntar la guita se pone poco a poco y entre todos, y así se levantará la casa de oraciones, y se comprarán los muebles y lo que se necesita para que concurran las personas de buena voluntad, y además para que las mismas no se vayan con los evangelistas, los protestantes o los mormones, multiplicaciones de religiones y promesas, y choreo de fieles de lo que también tienen la culpa los que se creen y manifiestan ser apóstoles del Señor, porque con tantos pruritos corren a la gente de los templos y los alejan de los senderos de Dios.
Peregrinaba, dando vueltas, poniendo del anverso y del reverso certezas y persuasiones que no se tuvieron, ni siquiera convicciones, sólo retazos de una religión que no se precisó ni se utilizó hasta ahora, variando el sentido de una cruz que de por vida se llevó en el cuello, en una pulsera, en un anillo, invirtiendo el crucifijo que se tuvo alguna vez en la mesa de luz, en la cómoda o en la cabecera de la cama, cambiando de pastor, arriba y abajo, modificando la guía de su itinerario de errabundo consuetudinario, dejando la ruta de penitente cuando estuvo enfermo, tomando un atajo de aventurero ahora, cuando nadie le da bola.
Carambolas, con el único personaje que faltaba en el circo de incomunicaciones, desinterés e hipocresías, en el espectáculo desconocido que estaba con los pocos que interesaban, entre ellos el Jotacé que por segunda vez en la amistad que los unía, se había borrado de los lugares en los que por lo común se encontraban, niño dubitativo que pelea con quien juega y luego lo anda buscando, por la cancha de fútbol que acondicionó la empresa, en un banco de la avenida desierta, en el atrio de la vieja parroquia o en la vereda del club Recreativo convertido hace mucho en biblioteca municipal y centro de distribución de las cajas PAN, después de la muerte de Jorge Ardú y de los Lobo también que ahora andarán bailando entre las nubes, que se fueron para quedar en el recuerdo como la pantalla la isla y ese tiempo de la infancia que no vuelve. Como si se lo hubiera tragado la tierra, ni una mínima señal, ni un puto vestigio del inseparable adalid de sus destinos, el académico responsable del tedio que le provocaban sus elucubraciones y largos razonamientos sobre el país, y toda una generación cautivada, curtida y castigada con golpes de estado, líderes mesiánicos y cambios en la moneda, la moda y en todo, prestidigitador de un desinterés disimulado, de una indiferencia fingida que tapaba inseguridades, mediocridad y mezquindades egoístas de reaccionario encubierto y pobre asumido, ilusionista, histrión industrial que en más de una oportunidad suspendió pensamientos y contuvo emociones reivindicatorias de quienes sufren por diversas causas.
No había vuelto a saber de él desde el día del desafortunado accidente, y se interrogaba, si la razón de su reciente ausencia no tendría que ver con su malhumor evidente de las veces que se encontraron, de haber expresado su disconformidad por seguir con los temas que poco o nada le interesaban, y que al amigo lo entusiasmaban, lo desquiciaban, tan descolocado, que los últimos días en el hospital podrían haber sido diferentes escuchando al otro con su perorata, evocación de paciente aburrido e interesado en conversar de cualquier tema y con alguien conocido.
Sin embargo recordaba, actitudes de lealtad de muchos años juntos, en cada circunstancia se había dejado expresa constancia que el vínculo no se resentía con las cuestiones en las que diferían y que, por el contrario, se fortalecía con los asuntos en los que coincidían, varón mentiroso y celoso que aseguraba que de adultos no tiene sentido reflotar una amistad que lo fue cuando eran niños y jóvenes, hombre desmemoriado que descarta ahora a quien, sin saberlo, ni quererlo quizás, fue como la aguja de una brújula que lo rescató de una parsimonia temprana, dañina y permanente, aliado injusto que maldice porque el otro no chupa y no coquea.
Concordaban por caso, en lo incondicional que ambos eran con la flaca, que antes, mucho antes de tomar la decisión de ser la mujer de uno de ellos, fue la compinche preferida, aunque el sabelotodo jugara con ventajas con la predisposición de la familia, la vieja con sus comportamientos añejos de celestina separatista y sus inclinaciones de casamentera angustiada, y el boliviano bruñido repitiendo sus obsecuencias conocidas y agradecimientos eternos, le había contado en medio de sus monólogos desordenados, por las intervenciones que tuvieron los farmacéuticos cuando en los años de la secundaria la niña, pasara por los apuros en que la incriminara un profesor baboso y mujeriego al que después corrieron del colegio, hombre que de trajinar tiene la impresión que su amigote sabe y domina varias de las cosas de su vida, en la evocación menos de las que cree o imagina, varón sigiloso que preserva sus relaciones y sus intimidades a toda costa, por encima de lealtades y fervores, y cínico truhán que se enerva si se las invaden.
Concurrían, por caso, en las expresiones de cariño y de protección de sus hermanas, que también le han jurado no verlo en los últimos días, y con quienes el estudiante universitario y reprimido se había carteado en los años pasados, en los que estuvo lejos, y en más de una oportunidad las había ayudado a su manera con lo que pudo y en lo que pudo, como si con esas actitudes, esos amparos y el altruismo, hubiera estado prolongando las ataduras de la hermandad que mantenían, cofradía cuestionada hoy por el más débil de ambos, hermano resentido porque el otro jamás se enganchó con la menor que está metida con él, dando de paso una satisfacción al viejo protestón de los mil consejos, que le cuida la silueta desde hace tiempo y con el mismo motivo de empardarla, como a las otras, y que al revés se emparvara, varón herido que no lo dice pero lo siente, que hubiera querido también verlas casadas y hasta ahora no pudo, adulto que con el otro lo único que le pasa es acumular deudas inmateriales y millonarias.
Carambolas, puras, en todas las direcciones, golpes que se multiplican por todos lados, progresiones, geométricas, de episodios, de situaciones y de personas que se supone se quieren, repasaba confundido, atolondrado, haciendo girar el minúsculo juguete de siempre, la galdrufa que estuvo siempre entre sus manos, la perinola encontrada en una bolsa de plástico guardada en la alacena, junto a otros elementos, dijeron, que juntaron la noche del accidente, carambolas, resoluciones iniciales que pueden apreciarse, desenlaces finales que se pierden en la tela de araña de los efectos, de los resultados aleatorios, así se crea que hay casualidades que pueden inducirse con la voluntad, y el producto final de los que hay en el hexágono pueda ser el que se quiera, y eso se logre sólo de un tincazo.
No le quedaba ninguna duda, era evidente que una grieta pronunciada se había abierto de un extremo a otro y en medio del extenso territorio donde ambos, tomaron parte y forjaron las aventuras que quisieron, haciendo de instrumentos para que nuevos niños vinieran al mundo, criándolos, trabajando, llorando y riéndose en cada lugar y tiempo de la dirección que decidieron tomar de común acuerdo.
Pero ahora, las condiciones, las posiciones en el tablero en que movían sus piezas y se desplazaban desde el principio con metas que compartían, se modificaban y avanzaban desde su regreso y, por lo menos para él, se trataba de estipulaciones y ubicaciones que por lo menos no estuvieron ni en su ánimo ni en sus cálculos en ningún momento.
Con esta base de sustentación se iniciaron sus exasperaciones, su irritabilidad y los trastornos, y comenzó a caminar seguido por el perímetro de un frenesí, por el borde de desvaríos que comenzaban, porque no encontraba formas de atenuar la rapidez y la intensidad con la que se manifestaban los trances de su acontecer cotidiano, porque los elementos con los que contaba, o le arrimaban quienes por entonces quisieron verlo diferente, eran de cantidad, calidad o cualidad insuficientes, para permitirle acomodarse a las instancias que aparecían incluso antes que sus conversiones personales ventiladas.
Mudaba a domicilios intempestivos del laberinto psicológico de su mente, síntesis de la descripción que de sus dudas, su asombro y sus interrogantes, le había hecho el médico de los sentimientos y las emociones en la primera sesión de las varias que tuvieron.
Pero en cualquiera de los domicilios internos en donde recalara se reabría la herida de sus coherencias incoherencias ocurrencias con la flaca, la excluyente y original preocupación, la primera y última incógnita.
La flaca anda con alguien, metiendo los cuernos Cusa, acusa, no puede ser que repita, reitere una y otra vez esos rechazos íntimos y lacerantes, manifestando esa impasibilidad y frialdad que se está seguro no tiene.
Que reincida con tanta frecuencia en esa entrega resignada que sirve para que se piense de todo, desde que se es un supermacho y entonces cada vez que se la pone la otra queda embarazada, hasta que se es un pelotudo al que la mina deliberadamente utiliza de pantalla para tapar sus no sé qué, se ahogaba la Chili hace poco en una ocasión en la que estuvo a punto de resfriarse y en apariencia mandarla al frente contando de algo que conoce por lo que se ve, porque el cuarto niño ya está creciendo y está cercana la llegada del próximo, y los contactos que se tuvieron fueron muy pocos y distanciados. Con los ojos vendados acusa, Cusa, que la flaca reitere sus irreverencias por las noches y su impasibilidad por las mañanas, cuando se sabe y se conoce que en las primeras prevalecía la intemperancia y en las segundas la pasividad y la obediencia, pero confunde, Cusa que acusa, porque ha repartido los dos nombres que se tienen para cada uno de los pequeños, para el que llegó y anda golpeándose con los primeros pasos el de Ariel, y para el que viene el nombre de pila accesorio, con lo que la musa creerá que alcanza y sobra como para olvidar las desatenciones nocturnas y los descuidos durante el día, cuando aprovecha para estudiar y hacer los trabajos prácticos que le solicitan en el bachillerato acelerado.
Transmutaba en los equilibrios que sucumben algún día, le arrimaba argumentos el médico joven y medio loco que el otro le había asegurado colaboraría con lo que se desencadenaba a partir de la nueva geografía de su cabeza, y recusa, Cusa, porque de tener incontinencias acumuladas, algún día tuvo que suceder de entrar a un lecho con la tía de los niños, con esa dama comedida y hacendosa, que cubría con creces las ausencias de la flaca, sin quererla, pero satisfecho de sus respuestas de hembra y de persona, de la disciplina y la dependencia que ella practicaba lavando la ropa o dando lugar a perversiones propuestas por él para probarla, y recusa, porque no es lo que él hubiera elegido como cambios en sus convivencias si hubiera tenido la oportunidad de hacerlo.
Y abusa, Cusa, con la flaca que debe andar haciendo de las suyas, de lo que es difícil de saber si no se la persigue sin que lo sepa, si no se la espía, porque está la intuición latiendo, presente, que algunos de los allegados saben o presienten, y abusa, la pone contra las cuerdas en toda ocasión que se presenta, la atosiga conversando y tocándola, esperando una reacción, un enojo, una palabra en falso, una actitud que sirva para desenmascararla, la abomina por ello y la acosa, la detesta y la obliga a responder como nunca, abusa como puede de esa mina que se quedó con él jurando amor eterno cuando en las oportunidades que tuvo lo rechazaba tibiamente, en los juegos, en el cine, en los bailes y en la pantalla.
Acusa, la flaca debe andar guampeándolo seguido, confundido por la parquedad y el cinismo potenciados que se necesitan para hacerlo, y encima disimular de tales maneras, como si no pasara nada, con la naturalidad de quien no tiene necesidad de disimular un traspié, una equivocación, un tropiezo, y recusa, seguro de que siempre hay lugar para desagravios y reconciliaciones, para recomponer el equilibrio en la casa de los niños, para que no sufran y no se desencanten, y abusa, de la actitud de víctima que ha descubierto en ella, de lo que le permite atemperar sus descompensaciones y alborotos.
Después de todo, será como aguantar ese huevo grande y desproporcionado que palpita en la cabeza, ese huevo que no gusta pero está.
Se transmutaba sin hablar, ni siquiera con ese profesional medio raro que más que analizarlo a él, perdía horas enteras en hablar y reflexionar sobre sus propios inconvenientes, como si respondiera a sus interrogantes individuales a partir de las preguntas que se le hacían Cusa.
El experto que parece no haber sufrido todavía la novedad de infidelidades en su vida.
El cúmulo de sensaciones, emociones y soledades, que aparecen coincidiendo con aquellas, porque es de imaginar que la serie continúa, prospera, parecida para todos con las diferencias que se deben dar por lo que son las naturales y las sociales, entre el macho y la hembra conviviendo con lo que son y en donde viven.
Se transformaba, prisionero de las primeras celdas, aquellas en las que se dispone de todo el tiempo para dar vuelta a los motivos de porqué yo, que no fallo en nada, que siempre estuve, que doy con todos los gustos y cumplo con un sinnúmero de obligaciones, y traspasaba, invariablemente a una y a otra, y a la siguiente, en la que se dispone de todo para achacar el evento a la prostitución de las mujeres, al género femenino, cuyas titulares parecen no tranquilizarse si no poseen continuamente a alguien para que las proteja, las mime y se acuerde de todas las pelotudeces que les hacen bien, hasta en la biblia se cuenta de la hembra que con una manzana en la mano empezó con el pecado original, usando por entonces un macho de intermediario para cagar a la humanidad, por lo menos a quienes están convencidos y se adscriben a estas cosas, y a la siguiente clausura, la de saber con quién, que seguro es de la misma especie, del mismo conjunto que el cornudo, con los mismos resguardos, tranquilidades y miedos, adónde, en qué rincones inconfesados, en qué bancos de qué avenidas, los ámbitos más difíciles de determinar para el que se entera al último, los interrogantes más molestos porque significan considerar la participación de un igual al que de largada se condena por inmoral, por atorrante que no tiene en cuenta que con su actitud y sus acciones destroza un hogar, parecido al que tiene, en el que vive y al que seguro todavía nadie ha invadido, al mala leche que es de esperar no se hará cargo de lo que asume con la promiscuidad, acostándose en lugares ignotos con la mujer ajena y de uno, escapando por pasillos o escondiéndose detrás de las puertas del infierno, de un averno de placer en el que por lo menos están involucradas tres personas, y unas cuantas más entre hijos y allegados que se juegan y no se juegan en el mismo báratro. Y así se alteraba, de catacumba en catacumbas propias, sin respuestas que le llegaran por las consultas que no hacía, las preguntas, las inquisiciones que se guardaba, con los silencios de quienes debieran haber hablado, silencios que responden a asombros parecidos a los que se tienen, o a consentimientos expresos o tácitos.
Sumaba, con las cuestiones del huevo y de los cuernos, dos atributos que pasaban por su cabeza.
Adicionaba novedades, disminuciones del desconcierto y la extrañeza, la familiarización con el agobio, el oprobio de haber pasado a una categoría que no tienen incorporadas en las picadas, que se hacen a veces entre solteros y casados, al estamento que sí tienen registrado adonde trabaja, la clasificación entre venados y suertudos, con el reinicio de sus tareas en la fábrica, el entorno y los mambos vividos en otras épocas y conocidos, de las aflicciones personales y comunes, de las circunstancias de la política siempre tan despelotadas en un país que no termina de arreglar su federalismo, o sanearlo o cambiarlo, de la organización de los partidos de fútbol de los fines de semana, que ahora no se puede estar más que en eso de planificarlos desde una silla, de los resentimientos y de los agradecimientos que surgen por su condición de empleado, de las cargadas y los avances pesados, Cusa, que acusa, las miradas dirigidas a la protuberancia, las preguntas que no se realizan, los comentarios que se hacen a sus espaldas, los sobrenombres que se inventan, las cuestiones que los demás saben y manejan mejor que nadie porque andan en la calle y se enteran, escuchan, comentan, recusa, porque nunca se fue exagerado con nada, jamás se jugó con la dignidad de nadie si esos nadie han interpretado que las ordenes que a veces se rechazan mientras se cumplen, no han sido cuestiones personales sino del laburo, y por lo general se fue solidario y buen compañero, abusa, con la mirada amenazante, intimidatoria de que a nadie se le ocurra una objeción, una palabra, un chiste o una majadería porque se lo revienta, no se puede aguantar que encima de lo que pasa por la cabeza, carguen como quieran los negros y ordinarios de mierda.
Sumaba, lo único que mitiga las sobrecargas, además de los niños y de su tía, son los momentos del domingo que pasa en el templo con los testigos, y la posibilidad de encontrar nuevamente a su amigo, hombre desesperado que envía señales para un salvataje, prójimo que sube peldaño a peldaño la escalera del desvarío y por lo tanto debe ser asistido por un médico que se socorre a sí mismo, niño aturdido que no sabe para dónde correr, bicornio gurrumino que exagera sintiéndose culpable, cabrón de dos perfiles que seguro no entenderá que ninguna circunstancia es agónica si no lo dispone Jehová. No acusa, aún cuando lo llenan y lo sobrepasan de explicaciones Cusa, de las que intentan esos jóvenes enjutos y prolijos y esas minas que están muy bien, de los que dicen que si se está es porque así se dispuso, motivo más que suficiente para estar alegre y cantarse unos salmos o canciones más parecidas a las de Miguel Mateo que a otras que se tocan y se cantan en otros templos, pero alusivas, Cusa, de las que gustan, de las que antes levantaban el ánimo como hay que levantarlo ahora.
Y no recusa, no hay rechazos para ellos, son tan correctos y tan creyentes que no puede haberlos, tan comedidos que hasta da vergüenza no responderles, no tener fuerzas ni materiales ni espirituales para hacerlo, no hay percusiones para su transparencia, para su solidaridad, para el amor que emana de sus personas, para sus consejos y enseñanzas, para la sabiduría con la que marcan el sendero de la salvación, las herramientas para alcanzar una gloria que está demorada Cusa, y no se abusa, habiendo seguido todas las indicaciones sobre abstinencias y purificaciones, habiendo erradicado los engaños de antes, cuando se estaba del otro lado, cuando se confesaba con mentiras intermedias, o se comulgaba con pecados no perdonados por el cura, el representante de Dios, del Supremo que se busca ahora, con éstas personas correctas y predispuestas que también se ve se han enterado, porque hablan de templanza, de apocamientos que sirven en estas circunstancias, que ayudan a entender al otro, a tenerle compasión, a acompañarlo en su miseria, y a tener autoestima, sabiendo que todos los días sale el sol, que después de una tormenta viene un amanecer hermoso que contiene a todos, incluso a uno, que es bueno saber que en ese día se está, con evidencias y firmezas, que todos los días se puede respirar, y adorar al Primero y al Ultimo, y esperar que éste interponga la felicidad, llene de gloria y de gracia cuando menos se lo espera, y empiece a ayudar con lo que se necesita para acomodar lo que parece descuajeringado, aleluya, aleluya, esperando para cuando baje el señor de todos los señores que pondrá paz y felicidad, aleluya, pan y bienestar en todos los hogares, menos discriminación y menos enfermedad, creer que todo esto será de tal manera, equilibrado y resplandeciente, equidistante y similar a lo que sostienen los otros, que lo piensan y sostienen de maneras diferentes, aunque parezca imposible con lo que ocurre en este mundo, aleluya.
Sumaba, porque se enteró que el amigote sigue en la ciudad, que está de profesor en el colegio adonde estudia la flaca, pero que anda medio retraído, escondido debe ser, de los que eternamente lo persiguen desde los años en que lo hacían en serio, de sus propios fantasmas, de aquellos que dejaron luchas intestinas y aberrantes.
Se acusa, de sus olvidos, de sus omisiones después de la prolijidad y su buena predisposición de años Cusa, de su claridad para interpretar los primeros tramos de una amistad que se extiende, de la receptividad que tuvieron sus quejas, sus reconocimientos de errores, los análisis de la perfomance mediocre de su existencia, se acusa, porque se habrá mostrado poco interés o entusiasmo, indiferencia por sus pareceres y sus banderas, pero jamás por él como persona, como compinche de incontables aventuras y descontroles, y se recusa, que se haya ausentado en dos de las circunstancias más caras, más costosas de las que se pasaron, que se haya alejado cuando más se lo requería, para escuchar esa campana cargada del sonido de las palabras y de los reconocimientos a lo que no tuvo por no buscar o por equivocaciones, se rechaza que se haya ocultado cualesquiera fueran los motivos, justamente él que insistió seguido en continuar de grandes lo que se sembró de niños y jóvenes, y se abusa Cusa, como siempre, de las deferencias que se le dispensaran, de los miramientos de los que fue objeto en cuantas atenciones tuvo por el amigo diferente, de los reconocimientos que se le hicieron en la intimidad por sus actitudes heroicas, las que lo llevaron en más de una oportunidad a pelearse con los descreídos que trataban de convencerlo de que la amistad entre un rico y un pobre no existe.
Y se lamenta Cusa, porque las razones de los porqué no han llegado con las novedades, fallas de la gacetilla familiar y doméstica que lleva y trae, y se deplora en función de estar descubriendo que en la recta final las diferencias se acentúan, como si cada uno hiciera lo que nunca hizo, como si de adultos definitivos salieran a la superficie los defectos que no pudieron corregirse durante los tiempos de intercambio de las disponibilidades buenas, cuando él ponía a disposición sus juguetes y comodidades, y a cambio se le enseñaban las cosas gratuitas, lindas y disponibles de este mundo Cusa.
Carambolas, golpes que surten efectos previstos o imprevistos, derivaciones calculadas o impensadas, por los que la vida puede pasar de hermosa, a convertirse en un universo negro, o gris al menos, desconocido.
Tomatodo.
Que mezcolanza esta trampa hermano.
Que dificultad para todos, que desbarajuste, andan como ofuscados, los que se quedaron de tu lado y los que eligieron quedarse del mío, superados en los recuentos que hicieron y en las creencias que tuvieron cuando te comenzaron a llamar el ilegítimo, hermano y desleal de mierda, porque desde que lo descubrí del todo lo único que me pregunto es porqué lo tuviste que hacer, con los míos, porque vos ya estabas jugado con los dividendos que obtuviste por tu cuna, tu libertad, tu independencia mal entendidas, porque si me lo hubieras preguntado la respuesta era la que conocías, me gustaban, las disfrutaba a través tuyo cuando con desinterés me las ponías a disposición, pero no me interesaban.
Sabiendo, como te lo dije varias veces, que jugar es lograr un tanto a menos como el tuyo cuando a mí se me ocurra, o un tanto a más como el que yo voy a obtener cuando termine esta chanza, que también va a suceder cuando a mí se me de la gana.
Estoy aquí, me vine hasta el lugar adonde dejamos tantas insignificancias y tantos relámpagos de docenas y cientos de momentos de nuestras vidas y las de otros, sollozando, copones como los sauces, copados por tanta lucha cruel y mucha, como lo diría desentonando el viejo iniciando sopores que lo ayudan a cumplir con su trabajo, sueños que no le prometen ni ansias ni nada, llegué hasta este territorio conocido para mantener una conversación con vos, en realidad un monólogo dirigido que no te llegará jamás, así lo he dispuesto y de antemano, para evitar un encuentro que no deseo entre nosotros, y esos soliloquios interminables que yo te dejaba esconder también bajo la forma de peroratas en las que nos pasábamos las ocurrencias y repasábamos nuestras historietas.
Ya mismo estarías aturdiéndome con los tiempos que corren, diciéndome que una vez más la democracia se encuentra jaqueada por culpa de la inoperancia del gobierno, justo de un gobierno que nos tiene acostumbrados a los llamados que hacen a las puertas de los cuarteles, que menos mal no hay un milico visible o respetable porque a los últimos los metieron en cana por sublevaciones urbanas, pero que igualmente puede aparecer alguno, como los anteriores, que a fuerza de intimidaciones, persecuciones y comunicados numerados nos tengan cortitos, que los argentinos tenemos espíritu de dominados y si no nos tienen cortando clavos no mantenemos la compostura, que somos mensos pensando que en cada uno de nosotros hay un ministro de economía y un director técnico, explicaciones ampliadas de lo banana que somos o nos creemos, dándome lecciones que la inflación sigue como invariable y que están cambiando nuevamente la moneda, que pobres de las abuelitas y de las personas mayores que no se terminan de acomodar a cambios cuando ya vienen otros, canjes que se proponen a una gente a la que le encantan, enseñas más importantes para algunos que la propia escarapela, la bandera o el himno nacional, marcas de nuestra idiosincrasia, que la desocupación y la pobreza se extiende de lado a lado, que grupos de inadaptados para unos y de muertos de hambre para otros saquean supermercados y lo que encuentran a su paso, que este presidente ya cumplió con su ciclo devolviéndonos la confianza en las instituciones y que es hora de cambios, contándome de un patilludo de la Rioja, donde como en varios lados hay tanta melancolía, tanta pena y tanta herida, un tipo menudo con veleidades de presidente, inventando otra esperanza para volver a vivir, que de turco y vivo que es está pegando en Buenos Aires, y haciéndole pata ancha con promesas y mensajes al candidato porteño que contrató al roquero que me gusta, para decir en la tribuna que andar nuevos caminos te hace olvidar el anterior, como el de hacer justicia con los desaparecidos y la gente que ha dado mucho por la patria, tratando de convencerme que lo acontecido es en definitiva bueno para el país, porque el petiso de la melena apareció con el discurso que se cumplió una etapa y debe empezar otra, de más justicia social, de la cultura del trabajo por encima de la especulación, del saneamiento de las cuentas, andar nuevos caminos para descansar la pena hasta la próxima vez, y un pueblo feliz que vea reflejados sus impuestos en las calles, en la salud, la educación, y todas las promesas imaginables que se hacen, dirías, justo en los lugares en los que está más de la mitad de la población, y de los votos para los políticos, y bla bla, y gre gre, y dududú como decíamos en esos bailes que se hacían en el Recreativo, en los que nos divertíamos asustando a niños y grandes, y siguiendo con admiración esos pasodobles que se bailaban los Lobo que se murieron, como el mismo Jorge Ardú que por eso no apareció en el baile del sesenta y cinco, y ya no importó, porque el bailarín se cortó de un infarto el año anterior y ella, la consorte, dos días después y de una pena insuperable.
Ya está, no necesito más reportes de noticias, de acontecimientos, de advenimientos, que dicho sea de paso a mí también me interesan, pero de otra forma, haciendo patria te diría, sin tanto discurso y con más laburo, apremiado por horarios y obligaciones que si no se cumplen significan que no hay comida para los míos, sin tanta universidad o preparación que después no se aplica en la vida real. Lo de estar acá no se trata de una iniciativa mía, en realidad fue una sugerencia de uno de esos dos médicos, el psicólogo, cuya participación en lo mío cuestionabas, con el exceso y la soberbia que se tienen cuando hay convencimiento que no se depende de nadie para resolver los problemas.
El loco me dijo que me llegara hasta el lugar, que me sentara al borde del canal y debajo de los sauces llorones perpetuos, robustecidos con los años que pasaron desde la vez remota en que estuvimos por última vez con nuestros juegos, de cara a mi infancia me dijo.
Dijo que lo hiciera para sacarme los encantos, para dar una batalla definitiva a los hechizos, para pelear de una vez por todas con los embrujos que cargo, según él y a partir de ese punto, con las personas y las circunstancias que son mi pasado, en parte mi presente, pero que no debo mantener así en mi futuro, como si tuviera que cerrar una puerta hermano, una puerta que mantuve abierta mucho tiempo y que empieza con la cuestión del pelotudo de ese tío que tengo y lo que provocó con sus reacciones de pajero, según la calificación a la que llegué ahora de adulto.
Yo le expliqué al doctor que se trató de un episodio sin importancia visto con la distancia del tiempo, que los abrazos, esporádicos, fueron aceptados por mí, calculo que en el marco de un faltante de yapa que a veces tenemos los que crecemos rodeados de pobreza, en algún momento la demostración de ser un expósito de los afectos, un desamparado en sentimientos por contacto, el relegado de una caricia que significa un recodo para llantos tempranos o a destiempo solitarios como una paja, el refutado cuando se busca una mano extendida en el instante en que se dice ahora para recomenzar con el aliento y las ilusiones que ayudan, yo disfrutaba los empalmes en el silencio de las noches sin que se me pasara por la cabeza lo que significaba un instinto, la efervescencia de la naturaleza apareciendo desordenada, porque ahora saco que éste boludo puede haber estado hasta dormido mientras se mandaba sus deslices animales.
Y continué diciéndole que al escándalo lo hizo mi madre, que la comprendo y estoy convencido de una actitud parecida de mi parte si me hubiera tocado con un hijo, y que la exageración provino de ese viejo borrachín que es mi padre, dos episodios suficientes para que el tema se ventilara en el pueblo y me embromaran las mañas con las que hasta entonces me divertía, hasta que apareciste, con tu mundo, tus juegos de salón, tus enciclopedias, con la perinola que me regalaste y aún conservo como emblema personal de esos renovados horizontes, confines que se abrieron en medio de la tempestad.
Y es en este punto que el psicólogo señala algún desbarajuste en mi vida de relación con vos, lo sacó luego que le contara de las aventuras que tuvimos cuando descubrimos juntos las masturbaciones, según él viví esos episodios con la morbosidad de un mariquita, a pesar que yo le aseguré de la inexistencia de contactos físicos entre nosotros, me aseguró que con lo que pasara antes, lo normal hubiera sido que estos fueran juegos solitarios como lo son en la mayoría de los casos, para mí, porque lo que diagnosticó este enajenado recibido es que el apego que tengo con vos es más femenino que masculino, la puta madre, yo, que con las cargadas que me tuve que aguantar, cara sucia, cola sucia, me ocupé toda mi vida en no dejar margen para nada y a nadie, en no despertar dudas al respecto, y estuve convencido que al contrario éramos dos varones definidos y parecidos, por lo menos al principio, porque ahora no lo somos ni lo seremos.
No estoy de acuerdo con sus opiniones, lo que sí reconozco, y este delirante de lo que nos pasa por la cabeza a los humanos ni lo ha mencionado, es que un resultado de las simpatías recíprocas que teníamos entonces, dejó un amaneramiento en mí, que siempre dije era admiración, un pulimento que logré gratuitamente por el solo hecho de los contactos que tuvimos, composturas que se me pegaron y, por siempre, dejaron una huella que no pude borrar de mis actos, en mis actitudes, es como decir que aprendí a comportarme como si fuera de clase media sin haber abandonado lo que por origen llevo de pelagatos, de pelafustán afirmaban los testigos el otro día diciendo que esa inclinación no hay que dársela al espíritu, por vos conocí lo juegos raros y me maravillé con las enciclopedias, pero así también me torcí y sufrí las consecuencias, como hace poco cuando tuve que vender el cero kilómetro que me había comprado por falta de guita para mantenerlo, estuve cerca de dos meses machacándome con abatimiento sin pensar que eso no me correspondía, que el refinamiento lo tuve por estar cerca de ti o de los vaivenes pendulares de este pobre país de mierda, que yo seguía siendo pobre, así hablara comiera, o me cepillara los dientes un poco distinto a los que son iguales, y nada de eso servía para interpretar que en mí estaba dormido un homosexual.
De todas maneras esto es parte de la infinidad de facturaciones que en esta oportunidad voy a cargar a tu cuenta, remesando, siempre remesando, porque se me da por sospechar que a pesar de no haber vuelto a verte, hay alguna injerencia tuya en este diagnóstico tan cruzado, el facultativo es raro pero no tanto, hablando de una libido que está instalada en nosotros, un superyó que combina no sé qué señales viriles y mujeriles, y otras zonceras parecidas, pero al tiempo se le nota vocación por ayudar, por tirar una soga de salvataje para salir del tembladeral, gestos que me indican, se puede tratar de una de tus intervenciones furtivas con mi vida, y si es así que deba proceder a contabilizar con una influencia no solicitada, otra agachada despreciable de todas las que se vienen dando de tu parte.
Con quien estoy seguro de no haber tenido inconvenientes con tus terciadas es con la Nicéfora, ella me ha demostrado con creces una lealtad que me hubiera gustado proviniera de la flaca.
La honradez, la perseverancia con mis tres hijos mayores, en la que se destaca su preferencia por el Pichi, que ayer nomás lloriqueaba con la cara sucia y los pelos parados, con la honda como collar al cuello, para no entregar la latincha y el trompo que le quieren afanar sus hermanos, que la llena de adulaciones, besos y mimos para que la otra lo consienta con las travesuras del Corcho, enano atorrante y simpático que de esa manera negocia lo que quiere, y en buena medida el empeño con los dos menores que pasan casi todo el día sin la madre, que cuando no concurre anda detrás de lo que le solicitan en la escuela, además de algo que la tía llama amor, que para mí no es más que un inmenso cariño de mi parte y un agradecimiento eterno, porque de todos fue la única que cambió para bien su relación conmigo, de no darme importancia a convertirme casi en su amo, mujer tranquila, de temblores e impotencias enternecedores, con la flaca ni que hablar, ni de sus argucias de hembra liberada que busca, el viejo y el Juancho quedaron desilusionados, porque no hubo repartija de emolumentos ni se saldaron las cuentas, y los demás que me interesaban permanecieron indiferentes, cuando no estuvieron en mi contra de una forma u otra, contando al papá de los coyas que una vez más le esquivó a jugarse, y a los dos hermanos, con los que parecía que el acercamiento receloso y distante de costumbre, se mejoraba en cada una de las picadas que se compartieron, algunas machas esporádicas y dos o tres excursiones de pesca que se programaron y se hicieron con ellos.
Es una mina tan íntegra, que estoy seguro no habrás podido interceder con ella y por mis cuestiones, como no lo podrás hacer en adelante, así le despierte el peor de los resentimientos con mis decisiones, es una hembra que se debe desesperar y odiar con la misma intensidad con la que honra, con igual aplicación a la que pone con los que quiere, así el apego con la flaca sea inquebrantable, es su sobrina y la mejor amiga, y no se haya deteriorado con lo que pasó.
Todavía no lo he podido comprobar, pero apostaría, apuestas, siempre con las apuestas, que ella conoce en detalles parte o todo de la maraña que hoy me envuelve, de la espesura a la que debí acostumbrarme con los episodios que me dejaron el huevo y los cuernos en la cabeza.
Y que con tal motivo puso todo lo que pudo para mitigar mis dolores, una mansedumbre repugnante como hembra, estoy seguro opinarían los testigos si se los cuento, aleluya y aleluya, y toda la voluntad del mundo como mujer de repuesto con la casa y con los niños, además de la cantidad de argumentos posibles y el aplomo que tuvo que sacar de donde pudo conmigo, para detener las oleadas de ira y de furor que me vienen, y por los que muchos comenzaron hace un par de años a llamarme el loco, el delirante, el demente o como se te ocurra, y me imagino que actuó de la misma manera con vos y con ella también, porque aunque no sea muy leída, tiene una idea terminada de la solidaridad que se te caen las medias.
Ella sabe bastante, estoy seguro, en estos días me contó que está aprendiendo a leer las cartas, y los restos con formas de la borra del café, y otros rituales parecidos, y está perseverando con un pedido para que nos sentemos y me hable del futuro, por lo que supongo algo conoce, como mis hermanas a las que no se les escapó ni una palabra ni un gesto conmigo, con excepción de la Chili la vez pasada, cuando casi se manda con los puteríos, y a la que la traiciona su condición mas el hecho que de todos soy su hermano distinguido, pobrecita, a mí me pasa igual con ella, mucho más desde que entendí que con sus problemas del labio y que es un poco falta, en realidad está pagando una andanza de juventud del veterano, que terminó con una inyección de penicilina de un millón para bajarle la infección, niña, mujer y víctima involuntaria del hábito que tiene el viejo de compartir sus deudas.
No importa si no se meten mis hermanas, que así sea, siempre fue de esa manera, por eso la musa, nuestra niña preferida de otros amaneceres, las escogió sin dudar a la hora de decidir las madrinas para los tres primeros bebé, tienen un carácter firme y son decididas, dos de las cosas que se valoran en quien cuidará de los hijos ante una posible ausencia de los padres pero también, esa mezcla de temperamento y afectos la pueden utilizar si la flaca les falla, aunque vaya a saber con qué la miden, porque es para pensar que con lo mío las desconcertó y no hicieron lo esperado, es decir tomar una revancha. Se forjaron tan brujas por la forma en que se criaron, por la manera en que crecieron solas y sin nadie a su lado, solteronas, siempre solteronas y a las que ya no se les raciona el puchero, que son capaces de armar cualquier despelote, amenazar con el escándalo, si alguien se anima a traspasar las barreras que ellas mismas ponen para con los demás, por ello pienso que tampoco deben estar en esta oportunidad de tu lado, a lo sumo habrán entrado en un recato y una indiferencia que les alcanzará para no pecar de negras y ordinarias, engreídas o desagradecidas, calificaciones y restricciones que nunca aceptaron, y les sirvió para lograr, por lo que te decía de sus empalizadas y los impedimentos que ponen para pasarlas, un respeto insólito y desmedido de la bruja, esa vieja zorra y mamá del alma, que debe estar sonriendo por ahí pensando que como viene la mano se salió con varias de las suyas, preservando a la niña bonita, hijita de mamá, de todo lo malo que le presagia y le ruega se borre, de sus malos agüeros, y convencida que con lo que pasa pueden darse nuevas peripecias para su nena que hace rato es mujer, cumpliendo con el marido, y haciendo lo que puede para que la arpía de la suegra no se le adelante cocinando los bizcochuelos y las empanadas que se hacen para las fiestas, vieja metida, intrusa y analfabeta, que con cara de circunstancia, aparece emperifollada con cotillón y sorpresas para deslumbrar a los niños, como si le sobrara la plata, estará diciendo la flaca y la madre que la parió.
Estoy aquí además, porque tengo la primera confirmación de que mis problemas de salud son sin vuelta, no sé si se trata del último diagnóstico, porque esto es igual que con los cuernos, jamás te avisan y el golpeado es el último en enterarse, te duele de adentro y afuera pero lo mismo caminas, no se cree firmemente hasta que hay un convencimiento en la intimidad, pero me hablaron de un viaje sin retorno a lo que fuera, como las astas le dicen en la fábrica, te las pusieron y no te las saca nadie, de que continuarán la bola en la cabeza y otros huevos chiquitos que en los últimos días aparecen en los brazos y las piernas, a lo que te acostumbras como con la infidelidad, llega un momento en que te parece hasta natural, las manchas expandiéndose, y unos dolores de cabeza que me matan, los mareos, y unos ataques como de epilepsia que comenzaron hace poco, embates que me hacen entrar en inconciencia, y provocan que me salga mucha baba, espuma de la boca, espasmos y vómitos según dicen, como me contaron que afirman por ahí, que estoy pasando por el escarnio, la primera afrenta y la humillación, lo deben sostener quienes me conocen poco y no saben que se trata de una cruz que arrastro desde hace bastante tiempo.
Al clínico se le han borrado los argumentos y los papeles donde me imagino que consulta, se le han acabado las letras de los libros con los que ensaya actualizarse o perfeccionarse, y a pesar de los pretextos que da con el polvo y las cucarachas, anda perdido, confundido con los efluvios del alcohol que carga y se lleva a casa luego de timbear con un grupo de amigos en el club social y hasta las once de la noche, en una oportunidad me ha comentado que él también sospecha de algunos movimientos de su mujer, escapadas furtivas, y esto me ha reconfortado pensando que no soy ni el primero ni el último, supongo que parte de la evolución que se va sufriendo, se le han terminado sus largas y pacientes explicaciones, las disponibilidades en su agenda para dedicarme tiempo, y me dio que pensar que si no se los dedica para arreglar sus asuntos con la mujer qué me puede dedicar a mí, algún interés exploratorio y de investigación que antes lo motivaban, y ha comenzado a convencerme de la urgencia de una derivación costosa que no sabe si aprobará la gente de la empresa, dos y dos son cuatro, que a medida que la convalecencia se extiende, cuatro y dos son seis, largan directivas en cascadas a jefes y más jefes que confirman la incuestionable y antigua ley de la gallera, la más dolorosa para los compañeros trabajadores que se angustian con eso de que el hilo se corta por el lugar más delgado, seis y dos son ocho y ocho dieciséis, con lo que no hay que darse manija sino uno se vuelve a accidentar, y no hay que accidentarse para que no aparezcan los cuernos, como no hay que atormentarse con el otro asunto si después de todo a continuación de la injuria uno despierta la condolencia, y la adhesión porque aunque no lo digan otros piensan que pueden pasar por lo mismo, y ocho veinticuatro, y ocho treinta y dos, ánima bendita me arrodillo en vos, no flaca, ni delante de la mujer del médico, o de otras que de poco comedidas y consideradas con los hombres los guampean pero igual continúan siendo la señora de la casa, y debería frenarlo en esos arranques de médico laboral que le salen, porque da a entender, como si fuera un jefe enviado por otros jefes, que con todo lo que me está pasando hasta les puede convenir indemnizarme, negociando eso sí, siempre negociando, abandonándome sin miramientos a mi puta suerte.
Asuntos de números, como si uno lo fuera, o lo sea en un legajo que el superintendente de personal custodia más que a la madre que lo amamantó, y que a la mujer que también lo revienta sin que lo sepa, una cifra de dos, tres o cinco dígitos le dicen, lo mismo que los jefes, y los jefes de los jefes pensaron, cuando se resolvió lo del accidente, después que pasaron las emergencias, las curaciones, y las correcciones que se imponen para el trato, los patrones lo demuestran, lo practican y lo ordenan, cuando la existencia de una persona está en riesgo.
Que maravilla esta perinola que nos estamos jugando hermano.
Todos han fisgoneado en algún momento, los que nos quieren y los que no nos quieren, a propósito o sin quererlo, y deben haber obtenido sus réditos y haber perdido algunos tejos, asuntos de ellos, porque los resultados que en verdad me interesan son los que te toquen a vos y me correspondan a mí, hoy por hoy parece que te llevas el pozo, íntegro, suculento, rico como la vida apostada a la fortuna difícil y posible de la suerte, casualidad y final del juego que me ocuparé de impedir, a mi entender de negrito instruido no has logrado hacer los méritos suficientes para esperar resultado diferente, como los obreros de la fábrica, lo serenos o los porteros te escamoteaste tipo hormiga, poco a poco, lo que no te correspondía, tomaste a la jarana la pureza de mi deslumbramiento de niño, no te diste cuenta que por vos conocí a Archi, la pequeña Lulú y Gene Autri, a Isidorito, y pude ver tranquilo varias películas de Palito porque me pagaste la entrada, te limpiaste la boca y otras cosas con mi confianza, olvidando por completo las tardes en las que yo repudiaba mi condición, de lleno y renegado, y me calmabas advirtiendo importancias adonde yo las restaba, te aprovechaste de lo que tengo de iluso o de tonto, no me contaste en el momento preciso que conocías y tuviste una participación en el vía crucis abortivo de la flaca, y quisiste birlarme a los míos, por lo menos a algunos, cuando ella casi me convence para hacerte padrino del Pichi, menos mal que zafé con el argumento de no mezclar la amistad con otras cuestiones, para colmo nunca tuviste nada que dar a cambio si se daba tu apropiación, fuiste medio alumno, con media universidad terminada, medio profesor, medio vendedor de cualquier cosa, medio comunista de palabra, y medio de todo, menos en algo, lo que te sirvió para dar lugar a este desbande, y para enfrentar en serio los desafíos de la calle y por supuesto supervivir, la combinación de las mitades no te sirve, como a mamá que en esto tuvo mala suerte con su media naranja aunque reservara sus tajadas, y hoy por hoy aparezco yo como el gran perdedor con el accidente, el descalificado con la familia convertida en una bola de papel estrujado y arrugado, situaciones que también me encargaré sean diferentes en adelante.
Para que cuando te llegue la fecha, no te acuerdes de mí solamente por las protestas permanentes, por el resentimiento que en forma bastante repetida pone en la superficie la envidia, las ambiciones, el desborde o el odio acumulados, que para tipos como yo terminan, así no lo creas, en desenlaces violentos, quisiera que me evoques también, por los sellos que puse aún siendo pobre, aunque se te ocurra insistir con lo de miserable en ascenso, académico propenso a los razonamientos rebuscados, por los timbres divertidos que puedo estampar en algunas circunstancias de mi vida, ecos sonoros que en el fin recalarán en tu memoria. Decir que he sufrido, llorado, o masticado la impotencia, sería abultar en un cuadro sin sentido, ilegítimo, hermano insano y pelotudo grande, por las edades que tenemos sabemos que el mundo da vueltas y que mientras lo hace te deja buenas y pálidas, que las buenas no son solamente la disponibilidad de guita o de cosas que no te llevas en el cajón, caso el éxito con los demás o el reconocimiento de otros, y que las pálidas a veces te agarran desprevenido y te dejan atontado y girando como el juguete chiquito, en medio de preguntas, rondando el interrogante sobre si ganarás o perderás, una de cal y una de arena, es lo que te enseñan en la iglesia, los testigos, los mormones o los evangelistas, no son muy diferentes entre ellos y depende de uno el aprovechamiento de la savia con la que explican sus mambos, el pastor o el cura te lo pueden decir, en la intimidad como me lo dijeron a mí, gracias a ellos sé que no estoy loco, supongo que lo primero que agregarías a esto es que todos en la situación decimos lo mismo, no importa, pero en donde estuve, de donde vengo, y con quienes estuve me enseñaron a reírme, a disfrutar de momentos agradables y pacíficos, a evitar la duda, a estar desesperado como me encuentro ahora, con sueños extraños, permanentemente cayendo en un vacío de conos sin fondos, ahogado en cientos de suspiros de congoja, en miles de lágrimas de desconsuelo, detenido y recostado contando las estrellas en el firmamento de mi propio cielo, un infinito en el que me enfermé, tuve fiebre y vomité de caprichoso, por no tener un regalo que los reyes un día no dejaron, cagándole la calma, embromándole la pachorra a mis viejos, hoy lo pienso y así fueran lo que fueran, ellos la deben haber pasado peor que yo durante ese episodio, pero en ese espacio luminoso también, me emocioné y un humor de alegría apareció en mis ojos al comer una tortilla a la parrilla elaborada por mamá, porque yo sabía que para prepararla a veces juntaba de a centavos, y eso me llenaba de ternura, ahí no necesitaba de más y no lo hubiera cambiado por nada del mundo, una boludéz para cualquiera, es cierto, pero lo mismo me alegraba cuando llegaba el momento de comerla, saborearla esponjosa y calentita, caliente y perdido como estoy, sin saber para dónde disparar, al costado de no sé que sistema coinciden los médicos, alejado de Dios coinciden los testigos y el cura, parado al margen de lo que siempre me ha gustado o ambiciono, impresionado gratamente, como me conmovieron igual los juguetes que conocí en tu mundo, aguantando las primeras veces el temblor que te aparece cuando se sabe posta que no es una mentira decir que no los tuviste, o cuando se tiene el presentimiento cierto como para asegurar que no los tendrás jamás, una de cal una de arena, una tristeza y una alegría al mismo tiempo que confunden el motivo del lamento por el que lloras, como esos están frescos e intactos en mí los recuerdos de las tardes de los fines de semana, las que pasamos con despreocupación e indiferencia por las cuestiones pesadas de lo cotidiano, los pastores o el cura aseguran que un loco es el que pierde el juicio, los doctores me aseguran que es quien pierde la razón, y estoy sugestionado conque hasta ahora no he perdido ninguna de las dos cosas, estoy perturbado sí, y capaz que demasiado para los que se cruzan conmigo día a día, estoy guillado y a lo mejor esto es lo que molesta a los que ya me pusieron el mote, estoy embalado y hubiera querido que los que se quedaron en mi vereda lo hicieran conmigo, tal vez con eso se bajaba la velocidad de la largada, pero me pregunto quién no tiene en su carácter poco o mucho de esto y, por descarte, en qué parte rebalsó mi vaso para que alguien me cuestione diciendo con que me salí de mi juicio o mi razón, que parecen no ser las del otro, la realidad, lo cotidiano te vuelve cuerdo, o te rompe las bolas y el equilibrio, pero nunca te vuelve loco totalmente, lo que produce esto es lo inesperado, lo repentino, lo que te aparece de golpe como no conocer el mar cuando se lo quiere hacer, o no saber lo que es un viaje de vacaciones, ni antes ni ahora, pero de todos modos quiero decirte que disfruté de cada instante de los que me pasé en esta ciudad adonde nacimos, crecimos y probablemente nos muramos, de viejos o de lo que fuera, pero en mi caso escapando al cinismo y a la hipocresía que sirven en la sociedad para distinguir entre lo juicioso y lo razonable, algo distinto a lo que siento, porque sé muy bien que nunca voy a llegar a ser un farsante, un sinvergüenza que lastime con intención, aunque por revancha a veces me tome algunas chanzas, como las que paso con la flaca, ella sí me vuelve loco, de remate. Por estos motivos y otros que podría seguir contando, no necesito de la compasión ni de la lástima que me dicen que me tienes, falso, y que estás transmitiendo a los demás que deben sentir lo mismo, impúdicos, eso sí me lo vinieron a decir hace unos días, no dependo de tu misericordia, ni siquiera de tu comprensión de amigo, compinche, que por mi parte ya no lo somos más, lo mío no fue un apostolado que termina con un nicho de flores y reconocimientos póstumos, quiero obligar a mi mujer con algunas cosas, romper un vaso o pegar un grito, nada de limosnas, menos si vienen de tu parte, prefiero que naturalmente me recuerden como fui, que me sigan llamando el cornudo o el loco, sembré también en ese sentido, en ocasiones he actuado mal o haciendo daño, a propósito o no, es claro que uno no cuenta esta parte de la película, menos sabiendo que el final es la muerte cercana, y que no se cuenta con el tiempo para corregir lo que se tuvo de mojigato o de atrevido, además nadie se acuerda de estas facturaciones, ni de las miserias con el luto, así se ande siempre facturando, con mis equivocaciones serias y no serias completé la lista de los aciertos y los desaciertos, además de las pelotudeces de cualquier mortal promedio, para lo que la iglesia te habla del purgatorio, de ese lugar intermedio adonde también me imagino puede ingresar un desequilibrado y un promedio bien medio como vos, que yo sepa la locura no está registrada como pecado mortal y pasaporte al averno y debería figurar en la lista de las bienaventuranzas, término medio en la vida, término medio allá en el cielo como en el infierno, como lo que pasa con vos, académico. No siempre gané, como quise hacértelo saber en una de las últimas ocasiones en que hablamos, ni vos perdiste todas las partidas, te lo repetí en varias ocasiones, digamos que en ésta perinola nos salieron varias veces las distintas caras del hexágono, resultados que nos llevaron a poner o a tomar lo apostado, pero el juego que vos y yo llevamos aún no ha terminado, falta el último pasodoble, para decírtelo con lo que conocimos, y dudo que lo sigamos en forma impecable como los Lobo, y no lo afirmo por el consabido baile de la consabida pareja, del consabido club donde hicimos las consabidas aventuras, lo será por el giro que todavía debe dar ese consabido juguete que ahora sí te digo me pertenece, no es mas tuyo, ni podrás utilizarlo para después devolvérmelo, antes de irme lo voy a ocultar debajo de la tierra o adonde sea, también como símbolo de que nuestra amistad ha finalizado, falta la última vuelta dormida de esa cosa chiquita, luego de la cual sabremos quién gana o quién pierde, definitivamente hermano, trastornado, hijo de recontra, malhadado, recontra remil, recontraputas.
A nadie más que a mí o a vos nos interesa, que por lo que fuera o pase seguiremos siendo comunes o mediocres, sin carteles o guirnaldas, parecidas a las que hace la vieja, ni las lentejuelas pequeñitas que se usan para el arrorró del bebé, adornos que señalen el momento o por lo que pasamos a la historia, en la única que podemos estar nosotros con nuestra indigencia es en la epopeya que se plasma en la comidilla, en la lengua de las comadres que nos conocen, justo el punto sabías, en el que no me hubiera gustado estar en ningún momento, ni anterior ni posterior, ya debemos haber empezado a figurar en sus comentarios, en las afirmaciones que salen junto a su veneno de serpientes o melindres, podremos quedar pegados a alguna fábula de la gente, a la parte insignificante de un cuento popular, a una quimera, esas talladas en el bronce doméstico a las que le escapan los canas de la ciudad, que prefieren el perfil bajo, estando lejos de asuntos escabrosos, y seguir dando dolores de cabeza a los choros de gallinas, y a borrachos como yo que se junta con sus amigos. Los dos somos líneas, párrafos sin importancia, recuadros remotos de prensa amarilla, de revistas que se intercambian hasta el infinito y que se compran y se venden poco y a un precio accesible te lo dicen, no existimos, no aparecemos ni apareceremos en los diarios importantes, ni en la televisión, ni seremos motivo de comentarios en alguna emisora de radio, somos insignificantes así pasemos a la inmortalidad envueltos en algún quilombo sangriento, a quién puede interesarle registrar qué de nuestra pasada triste por la tierra, si hasta las broncas y los líos que tenemos parecen despreciables y cotidianos, cuando no se los califica de ordinarios y de negros, en mi clase o en la tuya se es igual de promedio, aunque uno esté convencido de lo contrario y no lo apechugue, cada uno por su lado sufre la intensidad de sus limitaciones, para mí fueron materiales en su mayoría, y para vos no sé ni me interesa, pero estoy seguro que las tuviste, aún cometiendo el error de creer que lo nuestro se encuentra en una marquesina con todas las luces en la dirección apropiada, en un pabellón en el que no me cabe duda, comparando y por lo que parecemos serías el destacado, qué puedo serlo yo, si vivo lidiando con la grafa que me rodea en forma de ropa por todos lados, el pantalón, la camisa, la campera, son de lona ablandada y además lo que se usa en el trabajo que tengo, no hay chances para ponerme de gala y las veces en que se da, ando encogido porque lo que tengo me queda chico, caso el traje que utilicé para mi casamiento y que sigo utilizando para ocasiones importantes y así con todo, pero éstas no son situaciones que me vuelvan loco, las he sabido aceptar y hoy las tengo como mínimos problemas, por esto si hay que hablar de locura yo diría que de los dos a vos te puedo registrar como el más desequilibrado, lo que hiciste es temerario, absurdo y tremendo, de hijo de puta, de lo que se te ocurra en su máxima expresión, sin embargo parece que lo tuyo está aceptado, y lo mío no, entre los cínicos y los idiotas, por los hipócritas que viven en un rincón del sistema, como lo dirías vos, porque por lo que conozco nadie te ha condenado todavía aunque te han puesto algunos sobrenombres además de las calificaciones de las que hablaba, seguramente la leyenda aberrante pasó a formar parte del por algo debe ser o del por algo será, a los que somos tan propensos, a esas conclusiones que tanto nos costaron y tanto nos costarán como ciudadanos de otras épocas y del porvenir, los hábitos de juzgar a los demás por lo que creemos que son y no por lo que son efectivamente, siempre en la sospecha por lo primero y sin darle bola a lo segundo, caprichos que alguna vez tendrán que desaparecer de nuestra calaña, la civilización de la duda, de la indecisión y del dilema, la llamaba el curita la última vez que fui a verlo, la civilización de la sospecha me decía, del titubeo, de la perplejidad y el cambio permanente, como del otro lado está la civilización del amor, como las mil civilizaciones pensaba yo para mis adentros, me hacía gracia, era como si la palabra se le hubiera pegado, y me mandó de vuelta a casa con el pasmo y la chifladura que cargaba en mis morrales. Por eso me fui a buscar otras respuestas para el mismo problema, somos ganadores y perdedores en el mismo ruedo, campeones y quebrantados de la vida, vencedores y fracasados en lo que hacemos día a día, me explicaban los hijos de Jehová la vez pasada, conforme, dije dándoles la razón de los jugados, de los comprometidos que a decir verdad tampoco me respondieron del todo, o no me convencieron, el raciocinio de los que tienen convicciones ciertas pero que por lo general no viven con problemas parecidos, el mundo de ellos es más simple del que caminamos nosotros, no es ni tu caso ni el mío, desleal de porquería. A mí no me bajan de cornudo, los más considerados hace rato que me llaman huevo, y a vos te han puesto el ilegítimo por tus intromisiones en lo que por la naturaleza y la ley del hombre no es tuyo, desleal, que así te llamo yo, que estoy convencido es la palabra que define la cantidad de monedas que perderás en este juego y en una ocasión próxima, y no se equiparará nunca con la que me toque a mí, así sumes todos los defectos que tuve, los anteriores y los que pueda tener en el futuro, así me vaya al cielo, al infierno o al purgatorio, me haga merecedor de los premios o los castigos de los que hablan los testigos o el cura, y no me importan las denominaciones, yo sé que fui mejor que vos, que te hice menos daño, aunque mis débitos sean inmensos e imperdonables con otros, con vos no lo fueron, por cada conversación que me aburría, tu precio, me tuviste que devolver lo peor, mi precio, de tu parte sin miramientos por los momentos que pasaba. Después que deje de rodar la perinola, y gracias a tu envión, saldrá la peor cara hermano, el empujón mío termina con la muerte, de las seis caras la que tiene el todosponen, así le dijeron los médicos al que me lo terminó diciendo, en forma torpe y retractándose como él mismo, el borracho y chupamedias, ese esclavo que quiero y siempre denunció a los demás sin mirarse, el que destacaba el defecto y el exceso, lo regular y lo irregular, la carencia y la tenencia, a su manera me lo largó sin darme un abrazo o tenderme una mano, el domingo pasado en que vimos un partido de boca por la televisión, dijo que un par de meses, que pueden ser cuatro o seis, y el ánima en esta oportunidad va a ser la mía, pero como te decía y así suceda, también llegará un castigo para vos por lo que hiciste.
Tengo mucha bronca amontonada por todo este alboroto, estoy molesto y acorralado por el resultado momentáneo del juego, estoy agotado y acosado por lo que hiciste, y no te lo perdono ni te lo perdonaré jamás, el que dispusieras traspasar tan tranquilo una cantidad de barreras personales colocadas por mí, tu amigo de toda la vida, que lo hayas hecho con descaro y desfachatez, y te lo voy a facturar desde acá hasta la china y en silencio, porque tu castigo vendrá por otro lado, por ese infierno que hubieras preferido llevar más de muerto que de vivo, zángano, desidioso, por ese calvario que me imagino ya estás pasando, por esa crucifixión que tendrás de un momento a otro, sin ninguna posibilidad de resurrecciones que te lleven cerca del Padre de todos, del calvario al que te hiciste acreedor, para terminar en una cruz que te dejará cerca de lucifer o como quieras llamarle al demonio, supongo que debe estar remordiéndote la conciencia, por mí y por los míos, quiero pensar que en tu caso no se trata de alguien al que se pueda calificar de desalmado, mantienes tus afectos, sentimientos y miedos, algo de la vergüenza y la dignidad que tuviste alguna vez, y que con los pocos atributos que te puedan haber quedado, te llegarán por elevación mis maldiciones, y por reflejo algunas de las palabras o las ideas que yo queriendo evitar desenlaces que te favorezcan, estoy largando al viento, al tiempo descansando al costado del consabido canal, casi a orillitas como dice la letra de la consabida canción, precisamente, abajo de los consabidos sauces llorones, desencantándome, como me lo pidieron, no solamente de vos y de lo que hiciste, sino también del lugar que cuando chicos era lo máximo para nosotros, y ahora descubro que en sus aguas hay, depositados y corriendo, demasiados desechos industriales, desechos como vos la puta que te parió. Me privaste en el tiempo de mi enfermedad de una convalecencia que no se termina, de la posibilidad de una conversación que en una de esas hubiera servido para evitar todo esto, que para vos no será tremendo ni dramático, y que para mí es el final no deseado de muchas cosas, en ésta circunstancia yo te privo de lo mismo, de la posibilidad que hablemos, de tu derecho a réplica, de lo que pensaste sobre la manga, la tanga y la changa.
No sé si se trata de palabras que existan para la Real Academia, vos lo debes saber porque te encantan estos ejercicios que te hacen diferente, no sé si figurarán en alguno de esos diccionarios medio raros que se encuentran por ahí, vos has comprobado varias veces que esto no es mi fuerte, ni quiero que lo sea, aunque si me hubieras acompañado, escuchado alguna vez, estarías al tanto que también tuve una sorpresa un día, hablando distinto a los que son como yo, al principio creí que era una respuesta tardía a la mejor educación, y también un poco diversa que tuve allá, con el cambio de escuela primaria y con el secundario en la técnica, adonde nos apretaban con todo, no solamente con números y fierros, pero después saqué que era una de las manifestaciones de esta transformación que vengo sufriendo involuntariamente, es parte de una lucidez que se manifiesta por instantes y que luego desaparece de la misma forma, como una estrella fugaz en el cielo de verano, así me pasó con estas tres palabras que usamos bastante en la fábrica y en la calle, y que sirven para resumir mis aflicciones y el padecimiento que no sé en que terminará. Cuando hablo de manga hablo de choreo, vuelvo a lo de la fábrica, y a lo que mi padre me contó del tormento al que lo condenaron los compañeros cuando se enteraron de la perinola como un símbolo de amistad entre un niño pudiente y otro no pudiente, de la imposibilidad para él de comprármela por pobre, se burlaron durante un turno entero y lo hartaron repitiéndole que aunque no lo pareciera era una baratija, y que en último caso un juguete tan chico que podía afanarse entre otros artículos disimulando una compra, recuerdo, yo cometí un error de niño comentándoselo, y él un error de adulto que acusó el golpe, y se le debe haber aflojado la lengua para merecer tanta cargada, de cualquier manera lo devolvió, como le sucedía con lo que le molestaba, en por lo menos una docena de preceptos, garrón que se tuvo que comer mi madre y mi hermano mayor que por entonces ya estaba reconocido como un receptor de lecciones paternas, la manga, lo que a mí me han quitado, es de eso de lo que quiero hablar, del despojo del que fui objeto gracias a tus oficios. Y del periplo que voy a emprender, estoy casi decidido, me voy de viaje hermano, me falta ajustar algunos detalles pero es este el motivo más importante por el que estoy aquí, y haciendo lo que estoy haciendo, he decidido dar un paso importante, comenzar un desplazamiento sin retorno, lanzarme a un tránsito infinito como me lo dirían los pastores a los que les gusta incluso tenerlo en esta tierra, voy a cambiar abriéndome con una ausencia terrenal para ganar una presencia en lo divino, parte de la civilización de una clausura propia, diría el curita al que hace rato no escucho, me voy de viaje hermano, me traslado, pero con lo míos, a un lugar adónde nadie, nunca más me los va a birlar, me los llevo a todos para evitar que me sigan tirando la manga, que molesten a los míos, esta es la parte en la que me faltan ajustar detalles, porque son muchos y de reacciones diferentes, no tengo claro todavía como irán convenciéndose que me deben acompañar, vos sacarías de esto si lo entendieras, que es imposible que lo converse con ellos, así que la cuestión será forzada, debo despacharlos como me mandaré yo, con un revólver, con movimientos coordinados y precauciones como para que ninguno se me escape, ellos no lo comprenderían si intento explicaciones, así que la parte embromada me corresponde a mí de punta a punta. En principio debo prepararme para que la noche en que lo haga parezca lo más normal posible, en especial para la flaca, que seguro pondrá el grito en el cielo y se resistirá, con ella a mí me quitaron una esposa, que ya no tengo, pero en honor a su cinismo y para que parezca natural, la voy a obligar a que tengamos sexo, lo más parecido al de las mejores épocas aunque por el final acostumbrado de los últimos tiempos ella me termine acusando de una violación violenta, y así se le note que le sigue gustando y que afloja con un orgasmo, argucias de hembra liberada que busca la rigidez y la tibieza, la obligaré de manera que el cansancio le provoque un sueño tan profundo que ni se entere de su paso a la posteridad y a la gloria, que no se entere del de los niños porque al final les tiene todo el amor de madre, esperaré a que se duerma y lo más seguro es que le calce un tiro en la cabeza, esto también lo estoy pensando, para evitar rechazos anticipados de hembra curtida, de mujer que se ha puesto una boludéz en la muñeca, algo que leí de reojo durante mucho tiempo, un estampado en el cuero de una pulsera que dice i love, eso seguro se lo regaló el macho porque yo no, descarada que podría disimularlo sacándoselo mientras está en la casa, aunque a lo mejor es parte de los desafíos que me hace y que ya no me interesan, aunque me vuelva loco, de remate. Dirías que tanga, justamente, que tanga, que trabajo arduo y que no puede hacer otro que no sea yo, porque los niños mayores se despertarán también de la profundidad de sus sueños e intentarán detenerme, en especial el Guille, que estuvo en la primera de las discusiones y no se olvida, nos tiene junados y está alerta y a la defensiva por las cuestiones de su mamá, no entiendo porqué si él también ha sufrido el abandono ese tan notorio, el cambio de tutor con la Nicéfora, y ha perdido hace rato beneficios de los que tenía por ser el mayor, de él me tendré que cuidar, es tozudo, necio, y parecido al papá de la flaca por lo engreído y cara dura, coya de mierda que se cree diferente porque es empleado, pero frente a esos cuatro defectos al chico lo distingue su valentía, y la responsabilidad que ha tomado con su madre y los hermanos menores, es mi hijo, por supuesto que siento amor y ternura por él, pero estoy seguro que en esta oportunidad tendremos alguna pelea porque se resistirá, para ello estoy preparado con un cuchillo que también me conseguí para dar lugar a éste origen, hermano, al inicio de una odisea en un lugar mejor adonde todos estaremos excelente, me convencieron los pastores, el curita alemán que ya está asesando y también el de reemplazo que anda por ahí ensayando para convertirse en un pastor de verdad, como el juez de la ciudad que seguro tendrá una participación en lo que estoy decidiendo, y su reemplazante, que también es un imberbe como decía el general y que andará haciendo experiencia, el mayor se resistirá, porque con los pocos años que tiene y así siga jugando a las bolillas, ya es un hombrecito firme que casi sabe lo que quiere, con amigos incondicionales que se gana por méritos propios, la voluntad antes que la inteligencia, la persistencia de defenderlos o de tirarles una mano, y no la manga, cuando lo necesitan, tanto lo quieren que por estos días anda hinchando con una composición que le pidieron del Martín Fierro, paseando permanentemente con papeles en sus bolsillos, seguro que con guita también, de lo que escribe él y de lo que le escriben los otros, por los ganchos que le hacen sus compañeros para ayudarlo, en especial las niñas que es con quien dicen ha conseguido sus mejores amistades, también la maestra lo protege, la directora pidió hace poco que lo hablara, porque con aquella mantiene una relación y unos jueguitos que no le gustan nada, un picarito, de cuyas reacciones no estoy seguro y me cuidaré todo lo posible, es de dormirse tarde, de quedarse con la televisión mientras se fija que las peleas diarias y mías con su mamá no terminen en situaciones que obliguen a su intervención, lamentablemente ya ha tenido que meterse unas cuantas veces y el pobre pendejo recurre al llanto cuando se convence que no puede conmigo, y me ruega, me implora que se acaben los gritos y los insultos, por esto pienso que si fuera más grande le hubiera podido explicar un poco de todo lo que estamos pasando y de como creo que se soluciona, estoy con alguna duda si debo comenzar con él, porque puede convertirse en un impedimento que me arruine la fiesta, de Jehová dirían esos pastores que parecen haberse cansado de mis descreimientos, y del señor dirían los dos custodios de la iglesia, como los serenos y los porteros de la fábrica, no lo digo por lo que pueden chorear de las limosnas, que por ahí alguien lo anda diciendo, sino por el trabajo que tienen de cuidar el edificio y la casa parroquial adonde viven, ya veré con quien comienzo, esto lo determinaré en las próximas horas, es otro asunto que me tiene preocupado, la secuencia hermano, punto en el que estarías repitiéndome por enésima vez la aberración de lo que cuento, diciéndome loco de mierda, que es lo que no soy, tengo razón y tengo juicio, estoy armando un rompecabezas que no es común, que comienza acá y finaliza en el otro mundo, es verdad que no es común, pero en él están involucrados los míos, sobre los que tengo todos los derechos así como cumplí con todos los deberes que me correspondieron, me lo explicaron los testigos, los curitas no porque si se los hubiera preguntado, la contestación sería lo que conocemos, habrían perdido un tiempo invalorable conmigo diciendo que está mal que yo viaje, así esté viviendo con tiempo de descuento ellos opinan que hay que esperar el momento de la disposición de Dios, ni que decir lo que opinarían con la decisión de este viaje conjunto, directamente se les quemaban todos los papeles, como a los médicos esos mentirosos en los que tanto confié y que con su imposibilidad terminaron con la palabra, siempre la palabra, salvadora de sus ignorancias y limitaciones, diciendo usted tiene cáncer y por lo tanto una enfermedad terminal, inoperantes, qué tanga, cómo haré para controlar todo en silencio y sin mucho tiempo, porque en realidad dispongo de un par de horas entre las dos y las cuatro de la mañana, me pregunto como transitaré por la casa visitando a cada uno con precisiones en el tiempo como para que ninguno haga tanto ruido que despierte a los vecinos, qué haré con los dos pequeños, a ellos los enviaré asfixiándolos con las almohadas o las sábanas, al bebé es al que más le temo como testigo de la cosa, porque se despierta en ese lapso y juega por ratitos mientras se toma una mamadera, a su mirada tierna, a esos ojitos que estoy seguro van a reflejar su falta total de resistencia, le tengo miedo porque me lo imagino extendiendo las manitos rechonchas que tiene en dirección a mí, como lo hace cada vez que presiente que lo estoy mirando, angelito, el retoño que no me pertenece y que me hubiera pertenecido si tendríamos la posibilidad de quedarnos en este mundo injusto, con él me imagino será rápido, apenas unos minutos, lo que me permitirá terminar de la misma manera con la partida del otro bebé de la casa, el más silencioso y obediente de todos, el menos llorón y el menos caprichoso, el angelito que estarán esperando en el cielo para convertirlo en el angelito de la guarda de alguien, una tanga hermano, como dicen en la fábrica cuando hay que hacer por cuenta propia un trabajo que uno no lo tenía ni registrado ni contaba con las ganas para hacerlo, una tanga, dirían mis compañeros con la indiferencia a la que uno se acostumbra con ese trabajo tan rutinario y cansador, sujeto a tantas sirenas y manoseos de jefes que tienen jefes, y más jefes que tienen patrones, que no me dieron bola con el pedido que hice para que me vieran en Buenos Aires, alguien me metió púas diciendo que allá me hubieran sacado sin el pretexto de estos médicos de mierda que me atendieron y se salvaron con la palabra fácil y mágica de cáncer, una tanga, el resultado del hartazgo que tengo con mis compañeros de la fábrica que no se convencieron de la gravedad de mis sufrimientos y siguieron jodiendo todo el tiempo, arriesgándose más con las cargadas por el huevo y los cuernos, desde hace poco me llaman el mocho, que por lo que sé significa cortado, pero ellos lo relacionan con el amontonamiento de astas que me adornan la cabeza, la combinación del grano grande y de orejas paradas y duras de burro que me ha puesto mi mujer por sus travesuras y andanzas de puta, flaca de porquería, que si lo hubiera sabido no le daba bolilla, con tantos esfuerzos que me costó para que se fijara en mí, cuando le gustaban mis amigos entre los que estabas vos, académico y desleal de mierda, principio de un camino que inicio con ellos y no tengo idea cómo finalizará, contando, de los dos que quedan el Pichi es el más inquieto, es un chico puro músculos y puro nervios, y como se fija mucho en lo que hace el mayor estoy seguro que si se da cuenta opondrá alguna resistencia, protegiendo a los otros lo que pueda y haciendo lo mismo con su trompo y las latinchas que junta para sus juegos, niño chiquitito que me jode últimamente con el tema del aseo personal porque parece que la maestra que tiene lo hincha demasiado, estas docentes que hay ahora, loco, no estoy loco, estoy desesperado, que ya desde el jardín comienzan con pedidos de útiles y otras porquerías creyendo que los niños son de padres pudientes, y uno se angustia con las cosas que no se le compran y que después se transforman en reclamos como los de él, por eso al Pichi trataré de despacharlo rápido, porque de tan mimado que es, y yo me equivoco y se queda, estoy seguro de que se agenciará el cuidado de su maestra que lo mima más que la madre, y él obediente se presta, hasta de ejemplo en esas lecciones en que ella necesita mostrarlo, él debe estar conmigo, con el otro, con el Luisi que no hace problemas, es muy inteligente y tranquilo, de todos debe ser el que tiene el sueño más profundo porque termina siempre a tiempo y en forma impecable con sus obligaciones de la escuela, el que anda con su diccionario de consulta y envuelve en bolsas de polietileno sus útiles porque no se le pudo comprar el portafolio, así que debe dormir en la mayor paz, a los testigos y a los curitas les hubiera encantado también tenerlo como un ejemplo de niño, nunca contesta y cumple con sus obligaciones, con él no tengo problemas por eso y además de todos es el más compinche conmigo, es hincha de los mismos clubes de fútbol y me acompaña en todas las picadas, me pide seguido para acompañarme cuando vamos de pesca y el otro día estaba animado para quedarse conmigo en la última joda con los compañeros de la fábrica, es un chico espectacular aunque la maestra que le tocó le tiene algo de recelo porque es la misma que yo tuve en otros años, pero es tan buen alumno que con nada pueden frenarlo, yo estoy convencido que si lo supiera me hubiera agarrado con sus manitos para darme ánimos, y de todos es el que entrará conmigo por lo menos al zaguán de ese lugar adonde vamos. Un cortejo al cielo, inesperado para algunos, programado para mí, una procesión como las que veíamos en el pueblo, con la diferencia que esta vez no será solamente de mujeres gordas, desalineadas y viejas, que concurren con niños a los que llevan a empujones, formación de una concurrencia de la que renegaba el cura, acordate, diciendo que ni un joven, ni un tipo o una mina de edad intermedia, ovejas que sí convocan los testigos que se ponen contentos sin darse cuenta que continúan siendo descarriadas, que lo mismo hacen de las suyas sin que los otros se enteren, en esta ristra hay de todo lo que no se ve en las comunes, adultos jóvenes, púberes y niños, que en marcha al Señor intentaremos entrar a su reino, por esto, si las circunstancias hubieran sido otras, casi debería tener un acompañamiento parecido a los que se hacen para los casamientos, con bocinas y algarabía que anuncien nuestra partida a la casa de Dios, aleluya, aleluya. Me voy de viaje, y es muy difícil que alguien me detenga, nadie lo sabe ni pienso contarlo, a nadie le interesa como no le interesó mi vida y los inconvenientes por los que pasaba, ahora menos que estoy decidido y me faltan ajustar los detalles, me voy de viaje hermano, estoy cansado de la manga y de la tanga.
Y espero que a nadie se le ocurra revolver nuestra memoria, no deben y no tienen derechos, que después de la sorpresa, el estupor y el sobrecogimiento, nos dejen descansar tranquilos y en paz, porque sino yo desde allá me voy a encargar de molestar y no dar tregua a quien me moleste o se cague en el nombre y la dignidad mortal de alguno de los míos, con lo que tenemos es suficiente, con las páginas amarillas que llene con nuestra historia una prensa diferente que alguna vez debe haber en un país diferente con gente diferente, con eso será suficiente, y quien ose transgredir estos límites se verá perseguido y angustiado, en el momento en que se diga, o se escriba la primera palabra, quien lo haya hecho estará condenado al fuego eterno. Estoy seguro que causaré muchas maldiciones en mi contra por llevarme a los retoños, pero son míos y nadie más que yo podrá cuidarlos de acá en adelante, para llegar a este convencimiento me ayudaron mucho los testigos, por supuesto que sin saber adónde me encargaría de la cuestión, pero es lo mismo y allá estaremos mejor de lo que estamos acá, rodeados, custodiados por otros que no son ni cínicos ni hipócritas, diferentes a los de este mundo, a los que cambian de parecer seguido cuando hay que darlo sobre el juicio y la razón de alguien, como hicieron con los míos obligándome a llevar a los cinco angelitos que desde hace años están a mi cargo, porque con la otra, con la changa fue diferente, ella se merece el infierno.
La changa de nuestras aventuras, la hija del boliviano, la flaca, que me fue infiel durante el tiempo en el que estuve enfermo, durante la época en que estuve privado de la brisa, como la que se levanta en este atardecer de un diciembre caliente como siempre, removiendo la copa de los árboles de la manera en que me hubiera gustado que se revuelva mi pelo con caricias que no se interrumpan, de chico y de grande privado de afectos que se buscaron parece que con méritos insuficientes, como los de esa mina que podría haber dilatado los tiempos y hacer lo mismo de una manera más humana, demostrando su reconocimiento por lo poco o mucho que se le daba, más lo segundo que lo primero, ella lo sabía muy bien por la convivencia, ella sabía que yo sabía de los dos últimos bebé, que no eran mis hijos pero a los que atendí como si lo fueran, sabía de las noches en vela controlando el recorrido de una fiebre que no les aflojaba, acurrucándolos en los brazos para que no sintieran el frío y los escalofríos que son simultáneos al calor y al sudor que se manifiestan, de las incontables veces en que evitando marcar las diferencias con mis retoños legítimos y efectivos, decidí hacer los mismos gastos o poner más dinero que con las cosas de los otros, de los mocos que ayudé a limpiar en tantos resfríos, y de las colas con caca que lavé sin una palabra de reclamo, ella sabía de mi predisposición silenciosa a pesar de los defectos que acarreaba con las lecciones del viejo entre las que estaba que el hombre debe dormir para estar al otro día fresco y disponible en su trabajo, ese trabajo adonde en una oportunidad escuché una mención a vos y por primera vez ese sobrenombre que en principio me pareció ridículo y luego tremendo, pata i lana, dijeron unos compañeros que se encontraban cerca, por silencioso, del que no hace ruidos, del que está y no se lo ve, del que te birla la mujer con la mayor desfachatez del mundo, hasta que fui hilvanando con el tiempo las acepciones que, precisamente por ser de la calle, son infinitamente más completas que las de la mismísima academia que tanto te gustaba mencionar en tus charlas, lego de porquería, porque después supe que la dama de tus aventuras era la flaca, la Susana, esa impávida y tímida niña de otras épocas que con esto nos coronaba, nos daba, presumidos iniciados cuando niños y hombres incompletos, los peores escarmientos de nuestras vidas, gratuitamente.
Nadie muere en la víspera, ni habla en el preludio, de su locura, por eso este anuncio solitario te caerá como un balde de agua fría, coherente si lo querés, con todo el juicio y la razón que todavía me asisten, así los pronósticos y los diagnósticos de los médicos, de los testigos o de los curitas prejuiciosos digan lo contrario, nadie muere en la víspera, ni habla en el preludio, de su locura total, sólo soy un tipo normal preparándome para una muerte poco normal, que enfrentaré en pocas horas nada normales con lo que me liberaré para siempre de lo inesperado, de lo repentino y de lo que te aparece de golpe, como el cambio de Susana, como las mudanzas tuyas y mías pata i lana hijo de puta.
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cuentos del abuelo que no son más que cuentos que se van copiando a lo largo del tiempo
MIAMI.- Uno tiende a pensar que las canciones infantiles no son otra cosa que tradición oral de origen incierto, convertida en dominio público y, como consecuencia, creaciones exentas de todo reclamo propietario.
"Sobre el puente de Avignon", por ejemplo, es una canción francesa del siglo XV y alude al famoso puente medieval de Saint-Benézet, que se extendía sobre el Ródano. Y "Mambrú se fue a la guerra" fue compuesta en 1709, tras la Batalla de Malplaquet, donde Gran Bretaña y Francia se enfrentaron para dirimir la sucesión española. El Mambrú en cuestión era el duque de Marlborough, a quien los franceses creían muerto.
Pero nadie conoce la identidad de sus creadores y en algunos casos, como el de Mambrú, se sospecha que se trata de una melodía originalmente árabe, que llegó a Francia con las cruzadas.
No es el caso de "Happy Birthday To You" ("Feliz cumpleaños"), considerada por el libro Guinness de récords la canción más popular del mundo, entonada en los más variados niveles de disonancia y en una multitud de lenguas en aniversarios de bebes, adultos y ancianos, incluida en cajas de música, teléfonos celulares y tarjetas de aniversario, llevada al espacio como uno de los testimonios de la cultura del planeta Tierra y memorablemente cantada por Marilyn Monroe el 19 de mayo de 1962 (78 días antes de su suicidio) a su amante, el presidente John F. Kennedy, en una celebración multitudinaria en el Madison Square Garden.
"Happy Birthday To You" no sólo tiene un origen comprobado, sino que además tiene dueño y copyright, y es objeto de una fascinante batalla legal por lo que podría representar unos 2.000.000 de dólares anuales en concepto de derechos de autor.
La historia comienza en 1893, cuando las hermanas Mildred y Patty Smith Hill, maestras jardineras de Kentucky, confeccionaron un libro titulado Cuentos cantados para el j ardín de infantes, que fue publicado por la editorial Clayton F. Summy Co., de Chicago.
La primera canción del libro se titulaba "Buenos días a todos", pero durante un cumpleaños del que las hermanas participaron, Patty sugirió cambiar la letra de la canción por "Happy Birthday To You", como una manera de homenajear a la niña que ese día celebraba su aniversario.
Esto es, en realidad, lo que se supone, porque no existe documentación que establezca que la letra de "Happy Birthday To You", de apenas cuatro líneas, sea efectivamente autoría de Patty Smith.
En marzo de 1924, un editor llamado Robert H. Coleman publicó una versión de "Buenos días a todos", que incorporaba la letra de "Happy Birthday" como alternativa. Con el advenimiento del cine y de la radio, la canción alcanzó una extraordinaria popularidad.
En 1931, fue incluida en el musical The Band Wagon , de George S. Kaufman y Howard Dietz, que protagonizaron Fred Astaire y su hermana, Adele, y dos años más tarde, cuando la Western Union lanzó su primer telegrama cantado, eligió "Happy Birthday To You" como su primera canción.
Fue, precisamente, en 1933, cuando Irving Berlin volvió a usar la canción en su comedia musical As Thousands Cheer ( Mientras miles vitorean ) que Jessica Hill, la tercera de las hermanas Hill, decidió emprender acciones legales.
Tras demostrar la similitud entre la canción original y "Happy Birthday To You", Jessica Hill logró que una corte la autorizara a registrar la nueva versión, que obtuvo un copyright en 1934.
La compañía Summy de Chicago publicó la canción en 1935. Según la legislación en vigor, los derechos debían expirar en 28 años, pero el acta del derecho de autor sancionada en 1976 los extendió hasta 2010. Y en 1998, a propósito de una disputa en torno de una canción de Sonny Bono, la Corte Suprema norteamericana añadió 20 años más al derecho de autor, lo que prolongó el copyright sobre "Happy Birthday To You" hasta 2030.
Algunos expertos, como Robert Brauneis, de la Universidad George Washington, argumentan que si bien los méritos para registrar una canción popular son válidos, en el caso de "Happy Birthday To You", los argumentos se ven anulados por la inexistencia de pruebas fehacientes acerca de quién escribió la letra de la canción.
Si todo esto hace dudar al lector acerca de la conveniencia de cantar "Happy Birthday" la próxima vez que algún familiar cumpla años, a riesgo de que aparezca alguien de Sadaic a reclamar los royalties, tranquilícese. Las demandas sólo se aplican a la explotación comercial de la canción, no a las fiestas familiares.
(tradición conocida gracias a mario diament en una nación de 2009)
"Sobre el puente de Avignon", por ejemplo, es una canción francesa del siglo XV y alude al famoso puente medieval de Saint-Benézet, que se extendía sobre el Ródano. Y "Mambrú se fue a la guerra" fue compuesta en 1709, tras la Batalla de Malplaquet, donde Gran Bretaña y Francia se enfrentaron para dirimir la sucesión española. El Mambrú en cuestión era el duque de Marlborough, a quien los franceses creían muerto.
Pero nadie conoce la identidad de sus creadores y en algunos casos, como el de Mambrú, se sospecha que se trata de una melodía originalmente árabe, que llegó a Francia con las cruzadas.
No es el caso de "Happy Birthday To You" ("Feliz cumpleaños"), considerada por el libro Guinness de récords la canción más popular del mundo, entonada en los más variados niveles de disonancia y en una multitud de lenguas en aniversarios de bebes, adultos y ancianos, incluida en cajas de música, teléfonos celulares y tarjetas de aniversario, llevada al espacio como uno de los testimonios de la cultura del planeta Tierra y memorablemente cantada por Marilyn Monroe el 19 de mayo de 1962 (78 días antes de su suicidio) a su amante, el presidente John F. Kennedy, en una celebración multitudinaria en el Madison Square Garden.
"Happy Birthday To You" no sólo tiene un origen comprobado, sino que además tiene dueño y copyright, y es objeto de una fascinante batalla legal por lo que podría representar unos 2.000.000 de dólares anuales en concepto de derechos de autor.
La historia comienza en 1893, cuando las hermanas Mildred y Patty Smith Hill, maestras jardineras de Kentucky, confeccionaron un libro titulado Cuentos cantados para el j ardín de infantes, que fue publicado por la editorial Clayton F. Summy Co., de Chicago.
La primera canción del libro se titulaba "Buenos días a todos", pero durante un cumpleaños del que las hermanas participaron, Patty sugirió cambiar la letra de la canción por "Happy Birthday To You", como una manera de homenajear a la niña que ese día celebraba su aniversario.
Esto es, en realidad, lo que se supone, porque no existe documentación que establezca que la letra de "Happy Birthday To You", de apenas cuatro líneas, sea efectivamente autoría de Patty Smith.
En marzo de 1924, un editor llamado Robert H. Coleman publicó una versión de "Buenos días a todos", que incorporaba la letra de "Happy Birthday" como alternativa. Con el advenimiento del cine y de la radio, la canción alcanzó una extraordinaria popularidad.
En 1931, fue incluida en el musical The Band Wagon , de George S. Kaufman y Howard Dietz, que protagonizaron Fred Astaire y su hermana, Adele, y dos años más tarde, cuando la Western Union lanzó su primer telegrama cantado, eligió "Happy Birthday To You" como su primera canción.
Fue, precisamente, en 1933, cuando Irving Berlin volvió a usar la canción en su comedia musical As Thousands Cheer ( Mientras miles vitorean ) que Jessica Hill, la tercera de las hermanas Hill, decidió emprender acciones legales.
Tras demostrar la similitud entre la canción original y "Happy Birthday To You", Jessica Hill logró que una corte la autorizara a registrar la nueva versión, que obtuvo un copyright en 1934.
La compañía Summy de Chicago publicó la canción en 1935. Según la legislación en vigor, los derechos debían expirar en 28 años, pero el acta del derecho de autor sancionada en 1976 los extendió hasta 2010. Y en 1998, a propósito de una disputa en torno de una canción de Sonny Bono, la Corte Suprema norteamericana añadió 20 años más al derecho de autor, lo que prolongó el copyright sobre "Happy Birthday To You" hasta 2030.
Algunos expertos, como Robert Brauneis, de la Universidad George Washington, argumentan que si bien los méritos para registrar una canción popular son válidos, en el caso de "Happy Birthday To You", los argumentos se ven anulados por la inexistencia de pruebas fehacientes acerca de quién escribió la letra de la canción.
Si todo esto hace dudar al lector acerca de la conveniencia de cantar "Happy Birthday" la próxima vez que algún familiar cumpla años, a riesgo de que aparezca alguien de Sadaic a reclamar los royalties, tranquilícese. Las demandas sólo se aplican a la explotación comercial de la canción, no a las fiestas familiares.
(tradición conocida gracias a mario diament en una nación de 2009)
boludeces de humor negro que circulan
por el ciberespacio y por la calle
Hay un tipo gangoso sentado en un banco del Central Park de Nueva York,
en la noche de Nochebuena, cuando de pronto se acerca una dama y se
sienta a su lado. El tipo, que andaba solo, para romper el hielo le dice:
- ¡Ghola!
- ¡Ghola!
- ¿Ghos tanguien shos gangosa...?
- Shi.
- ¿Y haglás Eskañol?
- Shi.
- ¡Lo único que te jaltaria esh sher Arlgentina!
- Shi, shoy Arlgentina.
- ¡Uy! ¡Qué shuerte! ¡Yo tamguien shoy Arlgentino! Yo eskaba solo acá
shentado hoy que esh noche guena y jhusto akareciste vosh que tamguien
shos gangosa y Arlgentina. ¿Que te karece shi hacemos algo...?
- Gueno, ashi ninguno de los dosh she queda sholo.
Entonces se van los dos a cenar. Empiezan a charlar, a conocerse y se van
a pasar la Nochebuena en un Hotel. Se encaman, y luego de unas horas de
sexo, lujuria y placer se produce la siguiente conversación:
- Oguime, le dice la chica, tengho que confesharte algho.
- ¿Qué esh?
- Tengho Sida...
- ¡Ah...! ¡Güenísimo! ¡ ¡Yho tengho Pan Dulce!
Hay un tipo gangoso sentado en un banco del Central Park de Nueva York,
en la noche de Nochebuena, cuando de pronto se acerca una dama y se
sienta a su lado. El tipo, que andaba solo, para romper el hielo le dice:
- ¡Ghola!
- ¡Ghola!
- ¿Ghos tanguien shos gangosa...?
- Shi.
- ¿Y haglás Eskañol?
- Shi.
- ¡Lo único que te jaltaria esh sher Arlgentina!
- Shi, shoy Arlgentina.
- ¡Uy! ¡Qué shuerte! ¡Yo tamguien shoy Arlgentino! Yo eskaba solo acá
shentado hoy que esh noche guena y jhusto akareciste vosh que tamguien
shos gangosa y Arlgentina. ¿Que te karece shi hacemos algo...?
- Gueno, ashi ninguno de los dosh she queda sholo.
Entonces se van los dos a cenar. Empiezan a charlar, a conocerse y se van
a pasar la Nochebuena en un Hotel. Se encaman, y luego de unas horas de
sexo, lujuria y placer se produce la siguiente conversación:
- Oguime, le dice la chica, tengho que confesharte algho.
- ¿Qué esh?
- Tengho Sida...
- ¡Ah...! ¡Güenísimo! ¡ ¡Yho tengho Pan Dulce!
ADN
ADN, los derechos y los ácidos. No sé mucho de los derechos a darse cuenta de que la privacidad es la privacidad y ninguna ley puede cambiar de una entidad de este tipo fuera de la condición humana, o la cosmética o la justificación de un derecho natural e inherente a lo esencial de nuestra más pura naturaleza, y que esto es como un apoyo a la vida antes de que otros principios, si uno trató de construir un sistema o establecer prioridad sobre lo que está aguas arriba o aguas abajo en este autodeterminada, y con independencia de tema o la implicación de otra u otras personas en esta iniciativa. Por supuesto, las líneas que marcan los espacios reales y virtuales en todo esto son muy indefinida ya veces hace que el avance hacia lo que aún no se sabe si se hiciese lo que con la eutanasia, o en un extremo opuesto a incurrir en errores extraordinarios como privar a alguien de libertad no recordar el número de identificación de la memoria o su look hippie de desgracia como lo fue para la Argentina en los años setenta. La intimidad es la intimidad y creo francamente que debemos estar de acuerdo - no palabrería - la mayoría de las personas que habitan este planeta, pero privacidad que no debe confundirse con el privado, como parte de nuestra personalidad es constitutiva, pero no es determinante de nuestra función social se despliega en una amplia gama de posibilidades, y luego sucede que alguien quiere meterse con nuestra privacidad sin una petición o similares , también puede ser individual más o menos dispuestos a compartir nuestra intimidad con uno u otro o directamente a no compartir. El que fue violada, sin duda, es herido en sustancia, sino la sociedad en su sistema como se señaló en ese caso a quien la lesión y, en general condenando la actitud, pero no heridos alivio al que sufre y en todo caso sólo contiene el enigma nunca es recuperada por el individual y así es como entrar en el gran área de gris que existe en esta materia que va del negro al blanco, ya la tercera, que, como grupo lo resolvemos nuestras lesiones socialmente con los que obtenemos asuma que sufrió una lesión en su intimidad somos que no participan, lo hacemos a veces y otras no ?, ¿cómo lo que otros entienden que debemos comprometernos con la privacidad de los demás, especialmente cuando la persona no solicita o cuando lo solicite expresamente, o si la persona no lo hace? ¿Por qué habría de lo que otros quieren ser y no es lo que debería ser? ¿Está bien que otra carga generacional se convierte en uno que pertenece a otra generación? ¿Hay alguien en el sistema con la capacidad de sopesar las decisiones íntimas no es socialmente perjudicial, ¿alguien puede obligar a otro para alterar las decisiones subjetivas? Aunque las costumbres argentinas como nos inclinamos a menudo para tomar el lugar de los dioses intimidad es la intimidad, y aunque se encuentran con la base para los que no se ve bien para obligar a alguien compulsivamente directa o indirectamente a someterse a las pruebas de ADN para determinar su por caso o formular objeciones si hay razones que podrían desencadenar acciones, para asegurarse de que la decisión de convertir esas características cualquiera de los términos de la ecuación esa es nuestra inherente e inviolable espléndida privacidad, o la totalidad de sus términos. En cuanto a la integridad, en su resolución y si las normas que puedan estar en ese sentido la estatura de su propia probidad es primero una decisión individual y la privación y si uno es conjunto y también con su entorno que no es perjudicial, no hay razón alguien puede reclamar el derecho a oponerse, porque de la misma manera que podría desafiar lo que creemos es posiblemente el otro, evidentemente, más de un lío armar estilo argentino con piquete y todo, y razones más legítimos distintos de los que se hicieron sobre si son incompatibles con ellos mismos, y mucho menos si éstos pertenecen al anuncio para la afiliación de uno mismo. ¿Cuántos ejemplos de problemas no resueltos en nuestra sociedad es sólo porque la gente elige para preservar su integridad? Debido a la dignidad, porque la vergüenza y la sobriedad son instintos independientes están en un nivel más alto que la evaluación externa de la honra o deshonra a sí mismo. ¿Es el voluntarismo honor individual una variable dependiente de otra u otras personas? Como el umbral de la identidad, es decir, antes mucho antes de la inexactitud probable de tercero para la medición de índices de audiencia muy personales y también por su forma de elección auto-mal es pre errores por proxy, tanto más si la información, comunicación o conocimiento se impregnan con un ácido rencor del árbitro.
About Me
- inca paz
- Inca Paz también puede ser este ¿no?, de mi vida si te interesa preguntá, y sino todo bien
historia argentina contemporánea
Fernando Peña
29.03.2008
Cristina, mucho gusto. Mi nombre es Fernando Peña, soy actor, tengo 45 años y soy uruguayo. Peco de inocente si pienso que usted no me conoce, pero como realmente no lo sé, porque no me cabe duda que debe de estar muy ocupada últimamente trabajando para que este país salga adelante, cometo la formalidad de presentarme. Siempre pienso lo difícil que debe ser manejar un país... Yo seguramente trabajo menos de la mitad que usted y a veces me encuentro aturdido por el estrés y los problemas. Tengo un puñado de empleados, todos me facturan y yo pago IVA, le aclaro por las dudas, y eso a veces no me deja dormir porque ellos están a mi cargo. ¡Me imagino usted! Tantos millones de personas a su cargo, ¡qué lío, qué hastío! La verdad es que no me gustaría estar en sus zapatos. Aunque le confieso que me encanta travestirme, amo los tacos y algunos de sus zapatos son hermosísimos. La felicito por su gusto al vestirse.Mi vida transcurre de una manera bastante normal: trabajo en una radio de siete a diez de la mañana, después generalmente duermo hasta la una y almuerzo en mi casa. Tengo una empleada llamada María, que está conmigo hace quince años y me cocina casero y riquísimo, aunque veces por cuestiones laborales almuerzo afuera. Algunos días se me hacen más pesados porque tengo notas gráficas o televisivas o ensayos, pruebas de ropa, estudio el guión o preparo el programa para el día siguiente, pero por lo general no tengo una vida demasiado agitada. Mi celular suena mucho menos que el suyo, y todavía por suerte tengo uno solo. Pero le quiero contar algo que ocurrió el miércoles pasado. Es que desde entonces mi celular no deja de sonar: Telefe, Canal 13, Canal 26, diarios, revistas, Télam… De pronto todos quieren hablar conmigo. Siempre quieren hablar conmigo cuando soy nota, y soy nota cuando me pasa algo feo, algo malo. Cuando estoy por estrenar una obra de teatro –mañana, por ejemplo– nadie llama. Para eso nadie llama. Llaman cuando estoy por morirme, cuando hago algún “escándalo” o, en este caso, cuando fui palangana para los vómitos de Luis D’Elía. Es que D’Elía se siente mal. Se siente mal porque no es coherente, se siente mal porque no tiene paz. Alguien que verbaliza que quiere matar a todos los blancos, a todos los rubios, a todos los que viven donde él no vive, a todos lo que tienen plata, no puede tener paz, o tiene la paz de Mengele.Le cuento que todo empezó cuando llamé a la casa de D’Elía el miércoles porque quería hablar tranquilo con él por los episodios del martes: el golpe que le pegó a un señor en la plaza. Me atendió su hijo, aparentemente Luis no estaba. Le pregunté sencillamente qué le había parecido lo que pasó. Balbuceó cosas sin contenido ni compromiso y cortó. Al día siguiente insistí, ya que me parecía justo que se descargara el propio Luis. Me saludó con un “¿qué hacés, sorete?” y empezó a descomponerse y a vomitar, pobre Luis, no paraba de vomitar. ¡Vomitó tanto que pensé que se iba a morir! Estaba realmente muy mal, muy descompuesto. Le quise recordar el día en el que en el cine Metro, cuando Lanata presentó su película Deuda, él me quiso dar la mano y fui yo quien se negó. Me negué, Cristina, porque yo no le doy la mano a gente que no está bien parada, no es mi estilo. Para mí, no estar bien parado es no ser consecuente, no ser fiel. Acepto contradicciones, acepto enojos, peleas, puteadas, pero no tolero a las personas que se cruzan de vereda por algunos pesos. No comparto las ganas de matar. El odio profundo y arraigado tampoco. Las ganas de desunir, de embarullar y de confundir a la gente tampoco. Cuando me cortó diciéndome: “Chau, querido…”, enseguida empezaron los llamados, primero de mis amigos que me advertían que me iban a mandar a matar, que yo estaba loco, que cómo me iba a meter con ese tipo que está tan cerca de los Kirchner, que D’Elía tiene muuuucho poder, que es tremendamente peligroso. Entonces, por las dudas hablé con mi abogado. ¡Mi abogado me contestó que no había nada qué hacer porque el jefe de D’Elía es el ministro del Interior! Entonces sentí un poco de miedo. ¿Es así Cristina? Tranquilíceme y dígame que no, que Luis no trabaja para usted o para algún ministro. Pero, aun siendo así, mi miedo no es que D’Elía me mate, Cristina; mi miedo se basa en que lo anterior sea verdad. ¿Puede ser verdad que este hombre esté empleado para reprimir y contramarchar? ¿Para patotear? ¿Puede ser verdad? Ése es mi verdadero miedo. De todos modos lo dudo.Yo soy actor, no político ni periodista, y a veces, aunque no parezca, soy bastante ingenuo y estoy bastante desinformado. Toda la gente que me rodea, incluidos mis oyentes, que no son pocos, me dicen que sí, que es así. Eso me aterra. Vivir en un país de locos, de incoherentes, de patoteros. Me aterra estar en manos de retorcidos maquiavélicos que callan a los que opinamos diferente. Me aterra el subdesarrollo intelectual, el manejo sucio, la falta de democracia, eso me aterra Cristina. De todos modos, le repito, lo dudo.Pero por las dudas le pido que tenga usted mucho cuidado con este señor que odia a los que tienen plata, a los que tienen auto, a los blancos, a los que viven en zona norte. Cuídese usted también, le pido por favor, usted tiene plata, es blanca, tiene auto y vive en Olivos. A ver si este señor cambia de idea como es su costumbre y se le viene encima. Yo que usted me alejaría de él, no lo tendría sentado atrás en sus actos, ni me reuniría tan seguido con él. De todas maneras, usted sabe lo que hace, no tengo dudas. No pierdo las esperanzas, quiero creer que vivo en un país serio donde se respeta al ciudadano y no se lo corre con otros ciudadanos a sueldo; quiero creer que el dinero se está usando bien, que lo del campo se va a solucionar, que podré volver a ir a Córdoba, a Entre Ríos, a cualquier provincia en auto, en avión, a mi país, el Uruguay… por tierra algún día también.Quiero creer que pronto la Argentina, además de los cuatro climas, Fangio, Maradona y Monzón, va a ser una tierra fértil, el granero del mundo que alguna vez supo ser, que funcionará todo como corresponde, que se podrá sacar un DNI y un pasaporte en menos de un mes, que tendremos una policía seria y responsable, que habrá educación, salud, piripipí piripipí piripipí, y todo lo que usted ya sabe que necesita un país serio. No me cabe duda de que usted lo logrará. También quiero creer que la gente, incluso mis oyentes, hablan pavadas y que Luis D’Elía es un señor apasionado, sanguíneo, al que a veces, como dijo en C5N, se le suelta la cadena. Esa nota la vio, ¿no? Quiero creer, Cristina, que Luis es solamente un loco lindo que a veces se va de boca como todos. Quiero creer que es tan justiciero que en su afán por imponer justicia social se desborda y se desboca. Quiero creer que nunca va a matar a alguien y que es un buen hombre. Quiero creer que ni usted ni nadie le pagan un centavo. Quiero creer que usted le perdona todo porque le tiene estima. Quiero creer que somos latinos y por eso un tanto irreverentes, a veces también agresivos y autoritarios. Quiero creer que D’Elía no me odia y que, la próxima vez que me lo cruce en un cine o donde sea, me haya demostrado que es un hombre coherente, trabajador decente con sueldo en blanco y buenas intenciones.Cuando todo eso suceda, le daré la mano a D’Elía y gritaré: “Viva Cristina”… Cuántas ganas tengo de que todo eso suceda. ¿Estaré pecando de inocente e ingenuo otra vez? Espero que no. La saluda cordialmente,Fernando Peña
para la memoria y la libertad - ni una palabra más
Es habitual en los últimos tiempos encontrarse con intelectuales y artistas (y también con periodistas)que se dicen cansados de un periodismo crítico de los Kirchner. "Todos se han puesto de acuerdo para hablar mal del Gobierno", se escuchó decir hace poco a un reconocido escritor argentino. ¿Por qué no se cansaron cuando los periodistas criticábamos a Carlos Menem, a Fernando de la Rúa, a Eduardo Duhalde y hasta a Raúl Alfonsín mismo, aunque en este último caso prevaleció siempre, es cierto, el natural cuidado de una democracia recién nacida? En realidad, aquellos fatigados confunden cansancio con coincidencia. Ellos están -y es su derecho- muy cerca del discurso del kirchnerismo, aun cuando les sea difícil unir discurso y realidad, a veces tan divorciados.
El problema no pasaría de ser un duelo inconcluso entre extenuados y resistentes si la solución que se ofrece no fuera extremadamente peligrosa. Lo que agota, dicen, es la opinión.
El periodismo debería limitarse a ser un transportador de informaciones asépticas y un comunicador de posiciones antagónicas con preponderancia de las oficiales, porque el Gobierno tiene la responsabilidad de conducir la nación política. Eso es lo que proponen. En castellano simple y directo: lo que buscan es un periodismo pasteurizado, integrado por mecanógrafos o relatores que deberían limitarse a contar una realidad compleja, impetuosa y cambiante. Imposible de digerir fácilmente, por lo tanto, para el ciudadano preocupado por las cosas rutinarias de su vida.
La primera contradicción surge cuando ninguno de aquellos fatigados alude a las opiniones que florecen en los huertos del kirchnerismo. Ministros, legisladores, periodistas amigos y hasta la Presidenta suelen opinar (¡y cómo!) sobre todo lo que les es adverso. Es, entonces, la opinión del periodismo independiente (sí, independiente) lo que cansa y estaría de más.
Resulta, sin embargo, que no hay una fórmula verdadera para el periodismo que no incluya su función crítica del poder. Un periodismo acrítico, esterilizado y descolorido no tiene ninguna razón para existir. Su posición crítica debe incluir, desde ya, a la oposición, en tanto ésta forma parte del poder actual o del poder futuro. Pero su función crítica (desde la opinión o desde la investigación) debe abarcar sobre todo al poder que gobierna la contingencia. La publicidad de los actos de gobierno corre por cuenta de los funcionarios y de los enormes recursos estatales para promocionarlos, distribuidos arbitrariamente en el caso que nos ocupa.
Un medio periodístico debe incluir también en sus páginas o en sus espacios la opinión (con la condición de que sea seria y responsable) de los que no coinciden con el punto de vista de ese medio de comunicación. La Nacion lo ha hecho hasta cuando se dio el debate por la nueva ley de medios: convocó a sus páginas a políticos e intelectuales que no coincidían con la posición editorial del diario. Es la obligación del periodismo. Pero el medio periodístico y los periodistas cuentan con el derecho ?y el deber? de tener una opinión determinada sobre los sucesos de la vida pública del país. ¿Acaso no dejaría de merecer el necesario respeto (y hasta carecería de la conveniente previsibilidad) un medio al que le diera lo mismo el derecho o el revés de las cosas, las políticas de un color o de otro y las buenas o las malas formas?
La opinión es libre, como dijo hace poco Cristina Kirchner, en una de sus pocas oraciones de aceptación de la libertad del otro. Con todo, el periodismo tiene algunos deberes junto con aquellos derechos. La información que sustenta su opinión debe ser veraz. El chequeo de las versiones es una práctica que jamás debe olvidarse y nunca debe prestarse a las detestables operaciones de prensa que el kirchnerismo frecuenta con más constancia que ningún otro grupo político. Honestidad personal y honestidad intelectual son los atributos que deben marcar el límite moral del periodismo. Es necesario también el cultivo de la coherencia: no hay nada más desconcertante para un lector desprevenido que un medio o un periodista que cambian sus opiniones en todas las esquinas de la vida.
En medio de ese debate, es perceptible la existencia de periodistas jóvenes que se preguntan si es conveniente coincidir con las opiniones de "la empresa" periodística en la que trabajan. Esto es nuevo y es viejo, al mismo tiempo. El kirchnerismo tiene una habilidad enorme para resucitar viejos fantasmas del pasado. Ese enredo muy antiguo entre la libertad de prensa y la "libertad de empresa" había dejado de existir hace más de treinta años.
Hagamos un ejercicio. ¿Por qué no cambiamos las preguntas? ¿Qué tiene de raro, por ejemplo, que un periodista concuerde con el medio en el que trabaja? ¿Acaso las empresas periodísticas no existen también gracias a la composición del buen periodismo? ¿Por qué esas empresas deberían tener, en los casos más notables al menos, intereses contradictorios con las mejores prácticas de la profesión? ¿No es preferible para este oficio de libertarios estar de acuerdo con un diario, donde pasamos parte de nuestras vidas, antes que con un gobierno de políticos pasteleros y fugaces?
La Argentina, en efecto, habita en el pasado. Ningún debate de los últimos meses ha llegado siquiera a la década del 80. ¿Qué hacía tal o cual periodista en 1976, 1977 o 1978? No hacíamos nada. Vivíamos bajo una dictadura y cada uno vivía de lo que podía y como podía. Sólo los que vivieron bajo el peso aplastante y gris de una dictadura saben que no había muchas más cosas para defender que pequeñas cuotas de dignidad. Hagamos de nuevo preguntas desde otro lugar: ¿acaso los únicos periodistas dignos fueron los exiliados o los que se comprometieron firmemente con organizaciones insurgentes de la década del 70? Esa sería, si fuera así, una conclusión injusta, discriminatoria e inaceptable. Otra cosa tan inaceptable como aquélla es la decisión política del Gobierno de cambiar la historia de cada uno de los que considera adversarios.
La síntesis ha llegado a la farsa: o se está con Kirchner o se estuvo con la dictadura.
Feas armas se han usado en los últimos tiempos. A muchos periodistas no les gusta ser protagonistas de esas emisiones de maldad que se emiten por canales oficiales o paraoficiales.
Es cierto que es difícil cuando la vida cambia y ya no se puede caminar con tranquilidad por la calle porque se está a la espera de una agresión verbal o física. Y es más arduo aún aguantar en silencio la insistencia de la calumnia y de la falsedad, repetida hasta el cansancio por los portavoces oficiosos del Gobierno.
Lo único bueno de todo esto es que no hay atajos: habrá que armarse de paciencia, sin resignar los derechos ni los deberes del periodismo. Asumamos también el riesgo de solitarios que corremos en la vía pública. Un periodista con custodia a su alrededor abandona automáticamente su condición de periodista. Dejemos las aparatosas custodias para que se pavoneen los funcionarios y algunos políticos.
Una vez le pregunté a Néstor Kirchner, en esos diálogos de los columnistas con los presidentes que son mitad reservados y mitad públicos, en tiempos en que los periodistas éramos como somos ahora y el ex presidente no había desenfundado un revólver permanente contra nosotros (sólo lo hacía de vez en cuando), cómo imaginaba su destino después del poder. No estaba preparado para esa pregunta. Miró el techo, demoró la respuesta y, al cabo de unos segundos largos como la eternidad, contestó: "Quisiera poder caminar tranquilo por la calle y que la gente común me saludara con un «buen día, doctor». No quiero más que eso". Tal vez dijo sólo lo que él creía que el periodista quería escuchar, como acostumbraba hacerlo, pero si entonces fue sincero ha decidido ahora llevarse por delante aquel proyecto, hasta incinerar su propia ilusión.
© LA NACION
El problema no pasaría de ser un duelo inconcluso entre extenuados y resistentes si la solución que se ofrece no fuera extremadamente peligrosa. Lo que agota, dicen, es la opinión.
El periodismo debería limitarse a ser un transportador de informaciones asépticas y un comunicador de posiciones antagónicas con preponderancia de las oficiales, porque el Gobierno tiene la responsabilidad de conducir la nación política. Eso es lo que proponen. En castellano simple y directo: lo que buscan es un periodismo pasteurizado, integrado por mecanógrafos o relatores que deberían limitarse a contar una realidad compleja, impetuosa y cambiante. Imposible de digerir fácilmente, por lo tanto, para el ciudadano preocupado por las cosas rutinarias de su vida.
La primera contradicción surge cuando ninguno de aquellos fatigados alude a las opiniones que florecen en los huertos del kirchnerismo. Ministros, legisladores, periodistas amigos y hasta la Presidenta suelen opinar (¡y cómo!) sobre todo lo que les es adverso. Es, entonces, la opinión del periodismo independiente (sí, independiente) lo que cansa y estaría de más.
Resulta, sin embargo, que no hay una fórmula verdadera para el periodismo que no incluya su función crítica del poder. Un periodismo acrítico, esterilizado y descolorido no tiene ninguna razón para existir. Su posición crítica debe incluir, desde ya, a la oposición, en tanto ésta forma parte del poder actual o del poder futuro. Pero su función crítica (desde la opinión o desde la investigación) debe abarcar sobre todo al poder que gobierna la contingencia. La publicidad de los actos de gobierno corre por cuenta de los funcionarios y de los enormes recursos estatales para promocionarlos, distribuidos arbitrariamente en el caso que nos ocupa.
Un medio periodístico debe incluir también en sus páginas o en sus espacios la opinión (con la condición de que sea seria y responsable) de los que no coinciden con el punto de vista de ese medio de comunicación. La Nacion lo ha hecho hasta cuando se dio el debate por la nueva ley de medios: convocó a sus páginas a políticos e intelectuales que no coincidían con la posición editorial del diario. Es la obligación del periodismo. Pero el medio periodístico y los periodistas cuentan con el derecho ?y el deber? de tener una opinión determinada sobre los sucesos de la vida pública del país. ¿Acaso no dejaría de merecer el necesario respeto (y hasta carecería de la conveniente previsibilidad) un medio al que le diera lo mismo el derecho o el revés de las cosas, las políticas de un color o de otro y las buenas o las malas formas?
La opinión es libre, como dijo hace poco Cristina Kirchner, en una de sus pocas oraciones de aceptación de la libertad del otro. Con todo, el periodismo tiene algunos deberes junto con aquellos derechos. La información que sustenta su opinión debe ser veraz. El chequeo de las versiones es una práctica que jamás debe olvidarse y nunca debe prestarse a las detestables operaciones de prensa que el kirchnerismo frecuenta con más constancia que ningún otro grupo político. Honestidad personal y honestidad intelectual son los atributos que deben marcar el límite moral del periodismo. Es necesario también el cultivo de la coherencia: no hay nada más desconcertante para un lector desprevenido que un medio o un periodista que cambian sus opiniones en todas las esquinas de la vida.
En medio de ese debate, es perceptible la existencia de periodistas jóvenes que se preguntan si es conveniente coincidir con las opiniones de "la empresa" periodística en la que trabajan. Esto es nuevo y es viejo, al mismo tiempo. El kirchnerismo tiene una habilidad enorme para resucitar viejos fantasmas del pasado. Ese enredo muy antiguo entre la libertad de prensa y la "libertad de empresa" había dejado de existir hace más de treinta años.
Hagamos un ejercicio. ¿Por qué no cambiamos las preguntas? ¿Qué tiene de raro, por ejemplo, que un periodista concuerde con el medio en el que trabaja? ¿Acaso las empresas periodísticas no existen también gracias a la composición del buen periodismo? ¿Por qué esas empresas deberían tener, en los casos más notables al menos, intereses contradictorios con las mejores prácticas de la profesión? ¿No es preferible para este oficio de libertarios estar de acuerdo con un diario, donde pasamos parte de nuestras vidas, antes que con un gobierno de políticos pasteleros y fugaces?
La Argentina, en efecto, habita en el pasado. Ningún debate de los últimos meses ha llegado siquiera a la década del 80. ¿Qué hacía tal o cual periodista en 1976, 1977 o 1978? No hacíamos nada. Vivíamos bajo una dictadura y cada uno vivía de lo que podía y como podía. Sólo los que vivieron bajo el peso aplastante y gris de una dictadura saben que no había muchas más cosas para defender que pequeñas cuotas de dignidad. Hagamos de nuevo preguntas desde otro lugar: ¿acaso los únicos periodistas dignos fueron los exiliados o los que se comprometieron firmemente con organizaciones insurgentes de la década del 70? Esa sería, si fuera así, una conclusión injusta, discriminatoria e inaceptable. Otra cosa tan inaceptable como aquélla es la decisión política del Gobierno de cambiar la historia de cada uno de los que considera adversarios.
La síntesis ha llegado a la farsa: o se está con Kirchner o se estuvo con la dictadura.
Feas armas se han usado en los últimos tiempos. A muchos periodistas no les gusta ser protagonistas de esas emisiones de maldad que se emiten por canales oficiales o paraoficiales.
Es cierto que es difícil cuando la vida cambia y ya no se puede caminar con tranquilidad por la calle porque se está a la espera de una agresión verbal o física. Y es más arduo aún aguantar en silencio la insistencia de la calumnia y de la falsedad, repetida hasta el cansancio por los portavoces oficiosos del Gobierno.
Lo único bueno de todo esto es que no hay atajos: habrá que armarse de paciencia, sin resignar los derechos ni los deberes del periodismo. Asumamos también el riesgo de solitarios que corremos en la vía pública. Un periodista con custodia a su alrededor abandona automáticamente su condición de periodista. Dejemos las aparatosas custodias para que se pavoneen los funcionarios y algunos políticos.
Una vez le pregunté a Néstor Kirchner, en esos diálogos de los columnistas con los presidentes que son mitad reservados y mitad públicos, en tiempos en que los periodistas éramos como somos ahora y el ex presidente no había desenfundado un revólver permanente contra nosotros (sólo lo hacía de vez en cuando), cómo imaginaba su destino después del poder. No estaba preparado para esa pregunta. Miró el techo, demoró la respuesta y, al cabo de unos segundos largos como la eternidad, contestó: "Quisiera poder caminar tranquilo por la calle y que la gente común me saludara con un «buen día, doctor». No quiero más que eso". Tal vez dijo sólo lo que él creía que el periodista quería escuchar, como acostumbraba hacerlo, pero si entonces fue sincero ha decidido ahora llevarse por delante aquel proyecto, hasta incinerar su propia ilusión.
© LA NACION
noticias de babel
cuando los hombres dejan de entenderse sobrevienen las guerras
BBC
La última persona que hablaba la lengua Bo en las islas indias de Andamán, murió a la edad de 85 años, dijo a BBC una lingüista.
La profesora Anvita Abbi aseguró que la muerte de la señora Boa Sr es un hecho de importancia porque uno de las lenguas más antiguas había llegado a su fin.
Agregó que India perdió una "irremplazable" parte de su herencia cultural.
Los dialectos que se hablan en las islas Andamán se cree que se originaron en África.
Algunas tienen incluso 70.000 años de antigüedad.
Las islas son llamadas con frecuencia "el sueño de los antropólogos", ya que son una de las zonas del mundo con mayor diversidad lingüística.
Se acabó
La profesora Abbi –directora del portal en internet "Vanishing Voices of the Great Andamanese"- explicó: "Tras la muerte de sus padres, hace treinta o cuarenta años, Boa era la última persona que lo podía hablar".
Agregó que "estaba casi siempre sola y tuvo que aprender una versión de hindi que se habla en las islas para poder comunicarse con otra gente".
"Sin embargo, siempre tuvo muy buen sentido del humor… su sonrisa era muy fresca y sus carcajadas eran contagiosas".
La lingüista dijo que la muerte de Boa Sr es una pérdida para los científicos que quieren investigar más acerca de los orígenes de las lenguas antiguas, ya que perdieron una pieza vital del rompecabezas.
Hay una creencia general de que los idiomas que se hablan en las islas Andaman pudieran ser los últimos representantes de las lenguas que se hablaron en tiempos pre-neolíticos
Profesora Anvita Abbi
"Hay una creencia general de que los dialectos que se hablan en las Islas Andamán pudieran ser los últimos representantes de las lenguas que se hablaron en tiempos pre-neolíticos". Dijo la profesora Abbi.
"Se piensa que en las Islas Andaman estaban nuestros primeros ancestros", agregó.
El caso de Boa Sr fue destacado también por el grupo Survival International (SI).
"La extinción de la lengua Bo significa que una parte única de la sociedad es ahora sólo una memoria", dijo el director de SI, Stephen Corry.
"Enfermedades importadas"
La profesora Abbi dijo que dos dialectos de las Islas Andamán han muerto en los últimos tres meses y que esto es un tema que causa gran inquietud.
Los académicos han dividido a las tribus de Andamán en cuatro grandes grupos: los Gran Andamaneses, los Jarawa, los Onge, y los Sentineleses.
La profesora Anvita Abbi se hizo muy amiga de Boa Sr.
La profesora Abbi explicó que la mayoría de los habitantes de las Islas Andamán –con excepción de los Sentineleses-, han estado en contacto con indígenas "de tierra firme" y que por eso sufren "enfermedades importadas".
Dijo que los integrantes del grupo de los Gran Andamaneses son alrededor de 50, la mayoría niños, y que viven en la isla Strait, cerca de la capital, Port Blair.
Boa Sr formaba parte de esta comunidad, que está conformada por varias subtribus, en donde se hablan al menos cuatro lenguas.
Los Jarawa cuentan con alrededor de 250 miembros, y viven en la selva, en el centro de Andamán.
La comunidad de los Onge se cree que tiene no más de varios cientos.
"Nunca se ha establecido ningún contacto humano con los Sentineleses, y hasta el día de hoy, se han resistido a cualquier intervención foránea", agregó la profesora.
El destino de los Gran Andamaneses es lo que más preocupa a los académicos, porque los miembros de esa tribu dependen del gobierno indio para sus alimentos y alojamiento, y el alcohol se consume en grandes cantidades
BBC
La última persona que hablaba la lengua Bo en las islas indias de Andamán, murió a la edad de 85 años, dijo a BBC una lingüista.
La profesora Anvita Abbi aseguró que la muerte de la señora Boa Sr es un hecho de importancia porque uno de las lenguas más antiguas había llegado a su fin.
Agregó que India perdió una "irremplazable" parte de su herencia cultural.
Los dialectos que se hablan en las islas Andamán se cree que se originaron en África.
Algunas tienen incluso 70.000 años de antigüedad.
Las islas son llamadas con frecuencia "el sueño de los antropólogos", ya que son una de las zonas del mundo con mayor diversidad lingüística.
Se acabó
La profesora Abbi –directora del portal en internet "Vanishing Voices of the Great Andamanese"- explicó: "Tras la muerte de sus padres, hace treinta o cuarenta años, Boa era la última persona que lo podía hablar".
Agregó que "estaba casi siempre sola y tuvo que aprender una versión de hindi que se habla en las islas para poder comunicarse con otra gente".
"Sin embargo, siempre tuvo muy buen sentido del humor… su sonrisa era muy fresca y sus carcajadas eran contagiosas".
La lingüista dijo que la muerte de Boa Sr es una pérdida para los científicos que quieren investigar más acerca de los orígenes de las lenguas antiguas, ya que perdieron una pieza vital del rompecabezas.
Hay una creencia general de que los idiomas que se hablan en las islas Andaman pudieran ser los últimos representantes de las lenguas que se hablaron en tiempos pre-neolíticos
Profesora Anvita Abbi
"Hay una creencia general de que los dialectos que se hablan en las Islas Andamán pudieran ser los últimos representantes de las lenguas que se hablaron en tiempos pre-neolíticos". Dijo la profesora Abbi.
"Se piensa que en las Islas Andaman estaban nuestros primeros ancestros", agregó.
El caso de Boa Sr fue destacado también por el grupo Survival International (SI).
"La extinción de la lengua Bo significa que una parte única de la sociedad es ahora sólo una memoria", dijo el director de SI, Stephen Corry.
"Enfermedades importadas"
La profesora Abbi dijo que dos dialectos de las Islas Andamán han muerto en los últimos tres meses y que esto es un tema que causa gran inquietud.
Los académicos han dividido a las tribus de Andamán en cuatro grandes grupos: los Gran Andamaneses, los Jarawa, los Onge, y los Sentineleses.
La profesora Anvita Abbi se hizo muy amiga de Boa Sr.
La profesora Abbi explicó que la mayoría de los habitantes de las Islas Andamán –con excepción de los Sentineleses-, han estado en contacto con indígenas "de tierra firme" y que por eso sufren "enfermedades importadas".
Dijo que los integrantes del grupo de los Gran Andamaneses son alrededor de 50, la mayoría niños, y que viven en la isla Strait, cerca de la capital, Port Blair.
Boa Sr formaba parte de esta comunidad, que está conformada por varias subtribus, en donde se hablan al menos cuatro lenguas.
Los Jarawa cuentan con alrededor de 250 miembros, y viven en la selva, en el centro de Andamán.
La comunidad de los Onge se cree que tiene no más de varios cientos.
"Nunca se ha establecido ningún contacto humano con los Sentineleses, y hasta el día de hoy, se han resistido a cualquier intervención foránea", agregó la profesora.
El destino de los Gran Andamaneses es lo que más preocupa a los académicos, porque los miembros de esa tribu dependen del gobierno indio para sus alimentos y alojamiento, y el alcohol se consume en grandes cantidades
la canción desesperada
en pedo querido neruda, en pedo
La canción desesperadaEmerge tu recuerdo de la noche en que estoy. El río anuda al mar su lamento obstinado. Abandonado como los muelles en el alba. Es la hora de partir, oh abandonado! Sobre mi corazón llueven frías corolas. Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! En ti se acumularon las guerras y los vuelos. De ti alzaron las alas los pájaros del canto. Todo te lo tragaste, como la lejanía. Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio! Era la alegre hora del asalto y el beso. La hora del estupor que ardía como un faro. Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego, turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio! En la infancia de niebla mi alma alada y herida. Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo. Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio! Hice retroceder la muralla de sombra, anduve más allá del deseo y del acto. Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí, a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto. Como un vaso albergaste la infinita ternura, y el infinito olvido te trizó como a un vaso. Era la negra, negra soledad de las islas, y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos. Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta. Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro. Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos! Mi deseo de ti fue el más terrible y corto, el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido. Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas, aún los racimos arden picoteados de pájaros. Oh la boca mordida, oh los besados miembros, oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados. Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo en que nos anudamos y nos desesperamos. Y la ternura, leve como el agua y la harina. Y la palabra apenas comenzada en los labios. Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo, y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio! Oh, sentina de escombros, en ti todo caía, qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron! De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste. De pie como un marino en la proa de un barco. Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes. Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo. Pálido buzo ciego, desventurado hondero, descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! Es la hora de partir, la dura y fría hora que la noche sujeta a todo horario. El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa. Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros. Abandonado como los muelles en el alba. Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos. Ah más allá de todo. Ah más allá de todo. Es la hora de partir. Oh abandonado!
//
La canción desesperadaEmerge tu recuerdo de la noche en que estoy. El río anuda al mar su lamento obstinado. Abandonado como los muelles en el alba. Es la hora de partir, oh abandonado! Sobre mi corazón llueven frías corolas. Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! En ti se acumularon las guerras y los vuelos. De ti alzaron las alas los pájaros del canto. Todo te lo tragaste, como la lejanía. Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio! Era la alegre hora del asalto y el beso. La hora del estupor que ardía como un faro. Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego, turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio! En la infancia de niebla mi alma alada y herida. Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo. Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio! Hice retroceder la muralla de sombra, anduve más allá del deseo y del acto. Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí, a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto. Como un vaso albergaste la infinita ternura, y el infinito olvido te trizó como a un vaso. Era la negra, negra soledad de las islas, y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos. Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta. Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro. Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos! Mi deseo de ti fue el más terrible y corto, el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido. Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas, aún los racimos arden picoteados de pájaros. Oh la boca mordida, oh los besados miembros, oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados. Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo en que nos anudamos y nos desesperamos. Y la ternura, leve como el agua y la harina. Y la palabra apenas comenzada en los labios. Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo, y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio! Oh, sentina de escombros, en ti todo caía, qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron! De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste. De pie como un marino en la proa de un barco. Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes. Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo. Pálido buzo ciego, desventurado hondero, descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! Es la hora de partir, la dura y fría hora que la noche sujeta a todo horario. El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa. Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros. Abandonado como los muelles en el alba. Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos. Ah más allá de todo. Ah más allá de todo. Es la hora de partir. Oh abandonado!
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historias de camas
de diament
MIAMI.- Admitámoslo: si Hollywood hubiera tomado la historia del gobernador Mark Sanford y la hubiera llevado a la pantalla con Richard Gere y Julia Roberts, la gente habría necesitado una toalla para secarse las lágrimas.
¿Qué puede ser más conmovedor que una historia de amor alocado? El adusto gobernador de un estado igualmente adusto, casado con una mujer a cuya fortuna le debe su carrera, con cuatro hijos que puestos en fila trazan una perfecta diagonal, inesperadamente flechado por una porteña de ojos verdes.
¿Cómo contener el palpitar del corazón mientras escucha, como un murmullo distante, el parloteo de sus asesores? ¿Cómo desprenderse de las imágenes que obstinadamente se apoderan de su mente, desplazando cualquier otro pensamiento? Ella es el amor imposible, sí, pero también es el amor.
¿Quién puede sobreponerse al intenso aguijoneo de los recuerdos, a la memoria de la tierna sensación de sus besos, de la sensual curva de sus caderas, al contorno de sus pechos resplandeciendo en la penumbra?
¿Qué espíritu romántico podría dejar de admirar la osadía del gobernador de levantarse un buen día del sillón de su despacho, de la mesa cubierta de anteproyectos y decretos a la firma, de pliegos de presupuestos deficitarios e informes sobre seguridad interior, y dejarlo todo para correr hacia ella?
No le dijo nada a nadie. Nadie supo dónde estaba. Uno de sus asesores insinúa que el gobernador, agobiado por la presión de su trabajo, se ha ido a escalar las montañas Apalaches, como solía hacerlo cuando era chico.
Pero él está en otro lado, volando hacia una Buenos Aires invernal, sucia, intoxicada de debates sobre las inminentes elecciones.
Nada de esto lo amilana porque sabe que al final de ese purgatorio están las calles arboladas del barrio de Palermo, la puerta de cristal, la escultura en el vestíbulo de entrada, el portero somnoliento que baldea la vereda, el ascensor demasiado moroso y, finalmente, ella.
La cama retiene aún el calor de la noche y él se pierde en sus brazos, en sus labios, en el revuelo de su pelo y en las medias palabras que se emiten en el ardor de la pasión.
El amor, aunque efímero, ha triunfado. Mañana no importa. No importan la pretenciosa moralina de los periodistas, los desdeñosos comentarios de políticos rivales, el escándalo, la traición, el precipicio que se abre a sus pies. Nada de eso importa. El corazón ha triunfado.
Lástima que la realidad no tenga la armonía de la ficción literaria. Lástima que haya personajes tan perversos que sean capaces de apoderarse de un intercambio íntimo de correos electrónicos entre amigos y pasárselos anónimamente a la prensa. Lástima que hubo un periodista advertido esperándolo en el aeropuerto de Atlanta. Fin del encantamiento
Pero él no tiene derecho a lamentarse. Después de todo, cayó en el mismo error, debe reconocerlo, cuando cuestionó la "legitimidad moral" de Bill Clinton por su affaire con Mónica Lewinsky y reclamó su juicio político, o cuando criticó a un colega con una historia similar a la suya, diciendo que "violó el juramento a su esposa".
En este punto es donde Richard Gere desaparece y Mark Sanford retoma su rol. Aquí es donde el encantamiento se esfuma y lo que reaparece es la descarada institución del arrepentimiento político.
El gobernador hizo su mea culpa , como antes de él hicieron otros políticos. Las mismas palabras, la misma admisión de haber traicionado a todo el mundo. A su mujer, a sus hijos, a sus amigos, al electorado. Las conferencias de prensa son el confesionario de los funcionarios pecadores. Todo fue un desatino, una pérdida temporaria de la razón. El amor no importa. El corazón es un embaucador. Ahora lo comprende. Lo que importa es la misión, la fe religiosa, los deberes del funcionario.
Hubo otras desprolijidades, es cierto. El viaje anterior a la Argentina pagado con fondos públicos, el abandono de su función, el engaño respecto de su paradero. No exactamente la clase de comportamiento que uno esperaría de Richard Gere. Pero él se propone enmendar las faltas, reponer el dinero, ganar la absolución de su esposa, recuperar la confianza del público.
¿Qué pensará María, a solas en el departamento de Palermo, mirando a su amigo pedir perdón por televisión? ¿Pensará también que al amor es lo de menos?
MIAMI.- Admitámoslo: si Hollywood hubiera tomado la historia del gobernador Mark Sanford y la hubiera llevado a la pantalla con Richard Gere y Julia Roberts, la gente habría necesitado una toalla para secarse las lágrimas.
¿Qué puede ser más conmovedor que una historia de amor alocado? El adusto gobernador de un estado igualmente adusto, casado con una mujer a cuya fortuna le debe su carrera, con cuatro hijos que puestos en fila trazan una perfecta diagonal, inesperadamente flechado por una porteña de ojos verdes.
¿Cómo contener el palpitar del corazón mientras escucha, como un murmullo distante, el parloteo de sus asesores? ¿Cómo desprenderse de las imágenes que obstinadamente se apoderan de su mente, desplazando cualquier otro pensamiento? Ella es el amor imposible, sí, pero también es el amor.
¿Quién puede sobreponerse al intenso aguijoneo de los recuerdos, a la memoria de la tierna sensación de sus besos, de la sensual curva de sus caderas, al contorno de sus pechos resplandeciendo en la penumbra?
¿Qué espíritu romántico podría dejar de admirar la osadía del gobernador de levantarse un buen día del sillón de su despacho, de la mesa cubierta de anteproyectos y decretos a la firma, de pliegos de presupuestos deficitarios e informes sobre seguridad interior, y dejarlo todo para correr hacia ella?
No le dijo nada a nadie. Nadie supo dónde estaba. Uno de sus asesores insinúa que el gobernador, agobiado por la presión de su trabajo, se ha ido a escalar las montañas Apalaches, como solía hacerlo cuando era chico.
Pero él está en otro lado, volando hacia una Buenos Aires invernal, sucia, intoxicada de debates sobre las inminentes elecciones.
Nada de esto lo amilana porque sabe que al final de ese purgatorio están las calles arboladas del barrio de Palermo, la puerta de cristal, la escultura en el vestíbulo de entrada, el portero somnoliento que baldea la vereda, el ascensor demasiado moroso y, finalmente, ella.
La cama retiene aún el calor de la noche y él se pierde en sus brazos, en sus labios, en el revuelo de su pelo y en las medias palabras que se emiten en el ardor de la pasión.
El amor, aunque efímero, ha triunfado. Mañana no importa. No importan la pretenciosa moralina de los periodistas, los desdeñosos comentarios de políticos rivales, el escándalo, la traición, el precipicio que se abre a sus pies. Nada de eso importa. El corazón ha triunfado.
Lástima que la realidad no tenga la armonía de la ficción literaria. Lástima que haya personajes tan perversos que sean capaces de apoderarse de un intercambio íntimo de correos electrónicos entre amigos y pasárselos anónimamente a la prensa. Lástima que hubo un periodista advertido esperándolo en el aeropuerto de Atlanta. Fin del encantamiento
Pero él no tiene derecho a lamentarse. Después de todo, cayó en el mismo error, debe reconocerlo, cuando cuestionó la "legitimidad moral" de Bill Clinton por su affaire con Mónica Lewinsky y reclamó su juicio político, o cuando criticó a un colega con una historia similar a la suya, diciendo que "violó el juramento a su esposa".
En este punto es donde Richard Gere desaparece y Mark Sanford retoma su rol. Aquí es donde el encantamiento se esfuma y lo que reaparece es la descarada institución del arrepentimiento político.
El gobernador hizo su mea culpa , como antes de él hicieron otros políticos. Las mismas palabras, la misma admisión de haber traicionado a todo el mundo. A su mujer, a sus hijos, a sus amigos, al electorado. Las conferencias de prensa son el confesionario de los funcionarios pecadores. Todo fue un desatino, una pérdida temporaria de la razón. El amor no importa. El corazón es un embaucador. Ahora lo comprende. Lo que importa es la misión, la fe religiosa, los deberes del funcionario.
Hubo otras desprolijidades, es cierto. El viaje anterior a la Argentina pagado con fondos públicos, el abandono de su función, el engaño respecto de su paradero. No exactamente la clase de comportamiento que uno esperaría de Richard Gere. Pero él se propone enmendar las faltas, reponer el dinero, ganar la absolución de su esposa, recuperar la confianza del público.
¿Qué pensará María, a solas en el departamento de Palermo, mirando a su amigo pedir perdón por televisión? ¿Pensará también que al amor es lo de menos?
antecedentes para la fundación de agharta
ADN, derechos y ácido.
No hay que saber mucho de derechos para darse cuenta que la intimidad es la intimidad y que ninguna ley modificará desde afuera semejante entidad de la condición humana, y que los que no lo tengan claro pueden cometer errores como privar de la libertad a alguien por su aspecto de hippie en desgracia como era para cualquier argentino en la década esa. La intimidad es la intimidad, y no está bueno retrotraer iniciativas parecidas a las de los setenta y obligar a alguien en forma directa o indirecta para averiguar su ADN por caso, porque si no hay lesión a la libertad del otro la intimidad es integridad y la estatura de la propia probidad es primero una decisión individual y privativa no de un tercero por más que se interponga una loable causa, la intimidad es dignidad y la contrición la vergüenza y la sobriedad son instintos independientes y se encuentran en una frecuencia diferente a la apreciación por parte de un tercero del propio honor o del destructivo deshonor, la intimidad es identidad, y en su forma de elección equivocarse por cuenta propia también es anterior a cometer errores por interpósitas personas, más aún más si la averiguación está impregnada de algún ácido rencor del tercero en discordia.
No hay que saber mucho de derechos para darse cuenta que la intimidad es la intimidad y que ninguna ley modificará desde afuera semejante entidad de la condición humana, y que los que no lo tengan claro pueden cometer errores como privar de la libertad a alguien por su aspecto de hippie en desgracia como era para cualquier argentino en la década esa. La intimidad es la intimidad, y no está bueno retrotraer iniciativas parecidas a las de los setenta y obligar a alguien en forma directa o indirecta para averiguar su ADN por caso, porque si no hay lesión a la libertad del otro la intimidad es integridad y la estatura de la propia probidad es primero una decisión individual y privativa no de un tercero por más que se interponga una loable causa, la intimidad es dignidad y la contrición la vergüenza y la sobriedad son instintos independientes y se encuentran en una frecuencia diferente a la apreciación por parte de un tercero del propio honor o del destructivo deshonor, la intimidad es identidad, y en su forma de elección equivocarse por cuenta propia también es anterior a cometer errores por interpósitas personas, más aún más si la averiguación está impregnada de algún ácido rencor del tercero en discordia.